miércoles, 8 de junio de 2016

Legados del narcotráfico. La política de la impunidad en México


Mario Szichman


Un estudio de la Open Society
Justice Initiative señala que
la fuerza indiscriminada: asesinatos,
desapariciones forzosas, y torturas,
además de la impunidad, forman parte
de la política del estado mexicano.
The New York Times





El libro Legados del narcotráfico, efectos y expresiones socioculturales de Edgar Morales S. y Guadalupe Carrillo T.,[i] analiza la realidad mexicana enfocándose en el tema de la lucha contra los barones de la droga, así como el trasfondo de expresiones culturales, que incluyen el narco corrido, y las narco novelas.
En la primera parte del trabajo, el doctor Edgar Morales examina la Crónica de una guerra perdida desde su anuncio oficial. Se trata, básicamente, de un escrutinio de la administración del presidente Felipe Calderón (2006-2012). También explora las acciones de su antecesor, Vicente Fox (2000-2006), otra camisa inflada que declaró el “combate frontal al narcotráfico”.   
Aunque el volumen no analiza el gobierno de Enrique Peña Nieto (2012–) quien accedió al poder luego de fuertes denuncias de fraude electoral, el panorama no ha cambiado mucho. En realidad, ha empeorado. En días recientes, la agencia noticiosa Reuters  publicó un despacho con este título: “Fuerzas de seguridad mexicanas cometieron crímenes contra la humanidad, según señala informe”.  
Entre los crímenes contra la humanidad figuran “desapariciones en masa, y homicidios extrajudiciales. El informe publicado por Open Society Justice Initiative y otras cinco organizaciones de defensa de los derechos humanos indicó que la Corte Penal Internacional “podría eventualmente iniciar una investigación contra las fuerzas de seguridad de México a menos los crímenes sean investigados a nivel local”.  
Ya existe jurisprudencia anterior con respecto a violaciones a los derechos humanos en un país. Tras concluir la primera guerra mundial, numerosos militares alemanes fueron acusados de atrocidades cometidas contra la población civil en zonas ocupadas. La justicia alemana prometió juzgarlos, y todos salieron en libertad tras una cariñosa palmadita en la mano. La razón de que los aliados crearon tribunales de guerra tras la derrota de la Alemania nazi, y ahorcaron a varios criminales en Nuremberg y en otras partes de la ocupada nación, fue porque perduraba el recuerdo de lo acontecido tras la Gran Guerra.
Aunque el libro de los doctores Morales y Carrillo analiza la década de guerra o presunta guerra contra los narcotraficantes, los mismos cánones se extienden a la actual administración, y seguramente se escribirán otros informes en años venideros, mientras persista esa guerra que parece interminable.
Una serie de muertes de “presuntos miembros de los carteles de la droga por parte de fuerzas de seguridad, con tasas de bajas inusitadamente alta y de un solo lado, han empañado el récord de derechos humanos de México”, dijo el informe divulgado por Reuters, que también acusa al grupo de narcotraficantes los Zeta, de violar los derechos humanos.  
Además, el caso pendiente del secuestro y “aparente asesinato de 43 estudiantes del colegio de Ayotzinapa, ha dañado la reputación de México”.  A eso se suma “el débil sistema judicial” del país, garantizando la total impunidad del gobierno y de los carteles de los barones de la droga.

RADIOGRAFÍA DE UN PAÍS ENFERMO

El doctor Morales especifica como muestra de la “ineficacia de las acciones gubernamentales contra los narcotraficantes”, varios factores. Quizás los más importantes son las “dificultades para mantener vigilancia policíaca efectiva sobre grandes áreas rurales”, y “la corrupción de infinidad de agentes destinados a combatir a las bandas”. Muchos de esos agentes se transforman en “informantes y colaboradores de los carteles más poderosos”.
A eso se añade la absoluta impunidad. Muchos narcotraficantes, dice, “han procurado establecer relaciones de todo tipo” con “el universo político nacional en todos los niveles de gobierno, y hasta con colaboradores estrechos de los Presidentes de la República, pasados y recientes”.  Es similar a lo que ha ocurrido previamente en Bolivia y en Colombia con los barones de la droga. Basta analizar el caso de Ernesto Samper Pizano, actual secretario general de Unasur y ex presidente de Colombia (1994–1998). Se trata de un dirigente político con tantas preclusiones y exoneraciones en relación a sus presuntos vínculos con los carteles del narcotráfico, que ya podría figurar en el Libro Guinness de los Records. Sus insistentes afirmaciones de inocencia comenzaron en 1982, hace más de 30 años.
(Ver en Tal Cual digital el siguiente enlace: 
http://www.talcualdigital.com/Nota/113975/En-Olor-A-Santidad).
Como puntualiza Morales, a medida que han pasado los años, las mafias subieron de status, y se vincularon con las esferas del poder. “Lo ilustra con claridad meridiana el caso de Félix Gallardo, quien se ostentaba en todo momento como un empresario próspero y decente”. En determinado momento, además de unirse a la elite económica y política, logró desempeñar el cargo de “consejero del Banco Mexicano Somex”.
Los hijos de narcotraficantes recuerdan un poco al personaje de Michael Corleone (Al Pacino), hijo del jefe mafioso Vito Corleone, y quien podría haber ingresado a la alta sociedad neoyorquina de no haber sido por el infortunado incidente de verse obligado a asesinar a un corrupto jefe policial.  
“Muchos hijos de narcotraficantes”, nos dice el doctor Morales, “se infiltran en los círculos sociales desahogados; desarrollan carreras universitarias en instituciones privadas y llegan a destacar como alumnos aprovechados”. El cuadro que nos traza es bastante deprimente. Parece imposible acabar con el narcotráfico y poner fin a la guerra contra los carteles de la droga, debido a la corrupción oficial. Muchos funcionarios están involucrados en la distribución y venta de estupefacientes.


APOCALÍPTICOS E INTEGRADOS
ANTE LA CULTURA MAFIOSA

La doctora Guadalupe Carrillo, al final de su interesante ensayo sobre narco corrridos y narco novelas, diseña una radiografía impecable de cómo las autoridades mexicanas robustecen la impunidad mediante una serie de tácticas que podrían resultar muy útiles para las autoridades venezolanas en su incipiente narcoestado.  Carrillo narra el homicidio de Regina Martínez, corresponsal de la revista Proceso en la ciudad de Veracruz, quien  fue asesinada el 28 de abril de 2012. De acuerdo al diagnóstico forense, fue asfixiada, tras ser molida a golpes. Según dice la ensayista, el crimen de Martínez fue denunciar en Proceso “presuntas irregularidades del gobierno estatal, tanto de Fidel Herrera como del actual gobernador, Javier Duarte de Ochoa”. Esas “presuntas irregularidades” habrían consistido en un fenomenal saqueo del erario público que tuvo graves resultados para cientos de miles de personas afectadas por los huracanes Alex y Karl. El dinero que se habría embolsillado Herrera impidió ofrecer la ayuda necesaria a gran cantidad de damnificados. Por otra parte, los directivos de Proceso denunciaron que en varias ocasiones, las autoridades de Veracruz ordenaron retirar ejemplares de revistas donde se sacaban los trapitos al sol de actos ilícitos cometidos por funcionarios estatales.  
¿Cuál fue la causa del asesinato de Martínez? El ser más inocente del mundo sospecharía que la mataron para frenar sus denuncias. Pero, como dice Open Society Justice Initiative, el estado mexicano se caracteriza por una absoluta impunidad y muestra placer sádico en degradar a las víctimas.
Martínez fue asesinada a finales de abril de 2012. Meses después, el primero de noviembre de 2012, las autoridades informaron en un comunicado que se había tratado de un crimen pasional. Existía, aseguraban, un triángulo amoroso entre Martínez, y los dos asesinos. Para sumar el insulto a la injuria, luego de leer el comunicado, las autoridades informaron que no admitirían preguntas de los periodistas. Caso cerrado.

EL CULTIVO DEL FEISMO

Tanto el narcocorrido como la narconovela se caracterizan por un lenguaje, soez, una pobre gramática, la celebración del lumpenaje, la cursilería y una exaltada visión romántica. (No conozco seres más inescrupulosos que los románticos).  
Carrillo desmenuza con amable e irónica pluma esas expresiones artísticas –que califica de “estética de la abyección”– y confronta además las obras con sus autores. Su análisis es muy lúcido, y sus conclusiones incorporan una brisa de saludable aire fresco a un exaltado, deplorable subgénero, que ha tenido gran éxito en México. Tras leer los capítulos “Emergencia de la narrativa del narcotráfico”, y “Narconovelas: variantes y coincidencias”, y descubrir la temática y los personajes que asoman en esas producciones culturales, es bueno repetir lo que decía Jorge Luis Borges tras analizar la mala poesía de Evaristo Carriego: “Sería una declaración de rencor” abundar en detalles. 
Si en Carriego nunca se podía “lamentar una carencia de tempestades, de banderas, de cóndores, de vendas maculadas y de martillos”, en narcocorridos y en narconovelas es imposible lamentar  la carencia de jefas del narcotráfico “de sofisticada belleza” cuyas “nalgas están hechas a la medida para imponerse con una belleza que a simple vista parece vulgar”. Cuanto esperpento anda suelto, sea mujer u hombre, se reviste de coraje, de heroísmo, de bondad, y de sensuales atributos. Abundan las horrendas escenas de asesinato (y otras “en que el tiempo transcurre con lentitud”), y un prodigioso torrente de palabras soeces –muchas de ellas incomprensibles fuera de México. Carrillo dice que ese “tono coloquial, con lenguaje soez” que “se presenta a lo largo de toda la obra” se transforma “en un discurso tedioso e incluso redundante”.
En realidad, el discurso de quienes tratan de asumir en México la voz de los condenados de la tierra, es, en el fondo, un discurso despectivo. Degrada a quienes presume representar y defender.   
Siempre admiré la obra de Erskine Caldwell, autor de El camino del tabaco, El predicador viajero,  y La chacrita de Dios. Narraba la tragedia de los campesinos pobres del sur. Pero Caldwell usaba con enorme creatividad las formas coloquiales. Tal vez sus personajes carecían de la cultura de los seres de la gran ciudad, pero algo conocían de la Biblia y del mundo que los rodeaba. Eran terriblemente pobres, pero dignos. Buscaban emerger de la penuria. La sexualidad era picaresca, pero nunca obscena; el amor era apasionado, pero no grosero. El respeto campeaba, pese a las transgresiones e infidelidades. El humor en Caldwell es un humor popular. Lo que insinúa la profesora Carrillo es que todos los textos de los narco corridos y las narco novelas están inficionados de populismo, la forma más barata e indigna de acercarse al pueblo.
“Legados del narcotráfico, efectos y expresiones socioculturales” es un excelente libro que permite entender mejor la malograda lucha contra las bandas de narcotraficantes, y sus expresiones artísticas. Es un texto de candente actualidad, que merece ser leído para juzgar lo que ocurre en tierras aztecas. Más allá de la efímera crónica periodística existen ensayos que permiten obtener una mejor comprensión de ese estado fallido que es México. “Legados del narcotráfico” descuella entre ellos.






[i] Conacyt, México, 2015.

No hay comentarios:

Publicar un comentario