Mario Szichman
En I Confess, Alfred Hitchcock nos traslada a Quebec, para narrarnos
la aterradora historia de un sacerdote católico (Montgomery Clift) que era
acusado de un crimen, tras negarse a revelar un secreto de confesión formulado
por el verdadero asesino. El homicida, un inmigrante alemán (interpretado por
el magnífico actor O. E. Hasse), había cometido el crimen perfecto. Ningún
sacerdote puede divulgar información obtenida en el confesionario.
Sin embargo, la realidad
suele ser muy diferente. Hay muchos inocentes que han ido a la cárcel tras ser
acusados de crímenes que no han cometido.
Si el lector
ingresa al sitio en Internet http://www.innocence- project.org/ observará en la
parte superior The faces of exoneration,
los rostros de aquellos que fueron injustamente acusados de asesinatos. El blog
pertenece a The Innocence Project,
una organización sin fines de lucro cuya intención es lograr la libertad de
individuos falsamente acusados. La organización utiliza en sus tareas pruebas
de ADN.
David K. Shipler, quien ganó en 1987 un premio Pulitzer, señaló en The New York Times que falsas
confesiones han figurado en más de un 20 por ciento de 275 sentencias que terminaron
siendo anuladas tras obtenerse pruebas de ácido desoxirribonucleico demostrando
que el acusado no era el perpetrador.
Shipler dijo que para quien nunca ha sido torturado, o amenazado por la
policía, resulta muy difícil creer que una persona inocente confiese un crimen.
Pero hay poderosas razones para hacerlo. En primer lugar, permiten el cese de
la tortura o de la intimidación. Además, un policía es una figura de autoridad.
En ocasiones, personas falsamente acusadas presumen que si cooperan con la
policía, lograrán que se descubra al verdadero criminal.
Estudios de confesiones falsas hechos por psicoanalistas señalan que los
más proclives a declarar algo que no hicieron son los niños, las personas
enfermas, los retardados mentales, y aquellos que al ser detenidos estaban
borrachos o drogados. Los menores de edad son los más vulnerables.
Shipler mencionó, como caso paradigmático de una confesión falsa, la de
Félix, un adolescente de 16 años de edad, acusado de asesinar en Oakland,
California, a Antonio Ramírez. Félix fue
detenido en una redada, aislado en una sala de interrogación durante una noche,
y hostigado por policías, hasta que lo persuadieron de que era mejor confesar
el asesinato.
El adolescente le informó posteriormente a su abogado, Richard Foxall, que
la tarea de obtener pruebas falsas estuvo exclusivamente a cargo de policías.
En primer lugar, le ordenaron a Félix que hiciera un diagrama de la escena del
crimen. Como Félix no había cometido el homicidio, tampoco podía diseñar la
escena del crimen. Hizo varios intentos para aplacar a sus interrogadores, pero
todos los diagramas fueron tan incorrectos que la policía no se animó a
presentar uno solo de ellos en un tribunal.
Después, se le ordenó al sospechoso que explicara hacia donde había huido
tras el presunto asesinato. Félix indicó una dirección. Pero como era el rumbo
equivocado, los policías lo corrigieron, y le dijeron que había escapado en la
dirección contraria. Félix debió modificar su testimonio. El joven no mencionó
que cerca de la escena del crimen había un callejón sin salida. Ignoraba ese
dato pues no había estado en el sitio. Los policías le suministraron los detalles.
Félix incorporó el callejón a su testimonio.
¿Y qué había ocurrido con el revólver usado en el asesinato de Ramírez?
Félix dijo que él no poseía revólver alguno. “Y allí fue cuando los policías se
descontrolaron, y empezaron a gritarle”, dijo el abogado Foxall.
Para intentar aplacar a los policías, Félix mintió, diciendo que había
dejado el revólver en casa de su abuelo. “Y eso fue realmente brillante”,
señaló el abogado, pues contribuyó a desacreditar la confesión. “Ocurre que los
dos abuelos de Félix estaban muertos”, dijo el letrado.
Pese a que la confesión de Félix estaba repleta de fallas, los policías la
grabaron, y el adolescente fue llevado ante un tribunal. Recién cuando apareció
ante un juez, Félix divulgó un informe que echó por tierra toda la confesión.
El día en que Ramírez fue asesinado, Félix estaba preso en un centro de
detención para menores de edad, tras violar su libertad condicional en un caso
de hurto.
La acusación contra Félix fue rechazada, y Foxall expresó sentirse muy
aliviado, pues miembros de un jurado “se niegan a creer que una persona
confiese un crimen que no cometió”.
Inclusive el juez de la causa se mostró perplejo ante el giro que había
dado el proceso.
“Realmente no entiendo”, dijo el magistrado a Félix. “¿Por qué confesó algo
que no había hecho?” El juez debe vivir en perpetuo estado de inocencia.
INJUSTICIA TRAS
LA INJUSTICIA
Otro caso que muestra cómo se puede manipular una falsa confesión es la de
Martin Tankleff, un adolescente de 17 años. Una mañana, al despertar en su
hogar de Long Island, en las afueras de Nueva York, Tankleff encontró a sus
padres apuñaleados. Su madre estaba muerta, su padre, agonizando.
El adolescente llamó a la policía, y de inmediato se convirtió en el
principal sospechoso, aunque no había evidencia alguna para inculparlo.
Finalmente, en su intento por obtener su confesión, el detective K. James McCready
armó una trampa. Salió de la sala de interrogatorios, se dirigió a un teléfono,
discó un número, y urdió una conversación con un presunto policía que se
hallaba de custodia en el hospital donde el padre de Marty agonizaba. Luego,
McCready retornó a la sala donde estaba Tankleff, y le dijo que su padre, tras
salir del coma, había dicho: “Marty, tú lo hiciste”. En realidad, Seymour
Tankleff nunca salió del coma y falleció un mes más tarde.
Abrumado por la acusación de su padre, Marty confesó el crimen, y fue
condenado a 50 años de cárcel. Pasó 17 años en prisión hasta que una corte de
apelaciones decidió dejarlo en libertad al obtener evidencias de que el crimen
había sido cometido por tres ex convictos.
Pero los verdaderos asesinos de la pareja Tankleff nunca fueron procesados.
“Los homicidas siguen en libertad”, dijo Shipler, “como ha ocurrido con otros
criminales que se han salvado” de terminar entre rejas “gracias a los ´inteligentes´
interrogatorios policiales”.
Shipler dijo al diario que si bien las
pruebas de ADN ayudan a redimir a inocentes, están sólo disponibles “en una
fracción de todos los crímenes”, y seguramente existe “un universo mucho más
grande de condenas erróneas”. Si una de cada cinco sentencias anuladas “involucra
una falsa confesión”, dijo Shipler, es evidente que “los interrogatorios
policiales están creando una epidemia de injusticia”. Al parecer, solo en el cine la inocencia es
reivindicada, y los malos resultan castigados.
Muy interesante el relato y más aún cuando el inocente resulta culpable por la manipulación de las autoridades garantes de la seguridad del detenido.
ResponderEliminarHaidee, apreciada amiga. Gracias por tus palabras. Es muy importante combatir todas las formas de injusticia. El estado es muy poderoso, y muchas veces el inocente no cuenta con muchos recursos para defenderse.
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