Mario Szichman
Hersh
durante una entrevista en Vietnam del Norte en 1972, tres
años después de
divulgar la matanza de My Lai.
La historia nunca se escribe hacia adelante, siempre se cuenta para atrás. Y
cuando se trata de una historia manipulada, se multiplican los libros intentando
desentrañar la verdad. Primero tenemos the
breaking news, la noticia de último momento, y luego aparecen las
conjeturas, las versiones contradictorias, y en ocasiones, las mentiras
flagrantes.
El senador norteamericano
Hiram Johnson dijo en 1917, “The first
casualty when war comes is truth.” Cuando estalla una guerra, la
primera baja es la verdad. La misma norma se aplica a tiempos de paz.
La manipulación de una noticia puede obedecer a diferentes causas. Ahí
está, por ejemplo, el caso del asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy
¿Fue resultado de una conspiración? ¿Actuó Lee Harvey Oswald solo, o era miembro
de un grupo de ultraderecha disgustado con el rumbo que intentaba imponer al
país?
El año pasado, en una carta al editor del Times Literary Supplement, un lector ofreció varios datos
interesantes sobre Oswald. Decía que
tanto la CIA como el FBI se habían encargado de seguir la pista y “vigilar” a
Oswald “desde el momento en que regresó de su presunta deserción (en Rusia)
hasta que un informante del FBI lo asesinó mientras se hallaba bajo custodia de
la policía en Dallas”. El lector recordaba que antes de su deserción, “Oswald
había sido operador de radar encargado de cubrir los vuelos de aviones espías U-2
sobre la Unión Soviética”. Cuando un avión U-2 fue derribado por los
soviéticos, y el piloto norteamericano Francis Gary Powers capturado, se acabó
el programa del U–2. Oswald recibió permiso para retornar a Estados Unidos. Fue
“una de apenas 500 personas cuya correspondencia era abierta (de manera
rutinaria) por el FBI”. Eso se hizo no de manera encubierta, como ocurrió con
el escritor Ernest Hemingway, sino con la anuencia de Oswald, sugería el
lector.
Oswald pasó algunos meses en New Orleans y Dallas acompañado de “conocidos
agentes de la CIA y de informantes del FBI”, señaló el lector, quien a
continuación formuló esta hipótesis: “¿Qué habría ocurrido si Edward Snowden”,
el experto en computadoras que filtró datos secretos de la Agencia Nacional de
Seguridad a medios de información, “hubiera recibido permiso para regresar a
los Estados Unidos, bajo la condición de que toda su correspondencia sería revisada
y debería reportarse de manera regular
ante agentes de la CIA y del FBI, y una vez en suelo norteamericano hubiera
baleado al presidente de los Estados Unidos? Al menos alguien hubiera
sospechado que agencias del gobierno tenían cierta participación en el
atentado”.
Las conjeturas sobre el asesinato de Kennedy son casi infinitas. En varias
ocasiones hablé con un formidable patólogo forense, Michael Baden, quien
participó en la década del setenta en una revisión de la autopsia que se le
hizo a Kennedy. Baden escribió un muy buen libro sobre su práctica, Unnatural Death, Confessiones of a Medical
Examiner, tan apasionante como la mejor aventura de Sherlock Holmes, y
reconoció que la autopsia fue botched,
una completa chapucería. Baden no creía que el médico encargado de practicar la
disección hubiera participado en una conspiración, sino que era un amateur en
cuestiones forenses. Luego, se multiplicaron los desaciertos, cada experto,
cada investigador, intentó encubrir sus fallas, y al final, todo concluyó en
una conspiración, el complot de los ineptos, no de los traidores. La explicación
de Baden parece plausible.
Hay dos instituciones tan perdurables en Estados Unidos como su
Constitución, la del plausible denial
(desmentido plausible) y aquella conocida con el acrónimo de CYA, Cover your ass, o protege tu trasero. Y
si hago mención a ellas es porque volvieron a exhibir su esplendor a raíz del asesinato
de Osama bin Laden durante una incursión de comandos SEALS contra su residencia
en la población de Bilal, Abbottabad, Pakistán, el 2 de mayo de 2011.
FICCIÓN Y
REALIDAD
Hay una excelente novela sobre el asesinato de Kennedy: Libra, de Don DeLillo. Andrew O´Hagan,
cuando escribía en The New York Review of
Books (28 de junio de 2007) dijo que Libra
“ubica a los lectores en la esquina del cuarto del Depósito de Libros”
donde “Oswald oprimió el gatillo de su rifle”. El crítico comparaba el relato
con el informe de la Comisión Warren encargada de investigar el asesinato del
presidente norteamericano, y señalaba que parecía un tedioso reporte al lado
del vívido relato de DeLillo.
O´Hagan contrastaba luego Libra con
la novela Falling Man, también
escrita por DeLillo, una recreación de los ataques del 11 de septiembre de 2001
contra el Centro de Comercio Mundial y contra un ala del Pentágono, en los
suburbios de Washington, D.C., por parte de 19 piratas aéreos. En ese último
caso, decía O´Hagan, Falling Man era
inferior al Informe de la Comisión que investigó los episodios del 9/11. “Basta
abrir el informe en cualquier página”, indicaba el crítico, “para encontrar una
imponente descripción, segundo a segundo, de lo ocurrido esa mañana, y de los
antecedentes de los piratas aéreos”.
El 11 de septiembre, señalaba O´Hagan, “ofreció algunas breves horas en que
los novelistas estadounidenses debieron permanecer en sus casas, en tanto el
periodismo les enseñó feroces lecciones en el uso de múltiples voces, de
diferentes puntos de vista, de la estructura de la trama, del monólogo
interior, de la presión de la historia, de la fuerza del silencio y de lo
siniestro. En realidad, expuso ese día, su propio arte al desnudo”.
De no ser porque en el examen final de la comisión del 9/11 fueron
censuradas dos docenas de páginas detallando las presuntas conexiones entre la
organización al–Qaida y la familia real de Arabia Saudita (la información sigue
classified) la indagación sería perfecta.
Cuando se compara el informe Warren con el de la comisión del 9/11, puede
diagnosticarse que no proliferarán los libros sobre los ataques a las torres
gemelas con la intensa asiduidad de los dedicados al asesinato de Kennedy. El
informe Warren, la desatinada investigación del crimen, permitió abrir las
compuertas a la imaginación de los narradores. Es improbable que eso pase con
la destrucción de las torres gemelas. Claro que abundarán los libros sobre el
episodio, pero no tantas novelas con tramas alternativas como en el caso de
Kennedy. (Inclusive Stephen King participó en el género con un muy buen relato
en que maneja varias hipótesis, entre ellas, que el presidente emerge ileso del
atentado).
Creo que estamos en vísperas de otra avalancha de libros relacionados con
la muerte de Osama bin Laden. Y, en este caso, quien abrió la caja de Pandora
de las dudas y de múltiples conspiraciones es Seymour Hersh, uno de los
periodistas más respetados de Estados Unidos. Hersh ganó el premio Pulitzer en
1970 por su investigación de la matanza de My Lai. Se estima que entre 200 y
500 civiles vietnamitas, mujeres, ancianos y niños, fueron asesinados por
soldados norteamericanos en una aldea de Vietnam el 16 de marzo de 1968.
Ahora, a los 78 años, Hersh mantiene con todo vigor su empeño en demostrar
cómo, en ocasiones, la verdad oficial solo consiste en plausible denials y en el acrónimo CYA.
A mediados de mayo de 2015, Hersh publicó en The London Review of Books un artículo titulado The Killing of Osama bin Laden, el
asesinato de Osama bin Laden, que tuvo gran repercusión en la prensa
internacional. Básicamente, Hersh dijo que la Casa Blanca mintió una y otra vez
en su intento por explicar la ejecución de bin Laden.
Como dirían en estas tierras, tengo un invested
interest, en la historia. Cuando escribí La región vacía, una novela sobre los ataques del 9/11, el
penúltimo capítulo lidiaba, justamente, con la muerte de bin Laden en el compound de Abbottabad.
Discutí el tema con mi editora, la profesora Carmen Virginia Carrillo, y
ella me aconsejó eliminar ese capítulo porque parecía desconectado de la trama
central. La novela transcurre entre fines de agosto y diciembre de 2001, en los
días previos y las semanas posteriores a los ataques. ¿Cómo se explicaba
entonces la inserción de un capítulo que rompía la continuidad narrativa y
reseñaba un episodio ocurrido una década después de los principales eventos?
Eliminé el capítulo. (Esa es la ventaja de contar con una excelente editora y
de acatar sus consejos). De esa manera pude evitar dos pasos en falso. Uno, el
imperdonable, de introducir un elemento en la intriga que trastornaba el ritmo
del relato. El otro, aunque más plausible, tenía serias consecuencias. Todavía
los episodios estaban frescos, abundaban las conjeturas, y era posible ofrecer
una versión errada de la muerte de bin Laden. Recordé un caso que me hizo
agradecer la eliminación del capítulo.
Hace algunas décadas, una novelista argentina escribió una historia
alternativa sobre el Che Guevara. Era la época en que el Che había desaparecido
de la escena pública, y circulaban toda clase de versiones sobre su suerte. Si
mal no recuerdo, la novelista había decidido que el Che, quizás decepcionado
con la revolución, había optado por abandonar la lucha armada e irse a vivir
como expatriado en la margen izquierda del río Sena, en París. (Es curioso,
nunca oí mencionar la margen derecha). Una vez el Che apareció muerto en La
Higuera, Bolivia, tras ser capturado por soldados y asesinado, la novela desapareció silenciosamente de las
librerías.
El riesgo que corre el novelista cuando intenta conjeturar el porvenir de
algún personaje histórico cuya suerte se desconoce, es ofrecerle un destino que
coincida con su vocación personal. Es posible imaginar los muchos destinos de
un ser humano, pero es difícil instalar a una personalidad como el Che Guevara
en la margen izquierda del río Sena, y ofrecerle la vida de un expatriado.
El capítulo eliminado de La región
vacía se basaba en varios libros publicados algunos meses después de su
muerte, especialmente No Easy Day, de
Matt Bissonnette, quien escribió bajo el seudónimo de Mark Owen. En el libro, Bissonnette
mencionaba su participación en la misión que acabó con la vida del líder de al–Qaida.
La versión oficial, ofrecida por el presidente Barack Obama al día
siguiente de la incursión en Abbottabad, fue que bin Laden murió en el curso de
un tiroteo con comandos estadounidenses. Obama negó que funcionarios
paquistaníes hubiesen sido alertados sobre la incursión de soldados
norteamericanos en su territorio.
La versión alternativa que ofrece Hersh, en base a entrevistas con altos ex
funcionarios norteamericanos y paquistaníes involucrados en el operativo, entre
ellos el general Ashfaq Parvez Kayani, jefe del estado mayor del ejército, y el
general Ahmed Shuja Pasha, director general del ISI (el servicio de
inteligencia de Pakistán), es que se trató de un operativo conjunto.
Según la Casa Blanca, bin Laden siguió dirigiendo las operaciones de
al-Qaeda desde su refugio en Abbottabad, hasta el día de su muerte. Hersh
entrevistó a Asad Durrani, un general retirado, que lideró la agencia de
inteligencia paquistaní a comienzos de la década del noventa. Durrani dijo al
periodista que bin Laden era prisionero del ISI, y estaba confinado en su
residencia de Abbottabad desde el 2006, cinco años antes de su asesinato. En
cuanto a Kayani y Pasha, respectivamente
jefe del estado mayor del ejército, y director general del ISI en la época del
operativo, “estaban enterados de la incursión”. Inclusive consiguieron que “los
dos helicópteros que transportaban los comandos SEALS a la población de Abbottabad
lograsen atravesar el espacio aéreo de Pakistán sin activar las alarmas”.
Es difícil creer que los militares de un país como Pakistán, que se halla
en estado de preparación militar permanente luego de tres devastadoras guerras
con India, hayan obviado la presencia de dos helicópteros sobrevolando su
cielo.
Otra de las versiones que hizo circular el gobierno de Washington es que la
CIA logró averiguar el paradero de bin Laden siguiendo la pista a algunos de
sus mensajeros. Hersh dijo que de acuerdo a sus informantes, la cosa fue mucho
más sencilla: “un ex agente de la inteligencia paquistaní divulgó el secreto, a
cambio de buena parte de los 25 millones de dólares de recompensa ofrecidos por
Estados Unidos”.
Lo único que sobrevivió de la versión oficial es que Obama ordenó la
incursión en territorio paquistaní, y que el comando SEAL lo llevó a cabo.
“Muchos otros aspectos del recuento del gobierno”, indicó Hersh, “son falsos”.
Una de las personas que proveyó a Hersh de información dijo que el sitio
donde vivía bin Laden con algunas de sus esposas y de sus hijos, no era un
lugar protegido por guardias armados pagados por el jefe de al–Qaida, “pues
estaba bajo control del ISI”. El servicio de inteligencia paquistaní logró
capturar al líder de al-Qaida y a miembros de su familia en el 2006 “pagando
sobornos a algunos tribeños”, presumiblemente en el área de las montañas de
Hindu Kush.
En agosto de 2010, meses antes del operativo, Jonathan Bank, entonces jefe
de la estación de la CIA en la embajada de Estados Unidos en Islamabad, recibió información de que bin
Laden había sido confinado por el ISI en Abbottabad, y se hallaba muy enfermo,
al punto que el servicio de inteligencia
ordenó a Amir Aziz, un médico y mayor del ejército paquistaní, mudarse cerca de
la vivienda a fin de atender al paciente de manera permanente.
Para Hesh, la principal fuente de información del lado norteamericano fue
alguien que el periodista menciona como “A
retired senior intelligence oficial”, un alto funcionario de inteligencia
en situación de retiro.
Allegados a la Casa Blanca cuestionaron a Hersh por utilizar esa fuente de
manera preponderante. Al parecer, olvidaron que en el escándalo Watergate, los
periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward usaron como una especie de franquicia
a Deep Throat (garganta profunda) a
fin de revelar las actividades de espionaje del gobierno de Richard Nixon en la
sede del partido Demócrata.
El escándalo Watergate estalló en 1972. En el 2005, treinta y un años
después, se reveló que Deep Throat
era el seudónimo de Mark Felt, ex directivo del Federal Bureau of Investigation
(FBI). Felt estaba furioso con el sempiterno director del FBI, Edgar J. Hoover,
pues no había sido considerado para una promoción hacia el final de su carrera,
y optó, como señala la jerga, por “spill
the beans,” descubrir el pastel. (Nunca hay que descuidar el papel del
individuo en la historia).
La principal fuente de información del periodista dijo que tras la novela
de cowboys versus indios escrita por el gobierno, hay algo mucho más sórdido y
deprimente. “La verdad es que bin Laden era un inválido, pero no podemos decir
eso”, dijo a Hersh el former senior
American officer. Y mencionar un
tiroteo entre miembros del comando SEAL y los guardaespaldas de bin Laden y su
jefe, parecía más meritorio que admitir haber “baleado a un lisiado”, dijo el
informante.
La Casa Blanca aseguró que los comandos mataron a bin Laden porque éste se
resistió. De haberse rendido, era la versión oficial, lo hubieran llevado ante
los estrados de la justicia. Hersh dice
que “no hubo enfrentamiento alguno” cuando los integrantes del comando SEAL
ingresaron a la vivienda. Los guardias del servicio de inteligencia paquistaní
que vigilaban el lugar, y a su valioso prisionero, “se habían marchado” antes
del arribo de los helicópteros norteamericanos.
El informante dijo que “no había una sola arma” en la vivienda de bin
Laden. Un funcionario de enlace del ISI, el servicio de inteligencia
paquistaní, viajó en un helicóptero que transportaba a un comando SEAL, y luego
guio a sus integrantes “en el interior de la oscura vivienda y hacia las
escaleras donde estaba bin Laden”. Los efectivos norteamericanos sabían,
gracias al funcionario paquistaní, que algunas puertas de acero bloqueaban el
acceso al dormitorio del líder de al-Qaida situado en el tercer piso. Las puertas
fueron destruidas con explosivos.
Los miembros del comando enfilaron hacia el dormitorio de bin Laden, quien
trató de esconderse en el recinto. Dos de los SEALS “lo siguieron” y dispararon
sus armas. “Algo muy simple, muy directo, muy profesional”, dijo el informante
a Hersh. Luego, otros cuatro integrantes del comando ingresaron al lugar, y
remataron a bin Laden.
Por cierto, algunos de los miembros del equipo que mató a bin Laden se
sintieron “horrorizados” al enterarse que según la versión de la Casa Blanca,
habían actuado en defensa propia, dijo el ex funcionario. “Seis de los SEALS,
seis de los más distinguidos, y los más diestros soldados se enfrentan con un
civil anciano y desarmado ¿y lo matan en defensa propia? Bin Laden estaba
viviendo en una especie de celda, con barrotes en la ventana y alambre de púas
en el techo”. En ningún momento, señaló el ex funcionario, existió la intención
de arrestarlo. Las órdenes que recibieron los miembros del comando “eran que
tenían autoridad absoluta para matar al tipo”.
La Casa Blanca dijo luego que bin Laden fue rematado de uno o dos tiros en
la cabeza. Al parecer, según el informante, lo cosieron a balazos.Finalmente, según
la Casa Blanca, el cadáver de bin Laden fue envuelto en un sudario, y lanzado
al mar acatando todos los ritos islámicos.
El principal informante de Hersh dijo que nada de eso ocurrió. En realidad,
los restos del líder de bin Laden habrían sido usados por algunos integrantes
del comando para prácticas de tiro al blanco. Algunos de ellos “alardearon
luego ante sus colegas y otras personas que habían disparado sus rifles y
destrozado el cuerpo de bin Laden. El resto, incluida su cabeza, que solo tenía
algunos agujeros, fue puesto en una bolsa y durante el vuelo de helicóptero de
regreso a Jalalabad, Afganistán, algunos trozos del cadáver fueron arrojados
sobre las montañas Hindu Kush”.
Eso originó problemas adicionales, inclusive la presunta invención del
funeral a bordo del portaaviones USS Carl Vinson, que realizaba patrullajes de
rutina en el Mar de Arabia.
En ese caso, dijo Hersh, se apeló a un functional
body, pues era imposible reconstruir un cadáver con tantos fragmentos
sucesivamente desechados. El imaginario cadáver de bin Laden, fue sepultado en
el mar, con todos los honores imaginables. La ceremonia habría sido llevada a
cabo por seres invisibles.
Cuando Hersh pidió que le facilitaran documentos capaces
de confirmar el funeral de bin Laden a bordo del portaaviones y el ulterior
lanzamiento del cadáver al mar, la solicitud fue rechazada “por razones de seguridad nacional”.
Posteriormente, dos asesores del Comando de Operaciones Especiales (USSOCOM)
dijeron al periodista que el funeral de bin Laden a bordo del Carl Vinson había
sido otra invención de la Casa Blanca. Uno de ellos añadió: “El asesinato de
bin Laden fue puro teatro político, destinado a bruñir las credenciales
militares de Obama”. Una misión como la que puso fin a la vida de bin Laden,
“resulta irresistible para un político”, añadió el asesor de USSOCOM. Bin Laden
se convirtió para Obama, “en un activo disponible”, una credencial que le ayudó
en sus tareas como líder del ejecutivo de Estados Unidos.
La Casa Blanca ha hecho numerosos intentos por señalar inconsistencias en
el artículo. La pregunta es: ¿Cuál sería el objetivo de Hersh de arruinar su
gloriosa carrera ahora que está llegando a sus postrimerías? Además del
Pulitzer obtuvo en cinco ocasiones el premio Polk (1969, 1973, 1974, 1981, y
2004), y el Premio George Orwell (2004). A diferencia de un presidente
norteamericano, que tiene como máximo ocho años para emitir plausible denials y algunos más protegiendo
con el acrónimo CYA todo intento de esclarecer los misterios de su vida
política, Hersh vive en un tiempo diferente. Sabe que cada uno de sus trabajos
lo puede catapultar al estrellato o hundir en el descrédito. Toda su vida ha
defendido su honestidad ante un público que no es muy amable con quienes
traicionan su confianza. Por lo tanto, es una buena apuesta creer en sus
denuncias.
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