miércoles, 5 de octubre de 2016

“I Am Legend,” de Richard Matheson. Cuando el mito del vampiro se transfiere a la víctima


Mario Szichman
           



Aunque Richard Matheson (1926–2013) tuvo una ilustre carrera como autor de obras de horror y de ciencia ficción, las dos novelas que inspiraron a una legión de escritores y cineastas, entre ellos Stephen King, George A. Romero y Steven Spielberg, son I Am Legend (1954) y The Shrinking Man (1956), rebautizada The Incredible Shrinking Man, tras ser llevada al cine. Ambas fueron publicadas al comienzo de su carrera.
Matheson también escribió guiones durante la época dorada de la televisión norteamericana para icónicas series como Twilight Zone o The Alfred Hitchcock Hour. Uno de ellos, Duel, tras aparecer en la pantalla chica, fue filmado por Spielberg y se convirtió en un clásico. Es la historia de un camionero cuyo vehículo comienza a ser perseguido por un gigantesco furgón que parece carecer de conductor.
Algunos críticos cuestionaron la temática y la  de Matheson. Pero es obvia su capacidad de generar suspenso y de causar terror en sus lectores. Quizás el crítico que logró desentrañar el secreto de Matheson con más eficacia fue Dan Schneider. En una crónica publicada en The International Writers Magazine, Schneider dijo que el escritor actuaba contra la corriente. ¿Es I Am Legend realmente una novela de vampiros? Sí, tiene vampiros, pero no es el tema principal. ¿Es de horror, de ciencia ficción? Nuevamente, hay elementos de ambos géneros, pero no alcanzan a explicar su trascendencia. Eso equivale a decir que Madame Bovary o Anna Karenina, son novelas cuyo tema esencial es el adulterio, o que La condición humana aborda el género de las insurrecciones fracasadas.
Schneider propone otra alternativa: I Am Legend es “quizás la novela más grande que se ha escrito sobre la soledad humana. Y supera inclusive el Robinson Crusoe de Daniel Defoe en ese aspecto. Su percepción de lo que significa existir como ser humano trasciende el género”.  


Richard Matheson

Matheson inicia I Am Legend, exactamente donde debe comenzar una novela de suspenso: en el medio de la crisis. Su protagonista, Robert Neville parece ser el único sobreviviente de una epidemia.  Fortificado en su vivienda, solo puede salir durante las horas diurnas,  para abastecerse de comida, de herramientas y de productos que lo ayuden a defender su bastión.  
La novela transcurre entre los años 1976 y 1979. En ese momento era, para los norteamericanos, un futuro tan impredecible, que podía llegar a ser devastador. Publicada en 1954, I Am Legend estaba muy cercana al fin de la segunda guerra mundial (1945) tras la destrucción con bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, en Japón. Ya la Unión Soviética contaba con artefactos nucleares, y todavía en 1954, señoreaba el macartismo, con su cacería de brujas.
Matheson, como buen narrador, desdeñaba dar explicaciones en el inicio. Prefería que los lectores observaran la catástrofe, antes de desentrañar las causas.
En su refugio de Los Ángeles, Neville contempla desconcertantes cambios climáticos.  Hay frecuentes tormentas de polvo y arena. A eso se suma una invasión de mosquitos que se ceban en la sangre de los escasos sobrevivientes.
Al caer la noche, Neville tranca sus puertas, y espía la llegada de vampiros humanos. Como el profesor Abraham Van Helsing, el archienemigo del conde Drácula, su tarea consiste en descubrir un método para acabar con seres que han trascendido la muerte.
Las investigaciones de Neville consisten, básicamente, en revisitar un género literario como es el del vampirismo, en tanto las del autor, consisten en modernizarlo. Hay una persistente ironía en el macabro relato. Un ser humano que solo puede transitar la tierra durante su corta existencia, se enfrenta a una raza de muertos en vida. Esos vampiros no toleran el ajo, rehúyen los espejos y los crucifijos. La forma de asesinarlos es clavarles una estaca en el pecho. Luego, hay que incinerarlos. Pero no todos logran ser eliminados. Algunos vuelven. ¿Cómo descubrir la fórmula para impedir su regreso?
El atormentador pasado de Neville retorna en flashbacks. Escenas retrospectivas muestran que la enfermedad cobró las vidas de su esposa y de su hija. En el caso de su esposa, debió asesinarla luego que retornó de entre los muertos convertida en vampiro.
Es una pena que no se pueda detallar a cabalidad el estilo de Matheson. Se trata de una combinación de frases cortas, una prosa frugal, con precisas descripciones,  y un escueto marco de referencias: su cuasi blindada vivienda, sus incursiones para pertrecharse de alimentos y objetos destinados a su amparo durante el día, cuando los vampiros se hallan en estado de muerte latente, el acoso de sus enemigos al llegar la noche. Pero hay algo más, una poesía encubierta en ese ser implacable que necesita vivir siempre de día, y tolerar durante la noche los incesantes reclamos de sus víctimas y potenciales victimarios.
Hay set pieces inolvidables, como el encuentro de Neville con un perro enfermo, muy desconfiado, al que finalmente logra convencer para que ingrese a su vivienda. Ese perro es su Viernes, pero muere a los pocos días.
Tras accesos de enorme melancolía y de alcoholismo, Neville decide finalmente luchar, y descubrir las irrefutables causas de la pandemia. Las explicaciones previas sobre el vampirismo no lo convencen, le parecen torpes. ¿De qué manera el ajo, las estacas, los espejos, y los crucifijos pueden frenar a los vampiros?
Con ayuda de un microscopio, que aprende a usar tras grandes esfuerzos y un fatigoso consumo de literatura científica –Matheson podía crear suspenso inclusive explicando los fracasos que padecía un personaje intentando abordar un desconocido territorio del conocimiento– cree descubrir las raíces del mal. Se trata de una cepa de bacteria capaz de infectar seres vivos y muertos. Ignoro si la explicación es muy científica, pero al menos resulta entretenida y plausible.
En cuanto a las leyendas sobre el ajo, los espejos y las cruces, no es necesario descartarlas. En ese caso, Neville acude a la psiquiatría moderna. Se trata de “cegueras histéricas”, causadas por el previo acondicionamiento de aquellos infectados. La enfermedad lleva a las víctimas a la locura; de allí sus reacciones.
En el medio de ese vasto horror que es I Am Legend, surgen ráfagas de humor. ¿Es que el vampirismo ha sido monopolizado por los cristianos? Un vampiro católico seguramente siente pánico ante la cruz pero ¿qué ocurre con un vampiro judío o musulmán?

Luego de tres años de soledad, y de infinito terror, Neville encuentra a una mujer, Ruth, que no parece infectada, pues se desplaza sin problemas en un día de sol radiante. Surge el romance, aunque Matheson, a diferencia del protagonista, duda de las credenciales de Ruth. Y con buenos motivos.
Ruth está infectada. Vino a buscar a Neville porque fue responsable de la muerte de su marido. Le deja una carta explicándole sus motivos, y huye.
Ha surgido una nueva raza de vampiros que han aprendido a luchar contra la infección. Al principio, lograron estar expuestos al sol durante cortos períodos. Luego, crearon medicinas que, si bien no pueden inmunizarlos, al menos permiten superar los síntomas más graves. El próximo paso consiste en forjar una nueva sociedad.  
En un último gesto de amor, o quizás de simpatía, Ruth le recomienda a Neville huir hacia las montañas, antes que lo persigan y lo maten, por pertenecer a la casi extinta raza de los seres sanos.  Pero Neville no puede abandonar la casa, y miembros de la nueva sociedad terminan por capturarlo. Es el magnífico momento en que el drama se convierte en tragedia.
Encerrado en una celda, Neville aguarda su ejecución. Es visitado por Ruth, una de las líderes de la nueva sociedad, quien le entrega algunas píldoras para hacer su muerte más piadosa. Neville solo le pide a Ruth que luche para impedir la creación de una sociedad inhumana.
Cuando Neville asoma su rostro por la ventana de su celda, observa una multitud que lanza insultos y lo observa con el mismo odio y temor que él sintió previamente por los vampiros. Allí advierte que se ha convertido en una reliquia histórica. Un ser que con todos sus defectos, inclusive excesos, todavía confía en ciertos valores trascendentes.
Frente a él, en sus minutos finales, se alza una nueva raza surgida de un contagio. La última frase lo condensa todo: “Soy la nueva superstición ingresando a la inexpugnable fortaleza de la eternidad. Ahora, soy leyenda”.
Dan Schneider, el crítico que analizó con más perspicacia la calidad del autor, dijo que esa novela fue un corte y su nuevo comienzo. Nada de lo que había escrito Matheson hasta ese momento, señaló Schneider, “sugiere la suprema majestad de esa obra maestra existencial que es I Am Legend”.




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