domingo, 29 de diciembre de 2013

¡Aferre al lector por el cuello, y no lo suelte!



       Mario Szichman





“El código moral de toda ficción es éste:

aquello que atrapa la atención del lector es BUENO,

y aquello que aburre al lector es MALO".

Jeff Gerke



“¿Cómo escribo una novela? Me siento frente al escritorio

Y tecleo en la máquina: ´Página uno, primer capítulo´.

Eso, sí, previamente escribo el final”.

Mickey Spillane







Un escritor de novelas policiales que se ha convertido en un objeto de culto es Lee Child. Hace un año se estrenó “Jack Reacher”, un filme basado en la novela One Shot, de Child, y protagonizada por Tom Cruise. Ahora están preparando una secuela, con otra novela de Child, Never Go Back.

Hasta ahora, Child (seudónimo del escritor británico Jim Grant) ha escrito 18 novelas que tienen como protagonista a Jack Reacher, un ex miembro de la policía militar de Estados Unidos que vagabundea por los Estados Unidos en busca de aventuras.

A medida que Reacher ha añadido nuevos exploits a su curriculum, su figura crece en incongruencias y enigmas. Algunas de sus tramas recuerdan lo que decía Mickey Spillane de su novela Long Wait, que tienen más agujeros que un queso gruyere.

Pero los lectores perdonan a Child cualquier cosa, pues Reacher no sólo es una máquina de asesinar, sino que es astuto. Sabe detectar señales de peligro, es un buen karateca, y viaja de manera frugal. Además, es un solitario, como el Clint Eastwood de los spaghetti westerns.

En toda ciudad a la que llega, Reacher es considerado el primer sospechoso en cualquier crimen que se comete. En realidad, Reacher parece contar con un infalible imán para atraer asesinatos. Basta que descienda de un autobús para que alguien muera de manera absolutamente ilegal. Y diez minutos después, mientras Reacher está desayunando o cenando en algún dinner, un patrullero policial frena en la puerta, y se lo lleva esposado.

No he leído más de dos o tres de las novelas de Child, pero Reacher suele ser sometido a peligrosas ordalías de las cuales emerge victorioso. Uno de los sitios favoritos en que van a parar sus huesos es alguna cárcel del sur de Estados Unidos, donde los criminales convictos y confesos son proclives a probar la masculinidad del nuevo prisionero con técnicas sádicamente ingeniosas. Luego, en el segundo acto de la novela, Reacher conquista una bella dama que está dispuesta a correr cualquier peligro, con tal de estar a su lado, y se gana la confianza de algún jefe policial. Como Reacher siempre cuenta con una coartada para demostrar su inocencia, y conoce muy bien los bajos fondos, se transforma en un ser indispensable para los guardianes de la ley.

Pese a esos clichés y desvaríos, resulta muy difícil soltar una novela de Child a mitad de camino. ¿Cuáles son los méritos del novelista? Su prosa es escueta, y sus descripciones atinadas. Algunos personajes están bien delineados, aunque cuando se trata de describir a femmes fatales o a damiselas en apuros, es mejor saltear las páginas. Pero sabe crear suspenso. Y como es un novelista generoso, explica su método.

En su ensayo: A Simple Way to Create Suspense Child dice que toda novela necesita un motor narrativo, “una razón para que los lectores sigan leyendo hasta el final”, sin importar el género, el tema, el estilo, o el enfoque.

Cualquier libro de las decenas que se publican anualmente en Estados Unidos y ofrecen técnicas para seducir al lector tienen una fórmula similar a la de los libros de cocina, dice Child. ¿Cómo se hornea una torta? ¿Cómo se cocina una novela?

Para hacer una torta se necesitan ingredientes. Luego se los combina, se deja descansar la masa, y finalmente se la deposita en un recipiente, y se la pone en el horno.

Los ingredientes de una novela son un protagonista y un antagonista. El protagonista debe ser atractivo, con rasgos capaces de conquistar la simpatía del lector. Si bien Raskolnikov asesina a una vieja, en Crimen y Castigo, Dostoievski nos ha alertado previamente de su belleza física y de sus rasgos de nobleza. De esa manera, nos preocupa su suerte. No querríamos que el diabólico inspector de policía lo enrede en sus manejos. O que el enorme villano Svidrigailov seduzca a su hermana. Durante más de quinientas páginas, Dostoievski nos mantiene en vilo con las peripecias de Raskolnikov y su descenso a los infiernos. Y sentimos realmente un gran alivio cuando se registra la catarsis, Raskolnikov confiesa, se entrega, y sabe que Sonia, la prostituta, lo esperará hasta que salga de la cárcel, para la redención final.

Pero Child no cree en esa fórmula. No se trata de aprender a hornear una torta, dice, sino de mantener al lector hambriento hasta el final. ¿Y cómo se logra esa hazaña? “Hay que conseguir que espere horas para satisfacer su apetito”.

La tarea de los novelistas, dice el narrador, “es formular o sugerir una pregunta al comienzo del relato, y luego, posponer la respuesta.”. Child dice que aprendió ese recurso mientras trabajaba como productor de televisión en Londres. Un artefacto cambió el modo de mirar televisión: el control remoto. Antes de esa invención, era factible que un televidente viera un programa de principio a fin, sin cambiar de canal. Simplemente porque tenía pereza para levantarse del sillón y caminar hasta el televisor. Pero una vez llegó el control remoto, cambiar de canales era sencillo. ¿Cómo lograr que el televidente siguiera viendo el mismo canal? (No olvidemos que los ratings de audiencia deciden la publicidad que recibe cada canal). La idea que cuajó fue formular preguntas al televidente al concluir un segmento de un programa, y antes del inicio de los comerciales. Si por ejemplo el programa que se estaba propalando se dedicaba a reseñar películas, se formulaba una pregunta tal como “¿Quién fue el primer actor elegido para protagonizar Dirty Harry?” Eso frenaba la tentación del televidente de cambiar el canal. Cómo ¿no había sido Clint Eastwood? Inclusive quienes sabían la respuesta (originalmente, fue Frank Sinatra el escogido para el rol) deseaban escuchar la respuesta para sentirse gratificados.

Y en el caso de las novelas, dice Child, funciona el mismo principio. “Alguien ha cometido un asesinato. ¿Quién? Eso lo descubrirá el lector al finalizar el libro. Algo extraño ha ocurrido. ¿Qué? Eso lo descubrirá el lector al finalizar el libro”.

Pero una novela es algo más que su final. ¿Qué se hace entre el comienzo y la conclusión? Filtrar las respuestas por cuentagotas. Y cada respuesta, en lugar de resolver el misterio, debe hacerlo más impenetrable.

Este es el esquema típico de una novela de Child: Jack Reacher llega a una población. Algo raro ha ocurrido. El rumor es que alguien ha sido asesinado. O que una banda está falsificando dinero. O que un poderoso cacique del lugar está tratando de adquirir una fábrica. Ni siquiera es necesario que la persona poderosa o en problemas sea conocida del lector. Aún si se trata de un rumor, el lector quiere enterarse de lo que ocurre.

Y eso, dice Child, es la trama básica de sus relatos. Por supuesto, si además los personajes son atractivos, simpáticos, y tienen sentido del humor, y los villanos son “bigger than life”, eso permite elevar la calidad del texto. Por otra parte, colocar al protagonista en un dilema de hierro, en una situación insostenible, contribuye a la satisfacción del lector. “Pero se trata de lujos”, dice Child. “El combustible básico de toda narración es la lerda revelación de la respuesta final”. No se trata de hornear tortas, sino de mantener al lector hambriento.

Este tipo de consejos se acopla perfectamente con la filosofía de Mickey Spillane, el creador del sádico detective Mike Hammer. Cuando explicaba por qué escribía primero la escena final de una novela, Spillane decía que todo relato es como un chiste. Y la parte principal de un chiste es la “punch line”, el remate. Spillane indicaba que los lectores están interesados en llegar al final de un libro, no deambular en el medio. “Y esperan que ese final justifique todo el tiempo que perdieron leyendo. Una vez conozco el final, escribo para llegar a esa conclusión. Mi placer es saber hacia donde me dirijo, aunque ignoro cómo llegaré allí”.

Uno de los enunciados más famosos de Spillane es éste: “La primera frase vende una novela. La última frase vende la novela siguiente”.

Una de las frases finales más famosas enunciadas por Mike Hammer apareció en su primera novela, I, the Jury. Tras amar apasionadamente a una mujer, el detective descubre que se trata de una homicida y está dispuesta a asesinarlo. Mike Hammer se adelanta y le dispara un balazo. Mientras la mujer agoniza, le pregunta al detective: “¿Cómo pudiste hacer eso?” Y el detective responde: “Eso fue muy fácil”.




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