miércoles, 19 de marzo de 2014

El inmovilismo de la fragmentación





Mario Szichman




“¿Puede el río generar nuevas aguas diferentes a las transcurridas/

o es apenas un disco roto que gira sin parar?”

Laura Cracco




     “The Founding of New Societies,” [i] un ensayo sociológico compilado por Louis Hartz, es un buen análisis del modo en que el viejo mundo creó y distorsionó al nuevo. La idea de Hartz es que existe en toda creación histórica una mutación, un retorno a las raíces, y un congelamiento de su devenir.

     La América Latina que se independiza de una sociedad feudal como la española marcha en una dirección. La América del Norte independizada de una Inglaterra inmersa en la revolución industrial avanza en otra. Cada fragmento del nuevo mundo, dice Hartz, refleja una fase de la revolución europea, junto con “el inmovilismo de la fragmentación”.


RECUERDOS DEL FUTURO


     Una refrescante aproximación a ese concepto está presente en varios textos publicados o presentados en ponencias por la profesora Carmen Virginia Carrillo. Al analizar la obra de poetisas venezolanas como Miyó Vestrini, Márgara Russoto, Carmen León Ferro, o Laura Cracco, (Ver: http://lapalabreradecv.blogspot.com/2013/11/mustia-memoria-de-laura-cracco-el.html), la ensayista señala que esas creadoras han encontrado en el desarraigo su voz más auténtica y perdurable. Esos seres extraños en tierra extraña muestran en algunos de los poemas analizados, dice la profesora Carrillo, que “El emigrante vive en el afuera y su condición es el tránsito. Si bien anhela regresar, en el fondo reconoce la imposibilidad del deseo, pues el lugar del origen ya no es el mismo”.

    Cada comunidad intenta reaccionar de manera diferente en el nuevo país. Se puede observar en los periódicos que publica, en las librerías que frecuenta, en las celebraciones donde exhibe su orgullo. Pero, en todos los casos, hay una cierta nostalgia que puede llegar a ser muy deprimente. Se puede observar, por ejemplo, en los objetos que preserva, en su música.

     Sin importar el lugar de donde provienen, esos seres transplantados son como capas geológicas de una historia que ha dejado de transcurrir en el nuevo suelo. Y eso depende de la época en que han llegado a una ciudad. Sus proyectos marcan el momento en que abandonaron sus países, en que coagularon su indagación.

     En ocasiones, recibo el boletín de una librería muy bien surtida de Manhattan. Los títulos en inglés se mantienen al día, y se esfuman con la misma regularidad con que aparecen, pues la industria editorial norteamericana necesita cada quince o veinte días vaciar las estanterías y llenarlas con novedades. Pero los títulos en español tienen la persistencia de la memoria, aluden a un pasado que resulta incomprensible para quienes siguen viviendo en los países de origen. Inclusive se puede identificar a los libreros por sus peinados de época y por sus preferencias bibliográficas. Si un uruguayo abandonó el país en la época de José María Bordaberre, a comienzos de la década del setenta, sigue teniendo en sus anaqueles Las venas abiertas de América Latina, y la narrativa de Carlos Martínez Moreno (obviamente la de Juan Carlos Onetti). Un peruano de la misma época atesora los textos de Mariátegui, y un chileno, los ensayos de Martha Harnecker. Sin importar el origen, todos los libros tienen la consistencia del hojaldre. Están mal encuadernados, pésimamente impresos, y cada una de sus páginas porta la mácula de un papel oscurecido y crepitante manchado por el ácido. Paso por alto las tertulias, que recuerdan a las sesiones de espiritismo, donde se convoca no tanto a los antepasados como a los fantasmas de los participantes, cuando eran jóvenes y tenían todo un futuro por delante, y regreso a algo más vital, al texto de la profesora Carrillo.

     La extranjería, nos dice, al aludir a las poetas estudiadas, “es percibida como condición irrenunciable. El extranjero vive en una perenne y fallida búsqueda de una patria que pueda considerar como suya, sin embargo, no logra  la conciliación en un mundo que le es ajeno, y vive en la incertidumbre de no reconocerse en  los espacios, en la lengua, en las costumbre y en las cosas”. Aquellos encargados de trasplantar las ideas de una vieja sociedad al nuevo mundo tienen dos problemas: crear una historia con los restos marchitos de cosechas extrañas, y acudir a un pasado que frena su evolución. Los emigrados parten de cero, la historia cesa de transcurrir. Aterrados por la incertidumbre de lo nuevo, los futuros colonizadores se aferran a lo perdido, a un pasado muy diferente al que abandonaron.

     El pasado de aquel que emigra a otras tierras no se despliega del mismo modo que el pasado de quien permaneció en el lugar y verifica que lo pretérito ha evolucionado como el porvenir. Nuevos textos aparecen divulgando sus diversas, contradictorias facetas. Al avanzar en la tierra de origen, la historia permite reconfigurar partes de lo antiguo. Seres invisibles empiezan a hacerse visibles. El cambio en las maneras de ver el pasado es muy perceptible en algunos países. Uno de los propósitos de las clases gobernantes es privilegiar a sus elites, y denigrar u olvidar a otras. Pero, con la movilidad social, cambia el contenido de esas clases. Allí está el caso de Estados Unidos. Cada diez o quince años son descubiertas minorías que eran invisibles para los padres fundadores. En ocasiones, les diseñan blasones. También se crean meses en que todos deben sentirse orgullosos de algo.

    Talleyrand dijo de los aristócratas que huyeron de Francia tras la revolución y retornaron luego de la caída de Napoleón: “No han aprendido nada, y nada han olvidado”. ¿Y cómo podía ser de otra manera? ¿Qué ser humano se acostumbra a vivir en un mundo que conoció en su infancia y el cual ha sido alterado hasta hacerse irreconocible?




















[i] Se trata de una antología de historia comparativa que cuenta, además, con excelentes textos de historiadores como Kenneth D. McRae, Richard M. Morse, Richard Rosencrance y Leonard M. Thompson. (Harcourt Brace Jovanovich, Nueva York, 1964).


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