Mario
Szichman
El 29 de diciembre de 2017, The New York Times publicó un artículo
firmado por Megan Specia y titulado How
Venezuelans Avoid Being Robbed, (Cómo los venezolanos evitan ser robados). La
nota está centrada en Caracas, y la manera en que está escrita es de una
persona que ya se ha resignado a que la capital de Venezuela es uno de los
lugares más inseguros del mundo. “Ladrones armados golpean en ventanillas de
vehículos que están atascados en el tráfico y dicen: ´Entreguen todo lo que
tengan´. Hombres roban teléfonos celulares y joyas de peatones. Secuestradores
siguen a las personas a sus viviendas en sus vehículos, y exigen el pago de
rescate de sus familias”.
Una persona que trata de evitar atracadores en
Caracas, necesita “una cuidadosa mezcla de planificación y medidas de
precaución”, dice el artículo. A medida que la economía de Venezuela se ha
desmoronado, el incremento del crimen ha creado lo que un grupo local ha
denominado “una sensación de miedo permanente y silencioso”.
Lo interesante del caso es que hay un crimen
de la delincuencia común y un crimen que ya se puede calificar de chavista,
apadrinado por figuras del régimen, inclusive un ex alcalde de Caracas.
UNA VENTANA PERMANENTE
ENFILADA HACIA LA DELINCUENCIA
Hay un factor delictivo que es muy difícil
encontrar en otras ciudades del mundo: el crimen como espectáculo, que puede
grabarse en video y proyectarse de manera constante, como esos collages creados
a base de fragmentos de una película pornográfica. Despojadas de movimiento,
esas imágenes convocan lo macabro en sus bocas abiertas, la impiedad en sus
contorsionados cuerpos.
A veces pienso en Twitter como mi ventana
personal. En vez de asomarme a la ventana de mi apartamento para contemplar la
calle por la cual transito todos los días del año, instalo mi computadora en
Twitter, y veo las cosas más indiscretas o espantosas.
Caracas es uno de los sitios más prolíficos cuando
se trata de contemplar desagradables incidentes. Por ejemplo, hay nítidos
vídeos de atracos a damas solas. Generalmente ocurren temprano en la mañana.
Una dama está aguardando el autobús, y de repente, pasa a su lado una
motocicleta en que viajan dos jóvenes. La motocicleta se detiene, el que viaja
en la parrilla desciende sin premura, arrebata la cartera o el portafolio a la
dama sin alharacas, vuelve a montarse en el vehículo y ambos parten con
parsimonia.
Otro video que tuvo buena audiencia mostraba a
dos hombres arrojándose sobre un transeúnte. Uno de ellos sacaba un arma, y le
disparaba al transeúnte dos balazos en el estómago. Milagrosamente, el hombre
lograba levantarse, e intentaba perseguir a sus agresores. Daba algunos pasos,
cargado de energía, y de repente se derrumbaba muerto.
LA SUCURSAL DEL CIELO
Para los malandros, Caracas es una ciudad
abierta. Ya constituyen parte del paisaje urbano. Muchos son conocidos de
quienes se atraviesan en su camino. Tal vez algunos viven en la misma parroquia.
Supongo, sin embargo, que existe un código de conducta entre esos delincuentes.
Eso incluye no entrometerse con los vecinos de su urbanización.
Por supuesto, Caracas nunca ha sido una ciudad
tranquila. Recuerdo que cuando vivía en la capital venezolana, en la década del
setenta, a un amigo mío le robaron el automóvil. Se dirigió a una jefatura de
policía a fin de presentar su denuncia. “Mira, Mario”, me dijo mi amigo.
“Decidí no presentar la denuncia. Estaba seguro de que cualquiera de los
policías presentes podría haber participado en el robo”.
Jon Lee Anderson
Jon Lee Anderson, periodista de la revista The New Yorker, hizo varios viajes a
Venezuela, reseñando los logros y desafíos que enfrentaba La Revolución Bonita
cuando todavía vivía Hugo Chávez Frías. Y su visión del proceso liderado por el
presidente, intentó ser ecuánime.
Inclusive el propio Anderson reconoció que
algunos de los personajes que entrevistó en su última ocasión para la revista The New Yorker (semana del 21 al 28 de
enero de 2013), aceptaron hablar con él porque era "políticamente
aceptable": Chávez nunca le había cerrado las puertas de su despacho.
Bueno, dudo que funcionario chavista alguno
vuelva a abrirle las puertas a Anderson, debido a las devastadoras críticas que
formuló. La Caracas que era la envidia del resto de América Latina “ya no lo es
más”, dijo el periodista.
“Después de décadas de abandono, pobreza,
corrupción y convulsiones sociales, Caracas se ha deteriorado más allá de toda
medida”, indicó. “Su tasa de homicidios es una de las más altas del mundo”. En
el 2012, en una ciudad de apenas tres millones de habitantes, fueron asesinadas
3.600 personas, “alrededor de una cada 2,4 horas”.
Desde que Chávez llegó al poder hasta su
fallecimiento, se habían triplicado la cifra de asesinatos. Por supuesto, esos
números han perdido actualidad. Ahora son mucho más altos. Los malandros son
los dueños de la capital de Venezuela.
Hay tres peculiaridades que definen a Caracas,
dice Anderson: el clima, que es casi siempre glorioso, el tráfico, que es una
pesadilla, y “el crimen violento, o su amenaza”. Pero hay un elemento que
distingue a Caracas de otras ciudades: la connivencia de los malandros con los
políticos.
LA TORRE DE DAVID
El ingrediente que convierte al reportaje de
Anderson en una gran pieza de periodismo es que lo encarna en objetos y en
personajes concretos. Para el periodista, la Caracas actual está simbolizada
por La Torre de David, un complejo
edilicio de cuarenta y cinco pisos que empezó a construir, a comienzos de la
década del noventa, el banquero David Brillembourg. Su propósito era convertirlo
en el centro financiero de Caracas. Brillembourg falleció en 1993, y el
edificio nunca fue terminado.
Ahora, la inconclusa Torre de David ha pasado
a ser el símbolo arquitectónico del chavismo. Anderson cita a Guillermo
Barrios, decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de
Venezuela, quien dijo que la torre encarna la política urbana del régimen
chavista, que puede definirse por la “confiscación, la expropiación, la
incapacidad del gobierno, y el uso de la violencia”.
En una época se pensaba que la torre podría
ser el emblema de la prominencia financiera de Caracas. Ahora, se ha convertido
“en la villa miseria más alta del mundo”.
SUBIDA AL CIELO
La torre fue invadida en octubre de 2007, dijo
Anderson, por varios centenares de personas, “encabezadas por un grupo de
veteranos ex convictos”.
El jefe de la torre se llamaba en ese momento
Alexander El Niño Daza, “un ex delincuente
que se convirtió en pastor evangélico”, dijo Anderson. Daza era un “ardiente
partidario de Chávez”. El pastor evangélico asesinó a su primera persona cuando
tenía apenas 15 años de edad. El amo de la Torre de David no negó el episodio,
pero dijo al periodista que “se había regenerado”.
PRESERVANDO LAS PERFIDIAS
De todas maneras, si Daza se había regenerado,
algunos de los personajes que habitan o habitaron la torre, nunca se arrepintieron
de sus fechorías. Uno de los apadrinados por Daza se llamaba Argenis. Tras
cumplir una condena de nueve años de cárcel por homicidio, Argenis se acogió a
la protección del amo de la torre.
Tampoco Argenis se mostró muy tímido al hablar
de sus andanzas. “Yo asesiné a hombres”, le dijo a Anderson, “y dejé a otros en
silla de ruedas. También a algunos los dejé estériles, e imagino que me odiarán
toda la vida”. No hay que tener una vasta imaginación para pensar que a nadie
le gusta verse privado de sus partes pudendas.
La torre de David, dijo Anderson, ha ganado
fama como centro del crimen. Abundan las denuncias periodísticas de que es un
santuario de matones, asesinos y secuestradores que cuentan “con la tácita aprobación
del gobierno de Chávez”. Al parecer, el único tipo de criminales que se combate
en la Venezuela chavista son forajidos opositores. Si poseen un carnet de la
patria, todos sus crímenes se olvidan. Y es mejor que los salteadores se hagan
chavistas.
Anderson dijo haber escuchado historias de que
delatores y ladrones capturados en la torre habían sido “mutilados y los trozos
de su cuerpo arrojados desde los pisos más altos”. Quizás por pertenecer a la
disidencia chavista.
LA MALANDROCRACIA
Juan Barreto
Otro personaje que aparece en la crónica de
Anderson es Juan Barreto, un político chavista que fue alcalde mayor de Caracas
entre el 2004 y el 2008.
Barreto es otro chavista que cree en la
rehabilitación de criminales. O simplemente, en su palabra. Entre sus protegidos, dijo Anderson, figura
Cristian, quien antes de someterse a la rehabilitación de Barreto era un
asesino a sueldo.
Barreto presentó a Cristian con esta pregunta:
“Dime, Cristian ¿Cuántas personas has asesinado?” El adolescente murmuró:
"Creo que unas sesenta".
Cuando Cristian divulgó la información, dijo
Anderson, su protector “alardeó encantado”.
Barreto es el enfant terrible de los chavistas, uno de los escasos que habla de
profundizar la revolución. Pero, al mismo tiempo, muestra en sus manierismos y
en sus gustos, una proclividad por la buena vida, el exceso de comida y la
violencia. Como tantos chavistas, la única diferencia en su rostro, entre 1999,
el año de la llegada del chavismo al poder, y la actualidad, es su doble
papada.
En la casa de Barreto en la urbanización El
Cementerio, Anderson observó, emplazada en una repisa, una botella de uno de
los whiskies más caros del mundo, Johnny
Walker Platinum (“regalo de un amigo”) y la imagen de Marlon Brando en su
rol de Don Corleone.
EL CHAVISMO DESPUÉS DE CHÁVEZ
Anderson visitó Caracas en el 2012, cuando ya
Chávez estaba en La Habana, agonizando –otros decían que recuperándose– del
tratamiento que recibía de los médicos cubanos.
Según el diagnóstico del periodista, para los
chavistas, “la muerte de Chávez representa el fin de una performance prolongada
y fascinante. Ellos le dieron el poder, en una elección tras otra. Ellos son
las víctimas de su afecto por un hombre carismático, a quien permitieron
convertirse en el personaje central en el escenario venezolano, a expensas de
cualquier otra cosa. Luego de casi una generación, Chávez deja a sus
compatriotas con muchas preguntas sin responder, y sólo una certidumbre: la
revolución que intentó llevar a cabo nunca existió”.
Esa revolución, dijo Anderson, “Comenzó con
Chávez y es muy posible que concluya con él". Fue un pronóstico muy optimista.
La revolución concluyó mucho antes del fallecimiento de Chávez. Y sus secuelas
han condenado al pueblo venezolano al hambre, y a la constante desesperanza.
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