miércoles, 30 de agosto de 2017

“The Silent Wife”: Algunos matrimonios son cautelosas sucursales del infierno


Mario Szichman


Ya en el segundo párrafo de The Silent Wife, la novela de la canadiense A.S.A. Harrison, nos enteramos del desenlace. Jodi Brett, la protagonista, de cuarenta y cinco años de edad, descubre que su relación con su compañero Todd Gilbert “se ha erosionado lentamente, y se acerca a la etapa final de su desintegración” aunque todavía desconoce “que en escasos meses” se convertirá en una asesina.
Jodi es una psicoanalista adleriana, Todd es un empresario próspero, dedicado a la construcción. Ambos parecen vivir en el mejor de los mundos posibles en un suburbio elegante de Chicago, con un perro que, inevitablemente, se llama Freud.
La novela, como Gone Girl, el fenomenal best-seller de Gillian Flynn, es contada en capítulos alternados por ambos protagonistas, aunque Jodi es un personaje de tres dimensiones, y Todd algo escurridizo, difícil de conjeturar, intentando eludir conflictos. Solo adquiere tres dimensiones en sus affairs, y en su constante anhelo de escapar a las secuelas de sus transgresiones amorosas.
Inclusive, cuando ambos evocan sus pasados, Jodi emerge como un ser más comprensible que Todd. “Deep down,” el psicoanálisis –también la profesión de la autora—es la única ligadura que permite a la protagonista aferrarse a la realidad. ¿Cuánto de los conflictos que padece finalizan siendo analizados en sus pacientes? ¿Cuántos de ellos es incapaz de resolver en sus pacientes porque representan el punto ciego de sus furtivos problemas?
Jodi “funciona” a base de rutinas. Son sus anclajes. Su sexualidad es lo más parecido a la frigidez. Cuando Todd se enamora de una adolescente que tiene la mitad de su edad, y que terminará siendo su condena a muerte, una de sus primeras confesiones en la cama es que Jodi es fría como un pescado.
Harrison es excelente al desmenuzar los ingredientes de una relación  amorosa que ha perdido toda pasión. Dos seres juiciosos acatan todos los ritos que suelen asignarse a la felicidad conyugal. Mientras Jodi atiende a dos clientes diarios durante la semana, va a sus clases de gimnasia y de arreglos florales, saca a pasear a Freud, y prepara comidas de gourmet, Todd se encarga de comprar y remodelar propiedades.
Jodi es la sensatez, Todd es la pasión. Ella es muy fácil de leer, él vive acosado por toda clase de aflicciones. 


Harrison tenía el talento de mostrar el reverso de cada actitud humana (falleció de cáncer, en el 2013, dejando libros de poesía, esta novela, y un manuscrito sin terminar). Y The Silent Wife mantiene el suspenso prácticamente hasta el final, mostrando que cada ser humano es una caja de sorpresas. Pero nunca deja cabos sueltos. Los cambios de cada miembro de la pareja van anudando una tragedia inevitable, y al mismo tiempo cargada de sorpresas. Sí, es cierto, Jodi, de manera inexorable, avanza desde el segundo párrafo hacia un futuro donde Todd será asesinado. Ese desenlace sorprende a los lectores, por los vericuetos que sigue, porque nada es como parece.
La ruptura de los protagonistas se registra una vez Todd se enamora de Natasha, hija de un viejo amigo. Natasha es un ser posesivo, que exuda hormonas. Ansiosa por destruir la relación entre Todd y Jodi, cesa de usar píldoras anticonceptivas, queda embarazada, y obliga a Todd a portarse como un caballero, y a buscar la separación de Jodi.
El hecho de que Jodi y Todd nunca han formalizado su relación, es un sutil ingrediente empleado por la novelista para mostrar el súbito desamparo de Jodi. En un matrimonio legal, la separación permite a los cónyuges dividir sus posesiones. Pero en un “common marriage,” el compañero se queda con todas las de ganar. Por ejemplo, Todd se encargaba de cancelar las tarjetas de crédito de Jodi. Tras la separación, ya no tiene deber alguno.
La narradora va sembrando la novela de esos pequeños fastidios cotidianos que irán acosando a Jodi, le harán perder status y trocarán su vida en un infierno. La lerda venganza se va incubando, los lugares firmes empiezan a agrietarse. Jodi percibe que su vida amenaza con transformarse en algo riesgoso, cargado de imprevistos. Ella es sensata,está acostumbrada al orden y al confort. El desafío que se plantea Todd al enamorarse de Natasha, solo le augura un deplorable final.

AMORES QUE MATAN

Pero Jodi, pese a su frialdad exterior, sus buenos modales, y su urbanidad es, en el fondo, una máquina de asesinar. La práctica clínica permitió a Harrison crear una ficción muy plausible e inquietante, sobre la destrucción de una pareja. La traición de Todd ha dejado a Jodi a la intemperie. Descubre la incertidumbre. Cada día puede acosarla una sorpresa desagradable.
Tras enterarse del affair de Todd con Natasha, Jodi cambia su rutina. Un día, cuando vacía el bolso de mano de Todd antes de ponerlo en el lavarropas, descubre un frasco con pastillas para dormir. Once pastillas. Jodi muele las pastillas en un mortero, las disuelve en un vaso con una bebida alcohólica, y lo deja en la mesa de luz de Todd.
“Las píldoras se hallaban en un compartimiento” de su bolso de mano, piensa Jodi. “Si fue lo bastante descuidado como para dejarlas allí, resulta correcto que él sea quien las ingiera. Si ingiere esas pastillas, desaparecerán. Y en el proceso, la cuenta quedará saldada”.
Es obvio que ya en ese momento, Jodi actúa con la cautela y las coartadas de una asesina. El único error que comete ha sido no averiguar qué dosis de pastillas para dormir pueden resultar letales.  No existe sentimiento de culpa en sus cavilaciones. “Sin una discreta retaliación para equilibrar las cosas”, piensa tras enterarse de que la dosis no ha sido letal, “la mayoría de las relaciones seguramente estallarían en una combustión de resentimiento”.
The Silent Wife es también un ejercicio en voyeurismo. La balanza se ha inclinado levemente a favor de Jodi, y es obvio que los lectores desean saber cómo se librará de Todd, y eludirá el peso de la ley.
Algunos críticos han cuestionado la insistencia de Harrison en aspectos del psicoanálisis adleriano que tal vez no están asociados con el conflicto central. Pero hay una gran coherencia en mostrar la manera en que la práctica clínica se infiltra en el deseo de venganza de Jodi, iniciando una odisea que la conduce a un lerdo suicidio. Solo la necesidad de preservarse, de no terminar en la cárcel, impiden su quebranto final. Y es saludable ese giro, porque otra de las sorpresas de The Silent Wife, es que hubo alguien más planeando el asesinato de Todd. Al menos, una persona con mayores motivos que Jodi, para sacar al infiel de este mundo.
Muchos han comparado The Silent Wife con Gone Girl. Hay mucha más pirotecnia en la novela de Flynn, que en la de Harrison. Pero, al mismo tiempo, cierta superficialidad, o glamour, que nunca afecta la trama de The Silent Wife.
Harrison recuerda más a la narrativa de Jim Thompson, con sus seres humanos acosados por la incertidumbre, manejándose en un universo que ha perdido todo sentido. Cada objeto se transfigura, nadie está a salvo de fuerzas o acontecimientos inesperados. La casualidad fabrica marionetas de quienes creían estar a salvo de calamidades.

Jodi se salva precariamente del destino que la aguardaba desde el segundo párrafo de la novela. ¿Para siempre? ¿Por algunas semanas? Harrison parece indicar que el futuro será inmisericorde con la protagonista. Tal vez Dios no existe. Pero sabe cómo jugar a los dados. Tanto con el universo como con sus habitantes. 

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