sábado, 12 de agosto de 2017

Arte, terror, locura. Las culturas varían según el grado de anomalías que legitimizan


Mario Szichman

       En un trabajo sobre Kafka, Jorge Luis Borges decía que “Cada escritor crea a sus precursores”. Las huellas de un estilo, dispersas en varios autores de disímil cualidad, súbitamente se condensan en torno al cuerpo de un productor intelectual, quien las codifica, las subraya con su insistencia. 
       Eso no ocurre únicamente en el campo de la literatura, se extiende al territorio de las ciencias sociales. La escuela de psicoanálisis liderada por Sigmund Freud hizo visibles las marcas de psicosis en un artista. Tal vez las más notorias fueron las de Vincent van Gogh. Además de crear obras alucinantes como Noche estrellada, o Girasoles, tuvo episodios “crepusculares”, que derivaron en la cuestionada mutilación de su propia oreja, y su posterior suicidio, en 1890, a los 37 años de edad. 
       
Noche estrellada de Vincent van Gogh

       La leyenda indica que el pintor holandés, en un acceso de locura, cortó parte de su oreja izquierda con una navaja, tras una trifulca con su colega Paul Gauguin. Luego, van Gogh envolvió la oreja en un trapo, se encaminó a un burdel cercano, y la entregó a una prostituta, que cayó desmayada del susto.
Un libro publicado hace algunos años en Alemania por los historiadores Hans Kaufmann y Rita Wildegans, cuestiona la versión, señalando que la historia fue un invento de van Gogh para proteger a Gauguin, su amante. El pintor holandés fue agredido por Gauguin, tras una discusión. Gauguin era un excelente espadachín, y cuando se agrió la reyerta, usó su sable para arrancarle a su amigo parte de la oreja. 
       Van Gogh fue llevado a un hospital, y en medio de sus delirios pidió que le dejaran ver a su amigo. Gauguin prefirió eludir a van Gogh a partir de ese momento. Los historiadores  Kaufmann y Wildegans dicen que los dos hombres mantuvieron “un pacto de silencio”, Gauguin para evitar un proceso, y van Gogh, para retener la amistad de Gauguin, “del cual estaba perdidamente enamorado”. 

LAS “CABEZAS EXPRESIVAS” DE MESSERSCHMIDT



       Ernest Kris, uno de los discípulos de Freud, mostró en su ensayo El arte del insano, la cercanía entre la creación y la locura. El ejemplo más aterrador es el de Franz Xaver Messerschmidt (1736-1783), un escultor austrogermano, famoso por una colección de bustos con rostros contorsionados, las llamadas “cabezas expresivas”.

       Según Kris, esos temibles rostros, con crispadas muecas, podrían haber sido el resultado de ideas paranoicas y alucinaciones padecidas por Messerschmidt luego del año 1770. Su deterioro mental hizo que en 1774, cuando aplicó para un importante puesto en una institución donde había estado enseñando desde 1769, en lugar de obtenerlo, fuese expulsado de la academia.
En una carta a la emperatriz de Austria, el príncipe von Kaunitz-Rietberg, un diplomático de la monarquía de los Habsburgo, aunque reconoció el talento de Messerschmidt, también informó de la naturaleza de su enfermedad mental, “una confusión en su cabeza” que le impedía ejercer la enseñanza. 

       En 1781, el escritor alemán Friedrich Nicolai visitó a Messerschmidt en su estudio, en Presburgo. El escultor le explicó al escritor su idea de confeccionar las “cabezas expresivas”. Durante muchos años, Messerschmidt había sido atormentado por problemas digestivos. La medicina moderna considera que se trataba de El Mal de Crohn, causante de severos trastornos. En su intento de olvidar los dolores, el escultor apeló a sus facultades creadoras. Comenzó a pincharse con un punzón en una de sus costillas, y a observar las muecas de dolor en un espejo. Luego, trasladó imágenes de su rostro y de los diferentes gestos, al mármol y al bronce. Su propósito, le dijo al escritor Nicolai, era representar las 64 “muecas canónicas” del rostro humano y utilizar su cabeza como plantilla de escultor. Lo más inquietante es observar siempre el mismo rostro, el de Messerschmidt, haciendo señas que delatan una mente anormal.

RESURGIR DE LA NADA

Mapas y escritos de Opicino de Canistris

       Uno de los personajes más interesantes de la galería de Kris, es Opicino de Canistris (1296-1350), nacido en Lomello, un pueblo cercano a Pavia (Italia). 
       Kris nos informa que Opicino, un teólogo, era conocido como “autor de dos opúsculos y un volumen con dibujos extraordinariamente grandes y abundantes en comentarios escritos”. No fue “eminente como teólogo, ni como escritor o pintor, ni desempeñó rol alguno en los asuntos políticos o en la vida artística e intelectual de su época. Su misma identidad solo pudo establecerse gracias a una combinación de circunstancias fortuitas y a la perspicacia de recientes investigaciones”. 
       Solo su enfermedad, dijo el autor, “nos permite ofrecer algo más que el esqueleto de los datos registrados en los archivos. En una serie de enormes hojas de dibujos, la mayoría de los cuales están llenos de anotaciones solo parcialmente dotadas de sentido, registró con algún detalle la historia de su vida”.
       Algunos testimonios permiten suponer que Opicino fue consciente en todo momento de la originalidad de su locura, y de lo difícil que era insertarla en su época. Es como si hubiera premeditado una combinación de circunstancias fortuitas que facilitaron a un psicoanalista del siglo veinte como Kris, el rescate de su vida y de sus trabajos.
       A partir de Halmos, sabemos que las culturas varían según el grado de anomalías que alientan o justifican. ¿Sospechaba Opicino que su locura era original y no sería aceptada por una sociedad como la del Siglo XIV, que solía orientar los delirios hacia el rescate del Santo Sepulcro? Hay datos para inferir que intentó alertar sobre su anormalidad, demostrando que era inclusive anormal para su época.
        Opicino cayó enfermo en la primavera de 1334, a los treinta y ocho años de edad. Estuvo inconsciente durante diez días. Al salir del sopor, sintió “Como si hubiera despertado de un sueño, y nacido de nuevo. Por el momento quedé mudo, paralizado de la mano derecha, y perdí, de manera milagrosa, gran parte de mi memoria para los asuntos del conocimiento”.
       En 1893, y gracias a los testimonios de Opicino, el psiquiátra Jackson calificó sus síntomas de “Afasia motora cortical, manteniendo la comprensión del lenguaje hablado, pero con la pérdida del vocabulario, imposibilidad del lenguaje espontáneo, o de repetir palabras escuchadas”. 
       Para que un ser humano acceda a coexistir con otros, necesita usar palabras o frases que aludan a partes del cuerpo, hábitos o paisajes, seleccionados por sus costumbres y miradas. Es indudable que Opicino estaba al tanto de la lujuria y de sus fetiches. Algunos de sus delirios delatan ese conocimiento. Pero como era un hombre de iglesia, decidió desviar sus delirios hacia la Santísima Trinidad. Una tarea imposible en un ser aterrado por los síntomas del pecado. 
       En sus escritos, el Espíritu Santo se transfiguró en una mujer. En esa mujer creyó encontrar a su madre. También fue acosado por los deseos de ingresar a su lecho. Acto seguido, despojó de sus vestiduras a los otros integrantes de la Trinidad, y los convirtió en miembros de su familia. 
       Los psiquiátras y psicoanalistas que examinaron sus escritos y dibujos, percibieron anomalías muy modernas. Opicino dibujó cabezas con líneas contaminantes que servían simultáneamente a varios cuerpos. Uno de los psiquiátras que estudió sus diseños creyó reconocer fantasías esquizofrénicas, caracterizadas por la condensación, el desplazamiento, la alusión, el simbolismo, y juegos con palabras y formas.
      Opicino aseguraba haber recibido de la Virgen un “doble espíritu” y la capacidad de “contemplar la verdad”. 
        Una de las razones para apartar a Opicino de otros enfermos mentales de su entorno, era su pasión por narrar experiencias personales. Eso no encuadraba en la demencia de su época. 
        Cuando Opicino cuenta su vida, dice Victoria Morse, “eso debe entenderse más como una confesión, que como una autobiografía”.
      Su obra, plagada no solo de escritos sino también de mapas, fue descubierta en el siglo veinte, y de inmediato abundaron las hipótesis entre los científicos. Unos lo calificaron de esquizofrénico, en tanto otro lo consideró “el primer cartógrafo psicótico”. 
        Pero si se lee su cronología, que Opicino elaboró en los años finales de su vida, aparece algo totalmente insólito para un ser humano de su ciclo vital, aunque fácilmente comprensible para un terapeuta de nuestra época. Opicino señala el 24 de marzo de 1296 como la fecha de su nacimiento, y añade estas palabras: “Concepción en la iniquidad de un matrimonio legítimo”, esto es, el día en que sus padres copularon para engendrarlo. Luego, “24 de diciembre: nacimiento en el pecado, en (la población de) Lomello”. 
“Año 1302. En este año, Cristo el Señor fue exhibido ante mí. Había sido crucificado por mi abuela”. 
“Año 1305. Fines de abril. He sido incapaz de resistir los vicios de los niños.
“Año 1311. Primero de junio. Ahora que mi edad va aumentando, también lo hace mi perversidad. Estoy encadenado por muchos vicios”. 
“Año 1316: Junio. Sigo luchando con la carne. En muchas ocasiones fue conquistado con mi propio consentimiento”. 
       Ese tipo de confesiones son muy raras en la Edad Media. Pero es obvio que atrajeron la atención de muchos profesionales de la salud en el siglo veinte. 
       En sus últimos años, Opicino aceptó colorear su locura con apariciones milagrosas de la Virgen María y de San Eufemio. Sus dibujos perdieron el amaneramiento y la vacuidad, emblemas de la esquizofrenia.
       Sucumbió en el hospicio, en plena epidemia de la peste negra. Su muerte fue otro tributo a la psiquiatría que lo recibiría con los brazos abiertos siglos más tarde. Los síntomas indicaron que falleció de un infarto al miocardio. Sufría además de arterioesclerosis, y le hallaron un tumor benigno en el páncreas. En momentos en que la medicina toleraba solo dolencias que trascendían un solo cuerpo y maculaban a millares de seres, Opicino arrinconó en su organismo enfermedades intransmisibles. Otro alerta para las generaciones futuras.

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