domingo, 31 de enero de 2016

El ciervo herido de Félix Luis Viera: La política de la degradación humana


Mario Szichman

Yo resulté el soldado Umap número 22
de la tercera escuadra del pelotón número 1
de la compañía número 1 del batallón 23
de la Agrupación 6 del Estado Mayor de las Umap,
este nombrado Unidad Militar 1015
y radicado en la ciudad de Camagüey”.
Félix Luis Viera
Un ciervo herido



Armando Valdivieso Ginarte, uno de los protagonistas de la novela Un ciervo herido*, del escritor cubano Félix Luis Viera(Editorial Verbum, Madrid, 2015), es una especie de privilegiado. “Debe sumarse que poseo libertad para lavar la ropa cuando mi ánimo más me lo indique”, señala. “Descomunal ventaja pues quien quiera conservar su ropa de cepa debe hacer guardia fija mirando al cordel: unos y otros se las roban”. Armando es un prisionero en un campamento de reeducación de las Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP) en Cuba. Su privilegio consiste en que su degradación es levemente menor a la padecida por el resto de los prisioneros en esos campos de concentración creados por el gobierno de Fidel Castro en 1965, y que perduraron hasta 1968. Miles de cubanos fueron llevados a reductos de la UMAP para ser sometidos a una supuesta reeducación política que consistió en someterlos a trabajos forzados en el sector agrícola. Entre sus víctimas figuraron disidentes políticos, homosexuales,  y Testigos de Jehová.
Antes de continuar con la reseña querría decir por qué considero esta novela  extraordinaria, y por qué lamento no haberla conocido antes.   
Tenía 13 años cuando Fidel Castro llegó a La Habana y proclamó la Revolución, quizás el evento político más importante registrado en América Latina en el siglo veinte, y cuya trascendencia cruzó las fronteras del continente. Fidel, con su “macho élan”, como dirían los gringos, el Ché Guevara, Camilo Cienfuegos, eran realmente personajes épicos, encarnaciones del David enfrentándose al Goliat estadounidense. Cualquier joven de esa época que no estuviera con el establishment, anhelaba ser guerrillero.  
Existían en América Latina consolidados partidos de izquierda, como el Comunista, y movimientos obreristas. Pero, por lo general, sus dirigentes eran burócratas que iban de la avanzada madurez a la ancianidad. En cambio, los revolucionarios cubanos eran muy jóvenes, casi como los héroes de la gesta independentista en la Gran Colombia. Muchos adolescentes en distintas partes de América Latina soñaban con lucir la boina y el uniforme verde oliva, cargar un fusil al hombro, y liberar pueblos.
Cuando llegué a Venezuela en 1967, a los 22 años de edad, la guerrilla estaba muy presente. Douglas Bravo era, quizás, la figura más importante y más venerada. Pero muchos revolucionarios venezolanos, y conocí a varios de ellos, tenían un problema con la Revolución Cubana: no comían cuentos. Criticaban muchos de sus aspectos, la falta de respeto a la disidencia, inclusive dentro de las filas de la Revolución, la acrítica actitud de la dirigencia cubana en relación al partido Comunista de la isla, y a la Unión Soviética, su mentalidad foquista, sus actitudes estalinistas, y el progresivo control del país por parte de Fidel y en menor grado de Raúl Castro.
No voy a extenderme mucho más en ese peritaje. Los invito a leer el trabajo de Magdalena López “Desde el fracaso: narrativas del Caribe insular hispano en el siglo XXI” (Editorial Verbum de Madrid, 2015) pues hay en ese libro muy perspicaces evaluaciones del efecto de la Revolución Cubana en novelas publicadas durante estos últimos años. La ensayista nos muestra cómo en la periferia, por ejemplo en la República Dominicana, los dogmáticos parámetros del castrismo causaron estragos. El coronel Francisco Caamaño Deño quiso copiar puntualmente los pasos de Fidel, y luego del Ché Guevara, incluido el desembarco de su escaso contingente en una playa, su ascenso a las montañas, y terminó muriendo como el Ché, frente a un pelotón de fusilamiento. La última burlona reedición de la epopeya castrista se ha registrado en Venezuela.
Marx decía en El 18 Brumario de Luis Napoleón Bonaparte que los grandes episodios históricos se dan dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa. Y esa Revolución Bonita liderada por Hugo Chávez Frías permite evaluar, por el reverso, las razones de los fracasos que plagaron lo que fue al principio una rebelión cargada de esperanzas.

De todas maneras, en algo triunfó la Revolución Cubana: en desprestigiar a sus adversarios, en introducir en la misma bolsa a los “gusanos” y a los disidentes, y en general, a encubrir la mayoría de sus lacras. Muchos en la izquierda se negaron a aceptar lo que Felix Luis Viera revela con mano maestra en Un ciervo herido: la existencia de campos de “reeducación” de prisioneros –en realidad, campos de ignominia donde se castigaba o “disciplinaba” a seres humanos reacios a pensar de acuerdo al arbitrio oficial. La eficaz consigna era que no se debía hacer el juego al enemigo.   
Por cierto, recuerdo que un respetado intelectual uruguayo,  resteado con la Revolución Cubana, me dijo hace ya algunos años: “Algún día el pueblo cubano terminará por alzarse y hará pagar a sus líderes todas esas décadas de sufrimiento”. Ese intelectual falleció hace dos décadas, y no parece cercano el día en que el pueblo cubano se alce, o intente cambiar el régimen. Habrá permutaciones cosméticas, pero son demasiados años de lo mismo y existe una resignada aceptación entre los cubanos de que si no se puede cambiar de país, es mejor cambiar de conversación.

EL INFIERNO TAN TEMIDO

Los factores principales para convertir a Un ciervo herido en una gran novela son la mirada y la voz del narrador. No le pidan a Viera una literatura de denuncia. Tampoco le exijan conmiseración, porque no va a complacer al lector. El mundo de Viera está habitado por seres humanos. Ni los malos son excesivamente malos, ni los buenos portan una aureola sobre sus cabezas. Malos y buenos, tanto los administradores del castigo como sus receptores, solo saben con certeza que transitamos una sola vez por esta vida, y debemos acomodarnos a todas sus contingencias. Y la mayoría sospechan que residen en el purgatorio.
Los personajes que circulan por la novela parecen atrapados en su mundo como marionetas en un teatro. El problema es que no obedecen a las órdenes del apuntador. Algunos lectores seguramente querrán que los malos sean de verdad malos para poder odiarlos. Y que los buenos sean de verdad buenos, para poder identificarse con ellos. Viera opta en cambio por el distanciamiento; se limita a exhibirlos en sus intentos por actuar sus papeles. Quizás ninguno cumple con las expectativas. Pero tampoco defrauda, pues se trata de personajes trágicos cuya única intención es sobrevivir.
Y después está la voz. En realidad las voces. Hay un coro de voces en Un ciervo herido. Cada personaje se afianza en pequeños tics, en efímeros pensamientos. En algunos, el miedo cede el camino al pánico. En otros, enfila hacia la solidaridad. Hay una necesidad tan poderosa de subsistir, que es por ese lado donde emerge la admiración del lector.  
Al mismo tiempo, uno desearía que los encargados de la UMAP fueran los villanos de la película. Pero no lo son. Constituyen seres reales obligados a ejercer tareas desagradables. Los más crueles son, curiosamente, los más idealistas. Y ¿por qué no? Han sido adiestrados para reeducar a las lacras de la vieja sociedad. Por lo tanto, exhibir humanidad es una transgresión. Compadecerse por el prójimo implica traicionar los ideales revolucionarios.  La mayoría de los carceleros aspira a convertirse en hombres nuevos, y ni uno de ellos lo consigue. Solo los zombies están en condiciones de transfigurarse en hombres nuevos.
Y entre malos que no son tan malos, y buenos que no son tan buenos, en definitiva, seres humanos que solo tienen una vida para vivir, empiezan a sobrevolar las figuras del ritual religioso, y la amenaza de la tempestad y de la plaga.  
Antes de ser trasladado a un campamento de la UMAP, el disidente Armandito Valdivieso presiente que se halla “A las puertas del vendaval”. Los signos son imposibles de ignorar. “Se estaba quedando solo; sus amigos y sus conocidos rojos y los más o menos rojizos, veían venir la hecatombe y se apartaban de él”. Quedaban, apenas, compañeros de juerga, quienes “se hallaban en el medio de la línea que marca la frontera entre el bien y el mal en la ´nueva sociedad´”.
Un estado omnipresente, implacable, va favoreciendo a elegidos  y descartando a los excomulgados. La nueva sociedad se convierte en un tribunal de la inquisición, donde el inocente debe demostrar que no es culpable. Y el culpable, definitivamente es culpable, porque lo acompaña la semiología del apestado. Los amigos empiezan a eludirlo, el resto piensa, como en toda sociedad amedrentada y regimentada: “Algo malo habrá hecho…”  
La nueva sociedad es la sociedad de la sospecha. Mejor no hablar, porque alguien, con malas intenciones, puede escuchar. Uno empieza a pensar que de haber nacido Kafka en la Cuba de los hermanos Castro, hubiera sido un costumbrista. (El novelista Augusto Roa Bastos aplicaba la ironía al Paraguay del general Alfredo Stroessner. Pero se quedó corto).   
Cuba está gobernada desde hace más de medio siglo por dos hermanos. El primero todavía más providencial que el segundo. Ambos deben ser genios de la política, pues al parecer sus compatriotas no necesitan a nadie más para vivir felices. Solo la reina Victoria estuvo más años en el trono de Inglaterra –64 años– que Fidel y Raúl Castro de manera conjunta –hasta ahora 57. Y no es insensato pensar que el apellido Castro se prolongue en un heredero al trono. De todas maneras, la reina Victoria reinaba pero no gobernaba. Y eso representa una vasta diferencia.  
En definitiva, pese a la irrupción de la modernidad, Cuba parece suspendida en una solución coloidal. El tiempo no transcurre del mismo modo en la isla que en el resto del Caribe, o del continente. Todavía es el territorio de la plaga, siempre amenazado por herejes. Quien no está plenamente de acuerdo con nosotros, piensan los jerarcas, está con el enemigo. Quien no mira la realidad con los ojos de la utopía, es un indeseable. Ah, y además, El Hermano Grande, y luego El Hermano Chiquito, nunca se equivocan.  
Al final de Un ciervo herido hay un Anexo. Se trata de una especie de síntesis de todo lo que ha ocurrido previamente en el relato. El narrador interroga a uno de los militares que desempeñaron tareas en la UMAP. Lo primero que aclara el militar a quien realiza la entrevista es que “Yo solo cumplía órdenes”. Despojado de sus charreteras, de todo poder, el interrogado se muestra siempre a la defensiva. Cuando se le pregunta: “¿En la actualidad usted pasa hambre?”, responde veloz: “¿Hambre? ¿Por qué esa palabra?”
No, el interrogado no pasa hambre. Claro que no. En todo caso “Necesidad, yo paso necesidad como todo el mundo; hambre es una palabra que no me gusta porque es la que usa el enemigo”.   
Cuando se le señala que no todos pasan necesidad, que la elite cubana está bien alimentada, que “por ejemplo, ministros, dirigentes intermedios, altos jefes militares, y otros así, comen bien”, responde: “Bueno, es que la vida tiene que ser así, ¿no?” Es impensable considerar que “el Comandante en Jefe tiene que pasar la misma necesidad que uno”. Ocurre que si el Comandante en Jefe “No come todos los días, si no se alimenta bien todos los días, a la larga nos jodemos todos, no salimos del bache, él es la garantía”.
Uno se pregunta ¿garantía de qué? Lo único que garantiza el Comandante en Jefe es que persistirá la necesidad, como antes persistió el período especial, o la amenaza imperial. El Imperio está siempre enfrente, y la geografía nunca se alterará. Tampoco el Imperio se borrará del horizonte, aunque por ahora ha hecho la paz con la Revolución.
Hay que confiar en el Hermano Chiquito, como antes se confió en el Hermano Grande. Ellos nunca se equivocaron. Gracias a ellos, Cuba está como está.


****La primera edición de Un ciervo herido es de Plaza Mayor, Puerto Rico, 2002. La segunda es de Edizioni Cargo,  Italia, 2005, y la tercera de Eiriginal Books, Miami, 2011. La edición de Verbum, Madrid,  2015, es la definitiva, y cuenta con prólogo del autor. 



3 comentarios:

  1. Buen comentario...no he tenido la oportunidad de leer mas que un par de fragmentos de Un ciervo herido, y muchos comentarios y apreciaciones, pero he leido En el corazon deel rey, poemas y el libro de cuentos El precio del amor.... y la verdad que creo que Felix Luis Viera es alguien que vive intensamente el mundo en que ha vivido, en el que vivio y en el que vivira, y esta realidad esta inmersa en la realidad literaria del autor, dandonos mas poibilidades de idetificacion de la cuba post 59 que cualquier ensayo sobre el tema....

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  2. Rebeca, agradecido por el comentario. Me han hablado mucho y bien de El corazón del rey. Y me comprometo a hacer una reseña. Sigo creyendo que una buena novela vale por muchos ensayos cuando se trata de un tema político. Con mi amistad.

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  3. A Sergio Andricain, Andrés Díaz Castro, Balo Arturo Gu So y 61 personas más les gusta esto.
    6 comentarios
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    Ernesto Olivera Castro
    Ernesto Olivera Castro tremenda novela poeta, con esa vieja sabiduria del oficio que te sobra
    Ya no me gusta · Responder · 5 · 31 de enero a las 13:27
    René Avilés Fabila
    René Avilés Fabila Es una novela fascinante de uno de los mayores narradores cubanos, por cierto olvidado en la Isla.
    Ya no me gusta · Responder · 5 · 31 de enero a las 13:55
    Sindo Pacheco
    Sindo Pacheco Por suerte esos testimonios quedarán. Cuando ya nadie quiera saber de esas cosas, los libros quedarán. Abrazos.
    Ya no me gusta · Responder · 6 · 31 de enero a las 14:55
    Mercedes Eleine Gonzalez
    Mercedes Eleine Gonzalez Ya te digio, la lei con una especie de dolor y de fuerza porque esta cruda, narrada con ese estilo viril que te caracteriza. Gracias por una obra como esa, que dice la verdad tajante, sin claroscuros.
    Ya no me gusta · Responder · 6 · 31 de enero a las 15:13
    Angel Velazquez
    Angel Velazquez excelente!!!
    Ya no me gusta · Responder · 2 · 31 de enero a las 19:38
    Teresita Dovalpage
    Teresita Dovalpage Una de mis novelas favoritas!

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