domingo, 5 de junio de 2016

Padre en estado de vida latente (relato)


Mario Szichman


Mickey temía que su padre hubiese muerto. Durante una visita al dentista había leído en una revista que era el tipo de incidente capaz de destruir la vida de un hombre. Estaba relacionado con el complejo de culpa.  
El miedo de Mickey estaba agravado por el hecho de que ignoraba lo ocurrido con su padre. ¿Seguía vivo o había fallecido?
Louie, el padre adoptivo de Mickey, desechaba esas aprensiones “Estoy convencido de que tu padre sufrió una muerte prematura, posiblemente en alguna parte del Caribe”, solía decirle. “¿O fue en Siberia?”
Hasta que un día, apenas llegado a la mayoría de edad, Mickey recibió una carta de un familiar del cual nunca antes había oído hablar. Tras desearle un feliz cumpleaños, el familiar le dijo a Mickey que deseaba formularle una pregunta: “¿Qué tal está Leibele?”  La carta había sido firmada por “Equis, tu pariente extraviado” e incluía un SASE, un sobre con estampilla y la dirección del pariente, aunque no su nombre.  
Si Mickey deseaba responder qué tal estaba Leibele, bienvenido, decía la misiva. Si no, que se olvidara de la pregunta. 
Mickey envió de inmediato al nuevo pariente el sobre SASE, preguntando quien era Leibele. El pariente le informó que así se llamaba su padre, y le ofreció algunas señas particulares de su desaparecido progenitor. Leibele había perdido tres dedos de su mano izquierda y un ojo, posiblemente el derecho, en la última guerra. Luego de increíbles aventuras, el padre se había hecho residente de la isla caribeña de Saint Vincent, e instalado una joyería.
De esa manera, apenas cumplidos los 21 años de edad, Mickey recuperó un pariente extraviado y quizá, un padre vivo. Las dudas comenzaron a atormentarlo. ¿A quién creer, a Louie, su padre de crianza, un hombre decente a quien tenía en un altar, o al recién estrenado familiar del cual ignoraba sus antecedentes?
Mickey era un hombre muy metódico. Como no podía resolver quién estaba diciendo la verdad, optó por crear una nueva categoría de progenitor: el padre en estado de vida latente. De esa manera, podría remover cielo y tierra hasta aceptar la alegría de haber recuperado a su padre, o la congoja de lamentar su prematura muerte.  
En principio, prefirió ignorar los datos facilitados por el flamante pariente. No se molestó en investigar si en la isla caribeña de Saint Vincent vivía un hombre llamado Leibele propietario de un negocio de joyería, quien andaba escaso de dedos y sufría de una merma del cincuenta por ciento en la vista. Pero Mickey estaba enterado del avance en aparatos prostéticos, y consideraba esas claves de escasa importancia. Más prometedora era la información obtenida en la panadería donde Mickey se ganaba la vida retorciendo pretzels. Abraham, uno de sus compañeros de tareas, había sido atormentado por un padre en estado de vida latente. Abraham era un hombre muy viejo, y era imposible que su padre pudiese seguir vivo, pero nadie osaba formular comentarios por respeto a sus canas.
Cuando Mickey le preguntó a Abraham qué emociones experimentaba quien tenía un padre en estado de vida latente, Abraham alzó las manos al cielo,  y dijo: “¡Oh, Dios mío! ¡Oh Dios mío! No existe una maldición más grande. Las personas que tienen un padre, ya sea vivo o extinto, pueden alcanzar algún día la felicidad o, al menos, cierto grado de salud mental. Pero nada de eso ocurre con una persona que vive a la sombra de un padre en estado de vida latente. Míreme con atención. He perdido mi dentadura, mi cabello, y mi rozagante cutis, además de tres esposas y dos hijos. Ignoro por qué sigo vivo. O quizás lo sé. ¿Sabe por qué sigo vivo? Porque tengo un padre en estado de vida latente. Aunque las dudas me están matando todos los días, no me dejan morir. ¿Está mi padre realmente vivo? ¿Está verdaderamente muerto? En una ocasión decidí convertirme en un cínico, y me dije a mí mismo: ´ ¡Ya es suficiente! Si mi padre sigue vivo, tendría que haberme enviado alguna señal, al menos por gentileza. Y si está muerto, alguien debería haberme informado de su deceso. ¿Es mucho pedir?´ Pero ni siquiera conseguí prolongar el cinismo en mi provecta existencia. Nada puede superar en zozobra a la existencia de un padre en estado de vida latente. Por lo tanto, querido amigo, y esto que le digo no es para destruirle la vida, abandone toda esperanza y resígnese a la más profunda desesperación. Ha pasado a integrar la maldita legión de quienes padecen un padre en estado de vida latente,... Por cierto, y esto no es una crítica: la forma en que usted retuerce los  pretzels delata a un aficionado. Debería ir a una escuela de repostería”.
Pero Mickey era joven, decidido, valiente. No estaba dispuesto a convertirse en prisionero de un padre en estado de vida latente, por lo tanto, decidió remover cielo y tierra hasta descubrir a qué categoría pertenecía su padre, y obrar en consecuencia.  
Su primera tarea fue visitar algunos amigos que tenían un problema similar. Algunos lamentaban la prematura muerte de sus progenitores, otros deseaban que sus padres se cayeran muertos en ese mismo instante para heredar sus fortunas, e iniciar una vida de lujo y de placer con bellas descocadas.  
Animado por su espíritu metódico, Mickey cubrió todas las bases. Inclusive visitó a dos parricidas. Al principio deploraron su mala suerte, por dejar huellas delatoras en las habitaciones donde habían consumado sus asesinatos. Pero ya en la cárcel consiguieron arrepentirse de sus pecados gracias a un programa de rehabilitación de parricidas.
El próximo paso de Mickey consistió en anotarse en un curso por correspondencia donde uno podía graduarse de consejero y enseñar a otras personas a afrontar el duelo. Aunque la matricula era bastante costosa, aprendió mucho. Por ejemplo, que cada persona reacciona frente al dolor de una manera diferente. Algunas lloraban, otras gritaban, y varias habían sido arrestadas tras morderle la nariz a algún familiar que no compartía su pena. Ciertas parejas reaccionaron invocando a Eros, y fueron descubiertas en cuartos oscuros, corredores o baños, o detrás de tumbas, intentando depositar la carga de una vida enlutada en seres de la siguiente generación.
Las variadas experiencias fortalecieron el carácter de Mickey, quien comenzó a abrigar la esperanza de superar la maldición del padre en estado de vida latente. Abandonó la panadería, aburrido de retorcer pretzels que nunca adquirían una forma inteligible, empezó a ganar dinero como consejero de personas abrumadas por la pena, y por primera vez en su vida logró invitar a muchachas a ir al cine, y a restaurantes, aunque debió prescindir del tópico del padre en estado de vida latente cuando la segunda jovencita lo invitó a arrojarse debajo de un automóvil a fin de que cesara de fastidiar con sus lúgubres pensamientos. La tercera jovencita se mostró más receptiva a sus encantos, aunque en cierta ocasión, le reveló un penoso secreto de su vida. La joven había tenido un amante, un hombre con una exquisita educación, que tras perder a su padre en oscuras circunstancias, empezó a enloquecer. El hombre, preocupado por sus inclinaciones homicidas, optó por refugiarse en su casa; temía que si la abandonaba, mataría a su padre de manera totalmente casual. Pero de nada sirvieron sus precauciones. Un día, cuando la novia de Mickey fue a visitar a su ex prometido, lo encontró en el centro del comedor observando un cadáver con impasibles ojos.
“Asesiné a mi padre con mis propias manos”, confesó el hombre de gran educación y excelentes modales. “Murió maldiciendo la carne de su carne”.
Esa revelación causó una enorme congoja en Mickey. Estaba seguro de que en algún lugar del mundo, su padre en estado de vida latente pensaba tenderle una emboscada, para convertirlo en un parricida. Atribulado, visitó un día la panadería donde había trabajado, y pidió consejos a su excompañero de tareas, el anciano que tenía un padre en estado de vida latente.
“Admito que es una apuesta muy grande”, dijo el excompañero de tareas, “pero le recomiendo encontrar a ese hombre llamado Leibele que vive en la isla caribeña de Saint Vincent. No tiene nada que perder”.
Mickey decidió retornar a la panadería, y seguir asesorando a personas afligidas, pues necesitaba reunir mucho dinero para poder viajar a Saint Vincent. Le urgía resolver el enigma.
Un día, llamó a la policía de la isla y preguntó a un funcionario si era posible localizar a un hombre llamado Leibele, que era propietario de un negocio de joyería.
“¿Usted se refiere a Leibele, el físicamente discapacitado?” preguntó el funcionario con gran cortesía. “El señor Leibele es un pilar de nuestra comunidad. Sentimos gran satisfacción de contarlo entre nuestros residentes, y estamos muy orgullosos de que otro hombre de origen hebreo haya decidido radicarse en nuestro bello archipiélago, muy orgullosos. También contamos con tres hombres de origen árabe, que han hecho buenas migas con el señor Leibele”.  
Mickey experimentó una gran paz interior. Estaba seguro de que todos sus problemas estaban a punto de resolverse. Se dirigió a la biblioteca pública, solicitó información sobre Saint Vincent, y leyó en el Lloyd´s Register que el tanquero Timbucktu visitaba la isla con frecuencia.  
Solo existía un problema: el costo del pasaje era prohibitivo. Por lo tanto, se inscribió en un gimnasio, a fin de adquirir un buen estado físico, y dos meses después, protegido por las sombras de la noche, ingresó al tanquero como polizón, escondiéndose en un enorme tambor de hierro donde solían arrojar basura. Afortunadamente, entre los desechos había suficiente comida para abastecer un regimiento.  
Finalmente, Mickey fue descubierto por un miembro de la tripulación y arrojado a las aguas infestadas de tiburones y contaminadas por derrames de petróleo. Gracias al vigor adquirido en el gimnasio, logró arribar a la costa sin problemas. Su alforja de dinero estaba intacta, y pudo adquirir, de algunos nativos, ropas y calzado en buenas condiciones.
Al llegar a Kingstown, la capital de Saint Vincent, Mickey fue informado de que su padre, Leibele, había fallecido semanas antes de una muerte prematura. Mickey quiso asegurarse y pidió que le entregaran los restos de su progenitor. El jefe del Departamento de Salud se negó a la solicitud e invitó a Mickey a abandonar la oficina de inmediato si no quería ser arrestado.
Esa misma noche, Mickey se dirigió al cementerio hebreo de Saint Vincent donde su padre descansaba en paz, y desenterró los restos con la ayuda de una pareja que estaba oculta detrás de la tumba. 
Su padre estaba envuelto en un manto ritual que lo cubría por completo. Cuando se lo quitó, Mickey observó que le faltaba la mano derecha. En su rostro había un ojo de vidrio casi desprendido de la órbita. Mickey volvió a envolver al cadáver en el manto, y luego recitó el Kaddish, la oración en homenaje a los muertos.
Días más tarde, Mickey volvió a instalarse en su pequeña comunidad. Dejó de afeitarse durante un mes, encendió una vela en la repisa de su dormitorio, y puso contra la pared todos los espejos de su apartamento. Louie, el padre de crianza de Mickey, lo acompañó en sus plegarias. 
A partir de ese momento, la vida de Mickey registró un saludable cambio. Tras concluir el período de duelo, llamó por teléfono a su exnovia, y le pidió una cita. La mujer aceptó. Luego, le dijo al dueño de la panadería que estaba harto de retorcer pretzels, y deseaba abandonar el trabajo. El dueño de la panadería le dijo que no deseaba perder un empleado tan honesto, y le ofreció un puesto como supervisor, además de un aumento de sueldo. Todos en la panadería felicitaron a Mickey, inclusive Abraham, el hombre que había sido maldecido con un padre en estado de vida latente.
Pasaron los años sin grandes contratiempos. Mickey no se casó con su exnovia, sino con una mujer que encontró de casualidad en un autobús. Tuvieron dos hijos. Mickey compró una pequeña vivienda, y finalmente, el dueño de la panadería ofreció convertirlo en su socio.
Nuestro héroe perdió algunos dientes y el cabello, y ganó peso. Era un padre orgulloso y un marido fiel. Luego, cuando se convirtió en abuelo, se preparó para su muerte y tomó previsiones a fin de no transmitir congoja a su progenie. Distribuyó su pequeña fortuna entre su esposa, sus hijos y sus nietos, pagó con dinero en efectivo por un lote en un cementerio, vendió su parte en la panadería, y se mudó con su esposa a Florida.
Hasta que un día, cuando Mickey estaba celebrando sus sesenta y cuatro años de vida dormitando al sol, su esposa le trajo una carta. Había sido escrita por un pariente extraviado, que deseaba a Mickey un feliz cumpleaños y le preguntaba cómo estaba su papá Shimele. La razón por la que le estaba escribiendo era que en una carta previa había cometido un error e indagado por Leibele.   
Mickey observó a su amada esposa, y reflexionó en todas las penas que debería soportar. Pensó en la furia que sentirían sus hijos una vez descubrieran la maldición.  Luego, se levantó de la reposera emplazada en su pequeño jardín, se dirigió a la vivienda, tomó una hoja de papel y un sobre de su escritorio, y le escribió a su extraviado pariente preguntando por Shimele.



No hay comentarios:

Publicar un comentario