miércoles, 19 de abril de 2017

El sadismo de los directores de cine

Mario Szichman



Para Alfred Hitchcok, los actores y actrices eran simplemente cattle, ganado. En el caso de Otto Preminger, el formidable director de Laura (1944), Fallen Angel (1945), The Man with the Golden Arm, (1955), y Anatomy of a Murder (1959), las mujeres habían nacido para ser castigadas. Según contó Robert Mitchum, durante la filmación de Fallen Angel, debía abofetear a la bella actriz británica Jean Simmons. Mitchum, un galán y un caballero de la vieja estirpe, constante protector de damas, simuló dar una bofetada a Simmons. A Preminger no le convenció la escena, y ordenó a Mitchum que castigara a la actriz con más violencia. Hubo tres o cuatro intentos más, que no persuadieron al director. Finalmente, Mitchum se aproximó a Preminger, le dió una formidable trompada que lo noqueó, y le preguntó: “¿Es así, señor Preminger, como quiere que golpee a Jean?” Preminger pidió al productor que echara a Mitchum del rodaje, pero éste se negó por cuestiones monetarias.
Si alguien escribiera una historia de los romances de Hollywood, lograría verificar que muchos directores se aprovecharon de su potestad para llevarse a la cama a famosas actrices. Y cuando fracasaron en el intento, también hicieron valer su influencia para radiarlas de servicio. En 1943, durante la filmación de To Have and to Have Not, Hawks se enamoró de la joven actriz Betty Joan Perske, más conocida como Lauren Bacall. Pero en el medio se cruzó otro galán, Humphrey Bogart, quien se alzó con el trofeo mayor. En venganza, el director hizo varios intentos por disminuir el rol de la actriz en el film, y expandir el de Dolores Moran, otra integrante del elenco, que se convirtió en su amante. Finalmente Hawks, que era un profesional a tiempo completo, debió reconocer que Lauren Bacall se devoraba el escenario, y con ayuda de los guionistas William Faulkner y Jules Furthman, forjó diálogos indelebles que la catapultaron al estrellato.
De todas maneras, entre esos directores de la era dorada de Hollywood es difícil encontrar un psicópata más grande que el director alemán Fritz Lang, quien tras el ascenso de Hitler al poder se trasladó a Hollywood.
En su biografía FRITZ LANG. The nature of the beast¸ Patrick McGilligan acusa al director de piromanía, sadismo, hipocresía, e inclusive asesinato. En realidad, considera a Lang la encarnación del diablo, pues “mezclaba erotismo, y crímenes violentos, con elementos sobrenaturales”.
McGilligan estima, además, que Lang no transitaba solitario el sendero del demonio. Ya un ensayista alemán, Siegfried Kracauer, en su clásico From Caligari to Hitler, dijo que varios directores contribuyeron a demonizar Alemania con su exaltación de monstruos noctámbulos. Ahí están Robert Wiene y El gabinete del doctor Caligari, Friedrich Wilhelm Murnau, y Mefistófeles, y Lang con El doctor Mabuse,  historia de un científico loco convertido en terrorista.
Pero ni Wiene ni Murnau tenían una veta sádica como Lang, cuyos métodos recordaban la disciplina militar. En Metropolis, uno de sus filmes más famosos, ordenó a centenares de extras desnudarse y afeitarse, y marchar en un set al aire libre, en medio de un crudo invierno. Cuando en una de las escenas la ciudad subterránea se inundaba, y los extras corrían peligro de ahogarse, Lang simplemente se encogió de hombros y ordenó que continuaran filmando.
Durante la república de Weimar, en la segunda década del siglo pasado, hubo una brutal inflación que causó el despido de millones de empleados y obreros. Para el resto de los seres humanos, era una época temible, devastadora. Para Lang, representaba una magnífica oportunidad de conseguir mano de obra barata. En cierta ocasión, reclutó en los bajos fondos de Berlín a numerosos niños que se morían de hambre, y los intimidó para organizarlos en formaciones decorativas.
El filme más famoso que dirigió en Alemania fue M, el vampiro de Dusseldorf. Peter Lorre interpretaba a un pederasta y asesino de niños. Joseph Goebbels, ministro de Propaganda de Hitler, exaltó la película y especialmente el final en que Lorre es ejecutado tras un juicio llevado a cabo por un grupo de delincuentes, diciendo: “¡Es fantástico! No hay muestra alguna de compasión humana”.
Una vez el nazismo se afirmó en el poder, Lang decidió buscar trabajo en Estados Unidos. Hay dos versiones sobre su abandono de Alemania, la del director, y la del biógrafo. Lang aseguró que en 1933 Goebbels le ofreció convertirse en “El Fuehrer de las películas alemanas”. El director dijo a Goebbels que no merecía semejante honor, le pidió permiso para irse a su vivienda a fin de analizar la oferta, llenó una maleta con ropa, y sin siquiera ir al banco para vaciar su cuenta de ahorros, tomó el tren nocturno a París.
Pero el biógrafo McGilligan tiene una versión diferente. En primer lugar, Lang se las arregló para contrabandear la mayor parte de su fortuna a través de la frontera. Y no abandonó de inmediato el Tercer Reich. Hizo varios viajes entre París y Berlín en los meses finales de 1933. Es evidente que nadie lo perseguía.

USANDO A SERES HUMANOS COMO MARIONETAS

Durante la filmación de Metropolis, el director obligó al actor Gustav Froehlich a golpear una puerta de madera hasta que sus puños quedaron ensangrentados. La actriz  Brigitte Helm fue colgada de una soga y luego empujada hacia las paredes de un estudio, rebotando con fuerza. La mujer sufrió numerosas contusiones y magulladuras. Para Lang, era una manera de explicitar sus padecimientos.  En cuanto a Peter Lorre, protagonista y villan de M, Lang lo obligó a rodar por una larga escalera una docena de veces.
Posteriormente, en Hollywood, durante una escena de Hangmen Also Die, Anna Lee debía atravesar con su mano un tragaluz de vidrio. El método en Hollywood era substituir el vidrio con gelatina. Lang no aceptó el procedimiento, y la actriz sufrió en el intento la ruptura de una vena.

Fritz Lang y su mono de madera

Pero el episodio más siniestro en la vida de Lang fue el posible asesinato de su primera esposa. Todavía no se ha podido averiguar qué  ocurrió. Según el biógrafo, la mujer sorprendió a Lang haciendo el amor con Thea von Harbou, quien sería más tarde su segunda esposa. Horas después, la mujer fue hallada muerta. Una bala del revólver de su marido fue encontrada en su cuerpo. La policía interrogó a Lang durante varias horas. Pero no encontró nada inusual ¿ni siquiera que la bala había salido del revólver de Lang? Y decidió que la mujer se había suicidado.
Cuando finalmente se mudó a Hollywood,  Lang persistió su rutina con los extras. En su primer filme, Fury, protagonizado por Spencer Tracy, los extras no podían salir a almorzar. Hasta que Spencer Tracy lideró una revuelta contra el director para devolver a sus compañeros el derecho a comer.
Lang nunca abandonó sus geométricas tendencias fascistas, aunque en ocasiones las usó de manera memorable. En Nibelungen, soldados sumergidos hasta el cuello en agua, sostienen escudos sobre sus cabezas, que el héroe, Kriemhild, usa como si fuera un puente.
McGilligan sostiene que Lang hubiera querido usar sus actores y actrices como marionetas. Y por cierto, la relación más tierna que tuvo en su vida fue Peter, un mono de madera con partes articuladas, que transportó de Alemania a Estados Unidos. En sus ratos de ocio, Lang ofrecía Martinis a la marioneta, solicitaba sus consejos en conferencias donde se discutían guiones,  y lo acostaba cada noche en una cuna.
Afortunadamente la amistad inhumana de Fritz Lang y de Peter se prolongó en el más allá. Cuando el director falleció, en 1976, el mono compartió un sitio en su ataúd.



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