miércoles, 1 de noviembre de 2017

Un caso extremo de liberación femenina. Las mujeres de Nagyrev


Mario Szichman



Muchos aceptaban en Nagyrev, una población situada a 60 kilómetros al sureste de Budapest, Hungría, que Zsuzsanna Fazekas era una partera. En realidad, la mujer era una “fabricante de ángeles”. Si bien su principal misión consistía en traer bebés al mundo, en ocasiones, los desalojaba de este valle de lágrimas.
Luego, su ambición creció. Y con el beneplácito de las mujeres de Nagyrev, Fazekas comenzó a fabricar mártires usando a sus maridos.
La cineasta holandesa Astri Bussink hizo, a comienzos de este siglo, un documental sobre la matanza registrada hace 90 años en Nagyrev y que cobró unas 140 vidas. Lo tituló The Angelmakers, fabricantes de ángeles. El filme se estrenó en el 2005 en el Festival Internacional de Documentales de Amsterdam.
Bussink y su equipo cinematográfico pasaron cuatro meses en la aldea, informó el periódico The Independent de Londres.  “Tuve muchas dificultades para conseguir que los pobladores hablaran”, dijo la cineasta. “Pero algunas ancianas no tuvieron ese problema. Se negaban a considerar ´como algo muy serio´ la matanza de maridos. Algunas de ellas dijeron: ´Los hombres se atravesaron en nuestro camino´. Otras señalaron que se hubieran conformado ´con dejarlos lisiados´. En general, solían minimizar la importancia de lo ocurrido”.

EL DISTRITO DE LA MUERTE

Los asesinatos comenzaron poco después de iniciarse la primera guerra mundial, alrededor de 1914, o de 1915.  “No existió un motivo único”, dijo Bussink. “Había múltiples circunstancias: pobreza, alcoholismo, desempleo. Y por supuesto, estaba la guerra. Muchos hombres de Nagyrev regresaron a sus hogares luego de ser tomados prisioneros. Algunos quedaron lisiados y no podían trabajar”,  o cumplir con sus deberes conyugales.
Además, durante la ausencia de los maridos, llegaron forasteros a Nagyrev. Algunos trataban a las mujeres mucho mejor que sus esposos. Si podían librarse de ellos, además de lograr amantes más afectuosos, las mujeres subirían de estatus social. Podrían heredar sus propiedades, y quedar en mejor posición para contraer nupcias con sus flamantes galanes.
Pero ¿cómo concretar la tarea? De repente, varias mujeres recordaron a la partera Zsuzanna Fazekas. La visitaron, y Fazekas las alentó en sus planes. Convenció a muchas que debían librarse de la opresión conyugal. Enviar un consorte al cielo no era considerado un crimen sino una justificada venganza.  
Anticipándose a quienes podían suponer que su filme tenía una moral feminista, Bussink dijo que “no hay justificación alguna para esos asesinatos. No soy una feminista. No tengo simpatía por ellas, aunque en esa época, las mujeres no eran muy bien tratadas”.
Sin embargo, Bussink admitió que “durante siglos, se advirtió a las mujeres de Nagyrev que era imposible vivir sin un hombre al lado. De repente, llegó la guerra, y descubrieron que podían pasarla muy bien sin sus maridos. De hecho, bastante mejor, porque había cesado el abuso”.

MEJORANDO LA CONDUCTA MASCULINA


Durante la época en que se inició en Nagyrev la ejecución de maridos, la aldea carecía de un médico, o de una jefatura policial. Había una iglesia, pero la religión no desempeñaba rol alguno. En cuanto al médico forense, era un inútil.
Las mujeres de Nagyrev consideraban a Fazekas el ser ideal para resolver problemas. Si una mujer quedaba embarazada, y no precisamente de su esposo ¿a quien podía acudir? ¿Al médico, al policía, al sacerdote? Imposible. Los tres eran hombres. La única persona que podía juzgarlas con mesura era la comadrona. Y la señora Fazekas era muy comprensiva. Nunca ponía objeciones a quienes deseaban tener un bebé, o librarse de él, o de sus cónyuges.
La idea de que los hombres son totalmente prescindibles para sus mujeres, no es novedosa. Según The Independent, hace unas tres décadas, las mujeres japonesas consideraban a sus maridos sodai gomi. Gomi significa basura, y sodai gomi es la basura difícil de eliminar, como redundantes neveras o lavadoras. Se trata de objetos que requieren la ayuda de terceros para ser abandonados en un basural.
Hace algunas décadas, una feminista hizo famoso un lema: “Una mujer necesita un hombre del mismo modo en que un pez necesita una bicicleta”. Los hombres beben y se emborrachan,  gritan, son infieles, les interesa más el fútbol que su compañera. Y si aportan dinero al hogar, es para impedir que lo hagan sus esposas. De lo contrario, demostrarán que no sirven para nada.
Generalmente, esas quejas suelen concluir en un juicio de divorcio. Pero las mujeres de Nagyrev tuvieron una idea más drástica. Fue un complot bastante astuto. Debe haber contado con mucha asistencia de terceros, y con empecinado silencio. La matanza continuó año tras año. Hasta que 140 hombres fueron confinados en baratos ataúdes.

CAZANDO MÁS QUE MOSCAS


En muchas novelas policiales, lo primero que llama la atención del lector es the method of disposal, el método para librarse de una futura víctima. La señora Fazekas descubrió que los papeles cazamoscas tenían un ingrediente activo: el arsénico. Si se sumergía esos papeles en agua, el arsénico se desprendía de ellos. La tarea era simple. Bastaba sumergir suficientes papeles cazamoscas en agua, y recolectar el arsénico en un pequeño frasco.
Cada vez que una mujer de Nagyrev tocaba a la puerta de la señora Fazekas, y mostraba furia o desesperación, la partera le entregaba un pequeño frasco. Luego le explicaba el método para recuperar su libertad. La “ventaja” del arsénico es que se trata de un veneno inodoro e insípido. Uno puede mezclarlo con la sopa o con el café. Y si bien mata de una manera horrenda, los efectos son rápidos.
En una ciudad que cuenta con buenos servicios médicos, el arsénico se descubre con facilidad. En Nagyrev, con un médico forense casi inservible, resultaba muy difícil demostrar su presencia. Generalmente, el diagnóstico era un agudo problema estomacal por parte de la víctima.
Ciento cuarenta cónyuges de Nagyrev comenzaron a tener agudos problemas estomacales, y murieron como moscas.

LA SOLUCIÓN FINAL

Maria Gunya, hija del inepto médico forense de Nagyrev, informó a Jim Fish, de la BBC de Londres, que “las mujeres solían ir a casa de la señora Fazekas y le comunicaban sus contrariedades. Y la señora Fazekas solía decirles: ´Si hay un problema con su marido, yo tengo la solución´”. Siempre la misma solución.
Las disputas conyugales no fueron inventadas en fecha reciente. En infrecuentes ocasiones, terminan en un homicidio. Pero no en asesinatos en masa. ¿Qué ocurrió en Nagyrev?  Según The Independent, la explicación más persuasiva consta de tres partes. Muchos casamientos eran “arreglados” por familias. Y no siempre cundía el amor entre las parejas. En segundo lugar, la mayor parte de los hombres de Nagyrev fueron reclutados por el moribundo imperio austrohúngaro, y debieron marchar al frente de batalla. Muchos retornaron heridos, dañados en cuerpo y mente. Los años pasados en tierras lejanas los separaron de sus mujeres. Vivían traumatizados con lo que habían visto. En tercer lugar, muchos prisioneros de guerra rusos fueron emplazados cerca de Nagyrev.
Al parecer, la comparación entre los húngaros y los rusos favoreció a los rusos. Los hombres de Nagyrev eran perezosos, abusadores. Y los amantes rusos les recordaron que eran mujeres, y que no estaban obligadas a pasar el resto de sus vidas atendiendo a un tirano, o a un lisiado.
La primera guerra mundial disolvió imperios. Y es presumible que también alteró las nociones de moralidad entre las mujeres de Nagyrev. Además, la guerra causó una gran depresión económica, dijo Istvan Burka, alcalde de la población. “La vida fue muy difícil. Alimentar una boca más que no contribuía en nada, representaba una carga muy pesada para una familia”.
Por lo tanto, el homicidio se convirtió en una solución para muchas mujeres de Nagyrev. Pero la epidemia se propagó.  No fueron solo maridos fastidiosos quienes murieron. También madres, niños, familiares cercanos.
Aunque la cantidad original de muertos es de 140, no hay todavía una cifra exacta de cuantas personas perecieron. Inclusive algunas envenenadoras o envenenadores murieron víctimas de otros. Se cree que en otras aldeas cercanas a Nagyrev ocurrieron episodios similares. Eso haría ascender a unas 300, el total de personas asesinadas.  
La epidemia concluyó a fines de 1929, cuando la Gran Depresión afectó a buena parte de Europa, además de Estados Unidos. Existen dos versiones. Una, que dos de los envenenadores de Nagyrev se acusaron mutuamente en público. La segunda, que un estudiante de medicina de otra población tropezó con un cadáver a orillas de un río, y descubrió en su estómago, altos niveles de arsénico.
La policía comenzó a investigar, docenas de cadáveres fueron exhumados, y muchos de ellos tenían trazos del veneno.
Finalmente, las sospechas recayeron sobre la señora Fazekas, quien negó las acusaciones. La policía aceptó sus excusas, pero comenzó a seguirla. La dama se dirigió a la aldea, y advirtió a sus clientas que mantuvieran la boca cerrada.
En los días siguientes, la policía detuvo a 38 mujeres. Muchas fueron llevadas a juicio, ocho condenadas a muerte, y dos ahorcadas. La señora Fazekas logró adelantarse a la justicia. De nuevo, hay dos versiones sobre su defunción. Una, que se ahorcó en su vivienda, otra, que ingirió arsénico, y cayó muerta en la calle principal de Nagyrev.  

De todas maneras, la tragedia tuvo su lado positivo. Maria Gunya, cuyo padre, el patólogo forense, examinó varios casos de envenenamiento, dijo que tras realizarse la investigación, y condenarse o ejecutarse a varias mujeres, “La conducta de los hombres con respecto a sus esposas mejoró de una manera muy notable”.   

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