domingo, 12 de abril de 2015

Miss Lonelyhearts, o La señorita corazones solitarios. ¿Quién puede igualar a Nathanael West?


Mario Szichman



Las novelas de Nathanael West, cuatro en total, nunca ingresaron a la categoría de “out of print.” Su magra producción, que consta de The Dream Life of Balso Snell, Miss Lonelyhearts, A Cool Million y The Day of the Locust, se reimprime con persistente frecuencia.
Mark Twain es el primero de los grandes American originals en un panteón donde brillan personajes como Ambrose Bierce, H.L. Mencken, William Faulkner, Francis Scott Fitzgerald o Jim Thompson. Pero se trata de americanos originales con ancestros también americanos; sus raíces son profundas y de difícil remoción. En esa pléyade, Nathanael West otro de los grandes American originals, sobresale por su precariedad y su falta de raíces. Todo en West es fugaz, sus orígenes, aunque de larga data, son brumosos, y su entorno parece haber sido diseñado por un escenógrafo de Hollywood.  
West se llamó originalmente Nathan Weinstein. Era hijo de Anna y Max, judíos rusos que huyeron de Europa a fines del siglo diecinueve. Nació en 1903 en Nueva York, y murió en diciembre de 1940, a los 37 años de edad. Tenía fama de “conductor homicida”, algo que confirmó el día de su muerte. Cuando regresaba con su flamante esposa Eileen McKenney de un viaje a México, ignoró una señal de tráfico en una intersección en El Centro, California, y estrelló su vehículo contra un automóvil en que viajaba una familia. West y su esposa murieron en el accidente. Los restos de West se hallan enterrados en Mount Zion, un bello cementerio de Queens, Nueva York. Las cenizas de su esposa fueron colocadas en su ataúd.
Si destaco ese detalle es porque había una premonición de catástrofe y un terrible deseo de muerte en toda la producción literaria de West. El narrador no solo se interesó en el cristianismo, sino que se apasionó por las experiencias místicas. Nunca le interesó la narrativa de sus contemporáneos, posiblemente con la excepción de Scott Fitzgerald, y sentía un profundo desprecio por las excelentes narradoras norteamericanas de su época, como Willa Cather o Dorothy Parker. Prefería a los surrealistas franceses y a los poetas y narradores británicos e irlandeses de fines del siglo diecinueve, especialmente a Oscar Wilde, aunque es evidente que leyó en profundidad a satíricos como Juvenal, y a Luciano de Samosata, seguramente su Viaje del mundo.
Su obra maestra Miss Lonelyhearts combina la sátira con una visión del mundo terriblemente pesimista. Es una amalgama perfecta, posiblemente aprendida en algunos de los doctores de la iglesia, que combinaban la obscenidad con las amenazas del infierno.
La señorita corazones solitarios de la novela es un cínico periodista del diario neoyorquino Post Dispatch cuya tarea es responder a cartas de seres afligidos que tratan de encontrar algún tipo de salvación en sus torpes vidas. Tal vez el tema central de la novela se halla en esta frase: El periodista “recibía diariamente más de treinta cartas, todas ellas similares, estampadas en la masa del sufrimiento con un molde en forma de corazón, de esos utilizados para hacer galletas”.  
West descubrió temprano la manera de convertir lo efímero en perdurable usando los mecanismos de una sociedad como la norteamericana, basada justamente en una constante reinvención cuyo único propósito es mover las ruedas del comercio. El periódico donde trabaja Miss Lonelyhearts aprovecha las columnas del correo del corazón para acrecentar su circulación, del mismo modo en que el Hollywood de The Day of the Locust es una inmensa fábrica de sueños, que obtiene inmensas sumas de dinero en base a una fórmula indestructible: finales felices basados en el triunfo del amor y de la justicia. 
En Miss Lonelyhearts (qué golpe de genio que el protagonista, un hombre, sea conocido en toda la novela como la señorita corazones solitarios) los únicos personajes de carne y hueso son aquellos que envían cartas a la redacción del diario. Miss Lonelyhearts no es un ser humano, es apenas una postura histriónica. Adopta modales que lo van transformando en el individuo que siempre anheló ser: Jesús. Su jefe, Shrike, (en español alcaudón, un ave similar al halcón) le impone al encargado del correo sentimental una serie de normas para que consuele a sus lectores. Un día, el tema es el arte. “El arte es la manera de lograr una salida”, le dice Shrike a la señorita corazones solitarios cuando éste se halla paralizado por la falta de inspiración. “No aceptemos que la vida nos abrume”,  le dicta Shrike a su empleado. “Cuando los viejos senderos están atosigados con el detritus del fracaso, busque senderos nuevos y frescos. El arte es ese sendero. El arte es un destilado del sufrimiento”.
¿Cómo explicarle esas sencillas verdades a una señora que firma su carta: “Harta de todo”? La señora tiene buenas razones para estar harta, sufre terriblemente de los riñones. “Pero mi marido cree que ninguna mujer puede ser una buena católica si se niega a tener niños, aunque padezca terribles dolores”. La señora harta de todo ha tenido ya siete niños en 12 años. Los médicos le han dicho que no puede seguir procreando debido a sus afecciones renales. “Y mi marido prometió que no habría más niños”. Pero apenas la señora retornó del hospital “mi esposo rompió la promesa y ahora voy a tener otro bebé. No puedo soportar el dolor en los riñones, y estoy enferma y asustada pues no puedo someterme a un aborto, ya que soy católica y mi marido es muy religioso”. ¿Podrá la señorita corazones solitarios darle un buen consejo a esa señora harta de todo?
Después está una joven que firma sencillamente “Desesperada”. Tiene 16 años, “y aunque bailo bien, y tengo una buena figura, y mi padre me compra bellos vestidos”, ningún adolescente la invita a salir, pues carece de nariz. “Tengo un gran agujero en la mitad de mi rostro que asusta a todo el mundo. Inclusive yo me asusto”. La señorita desesperada no sabe qué hacer con su vida. ¿Tal vez cometer suicidio? 
En esta ocasión, el señor Shrike señala la necesidad de disuadir a la remitente de la carta, y le indica a su reportero: “Recuerda, por favor, que tu tarea es acrecentar la circulación del diario. Es razonable suponer que el suicidio afecte ese propósito”.
Y también está el adolescente que firma Harold S. Él no tiene problema alguno, pero sí su hermana Gracie, de 13 años de edad, “pues algo muy feo le ocurrió y tengo miedo de contarle a mi madre”.  Gracie es sordomuda y se la pasa jugando en el techo de su casa. Pero “la semana pasada un hombre se subió al techo y le hizo algo sucio… Temo que Gracie vaya a tener un bebé. Puse mi oído en su estómago durante mucho tiempo para ver si podía oír al bebé, pero no pude. Si le cuento a mi mamá lo ocurrido golpeará a Gracie sin misericordia, pues yo soy el único que quiere a Gracie”.
¿Ayudará el arte preconizado por el señor Shrike a curar tanto sufrimiento?
Miss Lonelyhearts es una novela corta, y perfecta, donde el trasfondo pasa al primer plano, en tanto los personajes en primer plano, aunque muy reales, parecen caricaturas al cotejarlos con esos seres de papel que cuentan sus tribulaciones en cartas. (El protagonista dice de una de sus amigas que “parece hablar en titulares”).
A medida que avanza la narración, esas voces incorpóreas van apoderándose de la trama, y los seres reales suenan apenas como ecos de esas desventuras.
Es difícil imaginar textos de tanta belleza y de tanta aflicción. Una de las peculiaridades de esas cartas es la elaborada manera en que distintas personas nos cuentan sus avatares en distintos estilos.  (Uno de los pocos narradores norteamericanos que logró hazaña similar fue Jim Thompson en The Criminal).
Al acercarse al final, las figuras centrales van perdiendo su carnalidad y se convierten en portavoces de una tragedia americana. Una tragedia donde Miss Lonelyhearts acepta con gratitud convertirse en el cordero del sacrificio. Su muerte es tan siniestra, tan torpe como la que acabó con la vida de West y de su esposa. La corta vida del narrador parece también estampada, de manera indeleble, en la masa del sufrimiento, con un molde en forma de corazón, de esos utilizados para hacer galletas.


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