sábado, 8 de marzo de 2014

La Biblia, una obra inacabada, en incesante estado de construcción.



Mario Szichman

Baruch Spinoza era "el más noble, y el más
querido de los grandes filósofos.
Tal vez era superado por otros a nivel
intelectual, pero a nivel ético, es supremo".
Bertrand Russell



Es difícil encontrar en toda la historia de la filosofía un texto como el Tratado Teológico Político de Baruch Spinoza. El mayor pecado de Spinoza, para sus nutridos enemigos, fue considerar la Biblia no un texto sagrado, sino un documento secular, un libro de historia. Y lo peor del caso, repleto de contradicciones y en ocasiones, vastamente ilógico.
Spinoza conocía los riesgos que corría con ese ensayo. El tratado fue publicado sin nombre del autor en Amsterdam, en 1670. Para evitar represalias contra el filósofo y la casa editorial, en la portada original se identificó la ciudad de publicación como Hamburgo, y al editor como Henricus Kunraht. A pesar de que Spinoza escribió el tratado en latin, pronto fue traducido a las principales lenguas europeas, y causó un escándalo tan grande que los rabinos judíos censuraron  a Spinoza. Según señala Bertrand Russell, los cristianos odiaron a Spinoza de manera tan ecuánime como los judíos. El filósofo Leibnitz, “quien tanto le debía, ocultó su deuda, y nunca dijo una palabra en su favor”. Cuando Spinoza comenzó a expresar sus dudas sobre la Biblia en el seno de la comunidad judía holandesa, le ofrecieron mil florines anuales para que encubriera sus objeciones. Tras negarse a aceptar el soborno, se lo intentó asesinar. Excluido de su comunidad, Spinoza se ganó la vida puliendo cristales y murió a los 43 años de edad, víctima de silicosis. El polvo de vidrio le destruyó los pulmones.
Volney decía que el verdadero progreso surgió el día en que la duda se hizo “examinadora” y las reglas objetivas fraguaron de manera paulatina la forma de escoger entre la verdad y la falsedad.
Spinoza decía que “si los hombres fuesen capaces de regirse de modo constante por una regla preconcebida, y si la fortuna los favoreciese con persistencia, su alma estaría libre de supersticiones”. En épocas de prosperidad, hasta los más ignorantes se jactan de su sabiduría, pero apenas son acosados por la adversidad, “piden consejo a cualquiera, y lo siguen ciegamente, por absurdo, frívolo o irracional” que sea el consejo.
Para Spinoza, los tontos consideran que Dios detesta a los sabios y que impuso la ley “no en nuestro espíritu, sino en las fibras de los animales. El idiota, el loco, el ave, son los seres que”, según los tontos, “anima con su aliento las revelaciones del porvenir”. El filósofo concluía que “la verdadera causa de superstición, es el temor. La superstición entra en el corazón humano precedida por el miedo”.
El tímido Spinoza tenía el corazón de un león al defender sus convicciones. Decía que la religión de su época había entrado en un cono de sombra pues sólo quedaba de ella: “El culto exterior, que más que homenaje a Dios es adulación, pues ha transformado la fe en prejuicios y credulidades”.
Ya por ese sólo prólogo la Inquisición española hubiera condenado a Spinoza dos veces a la hoguera. Pero ese era apenas el aperitivo. La intención de su Tratado Teológico Político era hacer un nuevo examen de las Sagradas Escrituras “y llevarlo a cabo con espíritu libre y sin prejuicios”.
Acatando ese propósito, Spinoza analizó las Sagradas Escrituras usando las herramientas de la crítica filológica e histórica. (El gran historiador francés Marc Bloch considera El Tratado Teológico Político una de las obras maestras de la crítica en esas dos disciplinas). 

LA BIBLIA: A WORK IN PROGRESS

Spinoza dice que la Biblia es una obra inacabada, en incesante estado de construcción. Ni el propio Dios fue capaz de darle un estilo coherente. (También Jehová hubiera necesitado un buen editor). Por ejemplo, las profecías “han variado no solamente según la imaginación de cada profeta y el temperamento especial de su cuerpo, sino también según las particulares opiniones que cada uno profesaba”.
      El profeta que poseía un ánimo alegre sólo profetizaba victorias, paz “y todo lo que conduce al hombre a la alegría”. En cambio, si el profeta tenía un ánimo lúgubre, pronosticaba guerras, suplicios, y todo género de desgracias. Y de ese modo, la revelación se acomodaba al ánimo de cada augur. También el estilo variaba. El profeta que residía en zonas rurales usaba en sus metáforas bueyes y vacas, si era guerrero, mencionaba generales y ejércitos, “si era un cortesano, citaba tronos”.
      El corolario de todo ello, decía Spinoza, era que “Dios carece de un estilo particular. De acuerdo al grado de instrucción y al alcance del profeta a quien inspira (Dios) puede ser  elegante o grosero, lacónico o prolijo, severo o ambiguo”.
      Pero si esos conceptos eran inquietantes, la idea que tenía Spinoza de los milagros era totalmente subversiva. El filósofo decía que los milagros no eran resultado de la voluntad divina, sino de la ignorancia humana. Cualquier evento que parece contravenir las leyes de la naturaleza, es simplemente un evento natural cuyas causas no han sido bien comprendidas. “La naturaleza de Dios y su existencia”, dice Spinoza, “no puede ser conocida de los milagros. Es mejor percibida gracias al orden fijo e inmutable de la naturaleza”. Muchos de los presuntos milagros descriptos en las Sagradas Escrituras, señala Spinoza, “y que son considerados verdaderos, son en realidad eventos simbólicos e imaginarios”. Cuando por ejemplo en un pasaje de la Biblia se dice que “Dios abrió las ventanas del cielo, la intención”, señala Spinoza, “era señalar que había llovido de manera copiosa”.
     La descripción que hace Spinoza de los milagros sugiere que el Antiguo Testamento fue el primer manifiesto populista de la historia, y se adelantó en centenares de años a toda Revolución Bonita. El filósofo dice que los narradores bíblicos, en vez de explicar las cosas “por sus causas próximas”, las presentaban en un estilo capaz de “excitar la devoción de los hombres”. Es por eso que “hablan con cierta ambigüedad de Dios y de otras cosas, pues no desean persuadir a la razón, sino sobrecoger la imaginación”.
En su intento de reemplazar la superstición por la razón, el Tratado Teológico Político es uno de los mayores logros de la ciencia histórica moderna. Escrito en un estilo claro, en un lenguaje cautivante, preciso, suavemente irónico, Spinoza hizo por la filosofía lo que Voltaire hizo por la historia. Demolió el ocultismo y la superchería de los poderosos que intentan mantener a los pueblos en la ignorancia y en la pobreza. El arsenal intelectual proporcionado por Spinoza, su crítica de las fuentes, la confrontación de los testimonios, el análisis filológico, la duda metódica, han ayudado a liberar muchas mentes. Con más pensadores de su talla, habría más honestidad, y menos comandantes galácticos ensombreciendo el destino de los pueblos.





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