miércoles, 1 de febrero de 2017

Humorismo y desmitificación en la novela de Mario Szichman A las 20:25 la señora entró en la inmortalidad





En julio de 2012, asistí al XXXIX Congreso del Instituto Internacional de Literatura Iberoamericana celebrado en Cádiz. Tuve el galardón de que las profesoras venezolanas —y además trujillanas, que es un galardón multiplicado—  Alexis del Carmen Rojas Paredes, Libertad León González, y Carmen Virginia Carrillo, analizaran mis novelas Los Papeles de Miranda, Las dos muertes del general Simón Bolívar, y A las 20:25 la señora pasó a la inmortalidad. La asistencia a ese Congreso fue para mí otra gran divisoria de aguas. Pues si el apetito viene comiendo, la literatura viene escribiendo, y los aportes de estas  investigadoras me ayudaron a trazar un nuevo rumbo en la tarea de escribir.
También conocí en Cádiz a la profesora Brigitte Natanson, otra amiga reciente que se convirtió en mi amiga para siempre. El texto que adjunto es para mí otro galardón. Además de estar muy bien escrito, me permite aprender de errores, y traspiés. La crítica que me apasiona es aquella que me enseña.  El texto de Brigitte, me enseña mucho. M.S.

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Brigitte Natanson[i]


Como apunta el historiador de las migraciones Fernando Devoto, seis millones de inmigrantes son seis millones de historias distintas. Bien se sabe que la Argentina construyó su proyecto de nación moderna invitando a “los hombres del mundo” a poblarla. Si bien la mitad de aquellos seis millones de inmigrantes deseosos de “hacer la América” en la Argentina volvieron a sus países de origen, la otra mitad se integró a este proyecto de nación pero también provocó cierto rechazo entre una oligarquía clasista. La literatura se hace eco de este choque de culturas, tanto por parte de los que se sienten “invadidos” y que temen por la “pureza” de la lengua castellana (Cambaceres, Martel o Argerich etc.), como, poco a poco, por los propios inmigrantes agradecidos e idealizantes (Gerchunoff, Sicardi y Grandmontagne), cuyos hijos y nietos, con cierta distancia temporal, reconstruirán las historias de vida en distintas tonalidades.
En las novelas de la saga de los Pechof, Mario Szichman, descendiente de una de esas familias inmigrantes judías de Europa del Este, cuenta les desventuras de algunos de ellos. La tercera, publicada en 1980 se titula A las 20:25 la señora entró en la inmortalidad[1], y ya desde el título se indica el poco respeto por los mitos, fundacionales o no. La situación de partida es la siguiente: acaba de fallecer Eva Perón, se ha suspendido casi toda actividad, y entre otras los permisos de inhumar. Pero también ha fallecido Rifque Pechof, la hija de Dora, y el único médico que parece dispuesto a prestarles ayuda es un antisemita de ley. La tensión de todo el libro radica en el intento, con ayuda de un “manager”, de hacer pasar la familia Pechof, —inmigrada desde la lejana Rusia, por una familia patricia argentina, muy católica, de rancio abolengo y que ha participado en los acontecimientos fundadores de la nación— para conseguir el famoso permiso del médico. Esa situación inextricable permite desvelar las pretensiones aristocráticas de algunas familias argentinas, fundamentadas por un supuesto linaje, pero también las del propio grupo, en una avalancha de manifestaciones de auto-irrisión.
Nos interesa en esta ponencia analizar en particular las modalidades de la desmitificación a través del humorismo y la auto-irrisión, el arma de los desarmados. La lectura de esta novela convoca imágenes burlescas que recuerdan el mejor cine mudo: Charlie Chaplin o más aún los hermanos Marx, con sus juegos de dobles sentidos, es decir la “introducción de las imágenes mentales en el burlesco”, según las palabras de Deleuze.

MUERTE Y DESMITIFICACIÓN

Si bien la escena en el cementerio del íncipit resulta incomprensible en una primera lectura, al anticipar una situación resultante de otra defunción en la familia, las siguientes plantean claramente el problema:

El velorio de la Señora convirtió a Buenos Aires en una ciudad de desarrollo detenido […] (SZICHMAN : 15)
La vida cotidiana quedó atrofiada en el primer día del velorio de la Señora y los Pechof, que aún no habían sepultado a Rifque, su compartida sobrina, fueron informados que el gobierno había cancelado la firma de los certificados de defunción hasta nuevo aviso. []
–No nos pueden hacer eso–había gritado Jaime Pechof [] –Soy un veterano. Mi nombre es Javier Gutiérrez Anselmi–añadió. Jaime Pechof había soñado desde niño con pertenecer a la aristocracia argentina y siempre que visitaba alguna oficina de la administración pública blandía su nuevo apellido, tan ligado al solar nativo.
–Nada puedo hacer hasta nuevo aviso–le dijo el portero, y le dio un bidón de formol para que pudiera conservar el cadáver de Rifque en la bañera. –Eso sí, después me trae el bidón, porque hay carestía del producto. Es que la batalla contra el agio y la especulación nunca cesa. (16)

Al inicio, la muerte cobra dos significados, y ambos son detonantes de la intriga: por un lado está la muerte de Eva Perón, cuyo cuerpo es sometido a un proceso de eternización (tratamiento anti pudrición) y por otro la muerte de Rifque, cuyo cadáver, siguiendo las leyes físicas de todo mortal, se está pudriendo en la bañera por causa de la muerte de la Señora.
Pero hay más muertes: aludíamos a la primera página, una escena en el cementerio, y es que en realidad, como lo recuerda Jaime, a la familia Pechof, y, por extensión, a los judíos, nunca les es suficiente con un drama:

¿No puede existir una desgracia por vez? Eso era lo bueno de ser goi. Siempre había una sola desgracia por vez. Si se moría la Señora, no se moría también el marido de la Señora. Tiempo al tiempo. En cambio, en su familia, las desgracias parecían sincronizadas para que una arrastrara a la otra. (281)

 El primer misterio en el cementerio –una foto con un rostro tapado por dos manos, que solo sus familiares son capaces de identificar— se verá desvelado a lo largo de la novela. Itzik, el hermano menor, al sufrir una enfermedad mortal, se niega a entregar una foto suya y  a dejarse fotografiar, sirviéndose para ello de mil artimañas, como si con ello pudiera aplazar la muerte. Asistimos entonces a un complejo juego de relaciones imbricadas entre la muerte de la primera dama, de alguna manera la historia oficial, y sus ecos dentro de la pequeña historia de la familia Pechof en sus intentos de (re)construcción.   

La desmitificación de la primera dama se repite, explícita o implícitamente, en varias ocasiones. Gladys es una prostituta que trabaja con Dora, la hermana de Jaime, quien se enamora de ella y pretende desposarla. La historia de Jaime con Gladys parece remedar de forma subliminal la de Juan y Eva Perón. Las alusiones al “cuerpo ausente” empiezan con la manera poco ortodoxa que tiene Gladys de atender a sus clientes: los pone a tejer y vigila su estado de excitación, pero nunca se deja tocar. Surge entonces una frase que, si bien no tiene nada que ver, recuerda la ausencia del cuerpo de Eva Perón, robado y escondido por un oficial del ejército durante 16 años: “El cuerpo ausente de Gladys era el aglutinante de todas las simulaciones” (150). Ese desplazamiento de significado no impide la identificación. Y más aún cuando, a continuación, en el capítulo titulado “génesis/éxodo”, Jaime dedica todos sus esfuerzos, no a embalsamar el cuerpo, como el de Eva Perón, sino a “intent[ar] envasar a Gladys en una caja de madera”, que resulta demasiado pequeña. No pasa un año, como ocurriera con el embalsamamiento del cuerpo de la “Abanderada de los Humildes”, sino diez días, pero con la misma necesidad de tapar el olor: “Con la nariz tapada por un pañuelo empapado en perfume, Jaime contempló el cuerpo, que parecía dispuesto a traicionar las rectas líneas del cajón.”(154). Solucionado el problema al sustituir el cajón inservible por un reloj de pie, acomoda el cuerpo con algunas dificultades y varias fracturas, e intenta “un entierro discreto”. Pero el taxista encargado de seguir la carroza que lleva el cuerpo de Gladys se pierde, y con ello desaparece el cadáver de la novia. Los motivos son otros, son más bien ridículos, entre otros una pelea con el taxista y la consiguiente noche en la comisaría. Luego el casi anonimato del amago de entierro resulta diametralmente opuesto al acontecimiento nacional que fue el entierro de Eva Perón.
En este juego de correspondencias y oposiciones entre la mítica esposa de Perón y la familia de Jaime, cabe señalar otro aspecto. En los debates sobre la pluralidad, la multiplicación del nombre de Eva, la interpretación de la supuesta autobiografía La razón de mi vida –libro estratégico de promoción política encargado por Juan Perón- encontramos varias manifestaciones de deconstrucción y reconstrucción de la identidad. Como señala Luis A. Intersimone: 

El desdoblamiento que Eva sufre es doble: al nivel de la enunciación (múltiples escritores/autores) y al nivel del enunciado (dos “Evas”, un nombre propio plural, algo que es imposible). Como farsa o engaño y como actuación (performance) política. La misma dualidad está duplicada: Eva es dos literalmente (por el falogocentrismo oculto detrás suyo) y simbólicamente (por los roles que ostenta). (2007: 21)

Recordemos también que Eva Perón rechazó el apellido materno Ibarguren para tomar el de su progenitor, Duarte —aunque éste no la reconoció— para escapar del estigma de la bastardía, y que empezando por el teñido del pelo, se creó a sí misma, tanto física como políticamente a partir del momento en que llegó a Buenos Aires. Ese modelo logrado de construcción simbólica, hace resaltar más todavía el fracaso de la familia Pechof al intentar también el cambio de identidad, en cuanto a nombres, apellidos y aspectos materiales (la casa amueblada…). La búsqueda, los interrogantes sobre el padre y los inventos sobre el abuelo se aproximan a los de Eva Perón pero difieren bastante los resultados.

DESMITIFICACIÓN DE OTROS MITOS NACIONALES

Siendo los mitos nacionales parte de la prueba de integración, ninguno se salva: es necesario instruir a Itzik sobre el tango y su máximo representante, Carlos Gardel, para evitar que manifieste su ignorancia o poco interés por el héroe nacional:

–Y vos ¿sabés si este señor es bueno o malo?– preguntó [Itzik] tendiéndole la revista.
– ¿Vos decís Carlos Gardel? Es un gran cantor de tangos. Aunque a mí me gusta mucho más Agustín Magaldi– dijo Natalio, que siempre necesitaba diferenciarse de las admiraciones de los demás, pues era un librepensador. (163)

Con la mención del cantor Magaldi se da otro discreto toque de referencia: también conocido como “el Gardel del interior”, el cantante fue quien empujó a Eva Perón hacia su carrera de actriz ayudándola a salir de Junín para radicarse en Buenos Aires.

– ¿Tangos? []
–Un tango es música. Comienza con un juramento, a veces con una traición, y termina: chan, chan. Los tangos hablan del alma y del corazón. []
Mejor que yo le explique– dijo Natalio frenando a Salmen. –Estoy tratando de aplicar mis teorías. Itzik ¿Sabés acaso lo que es una mina?
–La mina es una schvartze[2] que va a Plaza Italia. Y en La Enramada, que es un bailongo, viene el novio, bah, lo que ellas dicen que es el novio, y le mete una puñalada. El tango es para ordinarios y cabecitas– sintetizó Salmen.
–Pero, ¿qué te ponés a opinar?– lo encaró Jaime entrando también en la pieza.
– ¿Cómo vamos a sentirnos orgullosos de nuestro acervo nacional si odiamos el tango? No le creas– le rogó a Itzik. –El tango expresa nuestro más caro sentir. Hay que llorar la muerte del zorzal criollo. (163-164)

Resulta impensable no adherirse a la pasión nacional, a pesar de los matices introducidos por los distintos hermanos. Si bien para uno –Salmen— el tango apela a los grandes sentimientos humanos, para otro –Natalio— se resume a una temática banal, trágica y vulgar, solo apto para “ordinarios y cabecitas”. Lejos de aceptar este dictamen, Jaime no quiere ver ninguna contradicción entre la posibilidad de participar de esa identificación más bien popular y de un proyecto familiar más exigente, que los elevaría muy por encima tanto de su estatuto de pobres inmigrantes como de esos proletarios despreciados (los “cabecitas”, de “cabecitas negras”). Más adelante, Jaime no va a dejar de pronunciar una de esas frases grandilocuentes aprendidas con el manager, mostrando así su profundo y sincero apego al tango: “–Mirá, esa es la música de mi ciudad. ¡Qué ganas de ser un malevo!– dijo Jaime admirado.” (167) De esa manera, pretende integrar el equilibrio entre las buenas maneras de la aristocracia y el derecho o el deseo de encanallarse ligeramente.
Es más: Jaime ha asimilado tan profundamente el tango y la poesía popular que termina influyendo su visión del mundo, sugiriendo interrogantes y comparaciones autorrealizadoras:

No te entiendo, le dijo Jaime a Gladys una vez que se sentía lleno de ternura hacia ella, no te parecés a nadie. ¿No serás como la costurerita que dio aquel mal paso, y lo peor de todo, sin necesidad? Tres semanas después, como la costurerita que dio aquel mal paso, Gladys se apareció con síntomas de una enfermedad incurable. (175)

El narrador se deja llevar por una lógica extradiegética e intertextual, la de la historia contada en el poema de Evaristo Carriego, “La costurerita que dio el mal paso”, retomada a su vez por la literatura popular[3].

DESMITIFICACIÓN DE LA HISTORIA ARGENTINA

Y es que la historia de Gladys, como la de Dora, como otras pequeñas historias de la novela, se refiere a acontecimientos históricos conocidos. Después de ser abandonada por su prometido durante un viaje a París, Dora conoce la suerte de muchas jóvenes engañadas y llevadas a ejercer la prostitución en un Buenos Aires cuyo desequilibrio poblacional llegó a nueve hombres por una mujer en los años de fuerte inmigración. El narrador basa pues la suerte de Dora en un episodio reconocido de esta historia, invirtiendo una vez más su significado; aunque en este caso es más bien ella quien reivindica su condición y su oficio para sí y sus compañeras. Aunque algo frustradas, ellas terminan yendo al cine porque al teatro no pueden ir ni prostitutas y ni cafishios, impedidos por la prohibición de la colectividad organizada en su lucha contra las redes mafiosas judías[4]. En el capítulo “génesis”, Dora lee una crónica “sobre la trata de blancas en Sudamérica” (de nuevo se lee entre líneas la alusión al libro de Albert Londres) e intenta sin éxito relacionar lo que lee con la propia vida. Se trata aquí de invertir el significado de lo que fue la prostitución en la Argentina, y eso a través de una relación intertextual con la leyenda de una foto de la famosa revista Caras y Caretas, en la que aparece Dora, caracterizada como: “Simpática inmigrante española con su marido. La coquetería, que no está reñida con la pobreza, tiene aquí una interesante cultora”. (120)
El engaño es triple: Dora no es española, sino judía, el hombre a su lado no es su marido, y su “coquetería” poco tiene que ver con la pobreza. Sintetiza de esa manera la desmitificación operada en la novela sobre este momento de la historia. Esa imagen va a reaparecer en varias oportunidades en la novela, pero la primera vez que la ve Dora su nivel lingüístico en español no le permite entender el significado de la leyenda, lo que provoca un paralelismo entre el engaño público y privado, recurso frecuente en la novela.
Otro episodio inventado de pies a cabeza es narrado por el propio Jaime. Se trata del relato de la participación del supuesto abuelo Ivanovski en un intento de traición al general Sarmiento, uno de los padres de la patria. La cita es larga, pero la historia complicada, necesaria para la construcción de la familia Gutiérrez Anselmi. Por primera vez, el manager tiene que admitir los enormes progresos de Jaime.

Jaime encendió un cigarrillo y comenzó.
–Fue un agosto de mil ochocientos setenta y cuatro. Corría la presidencia de Sarmiento, el ilustre sanjuanino. Abuelo, el heroico general Ivanovski, era leal al presidente. […]  De pronto, insurge contra Sarmiento el general Arredondo. Sarmiento avizora el peligro y dice a abuelo: General Ivanovski, sospecho de Arredondo. Disponga vigilancia […] el traidor Arredondo pide audiencia y le dice a Sarmiento: Señor presidente, solicito licencia. Sarmiento se niega […] insiste Arredondo, necesito esa licencia. Míreme el pañuelo, y le muestra un pañuelo todo ensangrentado. Síntoma de que estaba héctico, porque lo de la tisis vino después. Sarmiento […] concede licencia a Arredondo. Pero lo de Arredondo era un ardid para alzar las tropas en Santa Fe. Abuelo Ivanovski […] le dijo a Sarmiento: Señor presidente ¿Y si se trata de una añagaza? Es lo mismo que argucia. No olvidemos que así hablaban los criollos en esa época. Sarmiento dice: Velay, seguro que lo es, y manda a abuelo a perseguir al tránsfuga. Abuelo Ivanovski parte y de repente tropieza con Arredondo en una posta. Había reventado sus caballos y aguardaba los de refresco. Arredondo finge inocencia, hace promesas de sumisión al poder constituido e invita a abuelo a un brindis. Abuelo se pasa de copas. Indicio de que era un criollo viejo. ¿Cuándo se ha visto a un judío borracho? Arredondo deja a abuelo durmiendo su embriaguez y va al telégrafo. Se hace pasar por abuelo y manda a Sarmiento un despacho de éste o parecido jaez: Traidor Arredondo localizado. Aguardo órdenes. Firmado Ivanovski. Sarmiento riposta: General Ivanovski destino país sus manos. Vigilancia estrecha traidor Arredondo. Suprimió algunas preposiciones para ahorrar dinero. […] Abuelo […]  dijo, este bellaco de Arredondo me jugó sucio... […] mandó a Sarmiento otro telegrama. Decía, poco más o menos así: Nunca fui Ivanovski, pero siempre le fui leal. Firmado: Ivanovski. Como que empieza a picarle el gusano de la curiosidad, ¿no?–consultó Jaime al manager.
[…] Un soldado llamado Ivanovski había desertado. El capitán del regimiento dijo a abuelo que era un baldón anotar en el libro de bajas: Ivanovski desertor. Propúsole rebautizarse Ivanovski. A cambio, le dio sueldos atrasados del desertor. Ciertamente esos emolumentos no fueron tocados por abuelo. Los donó al protomedicato... Bueno, merced a ese trance, abuelo, nacido Arredondo, devino Ivanovski. Y el traidor Arredondo cayó muy tarde en la cuenta de su fratricidio... Y, ¿qué tal?– preguntó Jaime.
Por primera vez, el manager tuvo que reconocer los progresos de Jaime. (233)

De por sí ya cómico por lo rebuscado de los enredos identitarios, el relato ofrece además un humorismo duplicado por la lectura entre líneas y las observaciones insertadas[5] en el relato, a veces metalingüísticas, otras propias de varios tópicos judíos como este : “¿Cuándo se ha visto a un judío borracho?”. La frase es utilizada por Jaime para rematar toda tentativa de recordar su origen. El conjunto de esas intervenciones de Jaime narrador persigue un único objetivo: probar su perfecta asimilación de las relaciones de honor en la gesta militar, su perfecto dominio de las formas lingüísticas en uso en la sociedad criolla y borrar toda huella judía en esa historia. 
Si se relaciona ese episodio bélico con la experiencia relatada por otro de los hermanos, Pinie, en el capítulo “lamentaciones”, de cómo se salvó de un pogromo, se impone de nuevo esa irreductibilidad de la experiencia judía de víctimas masacradas con la heroicidad de los militares argentinos. De la misma manera que Jaime, Pinie se inventa al filo del relato toda la historia, simplemente porque le permite estar en una reunión convocada por un amigo, Manes Tajmer, reunión en la que puede comer a gusto. El delicioso pan francés probado por Pinie desencadena el relato:
-Mil novecientos cuarenta y uno. Había nevado toda la noche. Salí de mi casa. Buscaba pan. Los chicos pedían pan. Mi mujer pedía pan. Cinco chicos. Tres varones y cuatro nenas.
-Tres y cuatro son siete –le dijo Tajmer.
-Exacto. La familia aumentó porque vinieron parientes de Australia. […]
Vuelvo de la panadería. Había pasado el pógrom. Permiso, voy a picar.
-Aquí hay arenques, si gusta –le ofreció la esposa de Tajmer.
-¿Muchos muertos? –preguntó Tajmer tenso.
-Ignoro. Un solo sobreviviente. […]
-¿Cómo se llevaron a la gente? -preguntó el de bifocales.
-Misterio. Borrados del mapa. Le voy a comer un poco más de erink porque está exquisito. […]
-Eso no concuerda con lo que sabemos –dijo el de bifocales […] Los nazis no eran tan prolijos.
-No llegué al pógrom, qué le diré: por diez minutos. Menos. Si el panadero me tiene el pan un poco antes, caigo justo en el medio. Me lo perdí de casualidad. (124)

Cuando siente que el público ya no acepta su versión, Pinie procura salvar la situación hablando de cañones y aviones, pero su intento fracasa al chocar con los conocimientos de la historia real de los bombardeos de los aliados y su propia actuación tan poco heroica:
-Yo estoy en el loj y pienso: ¿de qué lado me pongo? ¿Apoyo a los aviones o a los cañones? Un dilema. Tampoco podía ponerme de ningún lado porque el pozo era redondo. Daba vueltas y vueltas sin saber dónde ir. Así que al final me quedé en el loj. Ni para arriba ni para abajo, ni para los costados. Que ellos se dispararan hasta cansarse. Además estaba en tierra de nadie. Esa no era mi guerra. Me quedé en el loj.
-Seis millones de tus hermanos cayeron, y no era tu guerra –le dijo Tajmer. (126)

Al final, indignados, los integrantes lo echan de la reunión. El principio distanciador del humorismo permite aquí llegar a lo más difícil, pero quizás lo más necesario: reírse de la propia tragedia, única manera de cambiar su mirada hacia el mundo, sino el mundo mismo. La indignación de los oyentes se entiende, se comparte, pero es más fuerte la complicidad con el antihéroe que quiere salvar el pellejo.
Jaime construía su relato paródico de los relatos épicos para confortar la construcción de la identidad; Pinie lo hace, de alguna manera, también para sobrevivir en la sociedad.
Y es que, definitivamente, como sintetiza Beatriz Sarlo refiriéndose a esa novela de Szichman, la parodia
[…] profundiza este juego de diferencias. Todo separa a los judíos de los cristianos, desde los estados de ánimo a las enfermedades: los judíos tienden a la autoconmiseración y a sufrir de los intestinos; los cristianos son despóticos y sus hijos sólo tienen enfermedades elegantes, que curan con penicilina. Los judíos tienen tics, los cristianos “maneras”, (buenos) modales (SARLO, 2007 : 374).


EL FRACASO DEL CAMBIO DE IDENTIDAD

A pesar de todos esos esfuerzos por inventarse una nueva identidad para integrarse a la sociedad de recepción, al final de la novela, cuando termina el duelo nacional, los miembros de la familia Pechof no se pueden alegrar porque su situación ha empeorado: entre todos y en una escena dantesca, acaban con la vida del médico como única y falsa salida. Otra vez tienen que huir, pero ni así: 

El reloj está funcionando– anunció Pinie. – ¿Se fijó?Jaime vio que el reloj de la torre de los Ingleses se sacudía y que las agujas, inmovilizadas por la pintura, se iban desprendiendo de las ocho y veinticinco. [] Hay que apurarse– urgió Jaime. –Se terminó el velorio. Rápido, antes que la policía vuelva a las comisarías. (320)

Recurso estilístico a lo largo de la novela y en la vida real, el “arma de los desarmados”, incluso en sus vertientes más negras, deja paso a un arma real en tanto que resorte dramático en la ficción. Pero el único en tener un “arma real”, una pistola, es el médico. Dispara dos veces cuando lo atacan y sólo logra hacer trizas una vasija con una bailarina pintada, símbolo del intento de argentinización; la otra bala alcanza un sillón. La comicidad de la escena del asesinato del médico reposa en la situación burlesca: quieren callarlo porque el plan ha fracasado y, como Charlie Chaplin frente a los todopoderosos (sean representantes del orden o nazis), utilizan cualquier instrumento para defenderse y, de alguna manera, vengarse. Veamos las armas improbables: el muñón de Jaime —no solo el arma de un desarmado, sino también la de una víctima de la violencia que además actúa independientemente de su voluntad— un martillo, una pava de agua hirviente, un repasador[6], dos broches, y un mazo de madera.

–Yo a usted lo denuncio. Como que hay Dios– lo amenazó el médico. Jaime [] sin saber de dónde surgía, vio que su muñón chocaba en la nariz del enemigo.
–No lo quise hacer. Le juro que no lo quise hacer– dijo Jaime arrepentido, pero ya no había forma de replegarse. El médico sacó una pistola empavonada, y golpeó a Jaime en la oreja. Se escapó un tiro y un jarrón, en el que se veía una bailarina, se agrietó primero, y se desmenuzó después. Pinie vino corriendo y golpeó al médico con un martillo. El disparo seguía retumbando en la casa. El manager se escurrió hacia el vestíbulo y huyó a la calle. El médico volvió a disparar y la bala se hundió en un sillón. Dora vino de la cocina con una pava de agua caliente y la vació en la nuca del médico. (272)

Y cuando Jaime le pregunta a su hermana Dora porqué le ha vertido en el cuello agua hirviente, ella le contesta:
 –Ya me tenía cansada con sus insinuaciones– dijo Dora. (272), provocando un efecto cómico la desproporción entre el motivo y la reacción. 

 “En la familia Pechof no existe el ingrediente de la salvación, ni siquiera a través de la escritura que recupera el pasado; [] Todos los personajes caen bajo la rúbrica crítica que anula la purificación de los ideales; toda fórmula simplista se cierra sobre su enunciado”. (SOSNOWSKI, 1987 : 118)


El equilibrio, más o menos respetado durante la novela con sus numerosos quiebres de sentido, se torna imposible. Han estado todos los personajes en equilibrio precario, haciendo piruetas en una tabla enjabonada, dando vueltas y vueltas y acabando de pie. Pero el fracaso de todo el montaje los devuelve a su condición de judíos errantes: de una u otra manera tienen que volver a armar los carruajes.
De ahí la larga y anafórica enumeración de las pérdidas en una página final que casi abandona todo humorismo y se vuelve melodramática :

Nada de viajar hacia el puro desierto amarillo para fundar una estirpe. Nada de carretas prestigiosas, nada de cajas estibadas en anchos armarios, nada de jamones, lenguas, champaña u oporto, nada de caballos fustigados, nada de ver al río Saladillo ni la sólida marga del cauce mezclada con caparazones de tortugas calcinadas. Nada de cruzar el río correntoso y crecido. Nada de baqueanos clavando sus espuelas en los ijares de los caballos. Nada de pitos intactos, nada de manos viajando en la trayectoria de una granada, nada de genealogías perpetuadas en retratos al óleo de Pueyrredón, Pellegrini o Morel. Nada de abuelos jueces o generales. Nada de abuelas duras, de facciones angulosas, enfrentadas a las hordas unitarias. Nada de parientes botarates que, victoriosos o desplazados, eran siempre los dueños de la tierra. Nada de niños con nombres estrafalarios, nada de amitos, nada de criados. Nada de malones atacando por sorpresa. Nada de tías locas muriendo de amor en altillos o conventos. […]
Abundarían los cabos sueltos, las promesas entabladas con tenacidad y luego desleídas en juegos de palabras […] ordenando una vida familiar de conspiradores y un sistema de propagación de faltas como reaseguro ante todo conato de independencia.
Porque atrás quedaba Rifque y una foto equivocada, y en la camioneta estaba el baúl y el médico adentro para confirmar que su lucha por librarse de una historia sin futuro, debía comenzar nuevamente desde cero. (285-286)

La desmitificación arranca de acercamientos improbables, a veces anunciados como tales — como en la ficción de las hazañas del inventado abuelo de Jaime—, a veces escondidos detrás de escenas grotescas como la del intento de sepelio de su novia Gladys.
Como en el humorismo basado en choques entre temas transcendentes y afirmaciones triviales, la desmitificación funciona como golpes certeros para despertarnos de nuestras convicciones y hacernos ver el mundo con otros lentes.

Se podría avanzar la idea de que todos los personajes de la familia Pechof son antihéroes destinados a fracasar en todos sus intentos, y eso es lo que los convierte en personajes entrañables. Acentuados los defectos, invertidas las cualidades, la acumulación de situaciones hiperbólicas hace de la novela una suma de incalculable valor (y sabor).

Bibliografía
INTERSIMONE, Luis A., « Las Dos Evas, Los Dos Borges, Los Dos Perón », Chasqui: Revista de Literatura Latinoamericana, vol. 36 / 1, mayo 2007, p. 18‑32, [En línea : http://www.jstor.org/stable/29742157].
SUÁREZ, Patricia et GIACOMETTO, Leonel, Trilogía Peronista: Las 20 y 25 ; Puerta de Hierro ; La Eterna, Buenos Aires, Teatro Vivo, 2005, 116 p.
SARLO, Beatriz, Escritos sobre literatura argentina, Buenos Aires, República Argentina, Siglo Veintiuno Editores, 2007, 486 p., (« El hombre y sus obras »).
SOSNOWSKI, Saúl, La orilla inminente: escritores judíos argentinos, Buenos Aires, Editorial Legasa, 1987, 171 p., (« Omnibus »).
SZICHMAN, Mario, A las 20:25, la señora entró en la inmortalidad, Hanover, N.H., U.S.A.; New York, NY, Ediciones del Norte, 1981, 292 p. (La nueva versión, en digital, publicada en el 2012, con prólogo de la profesora Carmen Virginia Carrillo, puede conseguirse en Amazon, Barnes and Noble, y en otros outlets como iBooks, Scribd, y Kobo.






[1] En una reciente reedición, se ha modificado ligeramente este título para que reprodujera exactamente esas palabras, cuidadosamente elaboradas, con las que se anunció el fallecimiento de Eva Perón por la radio: A las 20:25 la Señora pasó a la inmortalidad. Tercera edición: Editorial Aleph/ Aleph Publishing House, New Jersey, USA, 2012. Cabe señalar también la utilización de ese dato temporal cargado de significaciones como título, esta vez a secas, en otra obra relacionada con Eva Perón, la pieza teatral de Patricia Suárez: Las 20 y 25 (2005).

[2] Literalmente, “negra” en idish. Comúnmente utilizado de forma despectiva.
[3] Véase por ejemplo Josué Quesada, « La costurerita que dio aquel mal paso », en Margarita Pierini, (sel. y pról.), La novela semanal (1917-1926): Una hora millonario; Una madre, en Francia; La costurerita que dio aquel mal paso, [Quilmes], Universidad Nacional de Quilmes, 1999.
[4] Varias novelas recientes cuentan la lucha de una mujer, Raquel Liberman, para acabar con ese tráfico de mujeres por parte de la organización Zvi Migdal, denunciada en su época en el famoso libro de Albert Londres, Le chemin de Buenos Aires (1927), inmediatamente traducido al español. Se puede citar La polaca de Myrta Shalom (2003) y El infierno prometido de Elsa Drucaroff (2006). El tema también aparece en el cómic Tango, a media luz, de Hugo Pratt.
[5] El subrayado es nuestro en la cita.
[6] Paño de cocina.



[i] Brigitte Natanson, catedrática, Departamento de Español, Universidad de Orléans (Francia)
Dirección electrónica académica: brigitte.natanson@univ-orleans.fr
Congreso JALLA, 4 al 8 de agosto de 2014. (Pluralidad y diversidad: saberes incómodos y sub-versiones literarias y culturales en América Latina)


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