domingo, 17 de abril de 2016

Una “epidemia de injusticia”


Mario Szichman





En I Confess, Alfred Hitchcock nos traslada a Quebec, para narrarnos la aterradora historia de un sacerdote católico (Montgomery Clift) que era acusado de un crimen, tras negarse a revelar un secreto de confesión formulado por el verdadero asesino. El homicida, un inmigrante alemán (interpretado por el magnífico actor O. E. Hasse), había cometido el crimen perfecto. Ningún sacerdote puede divulgar información obtenida en el confesionario.
Sin embargo, la realidad suele ser muy diferente. Hay muchos inocentes que han ido a la cárcel tras ser acusados de crímenes que no han cometido.  
Si el lector ingresa al sitio en Internet http://www.innocence- project.org/ observará en la parte superior The faces of exoneration, los rostros de aquellos que fueron injustamente acusados de asesinatos. El blog pertenece a The Innocence Project, una organización sin fines de lucro cuya intención es lograr la libertad de individuos falsamente acusados. La organización utiliza en sus tareas pruebas de ADN.  
David K. Shipler, quien ganó en 1987 un premio Pulitzer, señaló en The New York Times que falsas confesiones han figurado en más de un 20 por ciento de 275 sentencias que terminaron siendo anuladas tras obtenerse pruebas de ácido desoxirribonucleico demostrando que el acusado no era el perpetrador.  
Shipler dijo que para quien nunca ha sido torturado, o amenazado por la policía, resulta muy difícil creer que una persona inocente confiese un crimen. Pero hay poderosas razones para hacerlo. En primer lugar, permiten el cese de la tortura o de la intimidación. Además, un policía es una figura de autoridad. En ocasiones, personas falsamente acusadas presumen que si cooperan con la policía, lograrán que se descubra al verdadero criminal.  
Estudios de confesiones falsas hechos por psicoanalistas señalan que los más proclives a declarar algo que no hicieron son los niños, las personas enfermas, los retardados mentales, y aquellos que al ser detenidos estaban borrachos o drogados. Los menores de edad son los más vulnerables.  
Shipler mencionó, como caso paradigmático de una confesión falsa, la de Félix, un adolescente de 16 años de edad, acusado de asesinar en Oakland, California, a Antonio Ramírez.  Félix fue detenido en una redada, aislado en una sala de interrogación durante una noche, y hostigado por policías, hasta que lo persuadieron de que era mejor confesar el asesinato.
El adolescente le informó posteriormente a su abogado, Richard Foxall, que la tarea de obtener pruebas falsas estuvo exclusivamente a cargo de policías. En primer lugar, le ordenaron a Félix que hiciera un diagrama de la escena del crimen. Como Félix no había cometido el homicidio, tampoco podía diseñar la escena del crimen. Hizo varios intentos para aplacar a sus interrogadores, pero todos los diagramas fueron tan incorrectos que la policía no se animó a presentar uno solo de ellos en un tribunal.  
Después, se le ordenó al sospechoso que explicara hacia donde había huido tras el presunto asesinato. Félix indicó una dirección. Pero como era el rumbo equivocado, los policías lo corrigieron, y le dijeron que había escapado en la dirección contraria. Félix debió modificar su testimonio. El joven no mencionó que cerca de la escena del crimen había un callejón sin salida. Ignoraba ese dato pues no había estado en el sitio. Los policías le suministraron los detalles. Félix incorporó el callejón a su testimonio.
¿Y qué había ocurrido con el revólver usado en el asesinato de Ramírez? Félix dijo que él no poseía revólver alguno. “Y allí fue cuando los policías se descontrolaron, y empezaron a gritarle”, dijo el abogado Foxall.   
Para intentar aplacar a los policías, Félix mintió, diciendo que había dejado el revólver en casa de su abuelo. “Y eso fue realmente brillante”, señaló el abogado, pues contribuyó a desacreditar la confesión. “Ocurre que los dos abuelos de Félix estaban muertos”, dijo el letrado.
Pese a que la confesión de Félix estaba repleta de fallas, los policías la grabaron, y el adolescente fue llevado ante un tribunal. Recién cuando apareció ante un juez, Félix divulgó un informe que echó por tierra toda la confesión. El día en que Ramírez fue asesinado, Félix estaba preso en un centro de detención para menores de edad, tras violar su libertad condicional en un caso de hurto.  
La acusación contra Félix fue rechazada, y Foxall expresó sentirse muy aliviado, pues miembros de un jurado “se niegan a creer que una persona confiese un crimen que no cometió”.  
Inclusive el juez de la causa se mostró perplejo ante el giro que había dado el proceso.
“Realmente no entiendo”, dijo el magistrado a Félix. “¿Por qué confesó algo que no había hecho?” El juez debe vivir en perpetuo estado de inocencia.

INJUSTICIA TRAS LA INJUSTICIA

Otro caso que muestra cómo se puede manipular una falsa confesión es la de Martin Tankleff, un adolescente de 17 años. Una mañana, al despertar en su hogar de Long Island, en las afueras de Nueva York, Tankleff encontró a sus padres apuñaleados. Su madre estaba muerta, su padre, agonizando.
El adolescente llamó a la policía, y de inmediato se convirtió en el principal sospechoso, aunque no había evidencia alguna para inculparlo. Finalmente, en su intento por obtener su confesión, el detective K. James McCready armó una trampa. Salió de la sala de interrogatorios, se dirigió a un teléfono, discó un número, y urdió una conversación con un presunto policía que se hallaba de custodia en el hospital donde el padre de Marty agonizaba. Luego, McCready retornó a la sala donde estaba Tankleff, y le dijo que su padre, tras salir del coma, había dicho: “Marty, tú lo hiciste”. En realidad, Seymour Tankleff nunca salió del coma y falleció un mes más tarde.
Abrumado por la acusación de su padre, Marty confesó el crimen, y fue condenado a 50 años de cárcel. Pasó 17 años en prisión hasta que una corte de apelaciones decidió dejarlo en libertad al obtener evidencias de que el crimen había sido cometido por tres ex convictos.
Pero los verdaderos asesinos de la pareja Tankleff nunca fueron procesados. “Los homicidas siguen en libertad”, dijo Shipler, “como ha ocurrido con otros criminales que se han salvado” de terminar entre rejas “gracias a los ´inteligentes´ interrogatorios policiales”.
Shipler  dijo al diario que si bien las pruebas de ADN ayudan a redimir a inocentes, están sólo disponibles “en una fracción de todos los crímenes”, y seguramente existe “un universo mucho más grande de condenas erróneas”. Si una de cada cinco sentencias anuladas “involucra una falsa confesión”, dijo Shipler, es evidente que “los interrogatorios policiales están creando una epidemia de injusticia”.  Al parecer, solo en el cine la inocencia es reivindicada, y los malos resultan castigados.



2 comentarios:

  1. Muy interesante el relato y más aún cuando el inocente resulta culpable por la manipulación de las autoridades garantes de la seguridad del detenido.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Haidee, apreciada amiga. Gracias por tus palabras. Es muy importante combatir todas las formas de injusticia. El estado es muy poderoso, y muchas veces el inocente no cuenta con muchos recursos para defenderse.

      Eliminar