jueves, 26 de diciembre de 2013

En América Latina hay muchos “no”. Hispamérica carece de “no”. Entrevista con Saúl Sosnowski




Mario Szichman



Saúl Sosnowski es autor de libros seminales como Borges y la cábala; Julio Cortázar: una búsqueda mítica, y La orilla inminente: escritores judíos-argentinos. También es coautor con Leonardo Senkman de Fascismo y nazismo en las letras argentinas, de más de 80 artículos publicados en revistas y volúmenes colectivos, y editor o co-editor de más de 15 libros, varios sobre la represión de la cultura bajo las últimas dictaduras en el Cono Sur. Es profesor de de Literatura y Cultura Latinoamericana de la Universidad de Maryland, College Park; dirigió el Centro de Estudios Latinoamericanos, que fundó en 1989, hasta 2008, y desde 2000 es el Vicerrector para Asuntos Internacionales. Además, dirige Hispamérica, una revista bastante excepcional en las letras latinoamericanas por su difusión internacional, y porque en un continente en el que ni siquiera las universidades o grupos de raigambre literaria logran persistir en sus esfuerzos,  esa publicación ya está en su 42º año de divulgación consecutiva.
En fecha reciente conversamos con Sosnowski en Nueva York, parte de un diálogo que iniciamos en Buenos Aires en 1971, aún antes de que saliera el primer número de Hispamérica, y que se ha prolongado a lo largo de las décadas en Caracas y en Washington. El diálogo no ha sido constante, pero siempre he sabido dónde encontrar a Saúl, y él a mí, en momentos de intensa alegría o de enorme tribulación.
He aquí parte de la entrevista:
Mario Szichman: Han pasado cuarenta y dos años desde la fundación de Hispamérica. Esa no parece una aventura literaria sino un proyecto de vida.
Saúl Sosnowski: Es posible. Decidí empezar con Hispamérica cuando estaba en el primer año como profesor de literatura latinoamericana en la universidad de Maryland, en 1971. Me pareció que las revistas académicas que circulaban muchas veces se limitaban a reunir un núcleo de ensayos entre dos tapas. No desvalorizo ni desmerezco ese tipo de publicación, pero a mí me interesaba hacer una revista donde los lectores pudieran reconocer los diferentes estadios por los cuales pasa la producción literaria.
MS: ¿Cuál era tu idea original?
SS: Me interesaba publicar poesía, ficción, teatro. Tanto de los consagrados como de aquellos que recién estaban comenzando o empezaban a ser reconocidos. Y quería que los escritores hablaran sobre su propio modo de producir. Es por eso que en la revista, además de ensayos y notas bibliográficas y reseñas hay entrevistas con escritores, y una sección llamada taller. Ahora acabo de publicar el volumen 42 de la revista. Hay 125 números impresos.
MS: En cuarenta y dos años, hay una legión de escritores que pasaron de desconocidos a reconocidos, otros que nunca fueron reconocidos y muchos consagrados que ya no están más entre nosotros. ¿Cómo percibes esa pléyade a través del prisma de Hispamérica?
SS: La tarea es compleja. Por ejemplo, entrevisté a Manuel Puig cuando recién estaba ingresando al mundo académico estadounidense, en 1973. También entrevisté para Hispamérica a  Jorge Luis Borges, a Julio Cortázar, a Carlos Fuentes, a José Donoso, a Augusto Roa Bastos. En el número 75, cuando celebramos el 25 aniversario de Hispamérica le hicimos una entrevista a Adolfo Bioy Casares.
MS: ¿Qué observas entre el primer número de Hispamérica y el actual?
SS: Podría hablarte primero de su difusión. La revista está distribuida en todos los centros de estudios literarios latinoamericanos. Obviamente, la mayor concentración es en Estados Unidos y en Europa, pero puedes encontrar ejemplares de Hispamérica en bibliotecas nacionales, desde Sydney, en Australia, hasta Moscú, en Rusia. Hay ejemplares de la revista en bibliotecas de China, y en Hong Kong. Eso es muy gratificante.
MS: Hispamérica también tiene un perfil bastante interesante. Generalmente las revistas latinoamericanas se publican en un país latinoamericano. Y obviamente, el país de publicación marca los contenidos de esa revista. Por el otro lado, el hecho de que la revista se publique en Estados Unidos podría obligar a una especie de híbrido. ¿Cómo se hace para eludir esas tentaciones y peligros?
SS: Te voy a dar un dato. Soy argentino. Y los primeros 22 números de Hispamérica se imprimieron en Buenos Aires. A partir del número 23, Hispamérica se comenzó a imprimir en Estados Unidos. Era la época de la dictadura militar. Una de las razones era que el linotipista a veces me marcaba, en lápiz, o en las galeras frases como “Ojo, censura”. Era una manera de avisarme que no era muy saludable la publicación de algún texto. Como vivía fuera de la Argentina, ignoraba ciertas peculiaridades de la situación política.
MS: Era entonces más conveniente observar los peces del otro lado de la pecera.
SS: Sólo te puedo decir que mi etapa de publicar en la Argentina se acabó hacia 1978 o 1979, en plena dictadura militar. Querría dejar en claro que no soy un militante de ningún partido, o un exiliado. Me fui de la Argentina en 1964, a estudiar, y me quedé fuera. Es una aclaración que hago para que no haya malentendidos. Y también ocurrió otra cosa: publiqué trabajos de personas que después desaparecieron.
MS: ¿Qué le falta y qué abunda en Hispamérica?
SS: La revista no tiene números monográficos. En cada número intento presentar la literatura de diferentes países. Otra cosa que no hago es publicar material sobre literatura brasileña. Como el nombre de la revista lo indica, me centro en la América que habla y escribe en español. Si hubiera decidido publicar literatura en portugués hubiera requerido otro editor, pues no manejo la literatura en ese idioma. Y también alguien me acusó, y acepto la acusación, de que hay demasiado material argentino. Es posible, porque sigo vinculado de diferentes maneras a la Argentina. Mi mayor cantidad de contactos literarios está allí.
MS: Aunque no hay números monográficos hay algunos dedicados en buena parte a un tema en especial.
SS: Sí, suelo pedir a expertos que trabajen temas como la poesía o la literatura en diferentes países. Por ejemplo, uno de los números de Hispamérica estuvo dedicado a la narrativa uruguaya. Y en el número 125 hay un nutrido material sobre la narrativa joven en Ecuador. Se trata de escritores de menos de 40 años. También hemos publicado selecciones de poesía venezolana. No hay un solo país de la América hispanohablante, cuya producción poética o literaria esté ausente de Hispamérica.
MS: Hispamérica es también una editorial…
SS: Sí, pero todo lo que se ha publicado es poesía y crítica literaria. No hay libros de ficción. En total, publicamos cerca de 30 volúmenes. Pero es algo muy artesanal. El primer volumen salió en 1974. Publicamos alrededor de uno o dos libros por año.
MS: A lo largo de los años han aparecido en Hispamérica entrevistas con numerosos escritores consagrados.
SS: Sí. Entre ellos figuran Borges y Cortázar, mis dos santos laicos. Entrevisté una sola vez a Borges, por el tema puntual de Borges y la cábala, mi primer libro de ensayos. Eso fue en 1975. La entrevista salió en el número ocho de Hispamérica.
MS: Tu relación con Cortázar fue mucho más prolongada.
SS: A Cortázar lo conocí en la universidad de Oklahoma, cuando se hizo un encuentro para celebrar los primeros diez años de Rayuela. Hice mi tesis doctoral sobre Cortázar. Luego se publicó como libro, se titula Julio Cortázar: una búsqueda mítica. Seguí escribiendo mucho sobre Cortázar, hice los prólogos a su obra crítica.
MS: Leí en Hispamérica un diálogo muy interesante con Adolfo Bioy Casares.
SS: Lo entrevisté en Washington. Habló sobre su propia obra, y sobre su amistad con Borges. Bioy Casares fue muy generoso conmigo. Cuando yo era un joven de 26 años, lo fui a ver a su casa, a Posadas 1650, y le dije que pensaba hacer una revista. Le pedí un cuento inédito.  Y me lo dio. Imaginate, él no sabía con quien estaba hablando. La revista era solamente una idea. Y no había garantía que alguna vez fuese publicada. Y sin embargo, me dio su cuento para el primer número de Hispamérica. Conservo el original, con sus correcciones a mano.
MS: Hay otra entrevista que siempre me llamó la atención: la que le hiciste a Manuel Puig.
SS: Fue la primera entrevista que publiqué en Hispamérica, en 1973. Se la hice en un jardín de la universidad de Maryland. Y por supuesto, antes de publicarla, se la mandé para que la corrigiera. Por cierto, las correcciones son muy interesantes. Puig estaba muy consciente de la proyección de su persona. Es otro de los escritores que recuerdo por su enorme generosidad. Nos mantuvimos en contacto durante muchos años. También cuando estaba exiliado. Recuerdo que me llamó en una ocasión por teléfono, cuando estaban quemando sus libros en Buenos Aires. Nunca pretendió pasar por lo que no era. Estaba muy consciente que su mundo no era el literario sino el cinematográfico. No tenía por qué pretender poseer una cultura literaria. Sabía mucho más de cine que de literatura.
MS: Leí numerosos trabajos en Hispamérica sobre lo ocurrido con intelectuales en diferentes dictaduras de América Latina. Parecería ser una de tus obsesiones principales.
SS: Por cierto, hay algo que querría destacar. Cuando la revista llevaba veinticinco o treinta años, un académico hizo un análisis en una universidad suiza, de los contenidos de Hispamérica, y me preguntó si yo estaba consciente de un tema dominante, que aparecía tanto en ficción, como en poesía Le dije que no. Y la persona me dijo que había una constante: la defensa de los derechos humanos. Me resultó muy gratificante.
MS: ¿De donde viene el nombre de Hispamérica?
SS: En realidad, es en cierto modo un homenaje a Cortázar. El hablaba del idioma hispamericano. Excepto que lo hacía sin hache, y con k. A mí la k no me gusta, porque es nazi. Pero le puse Hispamérica por otra razón: porque del nombre estaba ausente la sílaba “no”. En América Latina cometemos un exceso con la palabra “no”.







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