domingo, 6 de julio de 2014

Finales felices




Mario Szichman



“Si todos los libros de Harlequin / Silhouette

vendidos en un solo día

fueran colocados uno encima del otro,

la pila tendría 7,200 metros de altura,

casi el tamaño del Aconcagua”.

Walter Kendrick, The Village Voice






¿Están las mujeres norteamericanas enamoradas de los bíceps y de los triceps? Las portadas de las novelas de romance así lo indican. El torso masculino parece esencial a la hora de atraer lectoras. O el torso es frontal, y el potencial galán aparece cubriendo precariamente sus envidiables músculos, o la zona erótica es la espalda, donde suele habitar un tatuaje monumental exhibiendo las alas desplegadas de un pájaro.

Sin embargo, es imposible burlarse del género. Las novelas románticas o bodice rippers (desgarradoras de corsés), ocupan un nicho muy especial en el campo del paperback: alrededor de un 40% del total de las ventas. Las cifras que tengo a la vista señalan que anualmente, unas 20 millones de lectoras gastan cerca de 300 millones de dólares devorando esas narraciones. Harlequin/ Silhouette –líder indisputado en la categoría romántica– junto con otra media docena de casas editoriales, publican unos 140 títulos mensuales. Se estima que la lectora promedio de novelas rosa adquiere unos 30 libros mensuales a un costo de entre 70 y 130 dólares para descubrir las escasas opciones que tiene una heroína a la hora de perder su inocencia.

El ritual de iniciación depende del logotipo. En tanto Harlequin / Silhouette y Second Chance exigen a sus autoras mostrar exclusivamente “lo que ocurre antes y después”, según dijo la agente literaria Sandra Watt, Dell autoriza a mencionar prácticas amatorias, inclusive las que incluyen las palabras más famosas de la lengua latina. “Cuando eso se muestra con decoro, nunca resulta ofensivo”, indicó una supervisora de la colección “Éxtasis a la luz de las velas” de la editorial Dell.



HOMBRES, ABSTENERSE



El campo de las novelas rosa es un matriarcado. Los narradores están excluidos, y por buenas razones. Una editora de Harlequin/ Silhouette dijo durante un seminario realizado en Chicago que los hombres suelen enviar manuscritos plagados de escenas sexuales, describen a profesionales o actrices como mujeres que han prodigado sus favores para llegar a la cumbre y hablan “muy poco del color y el aroma de los pétalos de una flor”.

En seminarios realizados en Los Angeles, Dayton, Cincinatti, Houston, Nueva York y Chicago, y cuyo promedio de asistencia es de entre 300 y 500 escritoras consagradas y en ciernes, se discuten temas como la sensualidad, la duración de los besos, su sabor (“Quiero conocer, por ejemplo, la temperatura que hay en la boca de una heroína”, dijo una editora), en qué momento están autorizados los protagonistas a hacer el amor (“Apenas surja una promesa concreta de matrimonio”, dijo Kate Duffey, fundadora de Silhouette) y si la doncellez es o no indispensable. (No siempre. En el caso de un hombre, el mejor candidato es alguien que se divorció de una mujer ligera de cascos. Sí, en el campo de las novelas románticas existe esa categoría). Cuando se trata de la mujer, es preferible una viuda con un matrimonio no consumado. Es una suerte que en las novelas románticas abunden los precipicios donde puede caer al abismo un automóvil con un flamante esposo en su interior, quien ha salido a hacer una diligencia en el viaje de retorno del registro civil, previo al encuentro con la recién casada.

            Aunque las exigencias son abrumadoras, eso se recompensa con las ganancias. Según una información aparecida en The Wall Street Journal, Silhouette, antes de su fusión con Harlequin, contaba con 250 autoras que lanzaban más de 330 títulos al año. Las escritoras más exitosas pueden producir unos cuatro libros anuales y ganar en ese lapso más de 100 mil dólares. De ahí en más, el cielo es el límite. Por ejemplo, Janet Daley ha logrado colocar en el mercado más de 100 millones de ejemplares. Sus ganancias en el último lustro superaban los 15 millones de dólares.



COMBINANDO ANSIEDADES


Aunque abundan los estereotipos en las novelas románticas, la necesidad de capturar una tajada de la torta obliga a las autoras a abrevar en distintos géneros, a movilizarse en la geografía, y a prosperar en la anatomía.

En un país donde incluso el correo se ha diversificado para enviar cartas al más allá (Afterworld Communications fundada por Adman Dennis Green en Detroit) y al más acá, pero con veneno (Anonymously Yours, de Richard Weis con sede en Indianapolis) o con dirección intencionalmente equivocada y seguro contra litigios –un telegrama con orla enlutada al padrino de una boda, un saludo de Feliz Cumpleaños a la víctimas de un tornado–, resulta fácil encontrar especies y subespecies favorables a cada ocasión sentimental. De ahí la existencia de la categoría Antigua–novela–romántico–gótica, con doncellas huyendo de una mansión incendiada por el ejército de Grant durante la guerra civil, y la Moderna–novela–romántico–gótica, en la cual la mansión es reemplazada por una góndola negra con aspecto de cenotafio y la doncella por una adolescente poseída.

También ha prosperado el género contemporáneo–démodé que popularizaron las series Dinastía y Dallas, habitado por millonarios petroleros, vampiresas morenas y rubias heroínas cuyos atónitos ojos muestran que acaban de ponerse los lentes de contacto. Y no hay que descuidar el género contemporáneo moderno lanzado al mercado por Harlequin / Silhouette en su serie “Intriga Romántica”. La pauta brindada por Harlequin a sus novelistas en ciernes indica que “Una intriga romántica es una novela contemporánea de suspenso y aventura”; “sus ingredientes esenciales son un fuerte romance, un sostenido suspenso o misterio, y la amenaza de violencia o peligro”. El tema puede tener “un giro inusual de asesinato o espionaje, aunque es mejor evitar el narcotráfico y la política, incluidos aspectos de terrorismo o secuestro político”. Por último “debe haber una satisfactoria conclusión de la intriga y un final romántico y feliz”.

En cuanto a la geografía, siguen estando de moda Australia y la Polinesia, pero han sido radiadas de servicio localidades como “El Medio Oriente, África, Cuba, Nicaragua y la India”, de acuerdo a la pauta fijada por Harlequin/ Silhouette. Inclusive Trinidad, uno de los baluartes del romanticismo, fue puesto en la lista negra: aunque se halla en el Caribe de habla inglesa, “evoca de inmediato a Centroamérica”, dijo una ejecutiva de Second Chance. ¿Y qué tal una intriga romántica en Venezuela? Hasta ahora no se han emitido guidelines sobre esa nación.

Con respecto a los hábitos sexuales, si bien las heroínas han dejado de ser vírgenes, aún continúan acatando pautas victorianas. Sandra Brown, que ha vendido varios millones de copias de sus novelas, dice que las “mujeres siguen buscando la relación ideal. Nuestras heroínas nunca saltan a la cama en la primera ocasión. Sus corazones y mentes deben ser conquistados antes que sus cuerpos”. Y Harlequin / Silhouette exige a sus autoras “poner el énfasis en el desarrollo de la relación romántica” pues “las escenas sexuales a veces afectan la tensión y el ritmo que debe mantenerse a lo largo de todo el relato”. Y ese consejo es tal vez el más sabio de todos. El famoso director de cine Frank Capra señalaba la incomodidad y molestia de los espectadores cuando los protagonistas de un filme se mostraban demasiado cariñosos. “El deseo es la clave, no la satisfacción”, señalaba Capra. “La cacería es esencial, no la captura”.

Aunque el cineasta se dirige a los voyeurs, son escasos los voyeurs con ganas de ver escenas explícitas. Para eso, prefieren alquilar películas pornográficas. “Escenas sexuales entre personas jóvenes son penosas”, decía el director. “Y entre personas mayores son absurdas, inclusive ofensivas. Cada vez que en mis películas había escenas de amor”, señalaba Capra, “las interrumpía con alguna broma para aliviar al espectador de la vergüenza que experimentaba”.



CAMBIO DE FRENTE



De todas formas, y aunque las novelas románticas se siguen vendiendo como pan caliente, las ventas han comenzado a perder impulso. Expertos del sector editorial consultados por The New York Times dijeron que las lectoras parecen haberse hartado de las tradicionales fórmulas de ficción, “particularmente cuando parecen al margen de las preocupaciones, del estilo de vida y de la imagen de la mujer de hoy”.

Es una suerte que el género de la novela romántica no descuida el interés de su público. Además de vender escapismo, fantasías sexuales y finales felices, intenta enrolar en el negocio a sus pasivas receptoras y convertirlas en activas generadoras de escapismo, fantasías sexuales, finales felices y amplias regalías. En simposios anuales, gerentes de casas editoras, escritoras famosas y agentes literarios, alientan a sus lectoras a convertirse en autoras, consultan sus gustos, analizan tendencias, elaboran guidelines y tratan de adecuar una pasión optimista a un mundo afligido, y que todos los años amenaza con derrumbarse o desaparecer.


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