jueves, 18 de julio de 2013

Famosos anonimatos



Mario Szichman



    El título del libro poco explica: Banvard´s Folly, la locura de Banvard. Fue publicado por la editorial neoyorquina Picador en el 2001. Pero el subtítulo informa bastante: “Trece relatos de insigne oscuridad, famoso anonimato, y endemoniada suerte”.

Su autor, Paul Collins, tiene una tesis bastante sólida. Si se examinan los documentos de previas épocas, dice, sólo se tropieza con nombres olvidados.

    Generalmente, tras morir, los personajes históricos y los artistas célebres ingresan en un cono de sombra, sin importar su gloria previa. La profesora Guadalupe Isabel Carrillo recordó en un muy buen ensayo sobre la novela de Gabriel García Márquez El general en su laberinto, el cuasi epitafio con que el gobernador de Maracaibo anunció la muerte de Bolívar: “Me apresuro a participar la nueva de este gran acontecimiento que sin duda ha de producir innumerables bienes a la causa de la libertad y la felicidad del país. El genio del mal, la tea de la anarquía, el opresor de la patria ha dejado de existir”. (Ver blog http://notaapiedepagina.blogspot.com/).  Obviamente, Bolívar logró inmortalizarse pese a esa infamia.

    En el terreno de la literatura han existido desconocidos en vida que lograron una sólida inmortalidad, como es el caso de Franz Kafka. En eso también influyó la época en que le tocó vivir y morir, y su ubicación geográfica. Checoeslovaquia no era la perla más rutilante del imperio austrohúngaro. Tal vez si Kafka hubiera vivido más cerca de Viena, hubiera sido famoso antes de morir. De todas maneras Kafka pasará a la historia como uno de los grandes escritores del siglo veinte,  junto con Marcel Proust y con William Faulkner.

   Muchas veces la guerra interrumpe celebridades. El escritor polaco Witold Gombrowicz es obviamente una de las grandes figuras literarias del siglo veinte. Pero tuvo la mala suerte de que fue invitado a ir a la Argentina poco antes de estallar la segunda guerra mundial. Gombrowicz llegó a Buenos Aires cuando comenzó la guerra. Polonia fue invadida por los nazis (y también por los soviéticos). El escritor quedó convertido en un paria durante varios años de su vida literaria. Luego, tras la guerra, estableció vínculos con expatriados polacos, y  colaboró con publicaciones en París. Finalmente, en 1963, recibió una beca de la Fundación Ford, vivió un tiempo en Alemania y en Francia, en 1967 obtuvo el Prix International y falleció en 1969, con una notoriedad bastante consolidada.

    Pero los ejemplos que citamos son de creadores cuya fama se fue consolidando con los años. En cambio Collins lidia con aquellos cuya nombradía los abrumó en vida, y se derrumbó tras la muerte. Pues existe una fama creada por las maquinarias de publicidad, o por el curriculum universitario, y otra que perdura a pesar de esos artilugios.

    Recuerdo que en una ocasión entrevisté al escritor norteamericano Kurt Vonnegut. Es uno de los pocos escritores de Estados Unidos, junto con Carson McCullers, Flannery O´Connor, Faulkner y Jim Thompson, cuya fama está asegurada de por vida –en realidad, de por muerte.

  No hay una sola novela de Vonnegut que sea mala. A mí me gusta particularmente Mother Night. Sus relatos son de una perfecta ironía, especialmente los compilados en Welcome to the Monkey House. Pronto pondré en el blog la entrevista que le hice hace ya varios años. Era uno de los pocos escritores a los que se puede asignar el título de sabios.

    Pues bien, Vonnegut estaba convencido de que, al menos en Estados Unidos, los únicos escritores que perdurarían eran quienes ingresaban en el curriculum universitario. Y me daba el ejemplo de lo que ocurría con el irlandés James Joyce, posiblemente, el escritor ilegible más ponderado por los académicos anglosajones.      

 Ahora que también se incorporó al canon lacaniano, la inmortalidad de Joyce es inmortal. Invito al lector a leer el Finnegan´s Wake, y a ofrecer su opinión sobre el texto. Una vez intente –inútilmente– descifrarlo, puedo informarle que es la obra de un psicótico, y que ni siquiera se puede traducir al inglés. (Por supuesto, el Ulises es legible, así como los  cuentos de Dubliners y A Portrait of the Artist as a Young Man) pero al canon literario le interesa la dificultad, no el placer de leer.



LAS ÉPOCAS INSUFRIBLES



    Cada época crea sus ídolos, y con el mismo placer los derriba. La tarea de Collins, y creo que muchos lectores le están agradecidos por su gentileza, es redimir del olvido a personas injustamente célebres durante su vida, y cuyos méritos eran tan absurdos como sus logros. Ahí está el caso de Martin Tupper, que a mediados del siglo XIX compartía el Parnaso con Nataniel Hawthorne, Alfred Tennyson y Harry Longfellow. No sólo eso. Tupper fue uno de los númenes inspiradores de Walt Whitman (el gran poeta norteamericano dijo en una ocasión que de no ser por Proverbial Philosophy, el libro más famoso de Tupper, jamás habría escrito Hojas de Hierba).

  Además de ser famoso, Tupper fue quizás el único poeta de la historia moderna que se hizo millonario gracias a sus versos. Según Collins, Tupper logró vender de Proverbial Philosophy unos 250 mil ejemplares en el Reino Unido, y 1,5 millones en Estados Unidos. Estamos hablando de mediados del siglo diecinueve, en la época en que Edgar Allan Poe necesitaba escribir un cuento por semana para las revistas y diarios de Baltimore a fin de mantener cosido el cuerpo a su alma.

   Pero, como dice Collins, Tupper cometió un crimen imperdonable para un poeta: “En lugar de optar por morir en su glamorosa juventud de un acceso de tisis, envejeció y se mantuvo desaforadamente vivo”.

    Como resultado, cuando los críticos querían enlodar a un nuevo genio, bastaba decir, “Me recuerda a Tupper”. Y “tupperiano” pasó al diccionario como una forma de insultar a todo mediocre poeta (por cierto, los poemas de Tupper no se reeditan desde hace más de un siglo).

     Collins dice que Tupper comparte el Parnaso de nulidades engreídas con figuras tan glamorosas como él. He aquí un breve recuento:

–  Robert Coates. Se trata, posiblemente, del peor actor que haya transitado alguna vez un escenario. “Un hombre tan exento de talento y tan confiado en su capacidad”, dice Collins, “que creó una completa tradición teatral”. Tal vez la performance más memorable de Coates fue en su papel de Romeo, cuando, antes de morir, tomó un pañuelo de su bolsillo, limpió cuidadosamente el suelo del tablado, se quitó su gorra, y la depositó en una almohada. Pero inclusive en ese momento, el héroe no estaba totalmente convencido de que debía morir. Por lo tanto, cuando uno de los espectadores gritó: “¡Vuelve a morir, Romeo!” decidió acatar la sugerencia y “resucitó de manera milagrosa. Luego, se puso de pie, tomó otro trago del veneno, y volvió nuevamente a morir”.

–John Banvard. A mediados del siglo diecinueve, Banvard logró el título de “El más famoso pintor viviente del mundo”. Fue aclamado por Charles Dickens, Henry Longfellow y la reina Victoria. Banvard se especializaba en gigantescos frescos, o “panoramas móviles”. El más famoso de ellos fue La Pintura de Tres Millas de Extensión, resultado de su navegación por el río Misisipí. La exhibición del panorama hizo de Banvard “El primer pintor millonario de la historia”. Pero cuando Banvard falleció, fue enterrado en un osario común, porque su familia no tenía dinero para pagar su entierro. Al poco tiempo, dice Collins, sus obras más famosas fueron destruidas. En recientes libros de referencia, no hay una sola alusión a su nombre.



    Collins narra las historias de esos seres desdichados con simpatía y comprensión. Los quince minutos de fama de que gozaron todos ellos precedió en décadas la popular frase de Andy Warhol.

   Como señala el autor, "cualquiera que revise los documentos de toda época pasada: diarios, contratos de venta, testamentos, tropezará únicamente con nombres olvidados". Afortunadamente, Collins ha sido capaz de rescatarlos de su merecido anonimato.

3 comentarios:

  1. Este blog me hizo pensar, lateralmente si se quiere, en el premio Nobel de literatura. Si hacemos una lista de los que no lo recibieron, desde Ibsen y Mark Twain hasta Nabokov y Borges, pasando por Proust, Joyce, García Lorca, Virginia Woolf y una larga lista de etcéteras, tenemos un who's who de lo mejor de la literatura del siglo XX. En cambio, ¿quién lee hoy fuera de los catedráticos a Laxness, Sillenpaa, Spiteller, Echegaray y Pearl Buck? (aunque a ésta sí la conocemos los fanáticos del crossword puzzle del NY Times, ya que su personaje Olan aparece seguido).

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  2. Daniel, buen reminder! Al parecer, todos los incluidos en la fama durante su tránsito por la tierra suelen pasar a un ignominioso anonimato. (Esto suena como una frase de Borges). En cambio, el talento demora en prosperar, especialmente en vida. Tal vez existen dos Parnasos, el de los consagrados en vida, y aquellos que sólo accedieron a la inmortalidad después de muertos.

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  3. O tal vez, cada lector tiene su Parnaso, y la inmortalidad del escritor es función de a cuántos de esos Parnasos pertenece

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