miércoles, 14 de junio de 2017

“Neuromancer:” el triunfo del cyberpunk


Mario Szichman

Para mi amigo Luis Alonso,
quien me explicó los
vericuetos de The Matrix


Todo es un gran acertijo en la novela de William Gibson Neuromancer, desde el título, hasta las palabras y frases que divulgó en el territorio de la ciencia ficción, y que fueron popularizadas en el cine, gracias a la trilogía de The Matrix, The Matrix Reloaded y The Matrix Revolutions.
Según Gibson, Neuromancer es un portmanteau de las palabras Neuro, Romancer y Necromancer, “Neuro, de los nervios, de los senderos plateados; Romancero, aquel que compone romances”, y también un chismoso o un charlatán, y “Necromancer, el romance de la muerte”.
Más generoso que su autor, Lance Olsen indicó que “Gibson logró revitalizar la novela de ciencia ficción, el relato de la búsqueda, el mito del héroe, el misterio, la novela detectivesca hard-boiled, la épica, el thriller, y los relatos de cowboys y del artista romántico, entre otros”. Gibson, añadió Olsen, “es adicto a configurar antiguas historias en un moderno pastiche intertextual”.

William Gibson

En cuanto al cyberpunk, del cual Gibson es uno de los cabecillas, se trata de un subgénero de la ciencia ficción emplazado en un futuro no muy lejano. Se define por el concepto de high tech, low life, alta tecnología y seres reclutados en los márgenes de la sociedad.
En el cyberpunk, las sociedades disfrutan de logros científicos, y enfrentan una ruptura del orden social. Ya antes de The Matrix, el cyberpunk recibió un tratamiento estelar en el filme Blade Runner, protagonizado por Harrison Ford.
El director, Ridley Scott, supo combinar la odisea de los replicantes, androides que poseen atributos humanos, con el increíble paisaje urbano de Los Angeles, en que predominan gigantescos carteles y abundan taxis aéreos, así como derruidos vecindarios y precintos que son copia de los filmes policiales de la Gran Depresión.
Uno de los precursores del cyberpunk es Alfred Bester, autor del clásico The Stars my Destination. Bester eligió como trama El Conde de Montecristo, de Alejandro Dumas, la mejor novela de venganza jamás escrita (al menos, en su abridged versión).
Gulliver Foyle se introduce en la narrativa como un hombre carente de toda ambición o imaginación. En las primeras frases, ya estamos enterados de la tragedia del personaje: “Había estado agonizando durante ciento setenta días, y todavía no estaba muerto”. Foyle es un completo enigma, un ser carente de todo proyecto, a la deriva en la nave espacial Nomad. Su única intención es encontrar suficiente aire y comida en medio de la destruida nave. Pero su pasividad concluye en el momento exacto en que otro navío, aparentemente de rescate, pasa cerca suyo sin hacer maniobra alguna por salvarlo. Ese desaire saca a Foyle de su pasividad, y lo convierte en un monstruo cuyo único propósito es vengar la afrenta.  (Ver http://marioszichman.blogspot.com/2016/12/the-stars-my-destination-de-alfred.html).
Neuromancer cuenta como protagonista a Henry Dorsett Case. Y su predicament es aún más complejo que el de Gulliver Foyle. Case es un estafador de bajo rango, que intenta sobrevivir en el submundo de Chiba City, en Japón. (El comienzo de la narración es magnífico: “El cielo encima del puerto tenía el color de una televisión sintonizada con un canal muerto”). 
En una época, Case era un talentoso técnico de computadoras. Cuando su empleador descubrió que le había robado dinero, decidió castigarlo dañando su sistema nervioso central con una micotoxina. Además de condenarlo a una muerte lenta, la inyección de micotoxinas impide a Case tener acceso a la red global de computadoras en el espacio cibernético denominada La Matriz. Y, como ocurre en la actualidad, la información es uno de los bienes más preciados, y más costosos de obtener.


Case es un cowboy del cyberspace que poseía la capacidad de robar información de empresas, de mismo modo que en décadas previas, ladrones convencionales robaban cajas fuertes. Su cerebro podía conectarse directamente con una computadora, y saquear el conocimiento de vastas corporaciones.
El drástico castigo impuesto al protagonista, lo condena a una muerte lenta. La vida de Case no vale la pena ser vivida. Está endeudado, duerme en hoteles baratos, coffins, diminutos cuartos similares a ataúdes. Se gana la vida con gran dificultad, tiene tendencias suicidas. Su amante, Linda Lee, ha sido asesinada, y figura al tope de la lista de un narcotraficante apellidado Wage, quien le reclama deudas atrasadas.
Como en varias novelas del cyberpunk, la odisea del protagonista consiste en emerger de la enfermedad, del mismo modo en que Gulliver Foyle emerge de la ignorancia, tras afrontar enormes obstáculos. Debe lidiar con una urbe en constante estado de cambio de las actividades delictivas, donde resulta casi imposible cumplir tareas cotidianas.
Afortunadamente, siempre la dama aparece. En este caso se trata de Molly Millions, una “samurai de la calle” quien trabaja como mercenaria de un exmilitar, Armitage. Molly pone a Case en contacto con Armitage, quien le ofrece curarlo de las micotoxinas que han envenenado su organismo, siempre que trabaje para él como hacker y robe información de poderosos rivales.
Por supuesto, como en el caso de El Padrino, la oferta que hace Armitage a Case es de aquellas imposibles de rehusar, y con resultados temibles.
Armitage consigue que sea reparado el sistema nervioso de Case a través de una nueva tecnología. Poco después, el protagonista descubre que Armitage ha ordenado transferir a sus vasos sanguíneos, en micro sacos, las micotoxinas que afectaban su páncreas. Si Case cumple con su tarea, los micro sacos serán desalojados de su sangre. De lo contrario, habrá que prescindir de sus servicios activando las toxinas.
Con suave ironía, Gibson informa que el páncreas de Case ha sido reemplazado, y nuevo tejido implantado en su hígado. Eso impide que el organismo de Case metabolice cocaína o anfetaminas, poniendo fin a su drogadicción. Algo por lo cual, el protagonista no parece agradecido.

LA IRREALIDAD COMO NORMA

El mundo que transita Case es un prolongado delirio psicodélico. El cuerpo y el cerebro adquieren nuevas funciones. Hay ojos que sirven para ver, y también implantes de ojos en las órbitas que alteran y agudizan la percepción. El cerebro de los cowboys de las computadoras, interactúa con las máquinas de manera simbiótica.
La hazaña de Gibson en Neuromancer fue brindar glándulas, pasiones, erotismo,  al mundo aséptico, abstracto, repleto de algoritmos, del cyberpunk.
A veces, resulta difícil transitar la prosa, pues Gibson no pierde tiempo en explicaciones. Hay que aceptar el viaje que nos propone, acatando el consejo de William Faulkner en relación al Ulises de James Joyce: “como un predicador iletrado se aproxima al Antiguo Testamento: con fe”.
El lector debe tener paciencia para dilucidar la trama. Gibson usa los trucos de un jugador de naipes. Pero si en parte del relato mantiene las cartas apretadas contra el pecho, también suelta, por cuentagotas, los datos factibles de inferir el plot.
El narrador parte de una premisa que nunca abandona. Más allá del venero de civilización que encubre nuestra personalidad, somos cuerpos deseantes, habitando mundos incomprensibles.
Las ciudades que transitan delante de los ojos de Case son difíciles de captar, especialmente aquellas que todavía no han emergido en nuestra realidad. Buena parte de la costa oriental de Estados Unidos es como una interminable ciudad. Buena parte de Europa es una pesadilla radioactiva, y Japón es, de manera exclusiva, “una selva de neón”.
Cuando ya está en la declinación final, Case acepta la oferta del magnate Armitage, y lidera a una “tripulación” de genios de la computación. La misión es asaltar la ciudadela de un clan industrial, dueño de un par de “Inteligencias Artificiales” que en caso de ser conectadas, se convertirán en los artefactos más peligrosos del mundo.
“Durante millares de años”, dice uno de los personajes de Neuromancer, “los seres humanos han soñado con la posibilidad de hacer un pacto con el demonio. Recién ahora, esas cosas resultan posibles”.
En ocasiones, la trama de Neuromancer es difícil de seguir, pues adquiere la velocidad de un comic. Pero siempre la diáfana prosa de Gibson logra controlar los pedales.
Case y su amante, Molly, consiguen descubrir la verdadera identidad de Armitage. Se trata en realidad de un excoronel, Willis Corto, que participó en un operativo destinado a infiltrar el sistema de computadoras de la Unión Soviética. (La novela fue publicada en 1984, cuando todavía existía la Unión Soviética).
Al final, tras múltiples peripecias, y luego de robar Neuromancer, una computadora que asociada con otra, Wintermute, se convierte en una super conciencia, Case logra conectarse a la matriz. En ese recinto descubre una imagen de él, y de Linda Lee, su novia muerta. Al parecer, la computadora Neuromancer creó una copia de la conciencia de Case en una ocasión anterior, durante un intento de captura. La copia de la conciencia de Case existe ahora junto con la de Linda, en la matriz, donde quedan unidos para siempre.  El romance se prolonga en el más allá.
El impacto de Neuromancer en la narrativa de ciencia ficción es aún difícil de medir. La novela fue rápidamente elevada en varios altares. Es la primera narración que obtuvo los galardones Nebula, Hugo, y Philip K. Dick, como paperback original. El periódico The Mail & Guardian dijo que era “como la versión en ciencia ficción de obtener los premios Goncourt, Booker y Pulitzer, en el mismo año”. Sus dificultades narrativas no han impedido una vasta difusión. Ha vendido más de 6,5 millones de copias a nivel mundial.
El crítico literario Larry McCaffery describió el concepto de la matriz en Neuromancer como un lugar donde “los fundamentos danzan con la conciencia humana… Los sistemas de información multinacional sufren mutaciones y se transfiguran en nuevas, asombrosas estructuras, cuya belleza y complejidad son imposibles de imaginar, místicas, y por encima de todo, no humanas”.

Gibson, un hombre con gran sentido del humor, dice que el éxito de Neuromancer siempre lo sorprendió. Por la época en que estaba escribiendo la novela, la actitud de sus amigos era ésta: “Tal vez lo invite a tomar un trago, pero no sé si me animaría a ofrecerle un préstamo”. En cuanto a Neuromancer, consideró que era “un libro adolescente”.  Tal vez con la adolescencia que exhibió Robert Louis Stevenson en La isla del Tesoro.

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