miércoles, 10 de enero de 2018

Caracas: ciudad malandra

Mario Szichman





El 29 de diciembre de 2017, The New York Times publicó un artículo firmado por Megan Specia y titulado How Venezuelans Avoid Being Robbed, (Cómo los venezolanos evitan ser robados). La nota está centrada en Caracas, y la manera en que está escrita es de una persona que ya se ha resignado a que la capital de Venezuela es uno de los lugares más inseguros del mundo. “Ladrones armados golpean en ventanillas de vehículos que están atascados en el tráfico y dicen: ´Entreguen todo lo que tengan´. Hombres roban teléfonos celulares y joyas de peatones. Secuestradores siguen a las personas a sus viviendas en sus vehículos, y exigen el pago de rescate de sus familias”.
Una persona que trata de evitar atracadores en Caracas, necesita “una cuidadosa mezcla de planificación y medidas de precaución”, dice el artículo. A medida que la economía de Venezuela se ha desmoronado, el incremento del crimen ha creado lo que un grupo local ha denominado “una sensación de miedo permanente y silencioso”.
Lo interesante del caso es que hay un crimen de la delincuencia común y un crimen que ya se puede calificar de chavista, apadrinado por figuras del régimen, inclusive un ex alcalde de Caracas.

UNA VENTANA PERMANENTE
ENFILADA HACIA LA DELINCUENCIA

Hay un factor delictivo que es muy difícil encontrar en otras ciudades del mundo: el crimen como espectáculo, que puede grabarse en video y proyectarse de manera constante, como esos collages creados a base de fragmentos de una película pornográfica. Despojadas de movimiento, esas imágenes convocan lo macabro en sus bocas abiertas, la impiedad en sus contorsionados cuerpos.
 A veces pienso en Twitter como mi ventana personal. En vez de asomarme a la ventana de mi apartamento para contemplar la calle por la cual transito todos los días del año, instalo mi computadora en Twitter, y veo las cosas más indiscretas o espantosas.
Caracas es uno de los sitios más prolíficos cuando se trata de contemplar desagradables incidentes. Por ejemplo, hay nítidos vídeos de atracos a damas solas. Generalmente ocurren temprano en la mañana. Una dama está aguardando el autobús, y de repente, pasa a su lado una motocicleta en que viajan dos jóvenes. La motocicleta se detiene, el que viaja en la parrilla desciende sin premura, arrebata la cartera o el portafolio a la dama sin alharacas, vuelve a montarse en el vehículo y ambos parten con parsimonia.
Otro video que tuvo buena audiencia mostraba a dos hombres arrojándose sobre un transeúnte. Uno de ellos sacaba un arma, y le disparaba al transeúnte dos balazos en el estómago. Milagrosamente, el hombre lograba levantarse, e intentaba perseguir a sus agresores. Daba algunos pasos, cargado de energía, y de repente se derrumbaba muerto.

LA SUCURSAL DEL CIELO

Para los malandros, Caracas es una ciudad abierta. Ya constituyen parte del paisaje urbano. Muchos son conocidos de quienes se atraviesan en su camino. Tal vez algunos viven en la misma parroquia. Supongo, sin embargo, que existe un código de conducta entre esos delincuentes. Eso incluye no entrometerse con los vecinos de su urbanización.
Por supuesto, Caracas nunca ha sido una ciudad tranquila. Recuerdo que cuando vivía en la capital venezolana, en la década del setenta, a un amigo mío le robaron el automóvil. Se dirigió a una jefatura de policía a fin de presentar su denuncia. “Mira, Mario”, me dijo mi amigo. “Decidí no presentar la denuncia. Estaba seguro de que cualquiera de los policías presentes podría haber participado en el robo”.

Jon Lee Anderson

Jon Lee Anderson, periodista de la revista The New Yorker, hizo varios viajes a Venezuela, reseñando los logros y desafíos que enfrentaba La Revolución Bonita cuando todavía vivía Hugo Chávez Frías. Y su visión del proceso liderado por el presidente, intentó ser ecuánime.
Inclusive el propio Anderson reconoció que algunos de los personajes que entrevistó en su última ocasión para la revista The New Yorker (semana del 21 al 28 de enero de 2013), aceptaron hablar con él porque era "políticamente aceptable": Chávez nunca le había cerrado las puertas de su despacho.
Bueno, dudo que funcionario chavista alguno vuelva a abrirle las puertas a Anderson, debido a las devastadoras críticas que formuló. La Caracas que era la envidia del resto de América Latina “ya no lo es más”, dijo el periodista.
“Después de décadas de abandono, pobreza, corrupción y convulsiones sociales, Caracas se ha deteriorado más allá de toda medida”, indicó. “Su tasa de homicidios es una de las más altas del mundo”. En el 2012, en una ciudad de apenas tres millones de habitantes, fueron asesinadas 3.600 personas, “alrededor de una cada 2,4 horas”.
Desde que Chávez llegó al poder hasta su fallecimiento, se habían triplicado la cifra de asesinatos. Por supuesto, esos números han perdido actualidad. Ahora son mucho más altos. Los malandros son los dueños de la capital de Venezuela.
Hay tres peculiaridades que definen a Caracas, dice Anderson: el clima, que es casi siempre glorioso, el tráfico, que es una pesadilla, y “el crimen violento, o su amenaza”. Pero hay un elemento que distingue a Caracas de otras ciudades: la connivencia de los malandros con los políticos.

LA TORRE DE DAVID



El ingrediente que convierte al reportaje de Anderson en una gran pieza de periodismo es que lo encarna en objetos y en personajes concretos. Para el periodista, la Caracas actual está simbolizada por La Torre de David, un complejo edilicio de cuarenta y cinco pisos que empezó a construir, a comienzos de la década del noventa, el banquero David Brillembourg. Su propósito era convertirlo en el centro financiero de Caracas. Brillembourg falleció en 1993, y el edificio nunca fue terminado.
Ahora, la inconclusa Torre de David ha pasado a ser el símbolo arquitectónico del chavismo. Anderson cita a Guillermo Barrios, decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Central de Venezuela, quien dijo que la torre encarna la política urbana del régimen chavista, que puede definirse por la “confiscación, la expropiación, la incapacidad del gobierno, y el uso de la violencia”.
En una época se pensaba que la torre podría ser el emblema de la prominencia financiera de Caracas. Ahora, se ha convertido “en la villa miseria más alta del mundo”.

SUBIDA AL CIELO

La torre fue invadida en octubre de 2007, dijo Anderson, por varios centenares de personas, “encabezadas por un grupo de veteranos ex convictos”.
El jefe de la torre se llamaba en ese momento Alexander El Niño Daza, “un ex delincuente que se convirtió en pastor evangélico”, dijo Anderson. Daza era un “ardiente partidario de Chávez”. El pastor evangélico asesinó a su primera persona cuando tenía apenas 15 años de edad. El amo de la Torre de David no negó el episodio, pero dijo al periodista que “se había regenerado”.


PRESERVANDO LAS PERFIDIAS

De todas maneras, si Daza se había regenerado, algunos de los personajes que habitan o habitaron la torre, nunca se arrepintieron de sus fechorías. Uno de los apadrinados por Daza se llamaba Argenis. Tras cumplir una condena de nueve años de cárcel por homicidio, Argenis se acogió a la protección del amo de la torre.
Tampoco Argenis se mostró muy tímido al hablar de sus andanzas. “Yo asesiné a hombres”, le dijo a Anderson, “y dejé a otros en silla de ruedas. También a algunos los dejé estériles, e imagino que me odiarán toda la vida”. No hay que tener una vasta imaginación para pensar que a nadie le gusta verse privado de sus partes pudendas.
La torre de David, dijo Anderson, ha ganado fama como centro del crimen. Abundan las denuncias periodísticas de que es un santuario de matones, asesinos y secuestradores que cuentan “con la tácita aprobación del gobierno de Chávez”. Al parecer, el único tipo de criminales que se combate en la Venezuela chavista son forajidos opositores. Si poseen un carnet de la patria, todos sus crímenes se olvidan. Y es mejor que los salteadores se hagan chavistas.
Anderson dijo haber escuchado historias de que delatores y ladrones capturados en la torre habían sido “mutilados y los trozos de su cuerpo arrojados desde los pisos más altos”. Quizás por pertenecer a la disidencia chavista.

LA MALANDROCRACIA


Juan Barreto

Otro personaje que aparece en la crónica de Anderson es Juan Barreto, un político chavista que fue alcalde mayor de Caracas entre el 2004 y el 2008.
Barreto es otro chavista que cree en la rehabilitación de criminales. O simplemente, en su palabra.  Entre sus protegidos, dijo Anderson, figura Cristian, quien antes de someterse a la rehabilitación de Barreto era un asesino a sueldo.
Barreto presentó a Cristian con esta pregunta: “Dime, Cristian ¿Cuántas personas has asesinado?” El adolescente murmuró: "Creo que unas sesenta".
Cuando Cristian divulgó la información, dijo Anderson, su protector “alardeó encantado”.
Barreto es el enfant terrible de los chavistas, uno de los escasos que habla de profundizar la revolución. Pero, al mismo tiempo, muestra en sus manierismos y en sus gustos, una proclividad por la buena vida, el exceso de comida y la violencia. Como tantos chavistas, la única diferencia en su rostro, entre 1999, el año de la llegada del chavismo al poder, y la actualidad, es su doble papada.
En la casa de Barreto en la urbanización El Cementerio, Anderson observó, emplazada en una repisa, una botella de uno de los whiskies más caros del mundo, Johnny Walker Platinum (“regalo de un amigo”) y la imagen de Marlon Brando en su rol de Don Corleone.

EL CHAVISMO DESPUÉS DE CHÁVEZ

Anderson visitó Caracas en el 2012, cuando ya Chávez estaba en La Habana, agonizando –otros decían que recuperándose– del tratamiento que recibía de los médicos cubanos.
Según el diagnóstico del periodista, para los chavistas, “la muerte de Chávez representa el fin de una performance prolongada y fascinante. Ellos le dieron el poder, en una elección tras otra. Ellos son las víctimas de su afecto por un hombre carismático, a quien permitieron convertirse en el personaje central en el escenario venezolano, a expensas de cualquier otra cosa. Luego de casi una generación, Chávez deja a sus compatriotas con muchas preguntas sin responder, y sólo una certidumbre: la revolución que intentó llevar a cabo nunca existió”.

Esa revolución, dijo Anderson, “Comenzó con Chávez y es muy posible que concluya con él". Fue un pronóstico muy optimista. La revolución concluyó mucho antes del fallecimiento de Chávez. Y sus secuelas han condenado al pueblo venezolano al hambre, y a la constante desesperanza.

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