miércoles, 15 de mayo de 2013

La demencia política es contagiosa



Mario Szichman


     Esto que voy a decir ahora no lo digo ni de manera figurativa ni peyorativa: lo único que salvó al fallecido presidente venezolano Hugo Chávez de ser recluido en un asilo para enfermos mentales durante su prolongado mandato, eran los 2,7 millones de barriles de crudo aportados por su país al mercado internacional –especialmente a Estados Unidos.
     El problema es que esa demencia ha contagiado a su precario sucesor, Nicolás Maduro, quien detenta una presidencia que tal vez no le corresponde, y cuyas maniobras para evitar un serio recuento de votos reclamado por el candidato opositor Henrique Capriles Radonski están hundiendo a Venezuela en la antesala de una guerra civil.
     El caso de Hugo Chávez recuerda el de varios monarcas españoles que enloquecieron, y especialmente el del rey Carlos Segundo de España, alias el Hechizado, quien ordenó abrir en el Escorial los ataúdes de varios de sus ancestros. En ocasiones, también ordenó abrir el cadáver embalsamado de su primera esposa. No quiero ni pensar con qué propósitos.
    Convencido de que la oligarquía colombiana había asesinado al Libertador Simón Bolívar, Chávez ordenó exhumar sus restos. Por ahí circulan rumores de que algunos de los huesos del Libertador fueron usados luego como amuletos para conjurar la muerte. Pero como se trata de rumores, no los tomaremos en cuenta. En cambio sí es público y notorio que Chávez –y esto es único en la historia– ordenó refaccionar los restos de Bolívar para que tuvieran el fenotipo de un mulato,  con algunos rasgos que podrían evocar al extinto presidente.
    La iconografía de Bolívar es casi tan vasta como la de Chávez. Fue uno de los escasos próceres latinoamericanos cuyo rostro fue reiteradamente pintado por famosos artistas de su época. Y además, uno de esos retratos, el del pintor peruano José Gil de Castro, recibió el espaldarazo del propio Libertador, quien le dijo en una carta al general Robert Wilson: “Me tomo la libertad de dirigir a usted un retrato mío hecho en Lima con la más grande exactitud y semejanza”.
Pues bien, Chávez, que decía acatar el mandato del Libertador, desechó olímpicamente su aseveración y ordenó crear un retrato que obedeciera su propia idea de cómo debía lucir Bolívar.  Y el retrato nada tiene que ver con el pintado por Gil de Castro.

Incoherencias
    Basta poner en el internet las palabras “rambling” (incoherente), y “Chávez”, para que aparezcan miles de entradas, generalmente de corresponsales y columnistas anglosajones donde aluden a los discursos del extinto presidente venezolano. En cierta ocasión Gail Collins, columnista del New York Times, abandonó su preocupación central, que es la política interna de Estados Unidos, para adentrarse en los vericuetos mentales de Chávez. La columna, publicada el 23 de agosto de 2007, y titulada The Great Clock Plot, el gran complot del reloj, señalaba que en medio de un “incoherente” discurso pronunciado por Chávez en su programa “Aló Presidente”, divulgó su idea de adelantar media hora el reloj en Venezuela. De inmediato, dijo Collins, gran cantidad de personas recordaron la escena del filme “Bananas”, de Woody Allen, cuando un héroe revolucionario se convertía en presidente de un país latinoamericano y anunciaba que “a partir de este momento, la ropa interior tendrá que lucirse en la parte de afuera”.
     Las razones ofrecidas por Chávez para cambiar la hora, digamos de las 7:00 a las 6:30, eran que crearían “un efecto metabólico, pues el cerebro humano está condicionado por la luz del sol”. Pero también existía otro propósito: anular la acción del gobierno del presidente venezolano Raúl Leoni, quien en 1965 puso la hora en sintonía con Colombia y otros vecinos, a fin de simplificar las cosas.
Héctor Navarro, entonces Ministro del Poder Popular para la Ciencia y la Tecnología, admitió que la medida era también en repudio a Leoni, quien representaba “los intereses de la burguesía”.
Hasta ahora, además de Venezuela, los países que usan el sistema de la media hora, como Birmania, y Afganistán, no han hecho grandes aportes al mundo. Y tampoco Nepal, la única nación que está adelantada 45 minutos en relación a sus vecinos. Collins decía que eso era explicable porque los nepaleses vivían afectados por la altura.
    Otro periodista del New York Times, Simón Romero, recogió el guante lanzado por Gail Collins y recordó que en el día en que Chávez informó el cambio de hora, y en el curso de su “rambling speech” también anunció su decisión de crear un conjunto de islas artificiales en el Caribe para demarcar la frontera venezolana en el Caribe. Además, propuso comprar a Rusia cinco mil unidades de un tipo especial de rifles a fin de armar guerrillas con el propósito de enfrentar una posible invasión de Estados Unidos. En ese caso, Chávez se quedó corto. Los cinco mil rifles se transformaron en 100.000 y están en manos de la milicia bolivariana. No para enfrentar una invasión del extranjero, sino a los opositores, en caso de que se les ocurra la peregrina idea de tomar el poder con la excusa de que ganaron las elecciones.
     Romero dijo que los anuncios de Chávez formaban parte de su estrategia para dejar su marca en todas las instituciones de Venezuela. ¿Acaso no ordenó rediseñar el escudo nacional para que el caballo blanco que marchaba impetuoso hacia la derecha virara su hocico hacia la izquierda y mostrara su raigambre socialista? ¿No decretó acaso que los tanqueros de la empresa nacional  Petróleos de Venezuela fuesen rebautizados con el nombre de figuras históricas? Y por una de esas jugarretas del destino, uno de esos tanqueros, rebautizado Negra Hipólita, como la nodriza de Bolívar, terminó atracando en un puerto de Siria, llevando crudo para el régimen homicida del presidente Bashar al-Assad. Eso fue aprovechado por el periódico opositor venezolano Tal Cual, que publicó la información con el titular: “La negra Hipólita amamanta a Assad”.

De tal palo tal astilla
     Escribiendo en The New York Review of Books, la periodista Alma Guillermoprieto recordó que el momento culminante de la campaña presidencial de Nicolás Maduro, elegido a dedo por Chávez como su heredero antes de partir para Cuba en los días finales de su agonía, fue cuando anunció la reaparición del líder máximo en la frágil andadura de un pajarito.
    Guillermoprieto dijo que una persona como Maduro, a quien se considera “sobrio y meditabundo en su vida privada”, informó a una audiencia de televisión que Chávez se le había aparecido como un ave canora, y entre gorjeos lo animó a que obtuviera la victoria. Fue una de las evidencias de aparente desequilibrio mental por parte de Maduro. Otra fue cuando anunció que una maldición india afectaría a todos aquellos que votaran por Capriles. Y como a Maduro le cuesta simbolizar, una vez lanzó la consigna de “¡Chávez vive!” se vio obligado a producir a un remedo de Chávez, y en varios de sus actos de campaña se fotografió al lado de un menudo personaje igualito al fallecido presidente.
En comparación con lo que está ocurriendo actualmente en Venezuela, hasta la película “Bananas” parece una tragedia griega.

Lo que vendrá
    En la Venezuela chavista, todo se da dos veces, la primera como bufonería, la segunda como payasada. No descartaría que como los famosos sighting de Elvis Presley, generalmente al borde de autopistas, Chávez comience a aparecer en distintos pueblos de Venezuela. Al menos las esculturas de bronce con su rostro han comenzado a ser inauguradas en distintas partes del país. Con una dosis de realismo mágico pueden lograr el mismo poder de reencarnación que el pájaro avizorado por Maduro.
    Posiblemente surjan las quimeras más desconcertantes, y en poco tiempo más algún reputado historiador descubrirá que José Gregorio Hernández, una de las figuras más amadas del santoral popular de Venezuela, era un protochavista.
  Recuerdo que cuando visité el año pasado el estado Trujillo, el historiador chavista Huma José Rosario Tavera, cronista del Municipio, hizo surgir de la galera del mago una heroína inexistente. Se trata de la generala post-mortem Dolores Dionisia Santos Moreno, también conocida como “La Inmortal de Trujillo”. Si el lector explora Google.books, que tiene más libros que la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos, verá que hay una sola referencia a la inventada heroína. Y la referencia proviene de Huma José Rosario Tavera, cronista del Municipio Trujillo. En cambio, Google.books dedica nutridas referencias a todos los héroes de la independencia latinoamericana, no sólo los más connotados, sino aquellos que apenas han merecido una escuálida referencia como nota al pie. De todas maneras, lo que falta en Google.books lo complementa Rosario Tavera con una vagarosa y larguísima biografía que carece de desperdicio. No sólo la heroína estaba presente en todos los lugares donde ocurrieron episodios históricos. También se alojaba en todos los intersticios del lugar común. Cuando no estaba luchando por la patria, estaba agonizando por ella.
     Afortunadamente, otro chavista, Henry Martorelli, director del Movimiento Social y Poder Popular del gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela, tuvo el coraje de desentrañar la patraña. Martorelli dijo que como parte de su labor revisionista, Rosario Tavera modificó algunos cuadros existentes en el Centro de Historia de Trujillo, y eliminó otros. Y luego, dijo Martorelli, creó “héroes y acontecimientos que sólo han existido en su imaginación”, entre ellos a la generala post-mortem. Según Martorelli, Huma Rosario también habría urdido el cuadro de la generala, pues la imagen “tiene la cara de Angie Quintana y el cuerpo de José Antonio Páez”.
     Todo forma parte de esa ambición de Chávez de reescribir la historia. Tras borrar con el codo el pasado venezolano y reacondicionar las facciones del Libertador, quiso reconstruir otro pasado impoluto, hecho a su medida.  Parafraseando a Cervantes, podemos decir que la historia oficial de Venezuela comienza a ser una “historia sabida de los niños, no ignorada de los mozos, celebrada y aún creída de los viejos, y con todo esto no más verdadera que los milagros de Mahoma".
Locura colectiva
     Guillermoprieto es de aquellas personas que piensan que Venezuela se ha hundido en una “espantosa locura colectiva”. Ahí está el video de un ministro de Viviendas amenazando con echar a los empleados que hablen mal de Maduro. Allí está el presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello diciendo que todo parlamentario opositor que niegue la victoria de Maduro no podrá hablar en la legislatura y tampoco cobrar su salario. Y como la letra con sangre entra, parlamentarios oficialistas les cayeron a golpes a parlamentarios opositores y enviaron a dos de ellos al hospital, bajo la complaciente mirada de Cabello.
   Ahí está la ministra de Asuntos Penitenciarios, Iris Varela, quien explicó las razones de la victoria chavista sobre los parlamentarios opositores diciendo que los legisladores oficialistas “saben pelear mejor” porque “son hombres de pueblo y mujeres de pueblo”. La funcionaria también le anunció a Capriles que ya le tiene reservada una celda en la cárcel, aunque no lo acusó de delito alguno, sólo de tener “los ojos puyuos llenos de odio”. Y ahí está el ministro del Interior Miguel Rodríguez Torres acusando al cineasta norteamericano Timothy Hallet Tracy de ser un espía maestro más astuto que Lawrence de Arabia. Según Rodríguez Torres, el documentalista Tracy quería “desestabilizar el país con el propósito de iniciar una guerra civil” y propiciar “la intervención de una potencia extranjera”. 
     Por los días del arresto de Tracy tuvo mucho éxito en los cines de Venezuela Argo, la película de Ben Affleck. En ambos casos, un cineasta llega a un país convulsionado (en Argo es Ben Affleck, y el país es Irán al comienzo de la Revolución Islámica) quien con la excusa de filmar un documental comete una afrenta contra la soberanía. El cineasta de Argo burla a las autoridades iraníes sacando del país a un grupo de rehenes. El cineasta Tracy, de acuerdo al gobierno venezolano, intentó llevar al país a la guerra civil, pero no contaba con la astucia de sus cuerpos de seguridad, que lo arrestaron ipso facto.
    Guillermoprieto duda que Maduro lidere la demencia política que ha hecho presa de la dirigencia chavista. Después de todo, Maduro es “un conciliador por vocación”, señala. Posiblemente  toda esa paranoia que lo guía en sus actos es resultado no de la actividad opositora, sino de la tarea de serrucharle el piso llevada a cabo por dirigentes de su propio partido. Pues, “el creciente tumulto y el desorden son tan graves, tan claramente provocados, y tan destructivos” que tal vez provengan de sus rivales chavistas, “que olfatean una presa herida, o de aquellos sectores del ejército que nunca dieron la bienvenida a la presencia cubana en Venezuela, o de ambos”.
     Es factible. El autócrata argentino Juan Perón decía que se puede retornar de todas partes, menos del ridículo. Tampoco se puede retornar de la demencia política. Una vez se ingresa a ella, es imposible salir. El pueblo alemán sabía un año antes que Hitler lo que aguardaba a Alemania. Pero siguió a su líder hasta el final. Es obvio que el chavismo se está cavando su propia fosa. Es indiscutible que Venezuela enfila hacia una catástrofe económica. Es innegable que cada día son más remotas las posibilidades de una solución. El abismo empieza a contemplar a los venezolanos. Y nadie sabe qué puede hacer para apartarse de la orilla.

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