domingo, 5 de octubre de 2014

Manchas temáticas: inflación y demencia



Mario Szichman


El escritor argentino David Viñas solía hablar de las “manchas temáticas” en la narración, una idea muy brillante, y muy productiva pues permite organizar el análisis de una escritura.   
Algunos críticos literarios dicen que no hablamos sino que “somos hablados”. El medio ambiente, la época en que vivimos, dictan desde nuestros pensamientos hasta su expresión final. Cuando James Joyce decía: “Ya que no podemos cambiar de país, cambiemos de conversación”, no sugería olvidarse del país, sino enfocar la conversación desde un ángulo distinto. Pues aun cuando cambiamos de país seguimos hablando de nuestro lugar de origen, inclusive si intentamos olvidarlo o lo comparamos con el nuevo lugar de residencia.  
Si hay una mancha temática que me viene obsesionando desde hace décadas es la inflación. O mejor dicho, la hiperinflación. En 1967 me fui por primera vez de la Argentina, un país que en poco tiempo más celebrará las bodas de diamante con la inflación,  y recalé en Venezuela, en ese entonces el paraíso de la estabilidad monetaria. Recuerdo un chiste que circulaba en la Argentina. Habían detenido a un funcionario público por enriquecimiento ilícito, y tuvieron que dejarlo en libertad pues la inflación se había devorado su dinero mal habido y no existía la figura jurídica del empobrecimiento ilícito.
En 1967, en Venezuela, la paridad cambiaria era de 4,30 bolívares por dólar, que se mantuvo hasta comienzos de la década del ochenta, cuando el gobierno del demócrata cristiano Luis Herrera Campins ordenó una devaluación. Ahora, con un bolívar fuerte venezolano se puede adquirir 0,158730 de dólar. La inflación anual es del 63,4 por ciento, de creer en las cifras oficiales.   
En cuanto a la Argentina, la inflación podría alcanzar en el 2014 al 35 por ciento anual, de acuerdo a Germán Fermo, del portal de economía Infobae.
En mi novela Los años de la guerra a muerte describí la manera en que el primer gobierno patrio de Venezuela fomentó, sin querer, la rebelión de los partidarios de España, y acrecentó las filas del temible caudillo José Tomás Boves al lanzar a la circulación un sucedáneo de los asignados, los billetes inventados por los revolucionarios franceses. El atributo central de ese dinero era que carecía de respaldo en metálico.
Se considera a esos billetes azules culpables directos de la llamada “rebelión de los pulperos”. Nadie quería aceptarlos pues  no valían ni la tinta con que habían sido impresos.
Y en La trilogía del Mar Dulce, especialmente en A las 20:25 la Señora pasó a la inmortalidad y en Los judíos del Mar Dulce,  me explayé en la inflación del primer gobierno peronista, que libró incesantes batallas contra el agio y la especulación y siempre salió perdiendo. (Según los peronistas, los “contreras” o enemigos del gobierno, fomentaban la inflación para que “la canalla celebrara con champán”). Siempre me resultó interesante la figura del agiotista, un personaje casi mítico del folklore peronista. Inclusive inventé un agiotista del violín. El agiotista se enteraba de que era posible un pogrom y que podría vender muchos de esos instrumentos. Le habían dicho que ningún judío aceptaba ir a un campo de concentración si no llevaba consigo un violín.  
Quizás la mancha temática de la inflación no sea tan prestigiosa como los linajes patricios, el incesto, las fracturas históricas, o esas discusiones tan interesantes sobre el ser nacional, pero a nivel narrativo es de una riqueza difícil de superar. Es como la lepra social, puede trastornar la mentalidad de un pueblo, despojarlo de su identidad, lanzarlo al vacío, facilitar la proliferación de tiranos, conducir a la guerra civil.

BORRÓN Y CUENTA NUEVA

Tras uno de esos períodos de hiperinflación, la Argentina se hundió en la dictadura militar, que hizo desaparecer a entre 8.900 y 30.000 personas. Aún no se ha llegado a un acuerdo sobre la cifra exacta. Me contaron, ignoro si será cierto, que en mercados al aire libre de Buenos Aires vendían toda clase de objetos electrónicos y ropas. Nadie sabía de donde provenían. Nadie tampoco se animaba a preguntar.  
Los militares se hubieran eternizado en el poder de no ser porque decidieron invadir las Islas Malvinas, ya que eran argentinas. Fue uno de los periódicos ataques de locura de la clase gobernante argentina. Tal vez influyó también la censura de prensa. La mayoría de los columnistas de periódicos y revistas se sumaron al coro triunfal de quienes estaban convencidos que la invasión, o la redención de las Malvinas, sería un paseo militar. Y además, estaba la prédica despectiva. Los políticos hablaban con desprecio de “El viejo y apolillado león inglés”.  Sin discusión ni crítica, el enemigo suele ser denigrado, y el adversario silenciado para que no lo consideren un traidor a la patria. Inclusive una revista, no sé si era Noticias, trazó todo el diagrama de lo que ocurriría durante la recuperación del territorio reclamado. El redactor ni siquiera presumía la existencia de muertos en los combates. Como máximo, la dislocación o fractura del pie de un paracaidista.

LA EXPLOSIÓN DEL INSULTO

¿Causa la hiperinflación un incremento en la petulancia, la arrogancia y el lenguaje cruel?  Quienes sigan las noticias de Venezuela podrían pensar que sí. El enemigo está en todas partes, causa todos los males, especialmente la escasez de productos esenciales, ha urdido cada asesinato. Según cifras de las Naciones Unidas, entre los países que no sufren conflictos bélicos, Venezuela tiene la tasa de homicidios más alta del mundo después de Honduras. Esta semana fue asesinado el diputado oficialista Robert Serra y su compañera María Herrera. De inmediato el gobierno acusó a la oposición, a la CIA, y al ex presidente colombiano Álvaro Uribe por el crimen. Pero los detalles que han surgido plantean muchos interrogantes sobre el caso. (Ver periódico Tal Cual: http://www.talcualdigital.com/Nota/visor.aspx?id=108630&tipo=ESP&idcolum=81)
El primero de octubre pasado, en un discurso por televisión, la presidenta de Argentina Cristina Fernández dijo que Estados Unidos estaba propiciando un golpe para derrocar a su gobierno. Eso incluía su posible asesinato. El periódico británico The Guardian, no precisamente un órgano de la derecha, señaló que el discurso había sido “rambling” (incoherente) y recordó que previamente, la jefa de estado argentina denunció haber recibido amenazas de muerte del ISIS (siglas en inglés de Estado Islámico de Siria e Irak ) a raíz de su amistad con el papa Francisco. En cambio, en su discurso del primero de octubre, cambió el origen del enemigo. “Si algo me ocurre, no miren en dirección al Medio Oriente”, dijo. “Miren al Norte”.
El periódico indicó que la denuncia fue formulada tras el rápido deterioro de las relaciones con Estados Unidos luego de que el gobierno de Buenos Aires incurrió en cesación de pagos en agosto.   
The Guardian también mencionó que el estado mental de la presidenta fue puesto en tela de juicio por la ex secretaria de Estado norteamericana Hillary Clinton. En el 2010, en un cable diplomático que divulgó Wikileaks, Clinton preguntó: “¿Está tomando algún medicamento para que la ayude a calmarse?”  “¿Cómo lidia con su nerviosismo y angustia?”  
La reacción de la presidenta argentina parece algo exagerada. En Venezuela la hiperinflación era un fenómeno desconocido hasta la llegada del chavismo al poder. Pero en la Argentina se ha reiterado con enorme regularidad durante los últimos 70 años. Raúl Veiga, del portal de economía Estrategas, dice que en ese lapso “la Argentina registró tasas inflacionarias anuales menores al 10% solo 14 veces”. En realidad, “En la historia económica argentina a partir de los años 40, la baja inflación fue un fenómeno excepcional”.  
Muy pocas veces la percepción coincide con la realidad. Depende del observador. Basta analizar las vísperas de cualquier episodio que concluyó en el despeñadero, ya sea la toma de la Bastilla, la batalla de Waterloo, el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria y de su esposa, en Sarajevo o el Pacto de Munich.  
Uno pensaría que guerra avisada no mata soldado. Años de inflación o de hiperinflación en la Argentina y ahora en Venezuela deberían preparar a sus habitantes. Curiosamente, eso no ocurre. Lo que suele suceder es una recurrencia de las vísperas, y del insospechado detonante.
Cuando estaba trabajando en mi última novela, me puse a revisar la historia de la República de Weimar, que abrió las puertas del nazismo. La república fue fundada tras la derrota del káiser en la primera guerra mundial, y dio sus últimas boqueadas a comienzos de la década del treinta, cuando Adolf Hitler llegó al poder.  
Se han dado muchas causas para el surgimiento del nazismo, pero es posible que sin la hiperinflación de comienzos de la década del veinte del siglo pasado el Tercer Reich no hubiera existido. Surgió como resultado puro y simple de la desesperación. Y es factible que de no existir la necesidad de un chivo expiatorio capaz de explicar de manera fácil la devastación económica, otra hubiera sido la suerte corrida por seis millones de judíos.
Leí el caso de un alemán que en su buena época había sido dueño de tres peleterías. En el 1903 compró una póliza de seguros, y la fue pagando religiosamente cada mes. Saldó la deuda veinte años después, en 1923, cuando ya la inflación se había adueñado de Alemania. Con el dinero recaudado de la póliza apenas pudo comprar una barra de pan.   
Antes de concluir 1923, el gobierno de Berlín empezó a imprimir billetes de mil millones de marcos. Un dólar equivalía a un billón de marcos. El alemán al que aludí antes fue un día a una cafetería y pidió una taza de café. El precio en el menú era de 5.000 marcos. Luego quiso tomar otra taza de café. La cuenta subió a 14.000 marcos. El mozo le dijo que si deseaba ahorrar debía ordenar dos tazas de café al mismo tiempo.   
Al desaparecer el marco como moneda confiable, los alemanes retornaron al viejo y confiable sistema del trueque. Muchos empezaron a comprar pianos, sin importar si contaban con oído musical. Los pianos eran desguazados y eran vendidos por piezas. (Por alguna razón, los pedales eran muy solicitados, también las teclas).
Personas en buena posición económica descubrieron de un día para otro que una mano invisible se les metía en el bolsillo y se quedaba con sus ahorros. Seres exasperados ofrecían diamantes, obras de arte, muebles, a cambio de oro, dólares o libras esterlinas. Se erigieron galpones donde se canjeaban  desde jabón y perfumes hasta hebillas para el cabello. No todos los productos que se ofrecían habían sido adquiridos de manera honesta. Abundaron los proveedores que se dedicaban a robar tuberías de cobre o a destornillar de puertas de calle placas de bronce donde figuraban nombres de médicos o números de casas. La gasolina se obtenía directamente de automóviles estacionados de noche en las calles. También neumáticos, asientos,  bujías,  correas del ventilador,  alternadores.  
Quienes crean que la escasez causa rebelión, deberían pensarlo dos veces. La escasez suele causar impotencia, resignación y promueve el eslogan de “¡Sálvese quien pueda!”  
Tras el colapso de la economía alemana vino su parcial restablecimiento, pero muchas personas perdieron los ahorros de toda su vida, tuvieron que empezar de cero, cundió el rencor, y en muchas ocasiones no se recuperó la honestidad previa a la inflación. En esa atmósfera donde nada asombraba, especialmente la locura o la crueldad, prosperaron los nazis. Necesitaron al menos una decena de años. El vaciamiento económico fue acompañado del deterioro moral. Era necesario encontrar el mal afuera, para no descubrirlo adentro. Un enemigo invisible les había quitado a los alemanes los ahorros de toda la vida, y debería pagar por ello. El demonio era fácil de identificar, la propaganda nazi lo mostraba en todas partes, en afiches, en la portada de libros donde se denunciaban sus vicios, en filmes, siempre con su nariz ganchuda, y un labio inferior que sugería lascivia. El mantra era que una vez se libraran de los judíos, Alemania sanaría.
Por alguna extraña razón, el ser humano siempre avizora el mal. En la mayoría de los casos llega tarde para evitarlo.

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