miércoles, 22 de octubre de 2014

Simón Bolivar, crítico literario



Mario Szichman







“Si yo no fuese tan bueno y usted no fuese tan poeta,
me avanzaría a creer que usted
había querido hacer una parodia de La Ilíada
con los héroes de nuestra pobre farsa.
Usted sabe bien que de lo heroico a lo
ridículo no hay más que un paso”.

Carta de Simón Bolívar al poeta
José Joaquín Olmedo
Cuestionando su poema Canto a Junín




Escribí hasta ahora cuatro novelas instalando a Simón Bolívar en el papel protagónico, o como su principal personaje secundario. En la última, aún inédita,  Bolívar compite con el brigadier español José Ramón Rodil por el control de las fortalezas de El Callao, situadas en las afueras de Lima. Fue uno de los episodios más crueles de la guerra por la independencia de América Latina. Unas siete mil personas, en su inmensa mayoría civiles, se refugiaron en los castillos. Al cabo de un año de asedio por parte de las fuerzas al mando de Bolívar, seis mil trescientas quedaron enterradas entre sus muros, o sus cadáveres fueron arrojados al mar, en otro de los deplorables episodios de nuestra cruel e ignorada historia.

Los grandes personajes siempre alientan a los escritores. La pasión desplegada por León Tolstoi para describir la invasión de Francia a Rusia parece robustecida por la presencia de Napoleón Bonaparte –a quien odiaba con un ardor que causa perplejidad, si se tiene en cuenta la irónica objetividad del escritor hacia otros seres tan feroces o más mediocres que el emperador de los franceses.

En relación a la figura de Bolívar, existe, creo, un parámetro distinto. Hasta donde llega mi conocimiento, no conozco muchos países donde sus gobiernos intenten resucitar fantasmas del pasado a fin de vestirlos con ropas modernas. Los argentinos siguen obsesionados con Juan Perón, pero a nadie se le ocurre implantar un gobierno sanmartiniano. Dudo, además, que algún dirigente del PRI quiera hacer circular en México un émulo del cura Hidalgo.

Es una pena que el presidente Hugo Chávez Frías haya remodelado el culto a Bolívar para hacerlo a su imagen y semejanza. Inclusive su curiosa idea de revolución recibió el aditamento de “bolivariana”.

Hay frases que parecen esculpidas en piedra. Una de ellas es la de Carlos Marx al enunciar en El 18 Brumario de Luis Napoleón Bonaparte que “La historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa”. El filósofo alemán atribuyó la frase a Hegel, aunque es de su exclusiva creación. En su espléndido prólogo al ensayo,  Marx decía que “Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio”, sino en eventos que transmite el pasado. “La tradición de todas las generaciones muertas”, expresaba, “oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos”.

De la misma manera en que Lutero se disfrazó de apóstol Pablo, decía Marx, Cromwell y los ingleses buscaron en el Antiguo Testamento “el lenguaje, las pasiones y las ilusiones para su revolución burguesa”.

En el caso de Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón Primero, su golpe de estado de 1851 no sirvió para glorificar las nuevas luchas, sino como una excusa “para parodiar las antiguas”. Luis Napoleón, señalaba Marx, era “un aventurero que esconde sus vulgares y repugnantes rasgos bajo la férrea mascarilla de muerte de Napoleón”.

Contrastar a los dos Napoleones, como hizo Marx, tal vez evitó que algunos políticos sintieran la tentación de equipararse con sus próceres. Recién al final de su dictadura, y cuando ya el Ejército Rojo merodeaba en Berlín, Adolf Hitler se animó a favorecer paralelos con el rey Federico de Prusia. 
Chávez fue diferente. Desde el comienzo quiso emular al Libertador, y aquellos a quienes el periódico Tal Cual bautizó con expresión feliz de “jalabolivarianos”, se unieron a la empresa de considerar al popular presidente como el alter ego de Simón Bolívar. Chávez aceptó agradecido el reto. Lo que siguió después no hay narrador que pueda emularlo.

El escritor Augusto Roa Bastos solía decir que si Kafka hubiera nacido en el Paraguay, sería considerado un costumbrista. El realismo mágico de Gabriel García Márquez suena chatoe inconvincente a la hora de perfilar un jefe de estado venezolano que manda desenterrar los restos del prócer máximo, pues está seguro de que fue envenenado con arsénico por la oligarquía colombiana, y es su intención descubrir a los criminales. (Los restos de muchos seres humanos, al cabo de algunos años, muestran sedimentos de arsénico, especialmente en el cabello y en las uñas. No es obra de la oligarquía colombiana sino de la naturaleza, y de ciertos tipos de suelo).

Obviamente,  si un jefe de estado quiere resurgir con los atributos de un prócer enfrenta un problema: invita a la comparación. Y para que ésta sea eficaz, es ineludible convertir a la memoria colectiva del país en una fábula sin nexos con la realidad o, como decía Cervantes, en una “historia sabida de los niños, no ignorada de los mozos, celebrada y aun creída de los viejos, y, con todo esto, no más verdadera que los milagros de Mahoma”.

Pese a que la historia actual de Venezuela está repleta de episodios sórdidos, desagradables, conmovedores, tristes e ingratos, un magma con el cual es factible construir una excelente narrativa,  tiene un problema: existe una farsa que todo lo contamina, hasta en los eventos más siniestros. No es la historia contada por un idiota, llena de sonido y furia, sino una telenovela que tiene como protagonista al Joker, el peor enemigo de Batman. Es preferible, por lo tanto, retroceder en el tiempo, pasar de la farsa a una tragedia animada por personajes que, como dicen en estas tierras Are bigger than life, esto es, monumentales. Es mejor que concentrarse en gigantescos pigmeos políticos cuya única tarea consiste en sembrar la ruina.



EL BOLÍVAR QUE AMO



No me pidan que les explique mi admiración por las batallas que ganó Bolívar –fueron muy pocas, y Marx no estaba muy alejado de la realidad cuando repitió, con Manuel Piar, la acusación de que era “El Napoleón de las retiradas”– o su genio político. El hecho de que ya antes de su muerte se disolviera la confederación de repúblicas que intentó crear, o su amargura ante el páramo que abandonaba, muestra a un líder desesperado y desesperanzado. “La América es ingobernable para nosotros”, le dice al general ecuatoriano Juan José Flores. “El que sirve una revolución ara en el mar. La única cosa que se puede hacer en América es emigrar. Este país caerá infaliblemente en manos de la multitud desenfrenada, para después pasar a tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas. Devorados por todos los crímenes y extinguidos por la ferocidad, los europeos no se dignarán conquistarnos. Sí fuera posible que una parte del mundo volviera al caos primitivo, este sería el último período de la América”.

A Bolívar lo pueden acusar  de muchas cosas, entre ellas de que entregó generales patriotas a los españoles (Francisco de Miranda) o que mandó fusilar a jefes militares que le hacían sombra tras juicios amañados (Manuel Piar, el general Córdoba, el almirante Padilla), pero al menos no se mentía. Se quemó en la llama de la guerra por la independencia, entró muy rico –era quizás el mantuano más rico de la Gran Colombia– y murió con exactamente una camisa ceñida al cuerpo. Es el héroe más antiheroico que haya dado América Latina, cargado de defectos que son en parte sus virtudes, pues fue humano, demasiado humano, nada acartonado o bolivariano. Tal vez lo condenó su exceso de inteligencia, su profunda aristocracia. Podía ser muchas cosas, pero no un nauseabundo populista. Cuando alguien le señaló que una política de halago a las “castas” pondría en peligro los intereses de los propietarios, Bolívar le respondió: “No tema usted por las castas; las adulo porque las necesito: la democracia en los labios y la aristocracia en el corazón” . (Me pregunto cómo harán los historiadores bolivarianos para torcerles el cuello a esas palabras a fin de que signifiquen exactamente lo contrario y exhiban a Bolívar como un jefe proletario).

Bolívar es como la muralla china revisada por Kafka. Podríamos hacer un parafraseo y decir que es tan grande que ninguna leyenda se aproxima a su grandeza, pero su gloria está cargada de sordideces, de una incómoda humanidad. Y al mismo tiempo de un juicio tan agudo, tan malévolo, que tal vez contribuyó a destruir sus ambiciones frente a seres carentes de grandeza política, como José Antonio Páez o Francisco de Paula Santander. (Los verdaderos padres fundadores de esas entidades políticas que hoy conocemos como Venezuela y Colombia).

Si el lector desea adentrarse un poco más en el otro Bolívar, el admirable Bolívar, debe revisar simplemente sus cartas al poeta Juan José Olmedo, degustar la ironía y el buen gusto con que criticó su Canto a Junín.

Marcelino Menéndez y Pelayo, uno de los ensayistas españoles más reaccionarios, y al mismo tiempo uno de los más honestos y de pluma muy sagaz, tras renegar de la independencia latinoamericana y de sus líderes, tuvo que rendirse admirado ante Bolívar, ante sus críticas literarias, que inclusive mejoraron el largo poema. (Un crítico colombiano consideró infrecuente que el héroe a quien está destinado una oda pueda corregirla de su puño y letra. Un poco como si Aquiles se hubiera encargado de revisarle a Homero las estrofas de La Ilíada). Menéndez y Pelayo agregaba que el intercambio de opiniones entre Bolívar y Olmedo permitió ver “cómo el hierro al salir de la fragua iba depurándose de las escorias”. 

Bolívar, que según se trasluce por sus cartas, “era hombre de muy buen gusto y de no vulgar literatura”, dice Menéndez y Pelayo, arremetió “contra la ilusión local del patriotismo americano”, y señaló todos los lunares que afeaban El Canto a Junín. La introducción le pareció rimbombante, muchos versos le resultaron prosaicos y vulgares, o simples renglones oratorios.

No olvidemos que el épico poema tenía como propósito exaltar la gloria de Bolívar. Pero el Libertador pudo frenar a ese magnífico poeta y primer jalabolivariano llamado Olmedo. Tenía demasiado sentido del buen gusto, de la ironía y de las proporciones para aceptar la lisonja.

“Usted abrasa la tierra con las ascuas del eje y de las ruedas de un carro que no rodó jamás en Junín”, le reprochaba Bolívar a Olmedo. “Usted se hace dueño de todos los personajes: de mí forma un Júpiter, de Sucre un Marte, de La Mar un Agamenón y un Menelao, de Córdoba un Aquiles, de Necochea un Patroclo y un Ayax, de Miller un Diomedes y de Lara un Ulises”.

Y precisaba luego: “Usted, pues, nos ha sublimado tanto, que nos ha precipitado en el abismo de la nada, cubriendo con una inmensidad de luces el pálido resplandor de nuestras opacas virtudes. Así, amigo mío, usted nos ha pulverizado con los rayos de su Júpiter,  con la espada de su Marte, con el cetro de su Agamenón, con la lanza de su Aquiles y con la sabiduría de su Ulises. Si yo no fuese tan bueno y usted no fuese tan poeta, me avanzaría a creer que usted había querido hacer una parodia de La Ilíada con los héroes de nuestra pobre farsa. Usted sabe bien que de lo heroico a lo ridículo no hay más que un paso”.

Y añadía Menéndez y Pelayo: el hecho de que Bolívar hubiera conservado “tan buen sentido después de haberse hecho árbitro de su continente, vale casi tanto como haber triunfado en Boyacá, en Carabobo y en Junín”.

Bolívar poseía la grandeza del hombre superior (No se engañen, no todos los hombres o mujeres son iguales). Al final de su carta le pedía disculpas a Olmedo por las críticas. “Perdón, perdón, amigo”, le decía, “la culpa es de usted que me metió a poeta”. Y se despedía luego como “su amigo de corazón”.

Me imagino la humillación y la burla que hubiera infligido doscientos años después el comandante eterno a quien hubiera incurrido en su disgusto por no formular la adulación exacta.

Venezuela, mi querida Venezuela, la pobre Venezuela, está padeciendo ahora una remodelación del culto a Bolívar para hacerlo a imagen y semejanza de Hugo Chávez Frías. Su plan,  que nunca ocultó, era convertirse en el segundo Bolívar de la historia. Sus devotos acólitos intentan convencernos de que ya es el segundo Bolívar venezolano.  Es de presumir que si la cosa sigue así, en algún momento se convertirá en el primero. La historia surge primero como tragedia,  luego como farsa, y finalmente como una farsa trágica.






1 comentario:

  1. Mario:

    Me he quedado pensando en la novela de Bolívar que aun está inédita.¿Tienes pensado publicarla? Siempre he pesado que La Trilogía de La Patria Boba, será una eterna obra incompleta. Quizá por la nostalgia que inspira las novelas bien escritas sobre la historia de tu país y que, nunca, queremos que se concluya.

    Un abrazo gigante!

    ResponderEliminar