domingo, 13 de julio de 2014

Culpa de la bossa nova



Mario Szichman

(Una versión resumida de este artículo apareció el 10 de julio de 2014 en el periódico Tal Cual de Caracas)
     
No hay mejor epitafio para la selección brasileña de fútbol que esta frase publicada el 12 de julio en The New York Times: “Holanda derrotó a Brasil,  3–0, para concluir en tercer lugar en la Copa Mundial, coronando un horrendo final de dos juegos en que Brasil fue superado por 10-1”.
Tal como señalé en el periódico Tal Cual, la épica derrota de Brasil frente a Alemania por 7-1, causó un milagro. El milagro es la reconversión de un amigo brasileño en un ferviente creyente en Dios. Durante décadas, mi amigo se vanaglorió de ser un agnóstico. Hasta el 8 de julio de 2014. “Hoy mi fe ha renacido”, me explicó el amigo, vía Skype. “Mi deseo era que la selección brasileña perdiera ante Alemania por escaso margen, pero que perdiera. Me contentaba un resultado de 1-0. Pero esta derrota histórica me demuestra que Dios existe. Es la peor humillación que ha sufrido la selección brasileña en toda su historia, corrobora que fue un terrible error realizar el Mundial de Fútbol, acabará con los delirios de reelección de Dilma Rouseff, y obligará a revelar un montón de chanchullos más fáciles de ocultar si conseguíamos el campeonato. Una derrota por 1-0 hubiera sido obra de la casualidad. Esta catástrofe sólo puede ser obra de la intervención divina”.
Muchos compatriotas de mi amigo brasileño parecen compartir su criterio. Y ya hay evidencias de que los habitantes de ese enorme país no piensan enfrentar la catástrofe de buen talante.
Tras concluir el partido Brasil–Alemania, circularon versiones de un atraco en masa en Rio de Janeiro, durante una fiesta de simpatizantes de la selección nacional, y en las calles de San Pablo varios fanáticos quemaron banderas brasileñas inclusive antes de finalizar el encuentro. Dirigentes políticos habían alertado sobre nuevas manifestaciones de protesta en caso de que Brasil fuese eliminado.
“Como todos los brasileños, me siento muy, pero muy triste por la derrota”, dijo la presidenta brasileña en Twitter. “Brasil, levántate”, añadió la jefa de estado, “sacúdete el polvo, ponte otra vez de pie”.
Seguramente, los brasileños le harán caso. Se levantarán, se sacudirán el polvo, se pondrán de pie y en las elecciones de octubre pondrán fin a sus ilusiones de reelección.

LA MANO EN EL BOLSILLO AJENO

Durante los preparativos para el Mundial del Cuarto Mundo, el gobierno de Brasil no perdió la ocasión de despilfarrar recursos. Los brasileños ya han perdido noción de donde vienen y hacia donde enfilan líneas férreas, cables carriles, acueductos y otros enormes elefantes blancos que hacen pasar al gobierno venezolano por un modelo de ascetismo.
Ahí está el sistema de Metro en Salvador, un faraónico sistema de transporte iniciado hace diez años, durante el boom económico. El sistema nunca entró en servicio. 
Luego, se gastaron 1.800 millones de dólares para construir un ferrocarril que debía atravesar 1.600 kilómetros de zonas áridas del país. Vastos tramos de la línea férrea Transnordestina en el noreste de Brasil, han sido abandonados. El proyecto, iniciado en el 2006, desplazó a gran cantidad de personas de sus poblaciones. El gobierno no ha pagado hasta ahora indemnizaciones por las tierras confiscadas. Los costos del Transnordestina han ascendido a 3.200 millones de dólares, y podría ser completado alrededor del 2016. O tal vez nunca.
Edificios públicos diseñados por el famoso arquitecto Oscar Niemeyer, ese genio extraterreste que creó la inhabitable ciudad llamada Brasilia, donde todo prospera, menos los seres humanos, fueron abandonados apenas concluyó su construcción.
Se erigieron costosos estadios en ciudades como Manaos y Brasilia, donde hay escasos fanáticos.  Y para llevar la malversación a la estratósfera,  el gobierno federal se dedicó a construir sistemas de transporte terrestre y ferroviario cuyo propósito inicial era llevar espectadores a los estadios. Esos sistemas fueron concebidos para ser finalizados mucho después de la conclusión del torneo de fútbol.
Gil Castello Branco, director del grupo Contas Abertas (cuentas abiertas), una organización brasileña dedicada a denunciar chanchullos administrativos, dijo: “estamos despertando a una realidad: inmensos recursos han sido despilfarrados en extravagantes proyectos. Entre tanto, nuestras escuelas públicas siguen siendo un desastre, y nuestras calles continúan contaminadas por aguas cloacales”.

PAN Y CIRCO

Tras la debacle de 2014, las autoridades brasileñas se aprestan al desastre ecológico de 2016, cuando se realizarán las Olimpíadas.
Varias de las competencias acuáticas se llevarán a cabo en la Bahía de Guanabara. Mario Moscatelli, un biólogo marino, dijo que la contaminación en la zona es para alquilar balcones. “El gobierno puede emplazar portaaviones para recolectar la basura de la bahía, y el problema no será resuelto”, indicó. “La bahía sigue siendo una letrina”. Y lo seguirá siendo. Eduardo Paes, alcalde de Rio de Janeiro, dijo a The Associated Press que la ciudad no podrá cumplir con su promesa de limpiar la bahía de Guanabara para las Olimpíadas. La promesa fue formulada en el 2009, cuando se asignó a Río de Janeiro la realización de los juegos.
Lars Grael, una leyenda de los deportes acuáticos de Brasil, quien ganó dos medallas olímpicas, dijo que en cuatro ocasiones que recorrió la bahía en su embarcación tropezó con cadáveres. Grael dijo que la bahía es “sombría, marrón, y apesta”. El medallista recomendó mudar los eventos acuáticos a otra parte de Brasil donde las aguas no estén tan contaminadas.
Sin embargo, no hay mal que por bien no venga. Por una parte, la derrota de la selección de fútbol de Brasil ha sido tan descomunal, que es imposible su repetición, al menos en nuestras vidas. Después de todo, la previa derrota descomunal de Brasil en un torneo de fútbol fue en 1920, cuando Uruguay le dio una paliza por 6-0.
Pero, lo más importante de todo es que los brasileños saben que el país necesita buscar otro rumbo. “La época del pan y el circo” se acabó, dijo Lisa Rodrigues da Cunha Saud al New York Times, tras observar el juego de Brasil y Alemania. “No necesitamos estadios. Lo que necesitamos son hospitales y escuelas”.  



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