domingo, 14 de diciembre de 2014

Erna Pfeiffer: Una antología en alemán de autores judeo-argentinos regados por el mundo


   
Mario Szichman



    Mit Den Augen in Der Hand, una antología de autores judeo-argentinos cuya edición estuvo a cargo de la profesora Erna Pfeiffer, fue publicada en fecha reciente por la editorial austríaca Mandelbaum. En ella figuran excelentes novelistas, cuentistas y poetas como Alicia Steimberg, Andrés Neuman, Luisa Futoransky, Alicia Dujovne Ortiz,  Sara Rosenberg,  Manuel Fingueret,  Susana Szwarc, Liliana Lukin, Reina Roffé, Alicia Kozameh, Mario Goloboff, Mario Satz, Diana Raznovich, Perla Suez, Sergio Chejfec y Ana María Shua.
     Me resulta difícil pensar en una persona más inteligente, perspicaz y sabia que Erna Pfeiffer para la concreción de una tarea como la que llevó a cabo. Fue, hasta hace poco, titular de Literatura Hispánica en el Departamento de Filología Románica de la Universidad “Karl Franzens” de Graz.
     Entre sus numerosos libros figuran: Estructura literaria y referencia a la realidad en la novela de la violencia colombiana; EntreVistas: Diez escritoras mexicanas desde bastidores; Aves de paso. Autores latinoamericanos entre exilio y transculturación (1970-2002) y Alicia Kozameh: Ética, estética, y las acrobacias de la palabra escrita. Ha publicado, además, más de cien artículos en revistas y libros.
     Mit Den Augen in Der Hand fue lanzada en la apertura de la Feria del Libro en Fránkfurt, el pasado 8 de octubre. Hubo también presentaciones del libro en Salzburgo, Innsbruck, Berlín, Viena y Graz.
     Según nos informó Erna en un reciente correo electrónico,  a principios del 2015, probablemente a tiempo para la Feria del Libro en Leipzig (12-15 de marzo), saldrá un segundo libro, en las ediciones del PEN-Club de Viena, con las traducciones de las versiones completas de las entrevistas hechas a los autores.
     En la antología, Erna Pfeiffer incluyó un fragmento de mi novela A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad, que en su versión en alemán se titula Um 20.25 ging Evita in die Ewigkeit ein. La novela tiene para mí una significación muy especial. Mientras vivía en Caracas la envié a un concurso convocado en 1979 por Ediciones del Norte, de Hanover, New Hampshire, Estados Unidos. Lo gané, y con el dinero obtenido decidimos en 1980, con mi esposa, Laura, mudarnos a Nueva York. Su título ha sufrido vaivenes. En su edición inglés fue rebautizada At 8:25 Evita Became Immortal. También la edición en alemán instala el nombre de Evita. Pero en castellano era redundante mencionar a Evita. La única señora que se murió en la Argentina a las 20:25 era Eva Duarte de Perón. De ahí que el título original fuese A las 20:25 la señora entró en la inmortalidad. La versión corregida y aumentada, a cargo de la profesora Carmen Virginia Carrillo (y muy superior a la de 1980) no hizo entrar a Evita en la inmortalidad, sino que la hizo pasar. Cuando la escribí, no existía el internet, y no sé si por dificultad o por flojera, no visité una hemeroteca en Caracas donde tenían periódicos de mediados de 1952 en que se aludía al fallecimiento de la primera dama. Temí perder muchos días revisando los diarios a fin de encontrar la célebre frase que un locutor repetía puntualmente todas las noches: “Son las 20:25, hora en que Eva Perón pasó a la inmortalidad”. Los regímenes autoritarios son muy proclives a la fastidiosa reiteración.
     A las 20:25 ocupa un sitio muy especial entre mis novelas. Ha sido una divisoria de aguas. Tras su lanzamiento, en 1980, pasé los siguientes veinte años escribiendo, sin tener posibilidad alguna de publicar. Pude emerger de la sequía en el 2000 cuando publiqué Los papeles de Miranda en Ediciones Centauro de Caracas. A partir de ese momento, todo cambió. Especialmente, mi idea de la narrativa. No solo he alterado mi temática, sino mi manera de escribir. Me he desprendido de ciertos mitos que creo traban la creatividad. Me he liberado de un pasado excesivamente restringido. Pongo a mis personajes a recorrer lugares que nunca visité, los hago enamorarse de seres que no figuran en mi canon literario, y como ese personaje de Moliere, que se enteró asombrado que los seres humanos hablan en prosa, descubrí la pasión amorosa. Aunque esa pasión figuraba en todas mis novelas, era de pura casualidad. Ahora es absolutamente intencional. Como la muerte.
     El fragmento que van a leer, de A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad, fue uno de los elegidos por Erna Pfeiffer para su ejemplar antología. Sus personajes pertenecen a un pasado muy remoto con el cual recién ahora empiezo a reencontrarme.
M.S.
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revelaciones

     Itzik decidió vengarse de la familia y fallecer mucho después de lo pronosticado en las radiografías. Y como sus parientes no podían dejarlo morir antes de encontrar una foto para su lápida, pues de lo contrario causarían sospechas, Itzik hizo una escrupulosa requisa de todos sus retratos, inclusive uno que le habían tomado al año de edad, recostado sobre una alfombra y con la cola al aire.
     Una vez cumplida la tarea, Itzik se sintió más animado y se aprestó a congelar todas sus actividades. Nunca le había afligido el estado de vida latente, excepto a la hora de la comida, y apelando al método de tensión dinámica fue excluyendo palabras de su cuerpo, dejó que sus recuerdos se disiparan como el tostado en una cara, y por último, se quedó tieso.
     Dora vigilaba a Itzik desde el dormitorio de Rifque, su difunta hija. En su mano dere a el telémetro que su hermano Jaime había traído de una gira por Mendoza. Se trataba de uno de esos enseres inútiles que rubricaban la afinidad de Jaime con los oficios autoritarios. Pero en esa ocasión, el telémetro resultaba útil para medir la inmovilidad de Itzik.
     Cada tres horas, Dora alzaba el telémetro y hacía mediciones. Al cabo de un día, cuando Dora se persuadió de que Itzik no estaba haciendo teatro, convocó a una junta familiar.
    La reunión se hizo en el dormitorio. Dora tapó el ataúd de Rifque con un mantel bordado y se sentó en la cabecera. Al alcance de su mano había puesto una maquina de rociar insecticida que llenó de lavanda Atkinsons. Cada vez que el olor de la muerta desplazaba el resto de los olores, Dora activaba el émbolo.
Jaime y Natalio estaban barbudos por el luto y Salmen, que se las quería dar de piadoso, se había rociado ceniza en la cabeza y tenía el saco hecho jirones.
     –Esto ya es demasiado–se quejó Jaime al observar la cabeza de Salmen.
     –Otros se olvidan de las tradiciones–dijo Salmen. – Pero no es mi caso.A mamá la velamos en el suelo. Y papá se rompió la ropa, por respeto a mamá. Papá tenía las uñas comidas por los nervios, ¿te acordás, Dora? Y hubo que ayudarlo a romper el caftán. Yo y Menajem tuvimos que hacer fuerza para romperle el caftán. Yo tirando de un lado, y Menajem tirando del otro. Era el único caftán que tenía papá. Pero tuvimos que romperlo. Por respeto a mamá.
     –Sí, ya sé que fuimos muy pobres en Egipto–dijo Jaime fastidiado.
   –No, eso pasó cuando fuimos pobres en Polonia–dijo Salmen. –En pleno invierno. Y si papá pudo hacerlo, yo también. Y vos, Natalio, no es por reprocharte, pero también podrías echarte un poco de ceniza en la cabeza.
    –Me quedé sin ceniza desde que abandoné el vicio de fumar–comentó Natalio haciéndose el sarcástico, aunque su estómago estaba contraído por la angustia, desde esa vez en que la ráfaga de aire lo había puesto de rodillas y le había ordenado jurar, por lo más sagrado, que antes de volver a fumar, se amputaría las manos.
    –Vos y tus ironías–le reprochó Salmen a Natalio. –Y a vos, Jaime, no te digo nada porque parece que eso de echarse un poco de ceniza en la cabeza no es muy de católicos.
    –Puedo destrozarme la ropa–le dijo Jaime enojado. – ¿Te conformás si me destrozo la ropa?
   –Yo sólo cumplo con la tradición–dijo Salmen. –Lo hago porque así me educaron. Por cierto, antes de empezar la reunión les voy a leer algo: “Al principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra estaba confusa y vacía. Las tinieblas cubrían todo el abismo”.
   –¿Pensás contarnos la Biblia desde el comienzo de la creación?– preguntó Jaime.
    –Claro, vos querés llegar a toda velocidad a la parte del bastardo y de la cruz. Pero vas a tener que esperar, mijito–añadió Salmen. –Nosotros tenemos historia desde mucho más atrás. Ya vamos por los cinco mil setecientos años y pico. Los goim (gentiles) apenas si pasaron los mil novecientos y tantos. Cuando ellos van, nosotros ya volvimos dos veces.
    –Qué vas a comparar–le dijo Jaime. –Los goim piensan en el futuro. En cambio nosotros andamos como el cangrejo. El otro día leí que Sansón nació en el año setecientos treinta antes de Cristo, y se murió en el seiscientos noventa y cinco. ¿Cómo es posible que fuese más joven al morir que cuando nació? Fijate en cambio lo que pasó con Cristo. Murió en el año treinta y tres después de Cristo.
    – ¿Y cuando nació?–preguntó Salmen.
   –Habrá nacido en el año cero– titubeó Jaime. – ¿No dicen de alguien que cumple treinta y tres años que tiene la edad de Cristo? Con más razón Cristo. Entonces, treinta y tres años después de Cristo, que es cuando se murió, menos treinta y tres, te da exactamente cero.
    – ¿Y eso te parece muy inteligente?– le preguntó Salmen. –Siempre hay que nacer en algún año.
     –¿A quién le interesa en qué año nació Cristo? Como decía mamá: Er nicht gestorben, nicht geflogen (Ni resucitó, ni voló). –volvió a ironizar Natalio.
Su función en la estructura familiar era hacerse el sardónico, porque en su juventud había coqueteado con el socialismo.
     –Creí que nos habíamos reunido por problemas más graves–dijo Dora.
    –Si estamos reunidos aquí–rebatió Salmen–es gracias a que ya no estamos en Egipto.
    Esto parece el cuento de la buena pipa– se quejó Natalio. –¿Empezamos o no empezamos?
   –Si no me dejan leer del Génesis, al menos déjenme romperme un poco la ropa para mostrar lo religioso que soy–le dijo Salmen a Natalio. –Vos, Natalio, tirá de la solapa, que yo la sostengo.
    –Aquí tenés la tijera– le dijo Dora tendiéndole una tijera dorada.
Natalio cortó un trozo de solapa con la tijera y la siguió desgajando con la mano.
   –En el suelo nos sentábamos y llorábamos– dijo Salmen velozmente, temiendo que lo interrumpieran. –Y eso porque fuimos esclavos en Egipto.
    –Está bien, acepto. Fuiste esclavo en Egipto–concedió Jaime. –Pero no yo. Yo pertenezco a otro linaje. Yo soy argentino hasta la muerte. Vos amarás a Moisés, que los llevó a la tierra prometida, pero yo sólo amo al almirante Brown.
   –También sufrimos el Holocausto–le recordó Salmen. – ¿Cómo entra el almirante Brown en el Holocausto?
   –No hay manera de que el almirante Brown entre en el Holocausto. ¿Cómo vamos a amar al almirante Brown si sufrimos el Holocausto? La única manera de amar al almirante Brown es no haber sufrido el Holocausto. ¿Qué argentino de pura cepa se va a preocupar al mismo tiempo por el Holocausto y por el almirante Brown? Hay prioridades. Elegí. Ni se te ocurra mencionar el Holocausto cuando hables del almirante Brown. Eso es de ordinarios.
    –También tenemos la torre de Babel–le recordó Salmen.
   –La torre de Babel no la construyeron en la Argentina–le recordó Jaime.–Y ustedes viven en la Argentina. Olvídense de todo lo que sea foráneo. Aquí hay tango, aquí hay pebetas de arrabal.
   –Y vos, Natalio ¿no tenés nada que decir?–increpó Salmen a Natalio.
Natalio carraspeó, se acomodó los anteojos para mostrar su espíritu crítico, y dijo que si bien respetaba las tradiciones judías, nunca lo había convencido eso de la circuncisión. Cierta literatura científica ligaba la circuncisión con el síndrome de la castración, aunque necesitaba examinar el tema con más detalle.
   –¿No se dan cuenta de lo macabro que es todo esto?–les reprochó Jaime. –Cuando no se trata del Holocausto, se trata de la circuncisión. ¿Qué es eso de que un moil (encargado de la circuncisión) use su bisturí con un bebé de ocho días? Yo nací en Buenos Aires. Aquí hay cortes y quebradas, la costurerita que dio aquel mal paso, y lo peor de todo, sin necesidad, y el malevo Muñoz, y los estudiantes que enamoran a hermosas grelas, y milongueros que hacen triunfar el tango en París.
   –Hay cosas mucho mejores que el tango. Nosotros tenemos canciones litúrgicas que te ponen la piel de gallina–le dijo Salmen.
    –No hay nada como el tango para ponerte la piel de gallina–le dijo Jaime.
   –¿Pero no te das cuenta que el tango es de gente baja?– le dijo Salmen. –Si hasta lo silban. ¿Vos escuchaste alguna vez que silbaran una canción litúrgica? Y fijate lo que dicen las letras de tango. O está la sirvienta traicionando a garufa con el mejor amigo, o está el mejor amigo traicionando a la sirvienta con garufa. Todo es así entre los goim.
    –¿Por qué seguís tirándote del saco?– le preguntó Jaime a Salmen.
   –Necesito romper un poco la parte de atrás. Si no, la expiación no es completa.
     Jaime le arrancó a Dora la tijera dorada, y comenzó a trasquilar la parte de atrás del saco, arrancándole dos lonjas, mientras explicaba que era necesario primero armar toda una infraestructura católica para borrar el pasado judío y crear un pasado católico. De esa manera, podrían traer un médico de rancia estirpe a la familia, que se encargaría  de firmar el certificado de defunción de Rifque. Era la única manera de enterrar a la sobrina. No podian mantenerla en la casa todo el tiempo que durara el funeral de La Señora.
    Cuando Jaime observó que Salmen volvía a manosear el saco, le pidió permiso para acelerar el trámite. Se consideraba un miembro activo de la Nueva Argentina, donde, como había enseñado el general, mejor que decír era hacer, y mejor que prometer era cumplir.
–Si querés seguir rompiéndote el saco– se ofreció solícito – yo lo voy a hacer. Dejame que te rompa otro pedazo. Todo sea por la paz familiar–. Con la fuerza que lo caracterizaba, Jaime arrancó la manga derecha del saco que lucía Salmen… Y al rato se le encendió la lamparita.
   –Ese saco tiene cara conocida–le dijo a Salmen.
   –Sí, claro que tiene cara conocida. Las veces que lo habrás visto.
   –¿Hace mucho que lo compraste?
   –¿Comprarlo?–se sorprendió Salmen. –Pero si es tuyo. ¿No te acordás
que me lo prestaste para ir a lo de Tajmer?




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