domingo, 24 de mayo de 2015

Miente, miente, que nada queda. La muerte de Osama bin Laden


Mario Szichman

Hersh durante una entrevista en Vietnam del Norte en 1972, tres 
años  después de divulgar  la matanza de My Lai.  


La historia nunca se escribe hacia adelante, siempre se cuenta para atrás. Y cuando se trata de una historia manipulada, se multiplican los libros intentando desentrañar la verdad. Primero tenemos the breaking news, la noticia de último momento, y luego aparecen las conjeturas, las versiones contradictorias, y en ocasiones, las mentiras flagrantes.
El senador norteamericano Hiram Johnson dijo en 1917, “The first casualty when war comes is truth.” Cuando estalla una guerra, la primera baja es la verdad. La misma norma se aplica a tiempos de paz. 
La manipulación de una noticia puede obedecer a diferentes causas. Ahí está, por ejemplo, el caso del asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy ¿Fue resultado de una conspiración? ¿Actuó Lee Harvey Oswald solo, o era miembro de un grupo de ultraderecha disgustado con el rumbo que intentaba imponer al país?  
El año pasado, en una carta al editor del Times Literary Supplement, un lector ofreció varios datos interesantes sobre Oswald.  Decía que tanto la CIA como el FBI se habían encargado de seguir la pista y “vigilar” a Oswald “desde el momento en que regresó de su presunta deserción (en Rusia) hasta que un informante del FBI lo asesinó mientras se hallaba bajo custodia de la policía en Dallas”. El lector recordaba que antes de su deserción, “Oswald había sido operador de radar encargado de cubrir los vuelos de aviones espías U-2 sobre la Unión Soviética”. Cuando un avión U-2 fue derribado por los soviéticos, y el piloto norteamericano Francis Gary Powers capturado, se acabó el programa del U–2. Oswald recibió permiso para retornar a Estados Unidos. Fue “una de apenas 500 personas cuya correspondencia era abierta (de manera rutinaria) por el FBI”. Eso se hizo no de manera encubierta, como ocurrió con el escritor Ernest Hemingway, sino con la anuencia de Oswald, sugería el lector.  
Oswald pasó algunos meses en New Orleans y Dallas acompañado de “conocidos agentes de la CIA y de informantes del FBI”, señaló el lector, quien a continuación formuló esta hipótesis: “¿Qué habría ocurrido si Edward Snowden”, el experto en computadoras que filtró datos secretos de la Agencia Nacional de Seguridad a medios de información, “hubiera recibido permiso para regresar a los Estados Unidos, bajo la condición de que toda su correspondencia sería revisada y debería reportarse de manera  regular ante agentes de la CIA y del FBI, y una vez en suelo norteamericano hubiera baleado al presidente de los Estados Unidos? Al menos alguien hubiera sospechado que agencias del gobierno tenían cierta participación en el atentado”.
Las conjeturas sobre el asesinato de Kennedy son casi infinitas. En varias ocasiones hablé con un formidable patólogo forense, Michael Baden, quien participó en la década del setenta en una revisión de la autopsia que se le hizo a Kennedy. Baden escribió un muy buen libro sobre su práctica, Unnatural Death, Confessiones of a Medical Examiner, tan apasionante como la mejor aventura de Sherlock Holmes, y reconoció que la autopsia fue botched, una completa chapucería. Baden no creía que el médico encargado de practicar la disección hubiera participado en una conspiración, sino que era un amateur en cuestiones forenses. Luego, se multiplicaron los desaciertos, cada experto, cada investigador, intentó encubrir sus fallas, y al final, todo concluyó en una conspiración, el complot de los ineptos, no de los traidores. La explicación de Baden parece plausible.  
Hay dos instituciones tan perdurables en Estados Unidos como su Constitución, la del plausible denial (desmentido plausible) y aquella conocida con el acrónimo de CYA, Cover your ass, o protege tu trasero. Y si hago mención a ellas es porque volvieron a exhibir su esplendor a raíz del asesinato de Osama bin Laden durante una incursión de comandos SEALS contra su residencia en la población de Bilal, Abbottabad, Pakistán, el 2 de mayo de 2011.

FICCIÓN Y REALIDAD

Hay una excelente novela sobre el asesinato de Kennedy: Libra, de Don DeLillo. Andrew O´Hagan, cuando escribía en The New York Review of Books (28 de junio de 2007) dijo que Libra “ubica a los lectores en la esquina del cuarto del Depósito de Libros” donde “Oswald oprimió el gatillo de su rifle”. El crítico comparaba el relato con el informe de la Comisión Warren encargada de investigar el asesinato del presidente norteamericano, y señalaba que parecía un tedioso reporte al lado del vívido relato de DeLillo.  
O´Hagan contrastaba luego Libra con la novela Falling Man, también escrita por DeLillo, una recreación de los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra el Centro de Comercio Mundial y contra un ala del Pentágono, en los suburbios de Washington, D.C., por parte de 19 piratas aéreos. En ese último caso, decía O´Hagan, Falling Man era inferior al Informe de la Comisión que investigó los episodios del 9/11. “Basta abrir el informe en cualquier página”, indicaba el crítico, “para encontrar una imponente descripción, segundo a segundo, de lo ocurrido esa mañana, y de los antecedentes de los piratas aéreos”.    
El 11 de septiembre, señalaba O´Hagan, “ofreció algunas breves horas en que los novelistas estadounidenses debieron permanecer en sus casas, en tanto el periodismo les enseñó feroces lecciones en el uso de múltiples voces, de diferentes puntos de vista, de la estructura de la trama, del monólogo interior, de la presión de la historia, de la fuerza del silencio y de lo siniestro. En realidad, expuso ese día, su propio arte al desnudo”.
De no ser porque en el examen final de la comisión del 9/11 fueron censuradas dos docenas de páginas detallando las presuntas conexiones entre la organización al–Qaida y la familia real de Arabia Saudita (la información sigue classified) la indagación sería perfecta.
Cuando se compara el informe Warren con el de la comisión del 9/11, puede diagnosticarse que no proliferarán los libros sobre los ataques a las torres gemelas con la intensa asiduidad de los dedicados al asesinato de Kennedy. El informe Warren, la desatinada investigación del crimen, permitió abrir las compuertas a la imaginación de los narradores. Es improbable que eso pase con la destrucción de las torres gemelas. Claro que abundarán los libros sobre el episodio, pero no tantas novelas con tramas alternativas como en el caso de Kennedy. (Inclusive Stephen King participó en el género con un muy buen relato en que maneja varias hipótesis, entre ellas, que el presidente emerge ileso del atentado).
Creo que estamos en vísperas de otra avalancha de libros relacionados con la muerte de Osama bin Laden. Y, en este caso, quien abrió la caja de Pandora de las dudas y de múltiples conspiraciones es Seymour Hersh, uno de los periodistas más respetados de Estados Unidos. Hersh ganó el premio Pulitzer en 1970 por su investigación de la matanza de My Lai. Se estima que entre 200 y 500 civiles vietnamitas, mujeres, ancianos y niños, fueron asesinados por soldados norteamericanos en una aldea de Vietnam el 16 de marzo de 1968.
Ahora, a los 78 años, Hersh mantiene con todo vigor su empeño en demostrar cómo, en ocasiones, la verdad oficial solo consiste en plausible denials y en el acrónimo CYA.  
A mediados de mayo de 2015, Hersh publicó en The London Review of Books un artículo titulado The Killing of Osama bin Laden, el asesinato de Osama bin Laden, que tuvo gran repercusión en la prensa internacional. Básicamente, Hersh dijo que la Casa Blanca mintió una y otra vez en su intento por explicar la ejecución de bin Laden.  
Como dirían en estas tierras, tengo un invested interest, en la historia. Cuando escribí La región vacía, una novela sobre los ataques del 9/11, el penúltimo capítulo lidiaba, justamente, con la muerte de bin Laden en el compound de Abbottabad.
Discutí el tema con mi editora, la profesora Carmen Virginia Carrillo, y ella me aconsejó eliminar ese capítulo porque parecía desconectado de la trama central. La novela transcurre entre fines de agosto y diciembre de 2001, en los días previos y las semanas posteriores a los ataques. ¿Cómo se explicaba entonces la inserción de un capítulo que rompía la continuidad narrativa y reseñaba un episodio ocurrido una década después de los principales eventos? Eliminé el capítulo. (Esa es la ventaja de contar con una excelente editora y de acatar sus consejos). De esa manera pude evitar dos pasos en falso. Uno, el imperdonable, de introducir un elemento en la intriga que trastornaba el ritmo del relato. El otro, aunque más plausible, tenía serias consecuencias. Todavía los episodios estaban frescos, abundaban las conjeturas, y era posible ofrecer una versión errada de la muerte de bin Laden. Recordé un caso que me hizo agradecer la eliminación del capítulo.
Hace algunas décadas, una novelista argentina escribió una historia alternativa sobre el Che Guevara. Era la época en que el Che había desaparecido de la escena pública, y circulaban toda clase de versiones sobre su suerte. Si mal no recuerdo, la novelista había decidido que el Che, quizás decepcionado con la revolución, había optado por abandonar la lucha armada e irse a vivir como expatriado en la margen izquierda del río Sena, en París. (Es curioso, nunca oí mencionar la margen derecha). Una vez el Che apareció muerto en La Higuera, Bolivia, tras ser capturado por soldados y asesinado,  la novela desapareció silenciosamente de las librerías.  
El riesgo que corre el novelista cuando intenta conjeturar el porvenir de algún personaje histórico cuya suerte se desconoce, es ofrecerle un destino que coincida con su vocación personal. Es posible imaginar los muchos destinos de un ser humano, pero es difícil instalar a una personalidad como el Che Guevara en la margen izquierda del río Sena, y ofrecerle la vida de un expatriado.
El capítulo eliminado de La región vacía se basaba en varios libros publicados algunos meses después de su muerte, especialmente No Easy Day, de Matt Bissonnette, quien escribió bajo el seudónimo de Mark Owen. En el libro, Bissonnette mencionaba su participación en la misión que acabó  con la vida del líder de al–Qaida.
La versión oficial, ofrecida por el presidente Barack Obama al día siguiente de la incursión en Abbottabad, fue que bin Laden murió en el curso de un tiroteo con comandos estadounidenses. Obama negó que funcionarios paquistaníes hubiesen sido alertados sobre la incursión de soldados norteamericanos en su territorio.   
La versión alternativa que ofrece Hersh, en base a entrevistas con altos ex funcionarios norteamericanos y paquistaníes involucrados en el operativo, entre ellos el general Ashfaq Parvez Kayani, jefe del estado mayor del ejército, y el general Ahmed Shuja Pasha, director general del ISI (el servicio de inteligencia de Pakistán), es que se trató de un operativo conjunto.
Según la Casa Blanca, bin Laden siguió dirigiendo las operaciones de al-Qaeda desde su refugio en Abbottabad, hasta el día de su muerte. Hersh entrevistó a Asad Durrani, un general retirado, que lideró la agencia de inteligencia paquistaní a comienzos de la década del noventa. Durrani dijo al periodista que bin Laden era prisionero del ISI, y estaba confinado en su residencia de Abbottabad desde el 2006, cinco años antes de su asesinato. En cuanto a Kayani y Pasha,  respectivamente jefe del estado mayor del ejército, y director general del ISI en la época del operativo, “estaban enterados de la incursión”. Inclusive consiguieron que “los dos helicópteros que transportaban los comandos SEALS a la población de Abbottabad lograsen atravesar el espacio aéreo de Pakistán sin activar las alarmas”.
Es difícil creer que los militares de un país como Pakistán, que se halla en estado de preparación militar permanente luego de tres devastadoras guerras con India, hayan obviado la presencia de dos helicópteros sobrevolando su cielo.  
Otra de las versiones que hizo circular el gobierno de Washington es que la CIA logró averiguar el paradero de bin Laden siguiendo la pista a algunos de sus mensajeros. Hersh dijo que de acuerdo a sus informantes, la cosa fue mucho más sencilla: “un ex agente de la inteligencia paquistaní divulgó el secreto, a cambio de buena parte de los 25 millones de dólares de recompensa ofrecidos por Estados Unidos”.   
Lo único que sobrevivió de la versión oficial es que Obama ordenó la incursión en territorio paquistaní, y que el comando SEAL lo llevó a cabo. “Muchos otros aspectos del recuento del gobierno”, indicó Hersh, “son falsos”.
Una de las personas que proveyó a Hersh de información dijo que el sitio donde vivía bin Laden con algunas de sus esposas y de sus hijos, no era un lugar protegido por guardias armados pagados por el jefe de al–Qaida, “pues estaba bajo control del ISI”. El servicio de inteligencia paquistaní logró capturar al líder de al-Qaida y a miembros de su familia en el 2006 “pagando sobornos a algunos tribeños”, presumiblemente en el área de las montañas de Hindu Kush.  
En agosto de 2010, meses antes del operativo, Jonathan Bank, entonces jefe de la estación de la CIA en la embajada de Estados Unidos en  Islamabad, recibió información de que bin Laden había sido confinado por el ISI en Abbottabad, y se hallaba muy enfermo, al punto  que el servicio de inteligencia ordenó a Amir Aziz, un médico y mayor del ejército paquistaní, mudarse cerca de la vivienda a fin de atender al paciente de manera permanente.
Para Hesh, la principal fuente de información del lado norteamericano fue alguien que el periodista menciona como “A retired senior intelligence oficial”, un alto funcionario de inteligencia en situación de retiro.   
Allegados a la Casa Blanca cuestionaron a Hersh por utilizar esa fuente de manera preponderante. Al parecer, olvidaron que en el escándalo Watergate, los periodistas Carl Bernstein y Bob Woodward usaron como una especie de franquicia a Deep Throat (garganta profunda) a fin de revelar las actividades de espionaje del gobierno de Richard Nixon en la sede del partido Demócrata.  
El escándalo Watergate estalló en 1972. En el 2005, treinta y un años después, se reveló que Deep Throat era el seudónimo de Mark Felt, ex directivo del Federal Bureau of Investigation (FBI). Felt estaba furioso con el sempiterno director del FBI, Edgar J. Hoover, pues no había sido considerado para una promoción hacia el final de su carrera, y optó, como señala la jerga, por “spill the beans,” descubrir el pastel. (Nunca hay que descuidar el papel del individuo en la historia).
La principal fuente de información del periodista dijo que tras la novela de cowboys versus indios escrita por el gobierno, hay algo mucho más sórdido y deprimente. “La verdad es que bin Laden era un inválido, pero no podemos decir eso”, dijo a Hersh el former senior American officer.  Y mencionar un tiroteo entre miembros del comando SEAL y los guardaespaldas de bin Laden y su jefe, parecía más meritorio que admitir haber “baleado a un lisiado”, dijo el informante.
La Casa Blanca aseguró que los comandos mataron a bin Laden porque éste se resistió. De haberse rendido, era la versión oficial, lo hubieran llevado ante los estrados de la justicia.  Hersh dice que “no hubo enfrentamiento alguno” cuando los integrantes del comando SEAL ingresaron a la vivienda. Los guardias del servicio de inteligencia paquistaní que vigilaban el lugar, y a su valioso prisionero, “se habían marchado” antes del arribo de los helicópteros norteamericanos.  
El informante dijo que “no había una sola arma” en la vivienda de bin Laden. Un funcionario de enlace del ISI, el servicio de inteligencia paquistaní, viajó en un helicóptero que transportaba a un comando SEAL, y luego guio a sus integrantes “en el interior de la oscura vivienda y hacia las escaleras donde estaba bin Laden”. Los efectivos norteamericanos sabían, gracias al funcionario paquistaní, que algunas puertas de acero bloqueaban el acceso al dormitorio del líder de al-Qaida situado en el tercer piso. Las puertas fueron destruidas con explosivos.
Los miembros del comando enfilaron hacia el dormitorio de bin Laden, quien trató de esconderse en el recinto. Dos de los SEALS “lo siguieron” y dispararon sus armas. “Algo muy simple, muy directo, muy profesional”, dijo el informante a Hersh. Luego, otros cuatro integrantes del comando ingresaron al lugar, y remataron a bin Laden.
Por cierto, algunos de los miembros del equipo que mató a bin Laden se sintieron “horrorizados” al enterarse que según la versión de la Casa Blanca, habían actuado en defensa propia, dijo el ex funcionario. “Seis de los SEALS, seis de los más distinguidos, y los más diestros soldados se enfrentan con un civil anciano y desarmado ¿y lo matan en defensa propia? Bin Laden estaba viviendo en una especie de celda, con barrotes en la ventana y alambre de púas en el techo”. En ningún momento, señaló el ex funcionario, existió la intención de arrestarlo. Las órdenes que recibieron los miembros del comando “eran que tenían autoridad absoluta para matar al tipo”.  
La Casa Blanca dijo luego que bin Laden fue rematado de uno o dos tiros en la cabeza. Al parecer, según el informante, lo cosieron a balazos.Finalmente, según la Casa Blanca, el cadáver de bin Laden fue envuelto en un sudario, y lanzado al mar acatando todos los ritos islámicos.
El principal informante de Hersh dijo que nada de eso ocurrió. En realidad, los restos del líder de bin Laden habrían sido usados por algunos integrantes del comando para prácticas de tiro al blanco. Algunos de ellos “alardearon luego ante sus colegas y otras personas que habían disparado sus rifles y destrozado el cuerpo de bin Laden. El resto, incluida su cabeza, que solo tenía algunos agujeros, fue puesto en una bolsa y durante el vuelo de helicóptero de regreso a Jalalabad, Afganistán, algunos trozos del cadáver fueron arrojados sobre las montañas Hindu Kush”.  
Eso originó problemas adicionales, inclusive la presunta invención del funeral a bordo del portaaviones USS Carl Vinson, que realizaba patrullajes de rutina en el Mar de Arabia.  
En ese caso, dijo Hersh, se apeló a un functional body, pues era imposible reconstruir un cadáver con tantos fragmentos sucesivamente desechados. El imaginario cadáver de bin Laden, fue sepultado en el mar, con todos los honores imaginables. La ceremonia habría sido llevada a cabo por seres invisibles.
Cuando Hersh pidió que le facilitaran documentos capaces de confirmar el funeral de bin Laden a bordo del portaaviones y el ulterior lanzamiento del cadáver al mar, la solicitud fue rechazada  “por razones de seguridad nacional”. Posteriormente, dos asesores del Comando de Operaciones Especiales (USSOCOM) dijeron al periodista que el funeral de bin Laden a bordo del Carl Vinson había sido otra invención de la Casa Blanca. Uno de ellos añadió: “El asesinato de bin Laden fue puro teatro político, destinado a bruñir las credenciales militares de Obama”. Una misión como la que puso fin a la vida de bin Laden, “resulta irresistible para un político”, añadió el asesor de USSOCOM. Bin Laden se convirtió para Obama, “en un activo disponible”, una credencial que le ayudó en sus tareas como líder del ejecutivo de Estados Unidos.
La Casa Blanca ha hecho numerosos intentos por señalar inconsistencias en el artículo. La pregunta es: ¿Cuál sería el objetivo de Hersh de arruinar su gloriosa carrera ahora que está llegando a sus postrimerías? Además del Pulitzer obtuvo en cinco ocasiones el premio Polk (1969, 1973, 1974, 1981, y 2004), y el Premio George Orwell (2004). A diferencia de un presidente norteamericano, que tiene como máximo ocho años para emitir plausible denials y algunos más protegiendo con el acrónimo CYA todo intento de esclarecer los misterios de su vida política, Hersh vive en un tiempo diferente. Sabe que cada uno de sus trabajos lo puede catapultar al estrellato o hundir en el descrédito. Toda su vida ha defendido su honestidad ante un público que no es muy amable con quienes traicionan su confianza. Por lo tanto, es una buena apuesta creer en sus denuncias.


No hay comentarios:

Publicar un comentario