miércoles, 29 de junio de 2016

Semilla de maldad: la niña homicida


Mario Szichman

Potboiler:
“Un libro, o un filme creados con medios
 baratos, no por razones artísticas, sino
 con la intención de ganar dinero”.
Diccionario Merriam-Webster's



La novela The Bad Seed, de William March (1954), debe ser uno de los potboilers más curiosos en la historia de la literatura estadounidense. Es sensacionalista, se devora en escasas horas, el tema es muy desagradable, y es difícil encontrar un personaje simpático o atractivo, pero marcó también una divisoria de aguas. Por una parte, atrajo los elogios de escritores como Ernest Hemingway, John Dos Passos, Carson McCullers y Eudora Welty. Por otro lado, la primera edición vendió un millón de copias en pocos meses. Fue un éxito taquillero en un teatro de Broadway gracias a una excelente labor del dramaturgo Maxwell Anderson, y a las actuaciones de Patty McComarck, en el rol de una niña asesina, y de Nancy Kelly, como su atormentada madre. Ambas actrices, junto con otros intérpretes de la obra teatral, participaron luego en la versión cinematográfica  dirigida por Mervyn LeRoy, que obtuvo cuatro nominaciones al Oscar, incluida Patty McComarck, y atrajo cientos de miles de espectadores, aunque su final “feliz” debe ser uno de los más horrendos en la historia de Hollywood. (La niña asesina moría al ser partida literalmente por un rayo).
Si bien la novela de March es un modelo de narración –resultó finalista en The  National Book Award– el propio autor fue el primero en considerarla un potboiler.  En ese sentido, puede figurar al lado de otros potboilers prestigiosos como Dr. Jekyll and Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson, o Sanctuary, de William Faulkner. Y por similares razones. A veces un autor prestigioso trabaja un tema incómodo que lo atrae y lo repele al mismo tiempo mientras, como decía Roberto Arlt, Dios, o el diablo, le recitan palabras inefables al oído.
Leer The Bad Seed  tras haber visto la película hace medio siglo, es una inusitada sorpresa. Es como si el filme, definitivamente un potboiler creado con la indudable intención de obtener dinero, mucho dinero, hubiera servido de burdo taparrabos para encubrir una gran novela plagada de claves inquietantes sobre la sexualidad humana.  
Cuando un narrador es realmente talentoso, su vida personal siempre figura en un discreto segundo plano, alentando preguntas de difícil respuesta. La sexualidad de March –sublimada en sus novelas– animó la creación de la niña Rhoda Penmark, un monstruo de ocho años de edad, amable, cortés y cariñoso. Rhoda asesina por un inflexible sentido de justicia, e ignora tanto el pecado como el remordimiento.  
Pero Rhoda no está sola. March parece sugerir que ese ambiente edulcorado en que la niña ha crecido, rodeada y agobiada por mujeres depredadoras y banales, y por hombres de agazapado desarrollo, ha contribuido a la creación del monstruo.
Hay dos narrativas superpuestas en The Bad Seed, una que podría caracterizarse como del Smart Set, donde se discute cine, poesía, pintura, sociología, y especialmente psicoanálisis, y otra donde solo interesan las pasiones humanas sin veladura alguna. Sigmund Freud decía que en los juguetes de los niños se plasmaban los resabios del hombre primitivo. Y esos diálogos que animan a los personajes de The Bad Seed representan apenas el barniz que encubre de manera imperfecta los apetitos humanos.  
March nunca se casó, nadie le conoció una relación con una mujer, tuvo dos graves episodios psicóticos, y, como señaló su amigo Klaus Perls, padeció la tragedia de “quienes deben satisfacer sus intereses sexuales en zonas donde pueden ocurrir tragedias”.
En la novela, Monica Breedlove, una mujer “liberada”, quien ha sido analizada durante un tiempo por Freud, habla sin problema alguno de la “envidia del pene” o de fantasías incestuosas. Su hermano Emory, posee “una homosexualidad larvada”. Christine Penmark, la madre de Rhoda, carece de vida sexual. Su esposo es el eterno ausente. Cuando descubre que su hija es una asesina, pasa por todas las etapas, desde la desesperada protección de Rhoda, la apatía, la total indiferencia por su suerte, hasta una acción criminal.
Como en Young Goodman Brown, el cuento de Nathaniel Hawthorne, cada personaje tiene una vida diurna, y otra nocturna. Pulcros modales encubren deseos bestiales. Leroy, el conserje del edificio donde vive Rhoda, muestra la tipología de un violador de menores, y cuando la niña le causa una horrenda muerte, el lector simpatiza con su acto.

LAS APARIENCIAS ENGAÑAN

El mayor acierto de March fue crear a Rhoda Penmark, una especie de proto Barbie o de Lolita. Es bella, rubia, cortés, e inteligente. En la versión cinematográfica, el crítico del New York Times Bosley Crowther dijo que Patty McCormack, la actriz encargada de interpretar a Rhoda, no parecía una niña de ocho años, sino alguien capaz de competir con Marylin Monroe.  
Mientras los adultos, y especialmente las mujeres que podrían ser sus abuelas, la adoran, los marginales como el conserje Leroy, o sus compañeros de escuela, sospechan de ella, y la temen con sobradas razones. Cuando el niño Claude Daigle gana una medalla de oro que Rhoda ambicionaba obtener, y luego aparece muerto, todos sospechan de Rhoda. Las autoridades de la escuela donde ocurrió el presunto incidente le dicen a la madre de Rhoda que deberá buscar otro sitio en el que pueda seguir estudiando, pues no tendrán cupo para ella al año siguiente.  
Christine Penmark comienza a atar cabos, y la historia empieza a transcurrir hacia el pasado. Christine recuerda otros incidentes. Luego que Rhoda se aburrió de uno de sus perros, el animal sufrió, según la niña, “una caída accidental” desde la ventana de su apartamento.  En otra ocasión, una vecina le prometió a Rhoda un collar muy bello para después de su muerte. Poco después, la vecina apareció muerta tras rodar por las escaleras de su casa. Rhoda heredó el collar.
Pese a su disciplina, buenos modales, y persistentes estudios, Rhoda debe ser cambiada de escuela con frecuencia, tras ser considerada “una niña fría, autosuficiente, que crea sus propias reglas”.  
Tal vez  el atributo principal de la novela es que obliga al lector a ser el tercero en discordia. March tenía la mirada de un entomólogo, y en cada escena hay una narración objetiva, y un subtexto que pone en entredicho cada una de las palabras pronunciadas. Christine, la madre de Rhoda, parece navegar entre el sueño y la pesadilla. Es invitada a una fiesta, y solo contempla al resto de los concurrentes, o emite infrecuentes opiniones, mientras reflexiona sobre su vida secreta.
¿Cuál es la razón de que su hija se haya convertido en una asesina? ¿Existe alguna posibilidad de salvarla de un trágico destino? Christine empieza a interesarse en casos policiales, y descubre que es hija de una asesina que acabó con prácticamente toda su familia para quedarse con la fortuna. Atribuir los crímenes de Rhoda a una herencia simbólica, es quizás el único traspié de March. Un toque a lo Cesare Lombroso que no armoniza con su admiración y conocimiento del psicoanálisis freudiano. Quizás en esa parte específica del relato, March necesitaba un fuerte elemento del potboiler a fin de justificar el intento de asesinato de Rhoda por parte de la madre.
El final de la novela es impecable. En su intento de que la historia no se repita, Christine decide dar a Rhoda píldoras para que duerma el sueño eterno. Luego se suicida alojándose un balazo en la cabeza. Una vecina descubre el cadáver de Christine, y a Rhoda agonizando. Lleva la niña al hospital y le salva la vida. Horas después regresa Kenneth, el ausente padre de Rhoda. La vecina que salvó a Rhoda le dice a su padre: “No desespere señor Penmark. No siempre podemos entender la sabiduría de Dios, pero es necesario aceptarla. No todo le ha sido arrebatado. Al menos Rhoda se salvó. Todavía usted tiene a Rhoda. Debe sentirse muy agradecido”.



domingo, 26 de junio de 2016

Amores ciegos


Mario Szichman





Ella tenía 22 años, era soltera, muy bella, y vivía en el condado neoyorquino del Bronx. Él tenía 32 años, estaba casado, y trabajaba como abogado en Manhattan. Ella se llamaba Linda Riss; él, Burton Pugach.
La pareja inició un romance que se distinguió por los espléndidos regalos del galán, y por sus promesas incumplidas. Burton solía sacar a pasear a Linda en su Cadillac celeste, la llenaba de flores y de joyas, y le juraba amor eterno todos los días. Pero nunca parecía dispuesto a dar el paso final: pedirle el divorcio a su esposa, y casarse con su amante.
Harta de las mentiras de Burton, Linda le anunció un día que debían poner fin a la relación. Burton le respondió con estas palabras: “Si yo no puedo poseerte, nadie más podrá hacerlo. Cuando acabe contigo, nadie estará en condiciones de quererte”. Luego, Burton contrató a un hombre que arrojó lejía al rostro de Linda, dejándola semiciega.
El galán fue a parar a la cárcel durante más de una década. Cuando salió de prisión, pidió la mano de Linda. Ella aceptó, se casaron, fueron felices, comieron perdices, y vivieron juntos durante 38 años.

CRAZY LOVE

Linda Riss Pugach falleció el 22 de enero de 2013, a los 75 años de edad. Su esposo, Burton, recordó con afecto a esa mujer a quien le arruinó la belleza y la vida.
En una ciudad como Nueva York, donde la locura, lejos de ser una enfermedad es un estilo de vida, el matrimonio Pugach siempre llamó la atención de periodistas y cineastas. Desde que Burton ordenó la agresión contra Linda en junio de 1959 hasta su muerte, la pareja reapareció de manera asidua en titulares de tabloides. Y en el 2007 Crazy Love, un documental sobre la pareja, fue un éxito de taquilla.
Poco después del ataque, Burton le propuso a Linda continuar el romance. En varias ocasiones la llamó por teléfono para que se reconciliaran. En una oportunidad, hasta ofreció regalarle un perro guía para que la ayudara en sus paseos.
Burton Pugach fue condenado en julio de 1961 a entre 15 y 30 años de cárcel en una prisión estatal, acusado de ser el autor intelectual del ataque contra Linda. El proceso tuvo todos los ingredientes de una telenovela. En una ocasión, Burton Pugach quitó un lente de sus anteojos, lo rompió, y usó un fragmento para cortarse las muñecas, mientras gritaba: “Linda, te necesito. Linda, te amo. Linda, te deseo”.
Las autoinfligidas heridas de Burton fueron leves. El proceso continuó. Una vez declarado culpable, Burton empezó a escribirle cartas a Linda desde su celda pidiéndole perdón, y reanudando sus ofertas de matrimonio.
Fue finalmente puesto en libertad condicional en marzo de 1974, tras pasar 14 años en la prisión de Attica. En noviembre de ese mismo año, durante una entrevista por televisión, le rogó a Linda que se casara con él. Finalmente, Burton Pugach logró su objetivo. Al anunciar el casamiento, The New York Times consideró el ataque a Linda “Uno de los más célebres crímenes pasionales en la historia” de la ciudad.
Dos años después, Berry Stainback publicó un libro sobre la pareja titulado A Very Different Love Story (Una historia de amor muy diferente). En el 2007, Dan Klores estrenó su documental Crazy Love, que obtuvo críticas muy favorables.


HISTORIA NATURAL DE LA VIOLENCIA


Los periodistas que visitaban a los Pugach en Rego Park, una urbanización del condado neoyorquino de Queens, solían enfatizar sus permanentes disputas.
En cierta ocasión, Linda le dijo a un reportero de The New York Times que a veces su matrimonio era bastante aburrido, “como en cualquier otra vida”. Pero es evidente que la pasión continuaba, pues duraron juntos casi cuatro décadas. Tal vez era una pareja de exhibicionistas, deslumbrada por la constante notoriedad. En sus apariciones en televisión, solían jurarse amor eterno.
Nacida en Nueva York el 23 de febrero de 1937, Linda era hija única, y fue criada por su madre y su abuela luego que sus padres se divorciaron. Tenía 20 años cuando conoció a Burton en un parque del Bronx. Era abogado, propietario de un club nocturno y de un yate, y tenía contactos en el mundo cinematográfico. También era muy galante. Enviaba rosas a Linda con frecuencia, y cuando ella salía para el trabajo Burton la estaba esperando, a fin de llevarla en su Cadillac convertible.
“Me volvió loca” con sus regalos y atenciones, dijo Linda a The Washington Post en el 2007. “Hasta ese momento estaba acostumbrada a ver adolescentes recostados en la puerta de sus automóviles, que me decían: ´Hola, buena moza ¿quieres pasear conmigo?´”
El romance duró un año. Hasta que Linda se enteró de que Burton estaba casado y tenía una hija de tres años. De inmediato rompió con él, y empezó a salir con otros hombres.
A Burton le disgustó la actitud de Linda. Según The Washington Post, el despechado amante le ofreció tres alternativas: dormir con él, casarse con él, o sufrir terribles consecuencias. “Si no puedo poseerte”, le explicó Burton, “Nadie más lo hará”.
En junio de 1959, un hombre que estaba vestido como un mensajero tocó el timbre del apartamento de Linda. Cuando la mujer abrió, el hombre le arrojó lejía a la cara. Su rostro quedó marcado con cicatrices. También perdió un ojo.
Burton fue arrestado. Pasó el tiempo en la cárcel ofreciendo ayuda legal a otros presos, y escribiendo cartas a Linda. “A pesar de lo que hice”, señalaba una de las cartas, “nunca encontrarás un hombre que te ame tanto como yo”. Luego, empezó a enviarle dinero de manera regular.
Tras un largo período de recuperación, Linda reanudó una vida casi normal. Mediante una serie de operaciones desaparecieron las cicatrices de su rostro. El ojo que perdió fue reemplazado con un ojo de vidrio. A todas partes iba con lentes oscuros.
De Manhattan se mudó al condado de Queens, y obtuvo un empleo como recepcionista en una oficina. También tomó clases de arte y aprendió a pintar. Finalmente, empezó a salir con un hombre. Cuando se sacó los lentes oscuros para que viera su rostro, el hombre huyó.
“Me había convertido en una mercancía dañada”, dijo en una entrevista.
Cuando a principios de la década del setenta, le llegó a Burton la posibilidad de conseguir la libertad condicional, Linda se presentó ante el fiscal del distrito de Bronx, donde se había realizado el juicio, y le dijo “La única manera que Burton puede salir de prisión es en un ataúd”.
Pero según Margaret Powers, una agente de la policía neoyorquina que fue asignada a la protección de Linda tras el ataque, “pude detectar que todavía existía cierto interés” de la mujer por Burton. “Después de todo, Burton era el único hombre enterado de lo bella que había sido Linda antes de la agresión”.
Burton logró finalmente la libertad condicional en 1974. Aunque había recibido órdenes de la fiscalía de no acercarse a Linda, encontró una manera. Una emisora de televisión lo entrevistó, y Burton le envió a Linda un mensaje ofreciéndole casamiento. Luego, un amigo de la policía Powers arregló un encuentro entre los ex amantes. Y Linda aceptó casarse con Burton.
Nadie podía dilucidar las razones de ese enlace. Pero Burton tenía una explicación.
“Cuando nos casamos, no tenía ni dos centavos en mi bolsillo”, indicó en otra entrevista. “Linda contaba con más dinero que yo. Si se casó conmigo es porque me amaba”.
En cuanto a Linda, declaró en un reportaje que le hizo Geraldo Rivera: “Es probable que en mi corazón, lo siga amando. Pero me cuesta mucho pronunciar esa palabra”.
A lo largo de los años, Burton Pugach negó que el propósito del ataque contra Linda hubiese sido dejarla ciega. Su objetivo, dijo, era propinarle un escarmiento. “Nunca ordené que (el agresor) usara lejía” para cegar a la mujer, declaró en cierta ocasión a un periódico. “Me limité a pedirle a un tipo que buscara a alguien para propinarle una paliza”. La intención era que Linda retornara a sus afectuosos cuidados.
En 1997, cuando Linda tenía 60 años, y su esposo 70, el matrimonio volvió a convertirse en carne de tabloides, luego que Burton Pugach fuera acusado de violar a una mujer y de amenazarla de muerte. La presunta víctima era la amante de Burton, con quien mantenía un affair desde hacía cinco años.
En el proceso, Burton Pugach decidió ser su propio abogado. Entre los testigos que presentó figuró Linda, quien anunció a las cámaras de televisión y a numerosos testigos del proceso que Burton era “un maravilloso marido”, y siempre se había preocupado por ella, aunque, tal vez, de manera excesiva.
El acusado fue finalmente condenado por un solo cargo, el de hostigamiento, y sentenciado a 15 días de cárcel.
Los últimos años de vida de Linda no fueron gratos, pero nunca rehusó la atención de la prensa. Siempre recibía a los reporteros con gigantescos lentes de sol que encubrían su rostro y destacaban su ceguera parcial.
Cuando The New York Times llamó por teléfono a Burton Pugach para que hablara de su esposa muerta, éste dijo: “No creo que haya existido otra pareja que se amara tanto como la nuestra. Nuestro romance parecía salido de un cuento de hadas”. En ocasiones, Burton Pugach lloraba de manera intermitente al recordar sus 38 años de vida con Linda.


miércoles, 22 de junio de 2016

Los ataques del 11 de septiembre de 2001 en EE.UU y las 28 páginas excluidas del informe oficial: ¿Existió una conexión saudita?


Mario Szichman



En febrero de 2004, dos años y medio después de los ataques del 11 de septiembre de 2001 contra The World Trade Center en Manhattan y contra un ala del Pentágono, en Arlington, Virginia, cerca de Washington, D.C.,  dos investigadores estadounidenses interrogaron en un palacio de Riad, Arabia Saudita, a Fahad al–Thumairy. 
En abril de este año, el republicano Thomas H. Kean y el demócrata Lee Hamilton, que copresidieron la comisión encargada de investigar los atentados, señalaron “no haber encontrado evidencias” de que el señor Thumairy hubiese ayudado a dos de los piratas aéreos que participaron en el estrellamiento contra el Pentágono de un avión de American Airlines, vuelo 77. Sin embargo, según Kean y Hamilton, el señor Thumairy es “una persona de interés en el caso”.
Los dos piratas aéreos, Nawaf al–Hazmi y Khalid al–Mihdar, no hubieran podido vivir durante mucho tiempo en Los Angeles, ni en otras ciudades de la Costa Oeste en que residieron hasta abordar el vuelo 77 de American Airlines, de no haber sido por la invaluable ayuda del señor Thumairy. Tanto Hazmi como Mihdar no sabían una palabra de inglés cuando llegaron a Estados Unidos procedentes de Arabia Saudita. Tampoco tenían idea alguna de cómo manejarse en Los Ángeles.
Thumairy ocupaba dos cargos importantes en esa inmensa y caótica ciudad, era funcionario consular saudita, e imán de la mezquita King Fahad en el área de Culver City, frecuentada por Hazmi y Mihdar. Ambos se alojaron en un cercano apartamento alquilado por las autoridades de la mezquita.
Según indicó The New York Times, un documento del FBI, de 2012 concluyó que el señor Thumairy “asignó a una persona el cuidado de Hazmi y de Mihdar, durante la época de residencia en Los Angeles”.

UN SECRETO BIEN GUARDADO

Los investigadores de la 9/11 Commission que interrogaron a Thumairy en febrero de 2004, señalaron luego que el exfuncionario consular “posiblemente había mentido” en sus respuestas. En todo momento negó vínculos con los dos piratas aéreos o con algunos de sus cómplices.  Cuando le mostraron registros telefónicos  que cuestionaban sus respuestas, puso en duda la veracidad de esos registros, o dijo que había personas dispuestas a mancillar su reputación.
Ahora que han pasado casi 15 años desde los ataques, se ha renovado el debate sobre una presunta conexión saudita con los piratas aéreos que atacaron en Nueva York y en los suburbios de Washington, y ha vuelto a ponerse sobre el tapete la necesidad de publicar las 28 páginas excluidas del informe presentado por la comisión en el 2002.  En esas páginas “casi míticas”, según dijo The New York Times, se discute “un posible rol saudita en el complot terrorista”. Las “preguntas sin responder acerca del señor Thumairy y de los dos piratas aéreos, continúan siendo las más enigmáticas”.
En caso de que haya existido un vínculo entre los 19 piratas aéreos y el gobierno saudita, dijo el periódico,  “algunos suponen que debe haber pasado a través de Thumairy”.
Richard Lambert, un ex miembro del FBI, encargado en la oficina de San Diego de investigar los contactos de los piratas aéreos, indicó al diario que “se trata de uno de esos casos donde existen muchas preocupantes coincidencias”.
Todo comenzó el 15 de enero del 2000, cuando Hazmi y Mihdhar llegaron al Aeropuerto Internacional de Los Ángeles, un año y medio antes que participaran en el ataque contra un ala del Pentágono a bordo del Vuelo 77 de American Airlines.
En tanto Thumairy ha negado de manera insistente todo contacto con Hazmi y Mihdhar, el documento del FBI del 2012, dice que el excónsul saudita ordenó a una persona encargarse de ambos compatriotas.
Luego, en febrero del 2000, Hazmi y Mihdhar entraron en contacto con Omar al–Bayoumi, otro saudita que trabajaba para la autoridad de aviación civil del gobierno de Riad.
Interrogado por el FBI algún tiempo después de los ataques, Bayoumi dijo que se había encontrado con Hazmi y Mihdhar de manera casual. Mientras caminaba por un sector de Los Ángeles, oyó hablar a los futuros piratas aéreos, que estaban sentados en un restaurante al aire libre. Bayoumi reconoció el acento, e inició una conversación. Pero el FBI tiene una opinión distinta. Cree que Bayoumi había conversado con Thumairy en la mezquita donde era imán, poco antes de reunirse con Hazmi y Mihdhar. Los investigadores presumen que Thumairy concertó la reunión.
Al ser interrogado en Riad, en el 2004, por dos investigadores de la 9/11 Commission, Thumairy negó todo contacto con Bayoumi. El problema era que los registros telefónicos indicaban 21 conversaciones telefónicas entre ambos.
Bayoumi es otra “persona de interés” para la comisión investigadora de los ataques. Está demostrado que ayudó a los futuros piratas aéreos a establecerse en San Diego, en el mismo edificio de apartamentos donde vivía. Inclusive fue uno de los firmantes del contrato de arrendamiento, y pagó el depósito de seguridad y el primer mes de alquiler.
El señor Lambert, exfuncionario del FBI en la oficina de San Diego, expresó a The New York Times sus sospechas sobre la generosa ayuda de Bayoumi a Hazmi y a Mihdhar. Creo que algo fue planeado para atender a esos tipos luego que llegaron”, señaló. “Ellos no eran demasiado sofisticados. Tampoco hablaban inglés. Necesitaban ayuda para asentarse y comenzar los preparativos”. Lambert sospecha que al–Qaida hizo contactos en Los Ángeles para brindar ayuda a los participantes en el complot. 
Además de Thumairy y Bayoumi, dos oficiales de la armada saudita que vivían en San Diego tuvieron contacto telefónico con Hazmi, uno de los piratas aéreos.
La posible divulgación de las 28 páginas excluidas de la investigación de los atentados forma parte de una ofensiva en que participa el Congreso de Estados Unidos y familiares de las víctimas de los ataques. El Senado, por unanimidad, aprobó el mes pasado una ley a fin de facilitar demandas contra el gobierno de Arabia Saudita por cualquier posible participación en los atentados. La Cámara de Representantes podría iniciar en los próximos días un debate sobre el mismo proyecto de ley. Además, hay un litigio contra el régimen de Riad iniciada por familiares de los muertos en los ataques.
Si bien el gobierno saudita ha expresado su deseo que sean divulgadas las famosas 28 páginas, pues asegura no tener nada que ocultar, al mismo tiempo amenazó al gobierno de Washington con golpearlo en el bolsillo y enfriar las relaciones, en caso de registrarse un avance en las demandas.

EXPECTATIVAS Y RESULTADOS

Cuando estaba tomando apuntes para La región vacía, mi novela sobre los ataques del 11 de septiembre, uno de mis libros de cabecera fue el publicado por The 9/11 Commission. Y uno de los mantras de la novela es: “…Tantas cosas podrían haber salido mal. Pero la muerte, como un experto maestro de ceremonias, se encargó de allanar todos los obstáculos”. En la novela dediqué cierto espacio a mostrar las trabas que debieron superar los piratas aéreos antes de subir a los aviones.
Usando los datos de la comisión investigadora, puse a Nawaf al–Hazmi y Khalid al–Mihdar, los piratas aéreos presuntamente ayudados por Thumairy y y Bayoumi, a sudar la gota gorda en su intento de atravesar las barreras impuestas por las autoridades norteamericanas en los aeropuertos.
“A las 7:18 de la mañana”, señalé en la novela, “Mihdhar y Moqed ingresaron al puesto de control de seguridad en Logan y colocaron su equipaje de mano en la cinta sinfín de una máquina de rayos X. Al pasar por el primer detector de metales hicieron sonar las alarmas; se les ordenó pasar por un segundo detector de metales. En esa segunda inspección, Mihdhar no hizo sonar alarma alguna, y pudo cruzar el puesto de control. Cuando Moqed pasó el segundo detector de metales, la alarma volvió a sonar. Un inspector recorrió sus ropas con una varilla metálica. Moqed pasó la inspección.”
“Veinte minutos después, Nawaf al Hazmi activó las alarmas en el primero y segundo de los detectores de metales. Un inspector recorrió las ropas de Al Hazmi con una varilla metálica y lo dejó pasar”.
…Tantas cosas podrían haber salido mal.
Ignoro si la muerte, como un experto maestro de ceremonias, se encargó de allanar todos los obstáculos. Pero es obvio que los piratas aéreos tuvieron suerte en parte de su cometido, a veces, por pura casualidad. En el informe de la comisión investigadora hay muchos datos que hacen dudar sobre la perfección del plan elaborado por Osama bin Laden.
Algunos potenciales atacantes visitaron escuelas de aviación diciendo que solo deseaban aprender a manejar un avión en pleno vuelo. No les interesaba ni el despegue ni el aterrizaje. Otros preguntaron a instructores cómo se hacía para abrir la cabina del piloto tras el despegue.
Ya en junio de 2001, algunos meses antes de los ataques,  tanto Richard Clarke, alto funcionario en una oficina encargada de investigar potenciales atentados, como el ex director de la CIA, George Tenet, dijeron “estar convencidos de que podría registrarse una gran serie de ataques”. En julio, Clarke puso a las agencias de inteligencia (hay 16 en los Estados Unidos) en “alerta total”, tras informar que “algo realmente espectacular ocurrirá aquí pronto”. Había inclusive información de que “cosas extrañas están ocurriendo en escuelas de aviación en los Estados Unidos” y “específica información acerca de algunos terroristas”. 

UN ALIADO PELIGROSO

Estados Unidos suele establecer matrimonios de conveniencia con algunos gobiernos de enorme duplicidad. El caso más flagrante es la captura y asesinato de Osama bin Laden en Pakistán. El gobierno de Islamabad negó en todo momento que el líder de al–Qaida se hubiera refugiado en su territorio tras los ataques del 11 de septiembre de 2001. Comandos SEAL mataron a bin Laden tras una incursión en Abbottabad, el 2 de mayo de 2011. La ciudad cuenta con una poderosa guarnición militar, situada cerca de la residencia de bin Laden.
Otro matrimonio de conveniencia es entre Washington y Riad. La revista Newsweek dijo hace algún tiempo que la razón de excluir 28 páginas del informe de The 9/11 Commission era que “plantea preguntas acerca del financiamiento a los asaltantes de los aviones” por parte del gobierno de Arabia Saudí.
Varios miembros del Congreso que leyeron las páginas aún sin divulgar dijeron a la revista que “la seguridad nacional nada tiene que ver con eso”. Lo que ocurre es que “funcionarios norteamericanos intentan encubrir el doble juego practicado por Arabia Saudí en Washington. Por un lado, se ha mostrado como un estrecho aliado. Por el otro lado, ha sido el caldo de cultivo del extremismo islámico más tóxico del mundo”.
Por otra parte, Zacarias Moussaoui, un ex dirigente de al-Qaida, quien se halla preso en una cárcel de máxima seguridad en Estados Unidos, señaló en un testimonio enviado a un juez neoyorquino que prominentes miembros de la familia real de Arabia Saudí figuraron entre los principales financistas de la red insurgente sunita a fines de la década del noventa del siglo pasado.
Moussaoui también dijo al juez George B. Daniels, del Tribunal Federal del Distrito Sur de Nueva York, que discutió con un funcionario de la embajada saudí en Washington, D.C., un plan para derribar el avión presidencial norteamericano Air Force One usando un misil Stinger. 
Según Moussaoui, entre los financistas de al-Qaida se hallaban los príncipes saudíes Bandar Bin Sultan, Turki al-Faisal y al-Waleed bin Talal.  (La embajada de Arabia Saudí en Washington negó las acusaciones de Moussaoui, y dijo que la comisión investigadora de los ataques rechazó las alegaciones).
El exmiembro de al–Qaida describió en sus cartas al juez reuniones en Arabia Saudí a fines de la década del noventa. En esos encuentros habrían participado jerarcas saudíes, entre ellos el príncipe Salman bin Abdulaziz Al Saud, nuevo rey de Arabia Saudí tras el fallecimiento del monarca Abdullah. En la reunión, dijo Moussaoui, entregó a los concurrentes cartas escritas por  Osama bin Laden.
…Tantas cosas podrían haber salido mal.
Cuando se analiza un episodio de la magnitud de lo ocurrido el 11 de septiembre de 2001, suele pasar a segundo plano un aspecto primordial: su planificación. En realidad, los ataques a las torres gemelas, inclusive el estrellamiento de un avión contra el Pentágono, podrían haber sido maniobras de diversión de concretarse el plan inicial. Sin embargo, el principal objetivo no se cumplió. La cuarta aeronave comercial que iba a ser usada en los atentados, un avión de United Airlines, vuelo  93, se estrelló en una zona rural cerca de Shanksville, Pennsylvania. Al parecer, varios pasajeros, enterados a través de sus celulares de lo ocurrido en Nueva York y Washington, lograron enfrentarse a los piratas aéreos, desviando a la aeronave de su curso. El objetivo, según indicó  bin Laden meses después, era la capital norteamericana. Todavía no se ha podido establecer si el vuelo 93 enfilaría hacia la Casa Blanca o hacia el Congreso. Pero acabar con representantes del poder ejecutivo o legislativo, hubiera representado para al–Qaida una victoria simbólica aún mayor.
Tal vez los funcionarios sauditas que sirvieron de apoyo logístico a los piratas aéreos se ilusionaron con la idea de barrer de un plumazo el centro de poder de los Estados Unidos. Y, en ese caso, la impunidad hubiese sido mayor. Al fracasar el atentado final, afloraron incómodos vínculos, y quedaron demasiadas preguntas sin contestar.
…Tantas cosas que podrían haber salido mal salieron bien. Pero el fracaso del ataque a Washington D.C. reveló muchas costuras del complot, además del perpetuo doble juego de los saudíes. Con aliados como estos ¿Quién necesita enemigos?









domingo, 19 de junio de 2016

Femme Fatales y perdedores: el potro de tortura del amor


Mario Szichman

James M. Cain y sus colegas son:
“Los poetas de crímenes
Difundidos en los tabloides”.
Edmund Wilson




James M. Cain (1892-1977) llegó a convertirse en un clásico de la novela negra por razones todavía inexplicables. Aunque vivió 85 años, y escribió durante casi setenta, nadie recuerda su copiosa producción de narraciones históricas. Su fama se limita a dos novelas: The Postman Always Rings Twice, El cartero llama dos veces (1934), y Double Indemnity (1935). Cain tuvo la suerte que ambas narraciones fueron llevadas al cine por directores excepcionales, con parejas inolvidables. En The Postman, Tay Garnett dirigió a Lana Turner y a John Garfield. Una previa versión, Ossessione (1943),  fue filmada en Italia en plena guerra con guion y dirección de Luchino Visconti. Massimo Girotti figuraba en el papel protagónico.  La trama, según reconoció Albert Camus, inspiró su novela El Extranjero.
En Double Indemnity, Billy Wilder hizo subir a Barbara Stanwyck y a Fred MacMurray varios escalones en el camino al estrellato, secundados por Edward G. Robinson como un inspector de seguros que se devora  buena parte de la película.  (El guion estuvo a cargo de Raymond Chandler, quien alteró decisivamente la trama).
Ross MacDonald, un buen novelista policial, dijo que Cain había obtenido “laureles imperecederos con un par de obras maestras publicadas una tras otra”.
Las herramientas de Cain eran tan sencillas como su prosa. El crítico Otto Penzler indicó que la costumbre del narrador era “excluir del texto esas partes que los lectores suelen pasar de largo”.
Durante los años que trabajó en Hollywood como guionista, Cain aprendió otra lección: los mejores productos, o los éxitos más taquilleros, se relacionaban con la pasión amorosa. Uno de sus compañeros de tareas, el libretista Vincent Lawrence, le explicó que los espectadores se morían por ver en acción “El potro de tortura del amor”.
El hecho de que el patsy, el chivo expiatorio, es siempre el hombre, se combina con otro factor: una vez satisfecha la pasión, el amante en las novelas de Cain descubre la horripilante personalidad de la amada.
En Double Indemnity, el agente de seguros Walter Huff, quien planea con una mujer casada, Phyllis Nirdlinger, el asesinato de su esposo, a fin de cobrar una doble indemnización, reflexiona luego: “Ahora sé lo que hice: maté a un hombre. Maté a un hombre para conquistar una mujer… Todo lo hice por ella, y a partir de ese momento, nunca más quise verla, mientras siguiera con vida. Eso es todo lo que se necesita: una pizca de miedo, para convertir el amor en odio”.
En El cartero llama dos veces, el argumento  es similar y el comienzo, inolvidable. They threw me off the hay truck about noon…” (Ellos me arrojaron del camión cargado de heno alrededor del mediodía) dice el protagonista. El mantra es repetido por muchos profesores de literatura especializados en narrativa policial, pues combina ambientación, bosqueja al personaje central, Frank Chambers, y anuncia un potencial conflicto.
Chambers, un vagabundo, se dirige a un restaurante en un área rural de California para almorzar, y consigue trabajo en el lugar. El restaurante es propiedad de una bella mujer, Cora, y de su esposo, Nick Papadakis, quien la duplica en edad.  Casi de inmediato, Frank y Cora inician un romance sadomasoquista, y planean el asesinato de Nick.
La diferencia con Double Indemnity es que la pasión se transforma en odio por un agente exterior, el fiscal Kyle Sackett, quien sospecha que la muerte de Nick en un presunto accidente, ha sido en realidad un asesinato. El fiscal logra enfrentar a los amantes extrayendo confesiones de ambos. La ironía del relato es que Frank va a parar a la silla eléctrica a raíz de un accidente automovilístico donde muere Cora, y no por el crimen cometido contra Nick.

LA SOLEDAD DEL CORREDOR DE FONDO

Cain no era un proletario de la literatura, como Jim Thompson o algunos de los narradores del pulp. En realidad, venía del otro costado de la vía. Tenía título universitario y trabajó con Henry Louis Mencken, una de las plumas más críticas y devastadoras de Estados Unidos durante la primera mitad del siglo veinte, y con Walter Lippmann.  
Siempre lamentó su falta de estilo. En una entrevista indicó: “Si quiero escribir usando mi propia prosa, me resulta imposible. He descubierto que carezco de una voz narrativa”. Nunca tuvo alardes de creador. Solía hablar de sus escritos, dice Luc Santé, “como lo hace un contratista, en términos formales o financieros”.
Y sin embargo, tenía una voz narrativa que sigue resonando. Tanto The Postman como Double Indemnity son contadas en primera persona, y en ese tono de voz, nadie está autorizado a equivocarse ni en una sola sílaba.
Santé aventura otra observación para explicar el vigor con que narra Cain.  “Para él escribir significaba asumir un disfraz. De manera preferible, varios escalones más bajo que la clase a la cual pertenecía”. El profesor e hijo de un académico podía hacer maravillas cuando se transmutaba en un minero, en un vendedor de seguros, o simplemente, en un vagabundo. Pero al parecer, solo en California.
Aunque vivió la mayor parte de su vida en Maryland, Cain solo se sentía cómodo divulgando las peripecias de personas afligidas por “los cinco elementos puros de toda narración: sexo, religión, alimentos, dinero y violencia” y que además usaban el dialecto de la Costa Oeste.  
En una ocasión dijo que si El cartero llama dos veces hubiera tenido como escenario un restaurante de Maryland, no habría vendido un solo ejemplar. Pero apenas un narrador emplazaba como setting  un sitio cualquiera de California, conseguía multitud de lectores dispuestos a engullir su relato. Además, existía otro factor: el diálogo. Nada superaba, según Cain, “la jerga en la boca de un vagabundo con buena gramática.  Eso solo ocurre en California”.
Cain basó sus dos novelas más famosas en un caso real registrado en 1927, el proceso y ejecución de “la mujer tigresa”, Ruth Snyder, y de su amante, Judd Gray, por el asesinato de su esposo, Albert. En 1928, The Daily News de Nueva York publicó en primera plana la foto de la ejecución de Ruth Snyder en la silla eléctrica, causando una conmoción a nivel nacional. Ruth era una mujer muy bella, “con la fría mirada de una diosa escandinava” y su amante era otro patsy. Judd Gray, un hombre pequeño, y al borde de la depresión, fue comparado por la prensa con el vagabundo interpretado por Charles Chaplin. El caso abrió a Cain las compuertas de la imaginación.
“Oh, sí, puedo recordar cómo comencé a escribir El cartero llama dos veces”, dijo en un reportaje. “Estaba basado en el caso Snyder y Gray. El marido fue asesinado por Ruth y Judd para cobrar el dinero del seguro”.
Si bien algunos elementos del caso fueron usados en la tragedia protagonizada por Frank Chambers y Cora, la mayoría sirvieron a Cain para la trama de Double Indemnity. El narrador había trabajado en su juventud como agente de seguros, y conocía la cláusula de doble indemnización para quien sufriera un accidente en un tren.
“La gente cree que todo ese conocimiento viene de la policía”, señaló Cain en una entrevista. “Es un error. Todos los grandes misterios están encerrados en las bóvedas de las empresas de seguros. Cualquier escritor que explore sus archivos, puede convertirse en un millonario”.
Tanto El cartero llama dos veces como Double Indemnity son crímenes perfectos desbaratados por la pasión humana. Y el hecho del cartero llamando dos veces, o de la doble indemnización, se convirtieron, dice el ensayista William Marling, en “tópicos vulgares de la duplicidad sexual”.
Varias décadas después de publicar dos novelas que parecen versiones modernas de tragedias griegas, el nombre de James M. Cain sigue resonando. “El potro de tortura del amor” sigue siendo el gran motor de la existencia humana.

En cuanto al significado de esa expresión, ni siquiera Cain la entendía muy bien. Según dijo en una entrevista, se trataba, al parecer, de “una situación poética en la cual la audiencia podía apreciar la mutua atracción emanada de dos personajes”. El espectador era el tercero excluido, observando a los personajes centrales enredados en una pasión ilícita. Uno de los amantes, de manera indefectible, perdía la contienda: de manera invariable,  el hombre. No hay perdedoras en las novelas de Cain, aunque vayan a parar a la silla eléctrica. Después de todo, garantizan nuestra supervivencia.

miércoles, 15 de junio de 2016

Fábulas edificantes: El país de los sueños realizados


Mario Szichman


             
(Publiqué hace algunos años, en el periódico Tal Cual de Caracas, varias “fábulas edificantes”, que solían estar relacionadas con la figura de “El líder máximo” de ese país. En esta ocasión, sin embargo, aludo a la Argentina).

En mi país se cumplen todos los sueños, absolutamente todos. Mencionen un solo sueño que ustedes no hayan podido concretar en su país y verán que es sencillo perpetrarlo en el mío.  
Por ejemplo, un amigo que vive en un país foráneo –es increíble la cantidad de países foráneos diseminados por el mundo– me preguntó en una ocasión: ¿Por qué su gobierno desea eternizarse en el poder? Ese amigo prefiere vegetar en un país donde existe una renovación de poderes en las fechas establecidas por la Constitución. Cree, con Mark Twain, que los gobiernos, como los pañales, deben ser cambiados con la mayor frecuencia posible, y por las mismas razones. 
El problema es que mi amigo reside en un país cuyos ciudadanos carecen de anhelos de grandeza. Nosotros, en cambio vivimos en un país excepcional, inmerso siempre en escenarios inusitados. Para concretar nuestros sueños se requieren líderes extraordinarios, capaces de prolongarse en el cargo más allá de lo exigido en una Carta Magna. Por cierto, después que asumen el poder, siempre modifican la Carta Magna.
En épocas felizmente superadas, nuestros gobiernos duraban un suspiro. Y así perdimos el rumbo. Hace casi dos siglos, tuvimos el día de los tres gobernadores, encargados de administrar la provincia más próspera del país, tan rica, que sus habitantes podían prescindir del resto. En realidad, las demás provincias solo constituían una carga. En la provincia más rica del país teníamos una extensa ganadería, y tierras de cultivo de una riqueza inigualable. Gracias a esa provincia, nuestro país fue rebautizado como “el granero del mundo”.
Pero el rencor y la envidia nos hundieron en guerras civiles. Caudillos regionales querían compartir las rentas de la Nación –en realidad, las rentas de nuestra provincia más rica– y lucharon durante décadas ambicionando imponer su criterio. Aquellos que nada producían, deseaban compartir una riqueza que no les pertenecía.
Ese modelo escindido afectó nuestra prosperidad, al punto en que hubo un año en que fuimos gobernados de manera sucesiva por cinco presidentes. Pero siempre la provincia más rica, más bendecida por Dios, consiguió emerger victoriosa y logramos encauzarnos nuevamente hacia un derrotero de grandeza, multiplicando nuestros sueños.
Tras la pesadilla de los gobiernos inestables, empezamos a soñar con la necesidad de obtener gobiernos inamovibles, y lo conseguimos. Surgió una pléyade de líderes inmarcesibles.  
Recuerdo que en una época soñamos con tener un gobernante que durara diecisiete años y que fuera perfecto. Nuestro sueño se hizo realidad. Su mandato se prolongó exactamente diecisiete años. Fue en ese momento que descubrimos sus vastas imperfecciones. Por lo tanto, lo enviamos al exilio, prohibimos mencionar su nombre, inclusive en vano, y decidimos que ni el polvo de sus huesos la América tendría. (Finalmente, tras más de un siglo, repatriamos sus restos. Ahora reposan en un bello cementerio).
A veces olvidamos nuestro destino de grandeza y el lugar que merecíamos ocupar en el concierto de las naciones. Pero siempre retornó el anhelo de redimir nuestra perenne tradición. Vaya uno a saber, tal vez el paso de los años, el cambio de las costumbres, los nuevos desafíos de la geopolítica, exigían líderes titánicos que trasmutaran nuestra nación en una gran potencia. Recuperamos el ansia de soñar con un gobernante perfecto. Y nuestro sueño volvió a hacerse realidad. Eso ocurrió poco después de concluir la Segunda Guerra Mundial.
El mandato del nuevo gobernante perfecto se prolongó una década, hasta que cayó la venda de nuestros ojos, y descubrimos sus máculas. Por eso, lo enviamos al exilio en una cañonera paraguaya, prohibimos mencionar su nombre, inclusive en vano, y decidimos que ni el polvo de sus huesos la América tendría.  
Pero no somos rencorosos. Y sabemos perdonar. Al cabo de algunos años disculpamos los extravíos del gobernante previamente perfecto, y le permitimos retornar. Cuando regresó, todos fuimos a recibirlo, entre ellos muchos de los cuales habían prohibido mencionar su nombre, inclusive en vano.  
Esa capacidad de soñar la hemos aplicado a todas las esferas de la vida. En una época soñamos con tener una poderosa inmigración. Y por supuesto que la tuvimos. La mejor de todas. ¿Qué más se podía pedir? Algunos años más tarde, soñamos con detener ese flujo inmigratorio que arruinaba nuestras mejores tradiciones, y lo logramos.
En una época soñamos con tomar el cielo por asalto, y no vacilamos en tomarlo. Pero después algo nos dio mala espina y decidimos erradicar de la faz de la tierra a los que habían tomado el cielo por asalto. Borrón y cuenta nueva. Todos ellos desaparecieron del mapa. Como si se los hubiera tragado la tierra.
¿Les conté lo del territorio irredento? Era como una lanza clavada en el costado de nuestra geografía, Atlántico de por medio. Un día, nos pusimos a soñar con redimir ese territorio. Y lo liberamos. Durante setenta y cuatro días nuestro sueño se hizo realidad. Pero luego, los usurpadores del territorio retornaron con una enorme flota de guerra y desalojaron a nuestros soñadores. Fue en esa ocasión cuando descubrimos que los soñadores que habían redimido el territorio habían abusado de nuestra soberanía y violado nuestra Constitución, atribuyéndose funciones inalienables que corresponden al pueblo en su conjunto.
Estamos seguros de que algún día rescataremos ese territorio irredento. Como que hay Dios. A fin de cuentas, todos nuestros sueños se cumplen.  
Más de uno se preguntará: ¿Cómo hacen en su país cuando los sueños se contradicen? Aunque la pregunta es capciosa, la voy a responder: en ese caso aceptamos la secuencia. Voy a dar un ejemplo: recuerdo que en cierta oportunidad, un editor de periódicos muy odiado fue llevado a la cárcel. Habíamos soñado intensamente, casi por unanimidad, en ver a ese vagabundo entre rejas. Y aunque no deseamos el mal a nadie, en nuestros sueños deseábamos que lo apremiaran ilegalmente y confesara sus crímenes. Posteriormente, ese editor de periódicos fue enviado al exilio, tras ser despojado de su ciudadanía. Bien que se lo tenía merecido. Pero ocurre que también ese editor de periódicos tenía el hábito de soñar. Obviamente, su sueño se contradijo con el del resto de la población. Y fue entonces que se registró la secuencia. Al sueño de castigar al editor le siguió el sueño del editor de castigar a quienes lo habían llevado a la cárcel y apremiado de manera ilegal. ¡Ah, cómo nos alegramos cuando el editor injustamente condenado pudo concretar su sueño de llevar a la cárcel a aquellos que lo habían obligado a purgar una injusta condena!  Así se materializó nuestro sueño de hacer imperar la justicia.
Luego soñamos con modernizar nuestras instituciones y descubrimos la forma de convertir a una institución perfectible, como es la democracia, en una institución perfecta. Y para eso copiamos simplemente el modelo político más antiguo y estable del mundo: la familia. Nuestro país se convirtió en la única nación del mundo con una presidencia en la que se alternaron el padre y la madre de la patria, evitando simultáneamente los peligros de una dictadura y de una monarquía.
Sin embargo, existe una dificultad difícil de resolver. Ocurre que los sueños no son infinitos. Tal vez podamos variar el contenido de algunos, e inclusive combinar dos o tres de ellos a fin de dar origen a uno nuevo, pero es evidente que algún día nos quedaremos sin sueños que realizar. Y estamos enterados de las consecuencias. Cuando disminuyen los sueños, proliferan los desafectos: subrepticios, solapados y maliciosos. Y los sueños de esos desafectos son tan perversos como su vigilia. Ellos sueñan con el día en que finalmente logremos despertar.  






domingo, 12 de junio de 2016

“¡Omita palabras innecesarias!”, el único manual de estilo que enseña a escribir


Mario Szichman

“¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice,
nunca se ha de decir lo que se siente?”
Francisco de Quevedo



Subida al cielo, un filme dirigido por Luis Buñuel durante su etapa mexicana, es memorable, entre otras cosas, por un discurso que pronunciaba un leguleyo en el curso de una fiesta de cumpleaños. Transcribo algunos párrafos:
“En la historia de todos los pueblos, siempre han ocupado el primer lugar las madres.
No se ha descubierto aún quien fue primero, si el huevo, o la gallina… Es conmovedor ver este digno ejemplo, que es como un espejo en que debe mirarse todo buen hijo. Por eso yo, en recuerdo de mi mamacita, y la de ustedes, si me lo permiten, lo mismo que en honor de la festejada, quiero desgranar los pétalos del florilegio engarzado por la clarividente y distinguida concepción de este gran bardo Pepe Radilla, gloria inmarcesible de las letras contemporáneas, y refulgente sol de nuestro estado”.
Solo ese desgranar de los pétalos del florilegio engarzado, o esa mención a la gloria inmarcesible de las letras contemporáneas, debería insertarse en una tableta y ser ofrecido a todos nuestros políticos, antes de que pronuncien un discurso, a fin de llamarlos a silencio.
¿Por qué el español en América se ha convertido en el idioma de la densidad y de la prosa interminable? ¿Acaso para gobernar y doblegarnos necesitan los jefes de estado matarnos primero de aburrimiento? ¿Existe algo en el español que convoca al rebuscamiento, al perifraseo, la declamación, la elocuencia y la retórica?
Es fácil memorizar el discurso de Gettysburgh pronunciado por Abraham Lincoln el 19 de noviembre de 1863 en uno de los campos más ensangrentados por la guerra civil. En la versión que poseo, alcanza exactamente a 246 palabras. En un lapso inferior a los tres minutos, Lincoln trazó el ideal de los padres fundadores, y delineó las tareas que correspondían al gobierno de Washington para no traicionar ese legado.
Dudo que alguno de nuestros presidentes o caudillos expliquen en tres minutos el compromiso de los padres fundadores y su invariable misión de salvar a la patria.  Si el líder y futuro comandante eterno requiere mencionar el lapso desarrollado a partir de la independencia, no se limitará a resumirlo en la cantidad de años transcurridos. No, cada año cosechará al menos diez minutos de exposición. Y la descripción de las batallas –siempre ganadas, pues en nuestro continente todos los generales son invictos, y si resultan derrotados, son vencedores morales-- se llevará una buena hora.
No se requiere un discurso de tres horas para rendir cuentas a la nación, especialmente, cuando la nación ha sido devastada. Tres horas demoró el presidente de Venezuela Nicolás Maduro para revelar ante la Asamblea Nacional  el futuro de grandeza que avizora.  (Fue el único discurso pronunciado en el recinto de mayoría opositora. Es difícil que Maduro vuelva a comparecer tras advertir que piensa clausurar la sede del Poder Legislativo pues le disgusta la manera en que actúa la oposición).
El escritor polaco Witold Gombrowicz decía que esas monsergas equivalían a “cometer estupro por las orejas”.

THE LITTLE BOOK Y SUS CONSECUENCIAS

En 1919, el profesor de la Universidad de Cornell William Strunk publicó The Elements of Style, parte de su cruzada, que se transformó en un mantra, de “omitir palabras innecesarias” en la redacción de textos. La edición del libro fue pagada por el autor, quien nunca albergó esperanzas de una gran divulgación.
Pero la cruzada de Strunk se divulgó como el fuego en una pradera. La segunda edición, comercial, vendió dos millones de ejemplares. Se ignora ya cuantas ediciones han sido impresas hasta el momento.
La revista Time ubica a The Little book entre los cien mejores ensayos escritos durante el siglo veinte. Es, casi con certeza, el más sobresaliente manual de estilo que se haya escrito en Estados Unidos. Se trata de un libro pequeño. Incluido el índice, llega apenas a las 92 páginas. Pero encerrada entre portada y contraportada, figura la gramática necesaria para escribir en correcto inglés. De manera sencilla y sensata, se enseña a poner una coma, un punto, un punto y coma, un paréntesis, o comillas, se muestra la manera de armar una frase o un párrafo, y se explica el uso de los verbos, de los pronombres, de las preposiciones y de las conjunciones.  
Y después hay un capítulo dedicado a palabras o expresiones que se manejan de manera incorrecta, los “principios elementales de composición” y una “aproximación al estilo”. Strunk estaba convencido de que se podía aprender a escribir bien, y a mejorar el estilo, con sus sencillas reglas.
“La escritura vigorosa es concisa”, decía. “Una frase no debe contener palabras innecesarias; un párrafo no debe contener frases innecesarias, del mismo modo en que un dibujo no debe tener líneas innecesarias, o una máquina partes innecesarias… Cada palabra posee un propósito”.
El peor pecado de un escritor, indicaba, era mostrarse tímido. “Formule aseveraciones categóricas”,  aconsejaba Strunk, quien repudiaba la imprecisión, la falta de colorido. Era un vicio peor aparecer irresoluto, a mostrarse equivocado.
Las frases, “cuando más cortas, son más pujantes”, era otro de sus mantras. Algunos ejemplos:  
“Había gran cantidad de hojas muertas desparramadas en el suelo”.  Strunk proponía: “Hojas muertas cubrían el suelo”.
“No mucho después, se sintió muy apenado de haber dicho lo que dijo”. Strunk reducía la frase a: “Pronto se arrepintió de sus palabras”.
También abominaba de la voz pasiva, y especialmente, de la palabra “no”. Señalaba que el lector estaba harto de recibir información sobre todo aquello que no era. “El lector prefiere, en cambio, enterarse de aquello que sí es”. Por lo tanto, en lugar de decir que alguien “no era honesto”, era preferible considerarlo “deshonesto”.  En lugar de “no recordaba”, era mejor enunciar “olvidó”.  ¿Para qué escribir “no prestó atención a algo”, cuando bastaba con la palabra “ignoró”?
Lo negativo solo funcionaba cuando se enfrentaba a lo positivo, “pues creaba una estructura más enérgica”. “No caridad: simplemente justicia”. “No es que amo menos a César; es que amo más a Roma”.
Toda frase con “innecesarios auxiliares o condicionales”, decía el autor, “exterioriza una mente fluctuante”.
Un escritor debe mostrar coraje. “Si cada una de sus frases admite una duda, su texto carecerá de autoridad”, indicaba. Y luego: “Es preferible lo específico a lo general, lo definitivo a lo ambiguo, lo concreto a lo abstracto. La manera más segura de mantener la atención del lector es mostrarse específico, definitivo y concreto”.

George Orwell hizo en cierta ocasión una parodia de la Biblia, a fin de mostrar cómo se destruye un texto cuando se mutila su vigor. Para eso eligió un verso del Eclesiastés.
El original decía: “Retorné, y observé bajo el sol, que la carrera no pertenece al más raudo,  ni la batalla al más fuerte, ni el pan al más sabio, ni la riqueza a los seres de más comprensión, ni el favor a los diestros. No, la ocasión y la oportunidad sobreviene a todos ellos”.
Esta es la versión reescrita por Orwell:
“La consideración objetiva de fenómenos contemporáneos nos obliga a aceptar la conclusión que el éxito o el fracaso en actividades competitivas no puede ser medida de acuerdo a nuestra innata capacidad. Es necesario aceptar que un considerable elemento de aquello estimado impredecible debe tomarse en cuenta de manera inevitable”.
Strunk decía que no era cuestión de hacer un catálogo de detalles, sólo señalar aquellos significativos. Tampoco es necesario censurar textos porque no acatan las reglas de Strunk. Pero omitir palabras innecesarias es un buen ejercicio de salud mental, pues desde el comienzo de la historia, han sido usadas para escamotear el pensamiento.
Nada se salva de la divagación, ni siquiera Twitter. Los 140 caracteres de un mensaje intentan ser desvirtuados de todas las maneras posibles. Algunos abrevian las palabras para convertir el anuncio en una completa jerigonza. Otros, se valen de los enlaces para prolongar esos 140 caracteres en extensos mensajes mal redactados, que nada informan.
En la historia de todos los pueblos, siempre han ocupado el primer lugar las madres, decía el abogado de Subida al cielo. Y en segundo lugar, casi con seguridad, los retóricos, que usan exceso de palabras para ocultar magras reflexiones.  Los largos comunicados y la letra minúscula, tanto en las proclamas políticas como en los seguros contra incendio, suelen encubrir todo aquello desagradable o inconveniente.


Por alguna razón, la elocuencia avanza en dirección inversa a la banalidad de lo proclamado. Quizás se requiere, como en el caso de Lincoln, un campo de batalla circundado de fosas comunes para obligar a un líder a mostrarse frugal con sus palabras.