miércoles, 27 de mayo de 2015

No hay nada nuevo, salvo lo olvidado: Las increíbles aventuras del señor Peter Tourmalin


Mario Szichman


Thomas Anstey Guthrie


Es imposible pronosticar o imaginar el futuro; por lo tanto, el ser humano se limita a ampliar el pasado, y a configurarlo de manera insistente. Eso también ocurre en el campo intelectual, donde más del noventa por ciento de los genios del pasado pasan al desván de los recuerdos, en tanto un escaso porcentaje es restituido a la fama, o adquiere un prestigio del cual nunca disfrutó en vida.
Un género narrativo que me encanta, por los desafíos que enfrenta, es el conocido por los anglosajones como the time travel, el viaje a través del tiempo. El más popular es el viaje al pasado, como ocurre en Un yanqui en la corte del rey Arturo (1889), de Mark Twain. El protagonista, un ingeniero norteamericano de mediados del siglo diecinueve, es acarreado por accidente a la Inglaterra medieval, y usa sus conocimientos de tecnología para convertirse en un “mago” a los ojos de sus antepasados lejanos. Sus intentos por modernizar su entorno fracasan, no puede impedir la muerte del rey Arturo, y la iglesia católica, asustada de su poder, le dicta un interdicto. De todas formas, el ingeniero la saca barata. ¿Qué le hubiera ocurrido si en lugar de aterrizar en la Inglaterra medieval hubiera incursionado en la España de Torquemada? Tendríamos, quizás, un corto relato, y un final fácil de imaginar. (Siempre he sentido gran curiosidad por averiguar cómo se las arreglaría un Robinson Crusoe español en una isla desierta. Hay una larga lista de libros dedicados a reseñar las aventuras de náufragos españoles, aunque no recuerdo si en ellos se cuenta la historia de un solitario marinero, o si vivió para contarla).
Una de las últimas, e inacabadas, novelas de Henry James es The Sense of the Past, que generó una excelente secuela teatral: Berkeley Square, de John Balderston, y numerosas imitaciones. En la obra de teatro, un personaje que vive en Londres a finales de la década del veinte del siglo veinte recibe una mansión como herencia. En la vivienda, situada en Berkeley Square, de Londres, el protagonista descubre diarios y otros artefactos culturales que revelan en íntimo detalle la vida de sus ancestros. Además, en una de las paredes de la casa, hay un cuadro de uno de sus antepasados pintado por el famoso artista inglés Joshua Reynolds. Al igual que el protagonista, el nombre del personaje retratado es Peter Standish, quien habitó la mansión un siglo y medio antes. El moderno Peter Standish, un hombre obsesionado con toda clase de artilugios técnicos, consigue viajar hacia el pasado, y encarnar a su predecesor, un americano que ha peleado en el ejército de George Washington y ha decidido contraer nupcias con una prima inglesa. Pero el visitante del futuro rápidamente se convierte en un sospechoso para todos los miembros de la familia de su enamorada, pues pronostica toda clase de eventos, inclusive, que posará para un retrato del famoso pintor inglés Joshua Reynolds.  
Al mismo tiempo, es obvio el desdén del viajero del tiempo por la vida cotidiana en Londres, su desprecio por el trato que reciben dementes y criminales, su disgusto ante el placer de sus habitantes por asistir a ejecuciones. Peter Standish se siente asqueado ante la terrible suciedad de las calles de Londres, inquieto por la escasa higiene de las personas, pues aunque existen perfumes, el uso del desodorante no se ha difundido. Varios visitantes de la mansión comentan desconcertados la obsesión del visitante por bañarse todos los días.
Berkeley Square es una obra de teatro que me ha fascinado durante muchos años, especialmente el análisis de la visualización simultánea del pasado, del presente y del futuro, de acuerdo al punto de vista del narrador. Utilicé esa idea en la versión corregida de una de mis novelas, Los años de la guerra a muerte. El poeta Andrés Bello recuerda una explicación de la teoría del tiempo esbozada por el sabio Alexander Humboldt. “Supongamos que una persona navega en una embarcación, siguiendo la línea de la costa” señalaba Humboldt. “Esa persona pasa delante de una plantación de caña. Es el presente. Hay un recodo. La plantación de caña desaparece de la vista de la persona. Pero la persona recuerda esa plantación. Es el pasado. Y más adelante, tras otro recodo, hay un grupo de árboles. Pero todavía no nos hemos acercado a esos árboles. El recodo los oculta. Esos árboles están en el futuro. Pero, ¿qué ocurre si hay otra persona a bordo de un globo Montgolfiero? Esa persona puede observar desde las alturas la plantación de caña y el grupo de árboles, lo que hay en el pasado, lo que hay en el presente, y lo que hay en el futuro. Todo al mismo tiempo”. En el caso del joven poeta Andrés Bello esa teoría del tiempo le permite comparar de manera concurrente lo que ha sucedido en España, tras la invasión de Napoleón Bonaparte en 1807, y sus probables consecuencias: aquello que sucederá en un futuro cercano en la capitanía general de Venezuela, tras anular un factor físico: la distancia. (Como acotación al margen: Los años de la guerra a muerte, en su versión original, fue durante una época la cenicienta en mi Trilogía de la Patria Boba. Gracias a la versión corregida por la profesora Carmen Virginia Carrillo se ha convertido en aquello que los franceses han bautizado como succès d'estime. Es apenas otro recordatorio de la inmensa labor cumplida por el editor).
Uno de los temas principales del viajero del tiempo es el peligro que corre una civilización cuando el protagonista decide intervenir en la historia. De repente, un acto benéfico es capaz de trastornar un país o un continente hasta los cimientos, sumirlo en una tragedia inesperada.  Por otra parte, la sumisión al devenir del tiempo conlleva otras tragedias. En un famoso relato de Roald Dahl, una madre lleva a su bebé al pediatra. El niño está agonizando. El pediatra salva la vida del bebé. Luego nos enteramos de que su nombre es Adolf Hitler. Otro elemento que estimula la imaginación del autor es el menosprecio del protagonista por las personas que encuentra en un pasado lejano; examinadas desde la contemporaneidad, todas ellas ya están muertas, sin importar la causa.  
Tanto en los viajes al pasado, o a diferentes futuros, como en La máquina del tiempo, de H.G. Wells, o en el relato de Ray Bradbury A Sound of Thunder, el mínimo error provoca catástrofes colosales. (En el cuento de Bradbury, posiblemente su más famoso, un cazador del futuro realiza un viaje al pasado para perseguir un Tyrannosaurus Rex, y mata inadvertidamente a una mariposa, alterando el flujo del tiempo de manera desastrosa).  
Thomas Anstey, caricatura de Harry Furniss

Thomas Anstey Guthrie (1856 -1934) un periodista de la famosa revista humorística Punch, de Londres, y escritor, quien firmaba con el seudónimo de F. Anstey, creó varias novelas  muy divertidas, parodiando distintos temas en boga. Por ejemplo, en Viceversa, Anstey usó el recurso de Príncipe y Mendigo, de Mark Twain, aunque en lugar de sustituir a un personaje de la realeza británica con un mendigo, puso a un padre en el lugar de su hijo, y viceversa. Las consecuencias eran inquietantes. (El padre terminaba yendo al colegio al cual su hijo se había negado a ingresar pues los maestros infligían humillantes castigos corporales).


Varias de las novelas de F. Anstey han resucitado en filmes, obras de teatro y musicales, en ocasiones, sin dar crédito alguno al autor. Tal vez la versión cinematográfica más famosa es la de su novela The Tinted Venus con guion de un famoso humorista norteamericano, S. J. Perelman,  y música de Kurt Weill, quien compuso las melodías para La ópera de tres centavos, de Bertolt Brecht.  El filme, titulado One Touch of Venus (1948), era protagonizado por Ava Gardner.  
F.Anstey ha tenido un reciente “revival” en Gran Bretaña gracias a su novela Tourmalin’s Time Cheques, que combina la idea del viajero del tiempo con la comedia de situaciones. La trama es muy divertida, y además, muy moderna.  
Peter Tourmalin es un empleado londinense que retorna a su país en un paquebote, The Boomerang, tras pasar vacaciones en Australia. Tourmalin no solo debe regresar a Inglaterra, sino a los brazos de su prometida, un ser absolutamente insoportable.  La mayor parte del viaje es un aburrimiento completo, y eso se agudiza por el añadido de horas extra debido al cruce de husos horarios.  
Un día, ocurre al señor Tourmalin algo que parece una especie de milagro. Un desconocido le dice que existe un banco, The Anglo-Australian Joint Stock Time Bank, Limited, donde puede depositar las horas de aburrimiento padecidas en el barco, y retirarlas luego, a su conveniencia,  a fin de aprovecharlas como se le venga en gana. El señor Tourmalin recibe una chequera, y cada vez que se mortifica con su vida cotidiana en Londres, endosa uno de sus cheques, generalmente, de 15 minutos de duración, pues ignora qué tropiezos sufrirá.
Tras endosar cada cheque, el señor Tourmalin es transportado súbitamente al barco donde regresaba de Australia. Al parecer, el protagonista no había estado tan ocioso como lo pensaba. En realidad, había establecido diálogos con dos bellas mujeres, mucho más interesantes y apasionadas que su fiancée.   
El problema con los cheques endosados por Tourmalin es que no siguen un orden cronológico. Cada nuevo cheque lo hunde en una situación comprometida con una de las dos mujeres, o con damas que le reprochan sus infidelidades. Además, los diálogos carecen de comienzo o de final.  
El señor Tourmalin es elogiado en ocasiones por alguna acción heroica –que ignora en qué consiste– o insultado por una grave ofensa de la cual no tiene la menor idea. El viajero del tiempo debe hacer toda clase de malabarismos verbales para descubrir su conducta, es como si fuera al mismo tiempo el paciente y el psicoanalista.  
Toda persona necesita emociones estables, avanzar o retroceder cautamente en sus relaciones sentimentales, o en el trato con  sus semejantes. Al señor Tourmalin le está vedado ese atributo. ¿Fue acaso infiel con su prometida? ¿Ha incurrido en promiscuidades con ambas mujeres a bordo del Boomerang? Un día, la intimidad con una de las damas es absoluta (inclusive la Inglaterra victoriana sugería escenas de alcoba sin necesidad de mencionarlas), y días después, la misma mujer ignora quien es el señor Tourmalin, y éste debe hacer una presentación formal.   
Tourmalin se halla de manera constante en la cuerda floja. En una coyuntura, es recibido con improperios por una matrona a quien no ha visto nunca en su vida. La señora lo considera un Don Juan, un ser miserable, que ha causado la desgracia de su hija. Tourmalin ignora quien es la hija de la señora, y no puede consultar a la ofendida madre de qué persona está hablando, pues  sumaría el insulto a la injuria.
En otras ocasiones, el canje de tiempos agrava las infidelidades. Cuando el señor Tourmalin viajaba en el Boomerang,  estaba de novio. Pero en algunos de sus retornos al barco, tras librar uno de sus cheques,  ya contaba con una cónyuge. Y las preguntas que le formulaban sus tiernas amantes lo obligaban a multiplicar sus mentiras. Por culpa de esos cheques, un ser absolutamente honesto se va enredando progresivamente en mentiras cada vez más escabrosas.
La particularidad de F. Anstey es haber investigado los avatares de un viajero del tiempo no en tiempos remotos, sino en escasas semanas, usando un recurso muy original: la fragmentación del diálogo. Cuando nos presentan a una persona, nuestro diálogo es muy formal, repleto de antecedentes. Todo ser humano debe enmarcarse primero ante un interlocutor. Pero a medida que avanza una amistad o un romance, disminuye la necesidad de ofrecer un resumé de nuestra vida.  Imagine el lector que cada vez que se encuentra con un amigo le dice: “Yo soy fulano de tal, mi profesión es tal, soy un divorciado, he tenido tres hijos de mi primer matrimonio, y mis padres viven en España”. La amistad, o el romance, nos permiten obviar presentaciones. Al mismo tiempo, los diálogos pueden ser indescifrables para alguien que desconoce nuestras referencias. Y eso ocurre obviamente en novelas, en filmes o en obras de teatro.
F. Anstey era un maestro analizando la confusión que causan en las relaciones humanas nuestros patrones de lenguaje, así como nuestro prejuicio, o ignorancia, de otros seres. La comedia de las equivocaciones trasladada a un viajero del tiempo permitió a F.Ansey renovar un género, multiplicar las oportunidades de tramas y guiones de gran encanto. Los ecos que desperdigó en otros autores se han acrecentado. Ahora, afortunadamente, ha retornado el momento en que los lectores pueden multiplicar su interés por la persona encargada de originarlos.



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