miércoles, 14 de septiembre de 2016

As I Lay Dying. William Faulkner cada vez escribe mejor


Mario Szichman


“La conciencia moral de un ser humano
es la maldición que debe aceptar de los dioses
para conquistar de ellos su derecho a soñar”.
William Faulkner




En 1944, Maxwell Perkins, quizás el mejor editor literario norteamericano, le dijo al crítico y poeta Malcom Cowley: “Faulkner is finished,” Faulkner está acabado.
Perkins fue un editor de lujo. Sin él, no existiría The Great Gatsby, de Francis Scott Fitzgerald, o novelas de otros integrantes de The Lost Generation, como Ernest Hemingway, o Tomas Wolfe. Es arduo imaginar que sin la presencia de Perkins en la editorial Scribner´s, hubiera remontado vuelo un narrador del Deep South como Erskine Caldwell, autor de joyas como El camino del tabaco, La chacrita de Dios, o El predicador viajero.
(Hablé de Perkins en mi reseña: La tarea del editor es muy poco gratificante… Y sin embargo ¿qué haríamos, sin ese personaje tan creador?
Perkins no representaba una minoría entre los críticos que aborrecían a Faulkner.  En el obituario que le dedicó The New York Times el 7 de julio de 1962, se acusó al escritor de mostrar “una obsesión con el homicidio, la violación, el incesto, el suicidio, la codicia y una general perversión que solo existe en la mente del autor, al menos en las proporciones que asumen sus protagonistas en sus novelas y relatos”.

En el momento de la escueta evaluación de Perkins, William Faulkner tenía 46 años, había publicado dos libros de poesía, once novelas, dos colecciones de relatos, y dos ciclos de narraciones: The Unvanquished and Go Down, Moses. Entre sus novelas figuraban The Sound and the Fury, Sanctuary, Light in August, Absalom, Absalom, The Wild Palms, The Hamlet, y As I Lay Dying. Cualquiera de ellas le hubiera conseguido el premio Nóbel (Lo obtuvo cinco años más tarde).
El novelista André Malraux era uno de sus fervientes admiradores, y contribuyó a difundirlo en Francia. Jean Paul Sartre era otro de sus incansables fans. Y sin embargo, el que se convertiría en el escritor más famoso de Estados Unidos, y maestro de maestros a nivel mundial, estaba “finished” en su tierra.
Por supuesto, Faulkner no era un escritor “fácil”. En la entrevista que le hizo The Paris Review años después de obtener el Premio Nobel, la escritora Jean Stein Vanden Heuvel le señaló: “Algunas personas dicen que no pueden entender sus textos, inclusive después de leerlos dos o tres veces. ¿Qué les sugiere?”  Faulkner respondió: “Que los lean cuatro veces”.
Pero Faulkner no es obscuro o enigmático. Al principio puede resultar difícil. Sus frases son a veces muy largas. Su relato The Bear cuenta con uno de los párrafos más prolongados de la literatura inglesa: se extiende durante treinta páginas. Y sin embargo, ese relato es excepcional, y quien lo empieza a leer no puede abandonarlo. (Hemingway lo consideraba el mejor cuento de Faulkner).

MIENTRAS AGONIZO

Faulkner escribió As I Lay Dying “en seis semanas”, dijo en la entrevista de The Paris Review. Para él, alinear las palabras en el texto fue “simplemente una cuestión de acomodar ladrillos para que lucieran prolijos. Pues el escritor  conoce cada palabra hasta el final antes de iniciar la escritura”.
Y eso, dijo Faulkner, ocurrió con As I Lay Dying. “No fue fácil. Ninguna tarea honesta lo es. Ocurre que todo el material estaba al alcance de la mano. Demoré exactamente seis semanas en mi tiempo libre, durante un trabajo manual que me insumía doce horas diarias”. El escritor se restringió a imaginar “a un grupo de personas, y las sometí a simples catástrofes naturales, como son el desborde de agua y el incendio. Además les brindé un simple motivo natural, con el propósito de orientar su progreso”.
Esa descripción de Faulkner es tan absurda como considerar El viaje al fin de la noche, de Louis Ferdinand Celine, la historia de un soldado que va a la guerra.
As I Lay Dying es una gran novela del grotesco/gótico del sur de los Estados Unidos. Es cierto, la historia es muy sencilla, y no miente ni siquiera en el título. Todo transcurre en las pocas horas en que agoniza Addie Burden, en la manera en que reaccionan los miembros de su familia ante su muerte, y en los eventos que se registran para que su ataúd llegue al pueblo de Jefferson y pueda descansar en paz.
Ya el primer factor que choca como inverosímil es que el patriarca de la familia se llame Anse Budren. El cercano parentesco de apellido con el de la matriarca, Burden, es el primer alerta de que Faulkner está alejado de todo realismo, e inmerso en la pura simbología. Pues Burden, en inglés, significa carga, agobio.
Una de las obras maestras de la literatura anglosajona se titula Pilgrim´s Progress. El periódico The Guardian, de Londres, la ubica en segundo lugar a nivel mundial, detrás de Don Quijote. Esa alegoría cristiana, escrita por John Bunyan por la época en que apareció Don Quijote, está repleta de nombres que informan de la naturaleza de sus personajes. El protagonista se llama Christian, y es el epítome de un buen cristiano. La tarea de Christian es abandonar La Ciudad de la Destrucción, y llegar a la Ciudad  Celestial, el paraíso. 
En el camino se cruza con seres como Obstinate, quien se rehusa a acompañar a Christian en su viaje, y con Pliable,  que como su nombre lo indica, es flexible, influenciable, y por lo tanto, secundará al héroe en su aventura.
Pilgrim´s Progress es tan entretenido como un cuento de hadas. Y, como todo buen cuento de hadas, resulta aterrador. Es inevitable que Faulkner, un sureño protestante, haya quedado atraído por la magia y truculencia de esa narración.
Una tercera parte de la novela describe la agonía de Addie Burden. Tendida en la cama, su única distracción en mirar por la ventana mientras Cash, su hijo mayor, un carpintero, fabrica el ataúd en que reposará para siempre. La forma en que Faulkner elabora esa escena anticipa el tono de tragedia y de salvaje ironía que impregna toda la narración.

Tras la muerte de su madre, y su instalación en el ataúd, Cash, el carpintero, descubre que la tapa de la cerrada urna está repleta de agujeros. Ocurre que Vardaman, otro de los hijos de Addie Burden, se niega a aceptar que su madre está muerta, y taladra numerosos agujeros en la tapa, para que pueda respirar.
Cuando quitan la tapa del féretro, los familiares descubren que Vardaman taladró dos agujeros en su rostro. ¿Dónde termina el horror y comienza la humanidad?
Faulkner nunca abandonaba el hilo de un relato. En otra escena, nos informa que la matriarca de los Bundren ha sido colocada en el sarcófago de manera invertida. ¿La razón? Que de esa manera, el cuerpo no aplastará el vestido de novia que luce en su funeral. Además, parte del vestido ha sido utilizado para fabricarle un velo que cubre su rostro y disimula los agujeros en su rostro causados por el taladro que usó Vardaman.
Los personajes de Faulkner son tan grotescos como los de Erskine Caldwell, aunque algo menos pobres. Son seres totalmente disfuncionales, de escasas ambiciones. (El sueño de Anse Bundren, el patriarca, es obtener una flamante dentadura postiza).
Transportar el ataúd de Addie Burden consume buena parte de la odisea. La única ambición en la vida de esa mujer era ser enterrada entre sus familiares.
Una tormenta destruye los puentes de madera por donde los Bundren tienen que cruzar. Pasan otro día completo intentando encontrar un vado que les permita cruzar. Ese día extra de viaje incluye la inmersión del ataúd en un tramo del río. En esa ocasión es Jewel, otro de los hijos, el encargado de rescatarlo de las aguas.
Son apenas parte de las aventuras que abruman a los Bundren en su peregrinaje. Cada uno de los personajes padece indecibles percances. Anse Bundren  es el único que obtiene algo de la odisea. Además de una dentadura postiza, ha descubierto en el pueblo una mujer de la que se enamora. En una de las escenas finales, el reciente viudo presenta a los miembros de su familia la mujer que reemplazará a Addie.
Quizás Faulkner era difícil, pero sus relatos son incomparables por su tono bíblico, por la manera en que desmenuzaba una tragedia, y siempre ofrecía esperanzas. Lo hizo en The Sound and the Fury, a través de la figura de Dilsey, la criada negra que es el barómetro moral de una familia trastornada por el incesto. Lo hizo en Light in August, con esa adolescente embarazada que emprende un largo trayecto para encontrar al padre de su vástago y obligarlo a casarse antes de dar a luz. (Es una de las mejores novelas de Faulkner, pues abundan los personajes capaces de dar clemencia). No hay novela de Faulkner que decepcione, pues, en el fondo de todas ellas, existe la filosofía personal del autor, cargada de compasión. Como señaló en una entrevista, “siempre una madre ama más al hijo que se hace ladrón, o asesino, que aquel que se convierte en sacerdote”.



No hay comentarios:

Publicar un comentario