miércoles, 7 de octubre de 2015

Y ahora ¿a quién le echamos la culpa? Infantilismo político en sociedades de irresponsabilidad ilimitada


 Mario Szichman



Harry S. Truman (la inicial del medio nada significa) fue el trigésimo tercer presidente de Estados Unidos. La historia lo recordará como el hombre que ordenó lanzar bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima (6 de agosto de 1945)  y Nagasaki, tres días más tarde. El resultado inmediato de esos ataques fue la rendición de Japón.  
Cada uno habla de la feria de acuerdo a como le fue en ella. El uso de la bomba atómica en esas ciudades niponas fue considerado por muchos gobiernos y ciudadanos del mundo como sustancialmente inmoral. Truman alegó que esas bombas habían salvado entre 250.000 y medio millón de vidas en ambos bandos, pues Japón podría haber resistido varios años las ofensivas aliadas.  



La excusa del mal menor usada por Truman es casi tan antigua como la humanidad. Uno comete una atrocidad para evitar una atrocidad mayor. Por el revés de la trama, es un poco el pretexto que usó Danton, uno de los líderes de la Revolución Francesa, cuando lamentó que por no haber guilllotinado en las primeras semanas a quinientos de sus enemigos, sus secuaces se vieron obligados poco después a ejecutar a varias decenas de miles. (Danton terminó decapitado en la guillotina, igual que Maximiliano Robespierre, el hombre que ordenó su ejecución. La doncella, como todo artilugio mecánico, siempre fue imparcial).  
Como nota al margen, Kurt Vonnegut, un escritor que es uno de mis ídolos,  consecuente pacifista, y duro crítico de todas las administraciones norteamericanas, compartía el criterio de Truman. Vonnegut fue tomado como prisionero por los alemanes, en las postrimerías de la guerra, y se salvó de morir calcinado en Dresde, cuando los aliados lanzaron bombas incendiarias sobre la ciudad, matando aproximadamente a 135.000 personas. Los muertos en Hiroshima y Nagasaki suman 129.000 personas. Por supuesto, las secuelas de la radiación atómica afectaron a generaciones de japoneses, y miles de ellos fallecieron con el transcurso de los años, o décadas.  
Pero Vonnegut, que participó en la guerra, me dijo que sin la bomba atómica, el conflicto se hubiera prolongado muchos años más, con resultados aún peores. De todas maneras, si Truman tiene reservado en la historia mundial un lugar incómodo, a nivel nacional es recordado con respeto por exactamente una frase: The buck stops here. Es una expresión del slang de Estados Unidos y deriva de otra frase: pass the buck, que se empleaba en el juego de póquer, en la época del Lejano Oeste. Los partícipes en el juego usaban como señalador un cuchillo cuyo mango había sido hecho con buckhorn, el cuerno de un venado. Buck es el venado o ciervo macho. Cuando al jugador le señalaban el turno de actuar, colocando a su lado el cuchillo, y éste deseaba transferir la tarea a la persona siguiente, librándose de toda responsabilidad, su acción consistía en To pass the buck.
Truman colocó en su escritorio una tableta de madera con la inscripción the buck stops here, esto es, la responsabilidad por sus acciones no sería transferida a otros funcionarios, generalmente de menor categoría, y quienes siempre terminan cargando con el muerto. Si tomamos en cuenta el grado de embustes en que han incurrido en los últimos años varios presidentes norteamericanos, Truman parece pertenecer definitivamente a otra era. (Entre ellos figura George W. Bush, quien nunca asumió responsabilidad alguna por ordenar la invasión a Irak –cuyo gobierno nada tuvo que ver con los ataques a las torres gemelas–, o por las torturas en la cárcel iraquí de Abu Ghraib, o en la prisión de Guantánamo).
Aparte de incorporar los bombardeos atómicos a la excusa del mal menor, Truman asumió sus responsabilidades, y seguramente aceptó que la historia no lo recordaría de manera benigna.
En fecha reciente, Latinobarómetro, una encuestadora que tiene su sede en Santiago de Chile, publicó su survey anual, analizando la opinión que tienen sobre sus gobernantes los habitantes de 17 países de América Latina. En la versión digital del periódico Tal Cual, de Caracas, publiqué algunas de las conclusiones de la encuestadora, bajo el piadoso título de “Gobiernos de Latinoamérica (incluido Maduro) inspiran náuseas a sus ciudadanos”. Y digo que el título fue piadoso, pues los comentarios de los lectores a la nota fueron más exasperados. Al parecer, varios presidentes y presidentas del subcontinente generan altos decibeles de repugnancia física en sus ciudadanos.
Ocurre que América Latina no está pasando por un buen momento. El “boom” de las materias primas durante la primera década de este siglo, favoreció a gobiernos derechistas e izquierdistas. El promedio de aprobación de los jefes de estado fue de un 60 por ciento a través de la región, señaló Latinobarómetro. Tanto el conservador Álvaro Uribe, en Colombia, como los izquierdistas Hugo Chávez Frías, en Venezuela, e Inacio Lula da Silva, en Brasil, fueron ídolos del pueblo. Ahora, el ranking de aprobación de los mandatarios de la región no supera en promedio el 47 por ciento, y hay una gran escasez de ídolos.
La Comisión para América Latina y el Caribe dependiente de las Naciones Unidas pronosticó para este año un crecimiento regional de apenas 0,5 por ciento. Entre el 2003 y el 2008, el promedio de expansión en América Latina fue de un robusto 4,6 por ciento.
Marta Lagos, directora de Latinobarómetro, auguró que esta segunda década del siglo será para América Latina, “La década negra de la corrupción, los escándalos, el bajo crecimiento, y la falta de representación”.
De acuerdo a la encuesta, los habitantes de la región están empachados con la corrupción y la incompetencia de sus autoridades, y han perdido fe en sus instituciones cívicas, en los partidos políticos, en sus fuerzas armadas, en la justicia y en el parlamento.
Como en las sociedades tribales, los grupos que despiertan más confianza son la familia y los vecinos. Y la única institución que sigue contando con bastante respaldo es la iglesia.
Al parecer, el grito de batalla que empieza a resonar en toda América Latina es “Moderación o muerte”. Quienes se autocalifican de “centristas” han pasado del 42 por ciento en el 2008, al 33 por ciento en la actualidad. Y los “izquierdistas” y “derechistas” han empezado a ganar terreno. El problema es que los “derechistas” pasan a engrosar con enorme rapidez las filas de los partidarios de una solución militar. Y que los “izquierdistas” no suelen quedarse de brazos cruzados.
En épocas de prosperidad, los buenos precios que obtienen las materias primas permiten atemperar o disimular el saqueo al erario público. Los ladrones y atorrantes suelen pasar por estadistas. Cuando viene la época de las vacas flacas, es imposible aplacar la indignación popular y surge la necesidad de echarle a alguien la culpa por el alza en el costo de la vida, por la mala administración de los fondos, por el pésimo funcionamiento de los servicios públicos, por la rampante criminalidad. Es inevitable que la indignación enfile directamente hacia quienes previamente eran estadistas, y ahora han recuperado mágicamente su condición de malvivientes.
Pero tanto o más interesante que la reacción popular es la respuesta de los gobernantes. En el filme de Peter Sellers Doctor Strangelove, el actor británico interpretaba a un científico alemán contratado por las autoridades estadounidenses para desarrollar armas de destrucción masiva. El doctor Strangelove tenía un tic especial. Cuando algo lo ponía nervioso, solía alzar la mano derecha haciendo el saludo nazi. Era una reacción puramente mecánica. Similar reacción afecta a la mayoría de los gobernantes latinoamericanos. Ni uno solo de ellos asume responsabilidad alguna, inclusive cuando jura y perjura que lo hace. De creerles a ellos, son más inocentes que un recién nacido.
América Latina se ha distinguido, entre otras cosas, por dos tipos de industrias extractivas, aquellas que arrancan del subsuelo petróleo, hierro, cobre, bauxita, y piedras y metales preciosos, y la industria de extracción que practican sus autoridades en las bóvedas de sus bancos centrales. Pese a ello, como decía Marco Antonio en su oración fúnebre, tratando de disculpar a Bruto, quien contribuyó al asesinato de Julio César “Brutus es un hombre honorable.”  Y seguramente, todos aquellos que han desvalijado el erario público son tan honorables como Bruto. Siempre proliferan las razones para cometer desaguisados, que nunca son tales, sino actos destinados a propulsar la grandeza del país.
Si se echa un vistazo al survey de Latinobarómetro se verá un salto gigante en la impopularidad de varios jefes de estado y jefas de estada, como seguramente diría el presidente de Venezuela Nicolás Maduro, que ha sexualizado la política en sus discursos. Tal vez el caso más increíble es el de Brasil, donde la presidenta Dilma Rousseff tiene una aprobación del siete por ciento en las encuestas. Ocurre que Rousseff fue reelecta el 26 de octubre de 2014 derrotando por estrecho margen a Aécio Neves. Para ganarle a Neves, la mandataria brasileña requirió un 51,6 por ciento de los sufragios. ¿Cómo es posible que en menos de un año haya perdido un 45 por ciento del apoyo de la ciudadanía? ¿Cuán ciego podía estar el pueblo brasileño para reelegirla en el 2014 y repudiarla en el 2015? Es una pregunta interesante, porque ese tipo de colapso en la popularidad generalmente precede a estallidos sociales, o a juicios políticos.
Según la misma encuesta, la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, cuenta con un 24 por ciento del respaldo de los electores. Y aun así, está mucho mejor que el presidente de Perú, Ollanta Humala, cuyo rating de aprobación es de un 13 por ciento.
Con respecto al presidente de Venezuela Nicolás Maduro, alrededor de un 25 por ciento de sus compatriotas aprueba su gestión. Latinobarómetro dijo que en los dos años desde que asumió el cargo, Maduro bajó un 30 por ciento en la preferencia popular. Las principales quejas de los venezolanos son la escasez de alimentos y de otros productos básicos. En doce de los 17 países en que se realizó la encuesta, el crimen y la acción de bandas armadas es considerado el problema más importante.  Bueno, en Venezuela se ignora cuál es el problema más importante. El chavismo ha logrado al menos democratizar las quejas porque nada, absolutamente nada funciona. Los cortes de luz son casi cotidianos, las refinerías petroleras regenteadas por Petróleos de Venezuela, uno de los escasos entes que aún recauda dinero para el estado, parecen fábricas de fuegos artificiales, el Metro se inunda, nada llega a tiempo, el correo funciona ahora peor que cuando la correspondencia era traída por mensajeros a caballo,  y es imposible distinguir entre productos esenciales y productos suntuarios, porque ahora hasta el papel higiénico es un producto suntuario.
Pero hay algo que distingue al gobierno de la República Bolivariana del resto de las administraciones de América Latina: aunque ignora cómo resolver problemas básicos, es sabio a la hora de echarle la culpa a alguien. Pienso que parte de su genio consiste en que la mentira es siempre tosca. No lo digo con desprecio, sino con profunda admiración. Tomarle el pelo a un pueblo en su totalidad no es fácil. Arrojar la verosimilitud a los vientos requiere paciencia, coraje, un rostro pétreo. Inclusive cierto idealismo. Lo interesante es que la mentira funciona en relación inversa a su autenticidad. La sutileza nunca llega muy lejos.
Voy a dar un ejemplo de cómo la sagacidad está condenada al fracaso.
A mediados de 2013, el ex vicepresidente de Venezuela, José Vicente Rangel, denunció en su programa de televisión un complot de sectores opositores para invadir el país.
No se puede acusar al doctor Rangel de ser sloppy, desordenado, incompetente. Por el contrario, su peor defecto –al menos para la Nomenklatura chavista– es que posee una mente sagaz, excesivamente meticulosa. Rangel, un veterano periodista, dio tal vez el mejor tubazo de su carrera al asegurar que la oposición venezolana “compró 18 aviones de guerra” para usarlos como parte de una fuerza invasora. Los detalles que brindó son demasiado precisos como para sospechar una burda patraña. Hay además fechas, hay coordenadas con minutos y segundos, hay ciudades que se mencionan. Gracias a Rangel sabemos que “Los aviones fueron negociados el pasado 27 de mayo (de 2013) en la ciudad de San Antonio, Texas” entre “ejecutivos de la industria de aviones de guerra y venezolanos de la oposición”.  Los aviones, dijo Rangel, serían traslados a una base militar estadounidense ubicada en Colombia “y la cual tiene las coordenadas siguientes: P 11 grados, 25 minutos 31 segundos. M 72 grados, 7 minutos, 46 segundos”.
Fue quizás el único error del doctor Rangel. Nunca hay que ser meticuloso en ese tipo de informes. Según el blog de Gustavo Coronel “Resulta que esas coordenadas corresponden al pueblo de Guarero en los límites entre Colombia y Venezuela, y específicamente las citadas coordenadas se localizan en territorio venezolano”.
Un lector del blog, que puso esas coordenadas en Google, descubrió que señalaban “un punto en el Océano Índico, cerca de la India”, y si eran puestas del revés, salía “un punto en el océano Ártico, cerca de Noruega”.  
Por lo demás, Rangel estaba tan seguro de su primicia periodística que también recomendó a los organismos de seguridad de Venezuela “chequear esta información que no vacilo en calificar de extremadamente grave y recabar información de las autoridades norteamericanas y colombianas”.  
Rangel reiteró en varias ocasiones esa denuncia, y los venezolanos pudieron dormir tranquilos gracias a sus revelaciones, aunque debido a su acendrado patriotismo  suele recibir más bofetadas del gobierno que de la oposición.   
Resulta muy curiosa la apatía exhibida por el gobierno de Venezuela ante falacias que respaldan sus embustes. Aunque son constantes las denuncias sobre planes para derrocar al gobierno o asesinar a importantes funcionarios, nunca hay un follow up, un seguimiento. No dudo que se trata de otra maniobra genial, y consiste en afirmar y negar al mismo tiempo la información, y en ocasiones, darle un contenido tal, para indicarle al receptor que no debe tomarla en serio. Y las consecuencias pueden ser devastadoras para la salud mental de un pueblo, que queda a merced de la incertidumbre.
            Generalmente, en sociedades mejor constituidas que la Venezuela chavista, donde hay humo, fuego queda. Hay numerosos libros, escritos por ensayistas y periodistas norteamericanos, revelando los intentos de la CIA por asesinar a Fidel Castro. Si mal no recuerdo, Castro hizo alusiones muy esporádicas a esos conatos. Con mucha dignidad, y sin alharacas. Tal vez está maldecido por la herencia gallega, que valora mucho el honor.
Pero no pasa semana sin que el presidente de Venezuela haga mención a algún complot contra él, o contra su gobierno. Si algo funciona mal, es porque el imperio del mal está saboteando su administración. Y si no, es el genio del mal, encarnado en Álvaro Uribe, ex presidente de Colombia, o los paramilitares colombianos. Cuando más descabellada es la conexión, más se insiste en ella.
El ex presidente Hugo Chávez Frías murió de cáncer. Fue atendido por médicos cubanos en Cuba, hasta el día de su fallecimiento. Pero Maduro insiste en que fue asesinado por órdenes del gobierno de Washington. ¿Cómo? ¿Por ondas hertzianas?  Nunca se han explicado bien los detalles del complot, que necesariamente debería haberse consumado en Cuba.
El gobierno de Venezuela se ha convertido en una víctima perpetua. Sus antics, han conseguido popularidad internacional. Varios portales noticiosos muy influyentes, como The Daily Beast, han mencionado que, según Maduro, el ex presidente Chávez, transmutado en ave canora, le gorjea al oído. Pregunten a un psiquiatra cómo reaccionaría si un paciente le formula la misma confesión. Su respuesta es que lo llevaría a una celda con paredes acolchadas, la cerraría con llave, y arrojaría la llave por la poceta.  Pero, la jerarquía presidencial está exenta del tratamiento reservado al común de los mortales.  
Entre tanto, Maduro, aunque cae en los niveles de impopularidad de varios gobernantes latinoamericanos, tiene garantizada su permanencia en el cargo gracias a que administra un régimen de irresponsabilidad ilimitada. Por supuesto, hay otros factores que influyen. No hay sector que escape de las manos o de la vigilancia del gobierno de Caracas. Pero no se debe descartar el rol que desempeña la víctima en nuestra sociedad, aunque parte del tiempo la dedique a insultar a media humanidad. La dignidad, el decoro, el orgullo, la responsabilidad, no prosperan en sociedades rentistas donde el estado es el gran proveedor. Especialmente, cuando ha tomado precauciones para convertirse en el único abastecedor de bienes materiales.







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