domingo, 15 de noviembre de 2015

“La guerra es la paz; la libertad es la esclavitud; la ignorancia es fortaleza” Las lecciones de “1984” de George Orwell


Mario Szichman



En el psicoanálisis moderno, un concepto clave es el de la esquizofrenia. Se habla de pensamiento “esquizofrenizante”, o de la madre o de la familia “esquizofrenizante”. En el blog de Inés Tornabene Sigue al conejo blanco, se da un buen ejemplo de un mensaje esquizofrenizante. Una madre le dice al hijo: “Tienes que ser espontáneo”. El hijo “no tiene la opción de ignorar el pedido materno, pero el mensaje es doble y de imposible cumplimiento: si no es espontáneo, no cumple con el mandato, y si cumple con el mandato de ser espontáneo, lo incumple por no ´ser espontáneo´, ya que obedecer el mandato se contradice con ser espontáneo. El hijo queda atrapado”.  
Por cierto, hay el chiste de una madre judía –dicen que algunas madres judías son muy esquizofrenizantes– quien le regala a su hijo dos camisas. El hijo, para complacer a la madre, se pone una de las camisas y se la muestra a la progenitora, quien se limita a decir: “¿Cómo, la otra camisa no te gusta?” Pero la práctica esquizofrenizante es mucho más perniciosa cuando se la utiliza como forma de dominación política.
En 1984, la novela de George Orwell (seudónimo de Eric Arthur Blair), las formas del discurso totalitario se basan en buena medida en el doble mensaje. Los eslogans de la sociedad descripta por Orwell son: “La guerra es la paz; la libertad es la esclavitud, y la ignorancia es fortaleza”. Winston Smith, el protagonista de la novela, vive en Londres, en 1984 –la novela fue publicada en 1949, cuatro años después de finalizar la segunda guerra mundial y cuando era ya imposible ignorar las atrocidades del estalinismo. Una de las primeras imágenes que anticipa Orwell al lector es la de BIG BROTHER, el hermano grande. Además, BIG BROTHER IS WATCHING YOU. El hermano grande te vigila. La descripción que hace Orwell del rostro del hermano grande corresponde con el de José Stalin. Y los ojos, como en la iconografía chavista, siguen a cada ser humano a cualquier lugar que se dirige. Es imposible escapar de esa mirada.
El mundo que habita Winston Smith es el de una interminable guerra, y peor aún, el de una perdurable mentira. Está dividido en tres súper estados: Oceanía, donde vive Winston Smith, Eurasia, dominada por Rusia, y Asia oriental, que comprende China e Indochina.
Esos súper estados existen en cambiantes alianzas, y guerras frías. Ninguno está en capacidad de destruir al otro; todos se benefician de las guerras permanentes. Es una forma de mantener a sus sociedades eternamente sometidas, y poseer excusas para no proveer a sus necesidades básicas. Todas ellas enfrentan carestías por culpa de las guerras económicas lanzadas por el enemigo.  
Un factor primordial es la automática negación de la verdad. Por ejemplo, el enemigo de ayer es el amigo de hoy. Y ese amigo de hoy, que fue enemigo ayer, es el eterno amigo. Y el enemigo de hoy, que fue el amigo de ayer, es el imperecedero enemigo.
Los niños son transformados en patriotas cooperantes. Y su tarea es vigilar y delatar a sus padres cuando observan la menor infracción. Son salvajes con todo el mundo, excepto con EL HERMANO GRANDE, ante el cual se someten como lacayos.  
El ministerio del Amor es utilizado para adoctrinar y convertir a quienes cometieron “crímenes de pensamiento”, esto es, razonaron de manera desfavorable contra el gobierno, el Partido, o el Hermano Grande. Luego que los disidentes son llevados al Cuarto 101, donde los torturan con sus peores pesadillas hasta que se hallan dispuestos a traicionar a sus amigos, familiares y amantes, y deciden convertirse en seres leales al Partido, se los ejecuta.
Y como contrapeso al adorable HERMANO GRANDE, está el odiado ENEMIGO GRANDE, Emmanuel Goldstein, basado en Leon Trotsky, el principal rival de Stalin en el Politburó soviético, hasta que fue expulsado de las filas del partido Bolchevique y obligado a exiliarse en México. Allí fue asesinado en 1940 por el comunista español Ramón Mercader. Goldstein es un apellido típicamente judío, y Trostky era de origen judío. Su verdadero nombre era Lev Davidovich Bronstein.   
Orwell no inventó nada. Las cotidianas diatribas de odio contra Emmanuel Goldstein, constituían las cotidianas diatribas de odio contra Trostsky, durante los años de las grandes purgas soviéticas de la década del treinta, cuando fueron diezmados los principales cuadros del partido Comunista de la Unión Soviética, así como la flor y nata de la oficialidad militar. Tras interminables torturas, personajes como Zinoviev, Kamenev y Bujarin, que desempeñaron importantes cargos en la nomenklatura soviética, fueron obligados a confesar toda clase de crímenes, que no habían cometido. Luego, se los ejecutó.  
Stalin ordenaba eliminar a todos quienes podían cuestionar su mandato.  Hasta ordenó ejecutar al embalsamador del fundador del estado soviético, Vladimir Ilyich Ulyanov, alias Lenin. Tanto el embalsamador como su hijo, lograron eludir la ejecución porque Stalin no encontró reemplazantes. Substituir a enemigos políticos por obsecuentes era muy sencillo. Pero la profesión de embalsamador tiene sus triquiñuelas. En tanto la política suele ser una función de seres desechados de otras profesiones, el embalsamador cumple una tarea insustituible: el muerto tiene que parecer como si continuara vivo.  
Permítame el lector un aparte. (Afortunadamente, los blogs permiten muchos apartes). Si no estoy equivocado, el cadáver de Lenin reposa en un panteón situado en la Plaza Roja de Moscú desde hace más de ocho décadas. Cuando los nazis invadieron la Unión Soviética, Stalin ordenó trasladar el cuerpo a Tyumen, Siberia, para que no fuera confiscado por los invasores. La odisea de ese traslado está narrada en un extraordinario libro, Lenin´s Embalmers, escrito por Ilya Zbarsky y Samuel Hutchinson. El cadáver del líder revolucionario fue custodiado por  Boris Zbarsky, uno de los embalsamadores originales de Lenin, y por su hijo Ilya (el co-autor del libro Lenin’s Embalmers).
Boris Zbarsky salvaguardó el cadáver durante 30 años. Su hijo, otros veinte. Ambos se aferraron al cadáver de Lenin, glosando la letra de un tango, “Como abrazados a un rencor”. Fue lo único que les permitió sobrevivir a las purgas de Stalin.
Por cierto, en ese lapso ocurrió algo extraordinario con el cadáver de Lenin: empezó a vender salud. Ilya Zbarsky envió un informe al Kremlin en 1945, señalando: “La condición del cadáver ha mejorado de manera considerable”.  


Luego de la caída de la Unión Soviética, Ilya logró acceder a los archivos de la KGB, y descubrió que tanto él como su padre habían sido condenados a muerte por actividades antisoviéticas, pero la sentencia fue suspendida. Al margen del informe contra ambos, Stalin escribió, de su puño y letra: “No deben ser tocados hasta que se encuentren substitutos”. Resultó imposible encontrar embalsamadores capaces de mejorar el aspecto de un muerto.

LA ETERNIDAD DURA POCAS DÉCADAS

Orwell falleció en 1950, a los 46 años de edad. No fue embalsamado, sino enterrado en el cementerio de la iglesia All Saints', en Sutton Courtenay, Oxfordshire.  
En 1953 murió José Stalin, el sucesor de Lenin, a los 74 años de edad. También su cadáver fue momificado. Pero no por Boris Zbarsky, ni por su hijo Ilya. Boris estaba preso, en tanto Ilya había sido destituido de su cargo de embalsamador. Stalin localizó finalmente a un técnico capaz de mejorar el aspecto de un muerto: Sergey Mardashev. Nunca imaginó que esa persona se encargaría de aderezarlo para la eternidad. O de divulgar sus defectos. Mardashev quedó muy desconcertado al encontrarse con el cadáver de Stalin. El líder soviético aparecía en las fotos con el rostro de un galán de cine. En realidad, tenía la cara estropeada por la viruela, y debía someterse diariamente a sesiones de maquillaje.  
Hasta 1961, Stalin reposó a un metro de distancia de Lenin. Pero luego, el proceso de desestalinización ordenado por Nikita Kruschev envió su momia a un sitio desconocido. He visto muchas fotos siniestras, cercanas a la pornografía, pero no creo que una sola de ellas supere la imagen de esos dos cuerpos reposando para la eternidad.
Eric Arthur Blair, alias George Orwell, perdurará. Al menos tanto como la memoria de Stalin. Y perseverará como un buen recordatorio de la maldad política. Especialmente por 1984, pero también por la fábula Animal Farm, Rebelión en la granja. Las convenciones del totalitarismo,  aunque se disfracen con las fórmulas del amor universal, siempre se inspiran en el cultivo del odio a quienes rechazan las ordenanzas del líder, o se niegan a someterse de manera sumisa. 
La novela 1984 tiene muchos momentos memorables. Uno de ellos, es cuando Winston Smith decide cometer la primera transgresión: escribir un diario, con una antigua lapicera que sumerge en tinta. Sabe que esa infracción puede conducirlo a la muerte. El solo hecho de tener manchas de tinta en sus dedos es un indicio de que algo malicioso está escribiendo. Es factible suponer que se trata de sus pensamientos secretos. Los thoughcrimes, crímenes del pensamiento, representan la peor clase de infracciones. Nadie puede pensar por su cuenta en la sociedad liderada por EL HERMANO GRANDE.


A una transgresión sigue la otra. Hasta que Orwell describe una situación que no se caracteriza por la violencia física, sino por un instante de reflexión, y define claramente el suplicio de vivir en una sociedad totalitaria.  
Mientras Winston Smith está haciendo ejercicio frente a la pantalla de televisión, pues el Partido necesita que todos sus miembros estén en buenas condiciones físicas, recuerda que en una época Oceanía estuvo en guerra con Eurasia, y en alianza con Asia Oriental.  
“En ninguna proclamación pública o privada se reconocía que las tres potencias se habían agrupado en otra época en diferentes líneas”, señala Orwell. Sin embargo, de manera oficial, “ese cambio de aliados nunca había ocurrido. Si Oceanía estaba en guerra con Eurasia, era obvio que Oceanía siempre había estado en guerra con Eurasia. El enemigo del momento representaba el mal absoluto, y por lo tanto, era imposible cualquier acuerdo pasado o futuro”.
Winston Smith piensa que “lo más aterrador es que podría ser verdad. Si el Partido podía poner su mano en el pasado y decir de ese evento: NUNCA OCURRIÓ, eso, seguramente, era algo más aterrador que inclusive la simple tortura o la muerte”.  
El problema, dijo Orwell, es que “Si todos los demás aceptaban la mentira impuesta por el Partido, si todos los registros narraban el mismo cuento, entonces se incorporaba a la historia y se transformaba en verdad”. Era el fin del individuo, el inicio del hombre masa, sin voluntad, carente de inteligencia y de coraje. Era el advenimiento del reino de la sumisión. Pues el eslogan del Partido era: “Quien controla el Pasado, controla el Futuro. Y quien controla el Presente, controla el Pasado”.








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