miércoles, 24 de mayo de 2017

Misery, de Stephen King: El escritor y su mortífera admiradora


Mario Szichman



¿En qué lugar se puede emplazar la prodigiosa producción de Stephen King? Seguramente, a estas alturas, compite en número de páginas con colosos de la literatura del siglo diecinueve: Eugenio Sue, Honorato de Balzac, Alejandro Dumas, Leon Tolstoi, Fiodor Dostoievski.  Al mismo tiempo, nadie se anima a situarlo entre los grandes escritores modernos. Su fama es equívoca. Lo acusan de ser excesivamente comercial. Es cierto, King vende libros por millones. Pero ¿hasta qué punto toda su escritura es comercial?  Pues muchas de sus narraciones superan ese criterio.
Si acatamos los parámetros de la evaluación literaria, Edgar Allan Poe era también un escritor comercial. Y Howard Philips Lovecraft. Seguramente Dumas. Pero hay diferentes clases de escritores comerciales. Dan Brown es quizás el autor más comercial del mundo. Pero nunca instalaría El código da Vinci en el mismo anaquel de la biblioteca donde están las obras de Poe o de Lovecraft, o de Dumas. Y tampoco Misery, de Stephen King.
En muchas ocasiones sentí la tentación de leer otras novelas de King. Una de ellas transfigura el asesinato del presidente John F. Kennedy y le brinda un final feliz. Las reseñas son muy elogiosas. El único problema es que se trata de una novela cercana a las mil páginas. Como decía Anatole France de Marcel Proust, “La vida es muy corta, y A la búsqueda del tiempo perdido es muy larga”. Y sin embargo, es mi propósito releer la novela de Proust. (Tal vez dos relecturas consecutivas sean aún mejores). No siento igual tentación por 11/22/63.
Me reencontré en fecha reciente con Misery. Al revisar las primeras hojas, observé mi firma y la fecha aproximada en que comencé a leerla: junio de 1988. Concluí su lectura el 16 de agosto del mismo año. Demoré dos meses en leer una novela de 338 páginas que me apasionó desde el primer momento.  Mi única disculpa es que comencé a estudiar inglés cuando tenía 33 años. Y para la época de esa lectura, necesitaba apelar de manera insistente al diccionario para entender frases enteras. Sin embargo, la novela era tan buena que me aferré a ella, y al diccionario, como a dos tablas de salvación.
Hace algunos días me asomé otra vez a las páginas de Misery. Como hubiera dicho William Faulkner en relación al Ulises de Joyce, la releí como un analfabeto pastor baptista se acerca al Viejo Testamento: con fe. Y descubrí, veintinueve años después de su primera lectura, que ahora es vastamente superior.
En el canon de Stephen King, Misery ocupa un poco el lugar del casillero vacío. Es una novela inusitada no solo en el sentido de su irradiación, su ironía, su escueta prosa, sino de sus objetivos. (Pese a que no leí completas otras novelas del escritor, incursioné en docenas de páginas de varias de ellas).
King es el primero en admitir que algunas de sus novelas son más “comerciales” que otras. Misery traza un sendero distinto. No usaremos la trillada palabra de “artístico”. Se trata de un sendero riesgoso, que puede conducirlo a un abismo sin retorno. (Nunca mejor que en esa novela se explica la bella, enigmática frase de Friedrich Nietzche: “Cuando alguien contempla el abismo, también el abismo lo contempla”).
En Misery, publicada en 1987, King decidió cantar el juego sobre el oficio de escritor. Para eso utilizó una novela ficticia que cuenta como protagonista a Misery Chastain. En esa novela, pudo revisar su tarea de narrador, y examinar las críticas que había recibido como autor de best-sellers. Al parecer, publicar novelas que todos devoran, no es un mérito sino una pesada carga. Algo así como ir llorando al banco para depositar gruesos fajos de billetes.
1987 fue para King un año espectacular. Otras tres novelas aparecieron en el curso de diez meses. Revisando sus páginas, puede afirmarse que son buenas, interesantes narraciones, pues King nunca aburre. Pero Misery es como el hangover después de una fenomenal borrachera.
Toda novela requiere ser revisada por un buen editor o editora, encargados de localizar errores y horrores de escritura, fechas y sitios donde transcurren eventos. Y el ritmo de la prosa, y los momentos muertos, y las discrepancias,  y la geografía de cada suceso, y los gestos de cada personaje. Cualquier escritor o aspirante a escritor que desea convertirse en un profesional, requiere dialogar de manera constante con su alter ego.
En uno de mis posts insistí en el requisito de contar con un editor.  (La tarea del editor es muy poco gratificante… Y sin embargo ¿qué haríamos, sin ese personaje tan creador? http://marioszichman.blogspot.com/2015/11/la-tarea-del-editor-es-muy-poco.html).
Cuando un narrador vacila, o teme haber quedado atrapado en un callejón sin salida, ahí surge la figura del editor calmando la ansiedad, abriendo nuevos, impensados atajos, brindando ánimo, confianza, y aportando la certidumbre de que se puede emerger de cualquier atolladero.
En Misery, la envidiable vuelta de tuerca de King fue transferir la tarea del editor a Annie Wilkes, su “biggest fan”, la mayor de sus admiradoras, quien es además una demente y una asesina. Asume la figura de The killer inside me, el asesino que llevo adentro, un brillante aporte del suspense norteamericano. (Es también el título de una de las mejores novelas del grande entre los grandes Jim Thompson). 
Gracias a Annie Wilkes, un gran personaje femenino, y, obviamente, su alter ego, todo aquello que mencioné acerca de la benéfica tarea del editor, se trastorna. En lugar de consolar, animar, robustecer al narrador –y créanme, un buen editor siempre lo consigue—Annie es un verdugo. Tiene prolíficas maneras de aterrar a su involuntario huésped. O de colocarlo al borde de la muerte.

LA AMENAZA DE LA CASTRACIÓN


Annie es una psicótica. Una de sus incómodas virtudes es su astucia para detectar la falsedad. Puede hundirse en estados crepusculares, ser regresiva, asentir en ocasiones –escasas ocasiones— a las mentiras, al desprecio de los demás. Pero, de repente, las telarañas desaparecen de su cerebro, y observa la maldad o el disimulo con aterradora lucidez. (En más de una ocasión escuché a un psicoanalista elogiar el insight, la percepción de algunas personas, señalando: “Tiene la lucidez de un psicótico”).
Cuando dije previamente que la narración es como el hangover, la resaca después de una fenomenal borrachera, no usé la expresión de manera metafórica sino literal. La experiencia que pasa el narrador Paul Sheldon tras sufrir un accidente de automóvil en Colorado y ser rescatado por su desequilibrada admiradora, se basa en el estado de confusión mental en que vivió el escritor durante algunos años, debido a su adicción a los barbitúricos. (Su libro On Writing es un texto ejemplar, donde explica su descenso en los infiernos, y su recuperación).

King suele poblar sus novelas con abundantes personajes. Pero Misery tiene apenas dos: el escritor Paul Sheldon, y su involuntaria anfitriona, Annie Wilkes. El texto podría funcionar perfectamente en un escenario. Y por cierto, la versión cinematográfica que tuvo como protagonistas a James Caan y Kathy Bates, es de gran calidad gracias a la claustrofobia que impregna el guión.
Es útil recordar que la escindida personalidad del escritor puede verificarse casi desde el comienzo de su carrera. El alter ego literario de King es Richard Bachman, que publicó Rage (1977), The Long Walk (1979), Roadwork (1981), The Running Man (1982), Thinner (1984), The Regulators (1996) y Blaze (2007). Según King, decidió usar ese seudónimo, e inclusive el rostro de su agente literario, pues la costumbre de las editoriales es solo publicar un libro por año. Eso no coincidía con su fervorosa tarea de engendrar manuscritos.  En cambio, un crítico del periódico The Guardian de Londres, que ha seguido con fervor la carrera del narrador, dijo que los personajes de Richard  Bachman eran diferentes a los creados por Stephen King. “Los tipos malos eran más humanos, y las novelas menos sobrenaturales”.
En ese sentido, Misery sería el umbral que cruzó el escritor para legar una mejor herencia. Paul Sheldon, el escritor baldado en un accidente, ha ganado fama con un tipo de narración que en el mundo de habla inglesa se titula The bodice-ripper. La versión figurativa alude a todo aquello considerado “romanticón”. La versión literal, es “destructor de corsés”.
El héroe conoce a la heroína, se interponen en el romance uno o más villanos, y finalmente, el amor triunfa y el romance se consuma.
En el caso de Paul Sheldon, las cosas se complican porque sufre su accidente automovilístico tras haber adoptado la decisión de matar a la heroína Misery Chastain, luego de una serie de exitosas novelas, y emprender un nuevo camino. Inclusive ha concluido un manuscrito titulado Fast Cars, carros veloces, con el que intenta comenzar una nueva vida, es otro tipo de narrativa cargada de violencia, de insultos, y de incómodas confesiones. 
Ser rescatado por Annie Wilkes del vehículo donde sufrió el accidente, es para Sheldon su salvación y su horrenda condena. Cuando Annie descubre que el escritor ha decidido matar a su heroína, lo convence a través de métodos drásticos que debe resucitarla y continuar la serie. Malherido tras el accidente, con las piernas rotas, y un dolor insoportable que solo aplaca un medicamento al que se hace adicto, Sheldon debe aceptar el ultimátum.
Annie decide comprar una vieja máquina de escribir Royal para que Sheldon reanude la serie de Misery. Un solo inconveniente: a la máquina le falta la letra ene. (A medida que transcurre el relato, la vieja máquina pierde otras letras, haciendo cada vez más incomprensible el manuscrito). También lo provee de resmas de papel. Inclusive hay un divertido diálogo donde Sheldon le explica a su anfitriona que ha conseguido la peor clase de papel. Se borronea rápido, y al cabo de algunas correcciones, el texto es indescifrable. (La novela fue escrita cuando las computadoras estaban en su comienzo). 
Annie, a regañadientes, acepta comprar el papel indicado por Sheldon, y el escritor decide resucitar a Misery en un capítulo atroz. Annie revela la mediocridad del texto con una serie de inteligentes críticas, y la narración adquiere una nueva dosis de suspenso. ¿Logrará Sheldon cruzar el umbral hacia la buena escritura, usando una temática cursi, plagada de lugares comunes? Sí, Stephen King es capaz de eso, y de mucho más. La segunda vez que Sheldon escribe un capítulo sobre la resurrección de Misery, es obvio el cambio de tono, la manera en que crecen algunos personajes y se ahonda el suspenso.
Pero el trasfondo de amenaza persiste hasta el final de la novela, y en uno de los capítulos, Annie acaba de un hachazo con una de las piernas del escritor.
Es posible que Stephen King haya abrevado en la trama, basándose en “El hombre que amaba a Dickens”, de Evelyn Waugh. Es la historia de un explorador que sufre un accidente de aviación en plena selva, y es rescatado por un hacendado, quien adora las novelas de Dickens. Mientras el explorador se va recuperando de sus heridas, acepta el gracioso requerimiento del hacendado de que le vaya leyendo las novelas de Dickens. Una vez el explorador recupera la salud, descubre horrorizado que su salvador tiene la intención de bloquearle todo escape, a fin de que le siga leyendo las novelas de Dickens hasta el fin de sus días.
Pero si la trama es similar, los episodios son muy diferentes. Waugh usó la idea de la reclusión del explorador de manera muy sutil. En el caso de King, la prisión en que se mueve Paul Sheldon es muy real. Es prisionero de su destruido cuerpo y de los calmantes. Y está vigilado por una jueza que no perdona un solo yerro en su prosa.
Varios críticos coinciden en que nunca escribió Stephen King nada tan personal, nada tan creador. Y todo lo hizo el escritor con una increíble economía de medios: apenas dos personajes centrales, y una obsesión concentrada en la tarea de escribir. ¿Qué significa escribir? ¿Qué significa escribir bien o mal? ¿Cuál es la relación entre el escritor y sus lectores? ¿Qué tipo de escritura perdurará? ¿Cómo trascender la mercancía literaria? ¿Cuál es el pacto entre el escritor y sus seguidores?
Otro de los aciertos de Misery es que Paul Sheldon intenta escribir su mejor novela, dedicada a la mujer que en cualquier momento es capaz de acabar con su vida, sin tener esperanza alguna de trascendencia. El pacto es que Annie Wilkes se quede con el manuscrito, sin ofrecerlo a editorial alguna. Es una de las versiones más logradas de lo que constituye, en definitiva, una pareja perversa.



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