jueves, 7 de noviembre de 2013

La ficción del divorcio





Mario Szichman


     Un amigo mío, talentoso, pero de un talento muy desordenado, me dijo en cierta ocasión que buena parte de los problemas que padecían los protagonistas de Ibsen era resultado del pésimo servicio sanitario. “Si alguien hubiese solucionado el grave problema de plomería que padecía Noruega en el siglo diecinueve”, decía mi amigo, “no existirían obras de teatro como Casa de muñecas o Un enemigo del pueblo”.
     En el teatro universal el drama siempre ha librado una lucha a muerte con la tragedia y la tragedia ha emergido victoriosa, pues trabaja con mitos primordiales, con la transgresión. El drama suele basarse en conflictos contemporáneos que rápidamente quedan anticuados. Se puede escribir un drama sobre la liberación sexual, pero la infidelidad conyugal suele culminar en tragedia.
     Ibsen escribía excelentes dramas, pero nunca se asomó a la tragedia. Y por eso algunas de sus obras resultan hoy anacrónicas. Y no es sólo un problema de plomería. Tiene que ver con la deplorable costumbre de algunos buenos escritores de adoctrinar a sus espectadores o lectores. George Steiner escribió un luminoso trabajo mostrando la superioridad de Dostoievski sobre Tolstoi. A Dostoievski no le caían muy bien los teóricos o  los esclarecidos. Como buen reaccionario le repelían aquellos iluminados especímenes que deseaban reformar la sociedad olvidando en la ecuación los seres humanos que la conformaban. Algunos de los personajes más odiosos de la literatura de Dostoievski se reiteran hoy en los políticamente correctos, y en los hipócritas de profesión. Pero Tolstoi, aunque sí incurrió en la tragedia (¿Hay acaso una escena comparable al suicidio de Ana Karenina en toda la historia de la literatura?)  tenía también cierta propensión a dictar lecciones de moral. Era un machista esclarecido que explicaba, con buenos razonamientos, por qué el lugar de la mujer era en el hogar y por qué su tarea, además de preparar una suculenta mesa, consistía en procrear múltiples vástagos. Afortunadamente, Tolstoi conocía muy bien el vendaval y la ceguera de la pasión. En cambio Ibsen recuerda a esos maridos ingleses que, según la frase de Stendhal, cuando se sienten afiebrados por la pasión salen a trotar, a fin de hacer fluir por las piernas el ardor que reside en otra parte del cuerpo.

LEY Y TRAGEDIA

     El legislador francés Alfred Nacquet propuso en 1884 aflojar los lazos conyugales mediante una modernización de la ley de divorcio. El escritor Emile Zola dijo que ese proyecto de ley ponía en peligro varias tramas de sus novelas.
     En fecha reciente Nicholas White publicó “French Divorce Fiction: From the Revolution to the First World War”, y en una crítica a ese libro la ensayista Rosemary Lloyd recordó en el Times Literary Supplement los avatares que sufrió la ley de divorcio en Francia desde la Gran Revolución de 1789 hasta comienzos del siglo veinte. Recién en 1975 el parlamento francés decidió aceptar el divorcio por mutuo consentimiento, más de dos siglos después de que los miembros de la Asamblea Nacional aprobaran una ley con las mismas características. Ya con Napoleón, la cohabitación de un hombre con una mujer, algo confinado a la esfera privada, pasó a la tutela del estado. Pero en definitiva, quien se encargaba de supervisar la sexualidad del otro miembro de la pareja era el marido. El hombre podía divorciarse sin problemas, y negarle el divorcio a su esposa. Cuando Napoleón fue derrotado en 1815 en Waterloo y retornaron los Borbones, el divorcio quedó prácticamente abolido. La mujer quedó esclavizada al hombre.
     De esa manera, dice Lloyd, “durante el siglo diecinueve el adulterio se convirtió en el tema predominante de la literatura francesa, por no decir de la vida francesa”.
    En cierta forma, podría considerarse a Nacquet el demiurgo de nuevas tramas narrativas. Su proyecto de ley permitió a Guy de Maupassant crear el personaje de Bel Ami, quien prospera en materia financiera gracias a los matrimonios en serie.  Pero además, la forma en que estaba redactada la ley exigía a los cónyuges revelar sórdidos secretos ante un magistrado, a fin de conseguir el divorcio. Esos relatos de crueldad o de adulterio alimentaban las prensas de los periódicos y las galeradas de las novelas. Tal vez no todos los relatos eran verdaderos, pero eran indispensables para obtener la sanción de divorcio en los registros judiciales. Y ese tipo de confesión sigue teniendo gran popularidad tanto en programas de televisión como en los tabloides.
     Si bien la trama de la llamada “novela del adulterio” produjo muchas obras maestras, empezando por Madame Bovary, poco se ha explorado otra vertiente de ese fenómeno: la circulación de las amantes en el mundo de Balzac y de Stendhal. Así como para Von Clausewitz la guerra era la continuación de la política por otros medios, Balzac asociaba la rotación de amantes con el aumento del lucro o del poder por otros medios. Y Stendhal, mucho más romántico y menos cínico que Balzac, debió aceptar que la amante podía convertirse en una forma de ascenso social. En ninguna parte se ve más claro que en esa incomparable confesión titulada Recuerdos de egotismo.
    Por cierto, existe la contrapartida de esa mirada amable al adulterio: la del crimen pasional, algo que afecta a nuestros países y a España como si fuera una plaga. Siempre he dicho que el ex presidente del gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero podía tener muchos defectos, pero contaba con una gran virtud: su incansable lucha contra la violencia doméstica. La idea de que la mujer forma parte de la propiedad inmobiliaria del hombre no ha cambiado mucho en nuestras comunidades durante los últimos siglos.
     Un magnífico trabajo de John Biggs, “The Guilty Mind,” publicado en 1955, sigue teniendo hoy tanta o mayor vigencia que en el momento en que salió de imprenta. Biggs, un juez que era enemigo de la pena de muerte, y que creía en medidas humanitarias para tratar al criminal, señalaba la diferencia entre el asesinato comercial y el crimen pasional. El asesinato comercial, decía Biggs,  era difícil de descubrir y de castigar. Daba como ejemplo la ciudad de Chicago durante la época de la Prohibición, cuando, de más de setecientos homicidios cometidos por asesinos profesionales, se logró condenar a menos de diez. Pero en el crimen pasional los perpetradores “eran capturados y condenados con facilidad”. Las autoridades policiales hablaban de “casos de familias”, y la causa del crimen solía ser, “una pasión avasallante”. Biggs mencionaba un estudio de E. H. Sutherland donde se analizaban trescientos veinticuatro casos de mujeres asesinadas por sus esposos, sus padres, sus hermanos, sus amantes o sus pretendientes.
    La reacción de la prensa y del público en esos casos era exigir la aplicación de la pena de muerte, pues la suponían una buena manera de disuadir a los homicidas. Pero Biggs rechazaba esas propuestas basándose en fuentes policiales y de la fiscalía de varios estados norteamericanos. Cuando un hombre está cegado por la pasión, decía Biggs, no vacilará en matar al ser amado, sin importarle si lo condenarán a cadena perpetua o a la silla eléctrica. Ese tipo de crimen es compulsivo. El criminal no piensa en las consecuencias. Un miembro de la oficina del fiscal de Filadelfia le dijo a Biggs que había procesado muchos casos de homicidio de cónyuges, y en cada uno de los casos, “el asesinato se hubiera llevado a cabo inclusive si un policía hubiera estado presente”.
    Hay atavismos que no pueden ser superados ni siquiera con buenas medidas sanitarias, mejores oportunidades de trabajo, la equiparación del salario o programas educativos. En esos casos, Dostoievski conocía el corazón humano mucho mejor que Ibsen.












2 comentarios:

  1. En este artículo nuestro muy querido y apreciado escritor Mario Szichman, nos expone con gran ingenio, ironía y humor, los vínculos existentes entre literatura y realidad. Las sociedades cambian profundamente y sin embargo las pasiones y desenfrenos de los hombres se constituyen en auténticos caminos escabrosos del mundo real y la literatura, en especial cuando la realidad, muchas veces, supera la ficción. Gracias Mario, por tu nota incisiva y polémica.

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  2. Y gracias a ti, querida Libertad, por tus reflexiones. Cada día estoy más convencido que la gran narrativa se construye sobre la pasión y lo asocial. El progreso ha mejorado la plomería en algunas ciudades, pero el corazón humano sigue siendo tan primitivo como en el primer día de la creación. El amor y la destrucción, como el sexo y la muerte, siguen siendo nuestras puertas de entrada y de salida de este mundo.
    Gracias también, por tu enorme generosidad.

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