jueves, 13 de abril de 2017

The Butcher Boy, de Patrick McCabe. Las peripecias del joven asesino


Mario Szichman



     La tradición de la literatura anglosajona, cuando el protagonista es un niño o un adolescente, se nutre de Huckleberry Finn, de The Catcher in the Rye, y también de The Bad Seed, una novela de William March, que representó una divisoria de aguas en la literatura norteamericana.
     En tanto el mundo de Huck Finn y el de Holden Caulfield, personaje central de la novela de J.D. Salinger, exhibe adolescentes intentando separar la realidad de la fantasía (Huck, con más éxito que Holden), el de Rhoda Penmark, creación de William March, es un subproducto de los cuentos dehadas. Rhoda es una adorable niña asesina. Se aprovecha de su angelical sonrisa para destruir la vida de quienes pueden hacerle sombra. Mientras deposita en los adultos la credulidad, ella está más allá del bien y del mal. Su madre, Christine, es la primera en advertir que Rhoda es una psicópata. Luego que Rhoda se aburre de uno de sus perros, el animal sufre, según la niña, “una caída accidental” desde la ventana de su apartamento. En otra ocasión, una vecina le promete a Rhoda un collar muy bello para después de su muerte. Poco después, la vecina aparece muerta tras rodar por las escaleras de su casa. Rhoda hereda el collar.

   

A esa lista de personajes se puede incorporar Francie Brady, protagonista de The Butcher Boy, la novela del irlandés Patrick McCabe. Se trata de una nueva vuelta de tuerca, pues la voz del narrador se apropia del texto de una manera muy especial. McCabe hace hablar a Francie en una prosa poética carente de comas. Solo el punto separa las frases. Un crítico de The New York Times dijo que hubiera preferido escuchar la grabación de la novela, “para que el pleno efecto de cada pasaje pueda experimentarse por ósmosis”.
     Aunque la primera lectura de The Butcher Boy puede resultar difícil, a medida que se avanza, ofrece muchas recompensas.
     Ya en el primer párrafo de la novela, se condensa el resto de la tragedia que Francie narra de manera inimitable. El niño está oculto en un paraje campestre mientras los habitantes del condado de Monaghan, en Irlanda, lo buscan “a raíz de lo que le hice a la señora Nugent”.
    Lo que ha hecho Francie es bastante horrible. Pero, para Francie, es mucho peor lo que ha hecho la señora Nugent: separarlo de su madre, y alejar de su vida a su mejor amigo.
    Francie Brady ha crecido en un hogar absolutamente disfuncional. La familia Brady, conocida en el pueblo como 'the pigs,' los cerdos, consta del padre, de la madre, una mujer al borde de la demencia, y del hermano de su padre, el tío Alo. El padre y el tío Alo, han crecido en un orfelinato, en Belfast, aguardando un padre que nunca llega. El padre es un borracho consuetudinario, y el tío Alo se transfigura en una leyendae con pocos visos de realidad. La leyenda es que trabaja como director en una fábrica, “y diez operarios están a su servicio”. La realidad es que el tío Alo trabaja como sereno, y su tarea es saludar con ceremoniosa humildad a sus jefes, “luciendo un uniforme de portero color azul pálido”.   
     Francie es un marginado. Vive sumergido en el mundo de los comics y de la televisión. Comete raterías, y resulta un fastidio en su pequeña comunidad. Pero su inmersión en la locura y en la destrucción es resultado de la aparición de los Nugent, una familia protestante, en la cerrada comunidad de católicos del condado de Monaghan.
     Los Nugent son como la aristocracia de Monaghan. El hijo, Philip Nugent, toma lecciones de piano, tiene una pulcra y profusa colección de revistas de historietas, y además, luce buena ropa.
    Todo se magnifica en Francie, al observar los modales, y la distancia que imponen los Nugent al resto de los pobladores. Ellos, piensa, son los causantes de todo lo que anda mal en su familia, y en sus relaciones personales. Philip Nugent es el causante de la ruptura entre Francie y Joe Purcell, su mejor amigo. Cuando la madre del protagonista sufre un colapso nervioso, y es enviada al “garage”, un asilo para enfermos mentales, Francie también les echa la culpa a los Nugent.
     Y en cierta ocasión, Francie cree oír que la señora Nugent lo define como un cerdo. El lector no sabe decidir si la palabra fue pronunciada. Todo el relato proviene de la mente de Francie, aunque servirá para activar la venganza del protagonista.
     Francie huye de su hogar, y eso causa el suicidio de su madre. Pero él no acepta falta alguna en la tragedia. Los Nugent son los responsables.
     ¿Su respuesta? Aprovechar que los Nugent han salido de su vivienda para ingresar en ella, y defecar en el living room. (Cualquier detective puede confirmar que es un hábito muy frecuente en quienes roban viviendas).
     Tras su venganza, Francie termina, como su padre, en una residencia para jóvenes delincuentes, donde abundan sacerdotes poco recomendables. El protagonista decide que la mejor forma de aplacar a los curas es atestiguar apariciones de la Virgen María.
     Francie se va hundiendo en la locura y en la delincuencia acompañado por una voz en que la profanidad y la poesía se alternan de manera escalofriante.
     Luego que su madre se suicida ahogándose en un lago, y que su padre se hunde en el alcoholismo y muere, Francie comienza a vivir una segunda vida extrayendo de su familia recuerdos de una época más feliz. Evoca las historias que le contaron sus progenitores sobre el cortejo que culminó en la procreación de Francie, y las combina con episodios leídos en los comics, o contemplados en la televisión.
     El bien está en el seno de la familia, aunque existe poco que rescatar de ella; el mal está encarnado en la señora Nugent, y hay que acabar con ella.
     Un día, Francie visita la casa de los Nugent, aprovechando que solo está la dueña. “Comencé a sacudirla y a patearla no sé cuantas veces”, dice el protagonista. “La agarré por el cuello, y le dije: ´Usted hizo dos cosas malas, señora Nugent. Usted me obligó a darle la espalda a mi madre, y alejó a mi amigo Joe de mí´… La golpeé varias veces contra la pared, hasta que apareció una mancha de sangre en un extremo de su boca”.
     Francie es capturado, y allí concluye su historia, pero no su voz, ni su existencia. Es difícil olvidar la novela.
     Hasta ahora, el insuperable narrador en primera persona sigue siendo Jim Thompson.
Según Geoffrey O´Brien, “con su voz de raconteur de acento cansino, su bellamente modulado ritmo de relator,  y su interminable stock de anécdotas y de color naturalista, Thompson siempre nos sorprende con un sorpresivo golpe en el estómago”. La novela de McCabe cuenta con varios de esos ingredientes. También incluye una buena dosis de compasión.
     Resulta difícil odiar a Francie, aunque es aún más difícil entender su locura. Se trata de un psicópata muy especial, que delira con gran coherencia, y bella prosa. Francie tiene ciertos atributos que autorizan tanto la simpatía del lector, como su precaución. Un crítico definió bien a personaje al señalar que “nadie querría tener a Francie en su hogar”.

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