domingo, 19 de junio de 2016

Femme Fatales y perdedores: el potro de tortura del amor


Mario Szichman

James M. Cain y sus colegas son:
“Los poetas de crímenes
Difundidos en los tabloides”.
Edmund Wilson




James M. Cain (1892-1977) llegó a convertirse en un clásico de la novela negra por razones todavía inexplicables. Aunque vivió 85 años, y escribió durante casi setenta, nadie recuerda su copiosa producción de narraciones históricas. Su fama se limita a dos novelas: The Postman Always Rings Twice, El cartero llama dos veces (1934), y Double Indemnity (1935). Cain tuvo la suerte que ambas narraciones fueron llevadas al cine por directores excepcionales, con parejas inolvidables. En The Postman, Tay Garnett dirigió a Lana Turner y a John Garfield. Una previa versión, Ossessione (1943),  fue filmada en Italia en plena guerra con guion y dirección de Luchino Visconti. Massimo Girotti figuraba en el papel protagónico.  La trama, según reconoció Albert Camus, inspiró su novela El Extranjero.
En Double Indemnity, Billy Wilder hizo subir a Barbara Stanwyck y a Fred MacMurray varios escalones en el camino al estrellato, secundados por Edward G. Robinson como un inspector de seguros que se devora  buena parte de la película.  (El guion estuvo a cargo de Raymond Chandler, quien alteró decisivamente la trama).
Ross MacDonald, un buen novelista policial, dijo que Cain había obtenido “laureles imperecederos con un par de obras maestras publicadas una tras otra”.
Las herramientas de Cain eran tan sencillas como su prosa. El crítico Otto Penzler indicó que la costumbre del narrador era “excluir del texto esas partes que los lectores suelen pasar de largo”.
Durante los años que trabajó en Hollywood como guionista, Cain aprendió otra lección: los mejores productos, o los éxitos más taquilleros, se relacionaban con la pasión amorosa. Uno de sus compañeros de tareas, el libretista Vincent Lawrence, le explicó que los espectadores se morían por ver en acción “El potro de tortura del amor”.
El hecho de que el patsy, el chivo expiatorio, es siempre el hombre, se combina con otro factor: una vez satisfecha la pasión, el amante en las novelas de Cain descubre la horripilante personalidad de la amada.
En Double Indemnity, el agente de seguros Walter Huff, quien planea con una mujer casada, Phyllis Nirdlinger, el asesinato de su esposo, a fin de cobrar una doble indemnización, reflexiona luego: “Ahora sé lo que hice: maté a un hombre. Maté a un hombre para conquistar una mujer… Todo lo hice por ella, y a partir de ese momento, nunca más quise verla, mientras siguiera con vida. Eso es todo lo que se necesita: una pizca de miedo, para convertir el amor en odio”.
En El cartero llama dos veces, el argumento  es similar y el comienzo, inolvidable. They threw me off the hay truck about noon…” (Ellos me arrojaron del camión cargado de heno alrededor del mediodía) dice el protagonista. El mantra es repetido por muchos profesores de literatura especializados en narrativa policial, pues combina ambientación, bosqueja al personaje central, Frank Chambers, y anuncia un potencial conflicto.
Chambers, un vagabundo, se dirige a un restaurante en un área rural de California para almorzar, y consigue trabajo en el lugar. El restaurante es propiedad de una bella mujer, Cora, y de su esposo, Nick Papadakis, quien la duplica en edad.  Casi de inmediato, Frank y Cora inician un romance sadomasoquista, y planean el asesinato de Nick.
La diferencia con Double Indemnity es que la pasión se transforma en odio por un agente exterior, el fiscal Kyle Sackett, quien sospecha que la muerte de Nick en un presunto accidente, ha sido en realidad un asesinato. El fiscal logra enfrentar a los amantes extrayendo confesiones de ambos. La ironía del relato es que Frank va a parar a la silla eléctrica a raíz de un accidente automovilístico donde muere Cora, y no por el crimen cometido contra Nick.

LA SOLEDAD DEL CORREDOR DE FONDO

Cain no era un proletario de la literatura, como Jim Thompson o algunos de los narradores del pulp. En realidad, venía del otro costado de la vía. Tenía título universitario y trabajó con Henry Louis Mencken, una de las plumas más críticas y devastadoras de Estados Unidos durante la primera mitad del siglo veinte, y con Walter Lippmann.  
Siempre lamentó su falta de estilo. En una entrevista indicó: “Si quiero escribir usando mi propia prosa, me resulta imposible. He descubierto que carezco de una voz narrativa”. Nunca tuvo alardes de creador. Solía hablar de sus escritos, dice Luc Santé, “como lo hace un contratista, en términos formales o financieros”.
Y sin embargo, tenía una voz narrativa que sigue resonando. Tanto The Postman como Double Indemnity son contadas en primera persona, y en ese tono de voz, nadie está autorizado a equivocarse ni en una sola sílaba.
Santé aventura otra observación para explicar el vigor con que narra Cain.  “Para él escribir significaba asumir un disfraz. De manera preferible, varios escalones más bajo que la clase a la cual pertenecía”. El profesor e hijo de un académico podía hacer maravillas cuando se transmutaba en un minero, en un vendedor de seguros, o simplemente, en un vagabundo. Pero al parecer, solo en California.
Aunque vivió la mayor parte de su vida en Maryland, Cain solo se sentía cómodo divulgando las peripecias de personas afligidas por “los cinco elementos puros de toda narración: sexo, religión, alimentos, dinero y violencia” y que además usaban el dialecto de la Costa Oeste.  
En una ocasión dijo que si El cartero llama dos veces hubiera tenido como escenario un restaurante de Maryland, no habría vendido un solo ejemplar. Pero apenas un narrador emplazaba como setting  un sitio cualquiera de California, conseguía multitud de lectores dispuestos a engullir su relato. Además, existía otro factor: el diálogo. Nada superaba, según Cain, “la jerga en la boca de un vagabundo con buena gramática.  Eso solo ocurre en California”.
Cain basó sus dos novelas más famosas en un caso real registrado en 1927, el proceso y ejecución de “la mujer tigresa”, Ruth Snyder, y de su amante, Judd Gray, por el asesinato de su esposo, Albert. En 1928, The Daily News de Nueva York publicó en primera plana la foto de la ejecución de Ruth Snyder en la silla eléctrica, causando una conmoción a nivel nacional. Ruth era una mujer muy bella, “con la fría mirada de una diosa escandinava” y su amante era otro patsy. Judd Gray, un hombre pequeño, y al borde de la depresión, fue comparado por la prensa con el vagabundo interpretado por Charles Chaplin. El caso abrió a Cain las compuertas de la imaginación.
“Oh, sí, puedo recordar cómo comencé a escribir El cartero llama dos veces”, dijo en un reportaje. “Estaba basado en el caso Snyder y Gray. El marido fue asesinado por Ruth y Judd para cobrar el dinero del seguro”.
Si bien algunos elementos del caso fueron usados en la tragedia protagonizada por Frank Chambers y Cora, la mayoría sirvieron a Cain para la trama de Double Indemnity. El narrador había trabajado en su juventud como agente de seguros, y conocía la cláusula de doble indemnización para quien sufriera un accidente en un tren.
“La gente cree que todo ese conocimiento viene de la policía”, señaló Cain en una entrevista. “Es un error. Todos los grandes misterios están encerrados en las bóvedas de las empresas de seguros. Cualquier escritor que explore sus archivos, puede convertirse en un millonario”.
Tanto El cartero llama dos veces como Double Indemnity son crímenes perfectos desbaratados por la pasión humana. Y el hecho del cartero llamando dos veces, o de la doble indemnización, se convirtieron, dice el ensayista William Marling, en “tópicos vulgares de la duplicidad sexual”.
Varias décadas después de publicar dos novelas que parecen versiones modernas de tragedias griegas, el nombre de James M. Cain sigue resonando. “El potro de tortura del amor” sigue siendo el gran motor de la existencia humana.

En cuanto al significado de esa expresión, ni siquiera Cain la entendía muy bien. Según dijo en una entrevista, se trataba, al parecer, de “una situación poética en la cual la audiencia podía apreciar la mutua atracción emanada de dos personajes”. El espectador era el tercero excluido, observando a los personajes centrales enredados en una pasión ilícita. Uno de los amantes, de manera indefectible, perdía la contienda: de manera invariable,  el hombre. No hay perdedoras en las novelas de Cain, aunque vayan a parar a la silla eléctrica. Después de todo, garantizan nuestra supervivencia.

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