Mario Szichman
Primero uno sueña, y luego muere. Es
el lema que acompañó a Cornell Woolrich (1903–1968) a lo largo de su
existencia. Pero su enorme creatividad no cesó sino después del fallecimiento
de su madre, en 1957, y de una gangrena que obligó a la amputación de una de
sus piernas. Devastado por la pérdida de su progenitora, con la cual mantuvo
durante décadas una relación de amor–odio en el cuarto del hotel Marseilles de
Nueva York, Woolrich se hundió en el alcoholismo.
En cuanto a su vida sexual, fue una odisea de malos entendidos. Se casó con Gloria Blackton, hija de un
magnate de Hollywood, pero el matrimonio nunca se consumó y fue anulado. Una de
las versiones es que la mujer pidió el divorcio tras descubrir un diario íntimo
donde Woolrich describía sus encuentros con homosexuales.
Francis Nevins, autor de la mejor biografía del escritor dijo que Woolrich
idealizaba a su joven esposa, “y odiaba su secreta, promiscua homosexualidad”.
Era frecuente, dijo Nevins, que “en el medio de la noche, se vistiera con ropas
de marinero que mantenía en una maleta de la cual él solo tenía el candado, y
saliese a caminar por los muelles, buscando compañía”.
Cornell Woolrich
En 1926, Woolrich debutó como escritor, con su novela Cover Charge, inspirada en The
Great Gatsby de Francis Scott Fitzgerald. Fue una de sus seis “Jazz Age
novels”, y han pasado, de manera misericordiosa, al desván de los recuerdos.
Nadie las menciona en la actualidad.
La llegada de La Gran Depresión a comienzos de la década del treinta lo
obligó a cambiar de rumbo y escribir para los pulps las revistas dedicadas a novelas detectivescas o de suspenso.
Otros hombres emergieron de la pluma de Woolrich una vez se sumergió en el
género policial. Escribió con su nombre, pero también con los seudónimos de William
Irish y de George Hopley, simplemente porque su producción era tan vasta, que no
deseaba abrumar a sus lectores.
Por ejemplo, en 1941 publicó The
Black Curtain con su nombre, y Marihuana,
con el seudónimo de William Irish. En 1942, Black
Alibi, con su nombre, y Phantom Lady,
nuevamente con el seudónimo de William Irish. En 1950, publicó
Savage Bride, como Cornell Woolrich,
y Fright, como George Hopley.
Su legado literario consta de 200 obras, entre novelas, novelas cortas y
cuentos. De esa producción, emergieron 88 producciones cinematográficas, filmes
para televisión y episodios para series, como Alfred Hitchcock presenta. Su cuento de 1942 It Had to Be Murder, sirvió de trama a la película de Hitchcock Rear Window. (La ventana indiscreta). François
Truffaut filmó The Bride Wore Black y
Waltz Into Darkness en 1968 y 1969.
UNA INFLUENCIA
INDELEBLE
Recuerdo que cuando entrevisté a Ira
Levin para The Associated Press, el
autor de El bebé de Rosemary me
informó que comenzó a escribir, debido a la influencia de Woolrich. “Cuando
tenía 23 años”, me dijo Levin, “y tras dos años en el ejército, no sabía muy
bien qué hacer con mi vida. Hasta ese momento, residía en la vivienda de mis
padres. Ellos me dieron un ultimátum: debía conseguir trabajo e irme a vivir a
un apartamento por mi cuenta. Pero la idea de buscar trabajo no me atraía
mucho. Me parecía aburrida. Por esa época había escrito algo para la
televisión, y se me ocurrió una idea de novela, luego de leer Phantom Lady de Woolrich. No hay nadie
como Woolrich para crear suspenso. Y en Phantom
Lady descuella”.
El resultado fue A Kiss Before Dying,
la historia de un psicópata que enamora a una muchacha, y cuando ésta queda
embarazada la arroja desde un edificio, luego asesina a la hermana que trata de
investigar lo ocurrido, y finalmente recibe su merecido de la tercera hermana.
Levin consiguió en Woolrich un gran maestro, capaz de trabajar todas las
emociones humanas, y usar como protagonistas a perdedores natos rodeados de
amables lunáticos. En el mundo de Woolrich, nada es lo que parece. Como señaló
el experto en noir Otto Penzler, “Todos sus personajes son
graduaciones del gris. Personas con las que el escritor simpatiza resultan ser asesinos
… Los policías, guardianes de la ley, suelen ser con frecuencia matones
fascistas, que disfrutan torturando a sospechosos. Bellas muchachas con rostros
de ángel se revelan como mentirosas, estafadoras, y aún algo peor… Un
protagonista de Woolrich, tras salvarse de una acusación, enfrenta un futuro
sin amor, alegría o esperanza”.
Phantom Lady es una
de las mejores novelas de Woolrich, y la trama –la carrera contra el reloj–
aunque muy usada, en sus manos adquiere la fuerza de una tragedia griega.
Scott Henderson es un joven ingeniero que le ha pedido el divorcio a su
esposa, pues se ha enamorado de otra mujer. La esposa le va dando largas al
asunto. Finalmente, un día, Henderson invita a su esposa a cenar y compra
tickets para un concierto, a fin de convencerla, en terreno neutral, que acepte
el divorcio.
A último momento la esposa se niega, y Henderson, furioso, decide abandonar
el apartamento y decide ofrecer a la primera mujer que encuentre en la calle,
compartir la cena y el concierto.
Ambos pasan una jornada amable, y al concluir se despiden, sin siquiera revelar
sus nombres. Lo único que recuerda el protagonista es que la mujer lucía un
sombrero color naranja.
Cuando Henderson llega a su apartamento, encuentra a su esposa muerta, y a
varios policías en la escena del crimen. Todo lo incrimina. La mujer fue
estrangulada con una de sus corbatas. El protagonista carece de coartadas, pues
su amante ha revelado las frecuentes peleas de la pareja, tras el pedido de
divorcio de Henderson.
Así comienza la pesadilla de Scott Henderson. En los lugares que visitó
junto con la mujer fantasma, nadie recuerda a su acompañante. Un barman, un
mozo, un taxista, recuerdan a Scott Henderson, pero no a la mujer con el
sombrero color naranja. Tampoco están seguros de haberlo visto en las horas que
Henderson asegura haber estado con la mujer. Luego de un corto proceso,
Henderson es condenado a la silla eléctrica.
El primer capítulo de Phantom Lady se
titula “Ciento cincuenta días antes de la ejecución”, y el penúltimo, “La hora
de la ejecución”. El relato cuenta con una carga de emoción que obliga a
devorarse las páginas para descubrir el final. Woolrich estaba recluido en una
pieza de hotel, pero conocía a Nueva York como la palma de su mano. Y también a
sus personajes. Uno de los capítulos más extendidos y apasionantes es
simplemente el relato de cómo la amante de Scott decide acosar a uno de los
mozos que negó la existencia de la mujer que acompañaba al protagonista.
La cacería adquiere tal crueldad, que el lector empieza a sentir lástima por
el mozo. La amante de Scott no habla, ni hace gestos amenazantes. Simplemente
se sienta en la barra de un bar, pide una bebida, no la consume, y observa al
mozo. Y después, cuando el local cierra, comienza a seguir al mozo a algunos
pasos de distancia.
Otro personaje que se roba buena parte de la novela es Lombard, un amigo de
Scott que quiere ayudarlo en sus pesquisas. Lombard sospecha que Scott es
víctima de una conspiración, y vuelve sobre los pasos de su amigo para
descubrir la intriga. Es obvio que las personas que han negado la presencia de
la mujer con el sombrero color naranja, están mintiendo. Pero ¿por qué?
Woolrich convierte a Lombard en un curioso detective (no divulgaré su
estrategia, para no arruinar el placer de la novela). Su tarea es desmantelar
la figura de sus interlocutores con mirada balzaciana. Para él tiene más
importancia el tamaño de una alfombra, o unos zapatos de mujer, que las
palabras que escucha.
Haber logrado emplazar en medio de situaciones comunes y diálogos sin
dramatismo un suspenso agobiante, es uno de los méritos de Woolrich. El otro es
que los personajes son creíbles.
No hay persona en las novelas de Woolrich que disfrute una vida aburrida y
feliz. El mundo, especialmente el mundo neoyorquino, es un enorme laberinto sin
salida, el reino de la casualidad y de la contingencia. Cualquier encuentro
fortuito puede conducir a la perdición. Su prosa es hipnótica. Curiosamente,
entre los narradores del pulp se
destaca por sus largas descripciones. Pero, como indica Nevins, esas
descripciones recuerdan esa bomba de tiempo que va consumiendo lentamente su
mecha. Los personajes conversan, dicen trivialidades, se desplazan por una
habitación, y el lector les reclama que hagan algo, porque la bomba está a
punto de estallar.
Al mismo tiempo, Woolrich fuerza a los lectores al distanciamiento. No hay
protagonistas inmaculados en sus novelas. Es imposible identificarse con ellos.
Quien no es paranoico es un amnésico, o un drogadicto. Jim Thompson aprendió
muy bien la lección del maestro en sus escindidos personajes que oscilan entre
la lástima y el odio.
Las afligidas criaturas de Woolrich tratan, en ocasiones, de emerger del
sufrimiento, pero reconocen que están condenadas. Todas ellas saben que existe
un solo final: “First you dream, then you die.”
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